Rafael Caldera en el acto de Reafirmación del Compromiso con COPEI. Teatro de Maracaibo, 11 de enero de 1981.

Un sentido de lucha, un sentido a la vida, un propósito de servir

Palabras ante el Consejo Consultivo de la Juventud Revolucionaria Copeyana, al cumplirse el primer año de gobierno del presidente Luis Herrera Campíns. Caracas, 9 de marzo de 1980.

 

Quiero comenzar diciéndoles que me ha causado excelente impresión la lectura que hice anoche de los documentos preparados para este Consultivo. Cualquiera que sea el juicio que alguno de esos documentos, o alguno de los puntos que algunos de esos documentos contiene, pueda merecer en el análisis y en la discusión, el conjunto demuestra una preocupación seria, un sentido de responsabilidad, un deseo de corresponder a las exigencias que el país y sus nuevas generaciones formulan en este momento a la Juventud Revolucionaria Copeyana.

En las jornadas de reflexión de San Antonio de Los Altos tuve la oportunidad de conversar con Agustín Berríos sobre esta misma reunión y, especialmente, a raíz del planteamiento que formulé de que este país está demandando con urgencia un liderazgo que le imponga un sentido de dirección hacia el mañana, que le marque un camino capaz de inspirar confianza y de entusiasmar a las nuevas generaciones, en las cuales tenemos un material muy vasto que tenemos el compromiso de atraer, de enfervorizar, de dirigir, de canalizar, de orientar firmemente hacia la conquista de un mañana mejor para Venezuela.

El peor daño que podría estar sufriendo el país en este momento es el escepticismo, es la indiferencia, es el índice de abstención que crece en las elecciones universitarias, es la falta de fe en los partidos que se está inoculando en todos los sectores, pero más gravemente aún en los sectores de la juventud. Necesitamos trasmitirle a esos jóvenes un sentido de lucha, un sentido de la vida, un propósito de servir, la concepción de una obra grande que reclama el esfuerzo de todos y al que todos nosotros, pero especialmente las nuevas generaciones, estamos obligados a concurrir.

Yo entiendo, pues, que una reunión como ésta debe sacar como conclusión fundamental la que mencionaba, la de buscar maneras de llegarle más directamente a los jóvenes, de animarlos, de entusiasmarlos, de vigorizar su fe, de hacerles tomar confianza en este país que Dios nos ha regalado con las mayores excelencias y que a veces no sabemos apreciar suficientemente. Eso reposa sobre todo en la juventud, y para los fundadores del Partido la juventud fue desde el primer día el objeto primario de nuestras preocupaciones; podría decirse que fue el primer organismo funcional del Partido y que en esa juventud del primer día, del primer año de la existencia de COPEI, estaban quienes ahora ocupan altas posiciones en el país y en el Partido y que representan una segunda generación que ha ido siendo sucedida por otras generaciones que van engrosando las filas del movimiento copeyano y que van impulsando el destino de COPEI hacia el porvenir.

Tenemos que sentir nosotros, teníamos que sentir, lo que es el propósito, el sentimiento, las reacciones emotivas, la voluntad, la generosidad de la juventud. Y nos hemos cuidado mucho de adularle a la juventud para ponerla como el depósito de todas las virtudes, y de abstenernos de reclamarle y de exigirle, a veces en términos un poco cáusticos, con lenguaje cauterizante, para obtener una reacción más efectiva.

No hemos perdido de vista que nuestra empresa, la empresa que se formalizó el 13 de enero de 1946 con la fundación de COPEI, no tendría sentido si se agotara en nosotros, si fuera una jornada que no tuviera proyección hacia el mañana y que el día que nosotros desaparezcamos estuviera condenada al fracaso o a la mediocridad. Cuando fundamos el Partido, la mayoría éramos muy jóvenes; teníamos una representación que nos daba signo de madurez en un Pedro del Corral, que iba a cumplir 50 años y que ha sido ejemplo insobornable de desprendimiento, de constancia, de generosidad, de fidelidad, de voluntad de servicio. Los demás, clasificados de acuerdo con los reglamentos de la JRC, hubiéramos podido considerarnos todavía como dirigentes juveniles. Yo no había cumplido 30 años, me faltaban unos días para cumplirlos en la fecha de la fundación de COPEI. Y eso no podemos olvidarlo, porque nos compromete a entender los valores de la juventud y a no menospreciar las capacidades de los jóvenes porque no hayan cumplido todavía número de años.

Yo fui candidato a la Presidencia de la República a los 31 años: una aventura, sin duda, un riesgo, pero era la presencia de un movimiento juvenil y el país respondió. Porque no lo tomó como una locura, desde el momento en que frente a una eminencia como Rómulo Gallegos, que me doblada en años, pude hacer un segundo puesto honroso, con cerca de 300 mil votos, habiendo obtenido algo más de 800 mil el candidato vencedor. El país no se sorprendió; el país no tomó a mal que nos hubiéramos lanzado. Y esa ha sido la historia de Venezuela. Si Sucre murió de 35 años; Bolívar apenas llegó a 47 a todo lo largo de su existencia; ¿por qué nosotros, en un momento de trauma, de revolución, de transformación nacional, nos íbamos a inhibir ante la voluntad de luchar? Cito mi caso personal porque lo tengo más a la mano.

Pero se podrían citar muchos otros. De 20 años fui Sub-director de la Oficina Nacional del Trabajo. Menor de edad aún cuando contribuí a la redacción de la Ley del Trabajo, que con algunas modificaciones se encuentra todavía vigente. De 29 años fui Procurador General de la Nación y todo el grupo que iba conmigo era menor aún que yo. No tenemos, pues, nosotros motivo, ni tendríamos autoridad, ni razón, para no estimular a las generaciones nuevas a tomar responsabilidades cada vez que sea necesario y en la medida en que convenga. Con una circunstancia: de que no basta ser joven, por tener poca edad, para tener derecho a asumir responsabilidades. Se necesita, además, voluntad de servicio, entrega al estudio y al análisis, sinceridad y constancia en los propósitos. Pienso que cualquiera podría fundar un partido a los treinta años si tuviera suficiente influencia sobre un núcleo de personas dispuesto a acompañarlo. Lo que se necesita es después perseverancia a través de los años, en las situaciones buenas y malas, en las noches obscuras que parecen que no van a terminar nunca, en las situaciones en las cuales se cree que el país está sordo y que va a costar mucho para que la voz llegue a las grandes mayorías nacionales.

Yo pienso que la mayor de las ventajas que el partido COPEI tiene en la Venezuela de hoy es precisamente el sucederse de las generaciones. En la Convención Nacional del Partido, no en esta última, que creo fue la número XVI, en noviembre de 1979, sino en la anterior, dos o tres años antes, la número XV, en la cual fue re-electo el compañero Pedro Pablo Aguilar, yo sostuve la candidatura de consenso del compañero Eduardo Fernández, no por motivos de preferencia personal, sino porque el contacto con la dirigencia media y con las bases del partido me llevó a la convicción de que el partido estaba en la mejor disposición de ánimo para recibir su dirección que la de cualquier otro desde la Secretaría General. En esa labor que tratamos de hacer para lograr el consenso y en el que mucho se empeñó el compañero Pérez Díaz y con él y conmigo muchos otros y que no llegó a tomar publicidad porque lo que se buscaba era el consenso y el consenso no se llegó a obtener. La respuesta que se nos dio era que Eduardo era demasiado joven para aspirar al cargo de Secretario General Nacional.

Nosotros no podemos aceptar esa tesis y justamente es la suma de las generaciones, es la vinculación que existe entre los que estamos desde el primer día y los que se han ido sumando a esta lucha, lo que garantiza el porvenir, la presencia, la vigencia de COPEI, no como un partido cualquiera que puede haber tenido momentos de esplendor y así mismo puede desaparecer en la sombra, sino como un partido que tiene una responsabilidad constante, que tiene la obligación de pensar tras cada batalla en la batalla siguiente; no porque se trata de ganar mañana como se ganó ayer, sino porque se trata de proyectar una labor que sea capaz de darle a Venezuela una fórmula satisfactoria, un nivel satisfactorio de vida y de existencia.

Hay algunos partidos que tienen un gran movimiento juvenil en las universidades, pero esos jóvenes universitarios cuando se hacen profesionales van dejando año tras año la solidaridad con esos movimientos. Tienen una fuerza juvenil que se avoca en el momento de la juventud pero que no se proyecta hacia adelante. Y si una cosa nos debe llenar de profunda satisfacción a los dirigentes de COPEI es que casi todos los dirigentes copeyanos podemos decir con íntimo orgullo, que nuestros hijos comparten nuestras ideas y nuestras posiciones políticas. Unos más envueltos, otros menos; unos más entregados, otros menos a la lucha política, pero no existe discrepancia, el desengaño, la insatisfacción: porque en nosotros, en nuestra vida, en nuestra intimidad, ven la sinceridad con que luchamos por nuestras ideas, ven la entrega a nuestros principios, ven la proyección íntegra que formulamos hacia el porvenir.

Pasa lo mismo en otros partidos demócrata-cristianos de América Latina. No, desgraciadamente, en algunos de los partidos europeos, en que los dirigentes van por un camino y sus hijos representan la contradicción con lo que ellos sostienen. Para nosotros, fundadores del Partido, así como nuestros hijos, los de nuestro propio hogar, los jóvenes son también hijos del espíritu copeyano, hijos de la proyección que hemos lanzado, y nos sentimos responsables por ustedes y nada nos podría afectar más que ustedes se sintieran insatisfechos, traicionados, frustrados, ante el mensaje que estamos obligados a darles.

¿Qué es la juventud? Alguna vez dije, y un dirigente de la juventud mundialista tuvo la amabilidad de repetir mi frase, que «se es joven mientras se mira al pasado sin nostalgia y al porvenir sin temor y sin angustia». Es la proyección hacia adelante, es la negación de que todo tiempo pasado fue mejor; es la idea de que tiene que ser mejor todo tiempo que venga; y de que nuestro deber es el de luchar para proyectar más en lo adelante la vida, el espíritu y la esencia del Partido. Algunos estudios que se han formulado (hay un informe francés sobre este tema) dicen que la juventud es el fenómeno de una madurez biológica acompañada de una espera en la asunción de responsabilidades directas en la vida de una sociedad. Este es un fenómeno realmente especial y desde cierto punto de vista tal vez sea cierto. Por eso la juventud tiene como su ambiente natural, como su fuente natural, el estudiantado. El estudiante, que se siente biológicamente hombre, que ha madurado en su cuerpo, en su cerebro, en su espíritu, que tiene ideas suficientes para concebir la dirección de la vida de un país, está todavía esperando concluir una etapa, que se alarga a través de los mecanismos que existen en las sociedades modernas (los post-grados, los doctorados, toda esa serie de procedimientos que van alargando el momento de tomar de lleno la responsabilidad) y que por eso están en una posición incómoda: capaz de analizar, capaz de formular soluciones, pero todavía alejada de la responsabilidad directa en la toma de las decisiones.

Tal vez sea esto cierto, a lo menos en parte, y por eso tal vez sea tan difícil, a pesar de que se ha hecho el esfuerzo, no sólo por nosotros los dirigentes políticos sino por dirigentes religiosos, por dirigentes sociales y de toda índole, para que los jóvenes campesinos y los jóvenes obreros formen parte integral, activa e importante de los movimientos juveniles. Lo cierto es que un joven campesino de dieciocho o veinte años es eso: un campesino joven, más que un dirigente juvenil. Por eso un joven obrero, entregado ya a las tareas de responsabilidad y muchas veces padre precoz de un hogar formado en plena adolescencia, es un obrero joven, más que un dirigente juvenil. Por eso, en el mismo sector femenino, la mujer que no es estudiante sino que tiene otras tareas, es una mujer joven más que una dirigente juvenil. De todas maneras, estos sectores hay que incorporarlos, hay que trabajarlos, hay que acercarlos, pero no podemos negar que no es por descuido, no es por negligencia hacia los otros sectores, sino por circunstancias específicas de su propia integración sociológica y sicológica, por lo que el movimiento juvenil caudaloso, en todos los países del mundo, está integrado especialmente por el movimiento estudiantil.

El Canónigo Cardijer formó la Juventud Obrera Católica (JOC), con cuánto esfuerzo, con cuánto trabajo, y logró hermosas realizaciones, pero qué difícil ha sido constituir con ella un gran movimiento mundial. A veces se nos habla de jóvenes campesinos y se nos presenta a niños de 14 o 15 años y aún de menos, en instituciones tan importantes como los llamados Club 5-V. Es indudable que la responsabilidad central está en el estudiantado, y como en el trópico, por razones perfectamente conocidas, la presencia del ser humano empieza antes que en otros lugares, lo que fue la lucha por organizar la juventud universitaria se ha ido extendiendo a la lucha por organizar la juventud liceísta, que llega a ser, como lo fue en Nicaragua en las jornadas del derrocamiento de Somoza, un factor primordial, el más numeroso y quizás el más significativo dentro de una acción colectiva.

Hay que trabajar a esa gente. Hay que trabajarla, moverla, atraerla, dirigirla, comprenderla, hacerle sentir la nobleza de nuestra dirigencia, el sentido de abnegación y de moral, la vocación de servicio, la voluntad de entrega, que es fundamental para lograr el apasionamiento en la juventud. He tenido la experiencia, después de que dejé el Gobierno, de asistir a muchas reuniones en las cuales se me ha designado padrino de promociones para grados de estudiantes de bachillerato. En muchos casos, naturalmente, la iniciativa surgió de estudiantes demócratas cristianos. No en todos. En algunos surgió en forma casi espontánea de muchachos que no tienen una identificación política. En el contacto con estas promociones, en las visitas a numerosos liceos en casi todos los estados del país, he encontrado una disposición receptiva, un deseo de valorar esfuerzos, una actitud de estímulo que verdaderamente emociona, que verdaderamente compromete, un deseo de darle reconocimiento a los esfuerzos que se hacen por servirle al país y por servirle a la juventud.

Yo creo que en este momento es indispensable realizar una labor como la que se proyecta en estos documentos, para que las luchas de la Juventud Revolucionaria Copeyana no sean combates intestinos de estados mayores que se disputan posiciones, sino proyección hacia la base, movilización de la base, presencia cada vez más intensa y cada vez más continua de la idea, de la actitud y de los ideales.

Tenemos que tener por eso clara la necesidad de formación; en la formación tenemos que ser robustos, auténticos. Lo peor que puede pasarle a un dirigente y está condenado al fracaso, y es la historia de personalidades brillantes que se frustraron como una luz cualquiera de bengala, es dar la sensación de inautenticidad. El dirigente tiene que trasmitir la sensación de que siente lo que predica y que está dispuesto a trabajar, a esforzarse, a entregarse, a arriesgarlo todo. Cuántas veces no se ha arriesgado la vida y tendrá que volverse a arriesgar, y no sólo la vida sino muchos otros atributos como la vida familiar, como la misma tranquilidad que muchas veces buscan numerosas personas en medio de un egoísmo que les hace olvidar los compromisos colectivos. La formación tiene que ir a eso: a saber claramente qué es lo que nosotros vamos a sostener y sostenerlo, con tranquilidad, con la tranquilidad de quien sabe lo que debe hacer y de que esto le trae automáticamente el respaldo de muchos, quizás más de lo que pudiera al principio imaginar.

Es grande la responsabilidad que tenemos. Indudablemente, COPEI no salió a la vida para darse el gusto de gobernar y resolver más o menos algunos problemas. Es verdad que tenemos obligaciones inmediatas, urgentes. Tenemos que dar sensación de eficacia, tenemos que hacer funcionar los servicios públicos, tenemos que garantizar la seguridad personal, tenemos que desarrollar un programa de vivienda, tenemos que enfrentar el terrible mal de la inflación para dar soluciones a las necesidades y a las angustias en materia de costo de la vida. Pero hay algo fundamental, esencial. Ya lo dijo Abdón en sus palabras, que estuvieron muy claras y fueron muy positivas y muy emocionadas –que espero hayan sido escuchadas con mucha atención por todos los presentes–: tenemos que ir al rescate del principio moral, tenemos que darle a los pobres hechos, realidades. Un mensaje trasmitido para la construcción de una nueva sociedad, una sociedad nueva, que sea capaz de ofrecer un modelo para estimular, alentar a los países hermanos de América Latina.

Y si algo tenemos la obligación de hacer ahora es estudiar la fórmula de ese modelo de desarrollo, de ese modelo de sociedad que nosotros tenemos que ofrecer. Nosotros tenemos que resolver un problema fundamental: ¿Cuál es la sociedad que queremos? ¿Es una copia, acaso, una copia fiel al carbón de la sociedad industrializada que está llegando ya a su máximo límite y que está buscando otras fórmulas para el porvenir? Esto no es deseable ni factible. Tenemos que ver qué es lo que vamos a realizar, a fondo, porque el petróleo nos da ocupación para el 0,5% de la población activa, y una agricultura moderna, que sea capaz de proveer alimentos para toda nuestra población, no va a necesitar, si usa maquinaria, fertilizantes y capital, más de un 5 a 8%, a lo sumo, de esa población activa; y la industria manufacturera, que es cada vez más capital-intensiva y menos trabajo-intensiva, y que requiere grandes inversiones para darle ocupación bien remunerada a algunos empleados y obreros, no va a dar empleo suficiente, remunerador, probablemente, ni siquiera al 10% de la población activa. Sumando el petróleo, una agricultura moderna, y una industria muy desarrollada, no vamos a llegar a asegurar ocupación para el 20% de nuestra población activa. Y mientras tanto el país crece, la población crece por sí misma y también por el crecimiento migratorio que de una manera u otro, por los halagos de la moneda, es incontenible.

Y hablamos de la marginalidad, pero tenemos que buscar soluciones a fondo, así como tenemos que buscar soluciones a fondo para el régimen político y económico. Yo he hablado con Abdón muchas veces sobre el tema de la propiedad comunitaria. Yo no le tengo miedo al tema de la propiedad comunitaria. No podemos estar nosotros hablando en abstracto de esta idea y callándonos en las campañas electorales porque nuestros adversarios deforman la idea, la presentan como un hecho distinto de lo que es, la asoman como un «coco» para asustar a muchos electores y nos reducen a un prudente silencio. Ya es tiempo de que ensayemos formas reales de propiedad comunitaria para que cuando tengamos éxito con ella podamos decirle al país: esto es lo que nosotros entendemos por propiedad comunitaria. Esto que se está realizando aquí, esto es lo que nosotros deseamos y perseguimos y estamos dispuestos a multiplicarlo dentro de los ámbitos de una concepción realista del ambiente, de la zona económica y política en que nos encontramos y dentro de las posibilidades y conveniencias del país.

Yo pienso, por ejemplo, en el caso de «Montaña Verde». Seguramente, muchos de ustedes saben de qué se trata cuando hablamos de «Montaña Verde». Es una finca productora, especialmente de caña de azúcar, en la jurisdicción del Distrito Torres del estado Lara, a unos cuantos kilómetros de Carora. Durante mi gobierno se expropió y fue un escándalo el que los grupos de presión formaron por la medida de expropiación. Concurrió a los tribunales para pedir la nulidad de ese Decreto un abogado que después fue el primer Ministro de Agricultura que nombró el Presidente Carlos Andrés Pérez. Luchamos en los tribunales, ganamos la pelea. Cuando estuve en la campaña electoral en Carora, fui invitado a cenar con los campesinos allá en «Montaña Verde», y encontré el ejemplo de una comunidad feliz, con viviendas higiénicas, con espíritu de trabajo, con organización cooperativa y con un rendimiento tal, que los responsables del Central azucarero La Pastora me dijeron que la mejor caña que llegaba era la de «Montaña Verde». ¿Por qué no nos ocupamos de divulgar este ejemplo? De presentarlo, de llevar a la gente para que lo vea, de multiplicar este experimento, si no en forma total y excluyente, por lo menos una parte de su derivación, para que puedan obtener una vida mejor. Son muchas las cosas que se pueden hacer. Yo quisiera que la juventud nos estimulara para hacerlo. Que la juventud sea para los dirigentes del partido y del gobierno el aguijón de la conciencia, que la juventud rechace las tentaciones de la concupiscencia, de la comodidad y del lucro fácil; que sea siempre el factor que nos anime, que a todos nos mantenga despiertos, que a todos nos mantenga obligados a llevar la acción hacia adelante.

Y digo esto porque me siento con autoridad para decirlo. Porque en medio de muchas dificultades, fueron muchos los pasos que se dieron en el sentido de afirmar la posición ideológica, la proyección doctrinal de un gobierno copeyano. Yo estoy satisfecho de haber denunciado por acto de soberanía el Tratado bilateral de Comercio que nos vinculaba con Estados Unidos, dando demostraciones de que un gobierno copeyano tiene conciencia de lo que es su responsabilidad para mantener la soberanía nacional. Yo tuve choques difíciles con fuerzas económicas y el más grave de todos, cuando al ver que ya no se reformaba la Ley del Trabajo, dicté un nuevo Reglamento de la Ley del Trabajo que vino a poner fin al régimen de excepción que al campesino lo mantenía fuera de la protección igual que tienen los obreros, a través del antiguo Reglamento del Trabajo en la Agricultura y en la Cría, que quedó derogado por acto mío.

Yo tuve la satisfacción, aunque me costara el resentimiento –que mucho duró- de personas a quienes aprecio verdaderamente, productores importantes del estado Zulia, de decirles que si me botaban la leche para obligar a subir el precio iba a aplicarles el Decreto de la Junta Revolucionaria de Gobierno de 1946, contra el acaparamiento y el agio. Y yo tengo la satisfacción de decirles a ustedes que si los precios del petróleo han subido y se ha puesto de manifiesto la injusticia a que antes estábamos sometidos, la primera acción la tomó Venezuela, sosteniendo en el seno de la OPEP lo que no querían aceptar los países árabes, de que había que planificar la producción y defender los precios, de que la cuestión no estaba en aumentar indefinidamente la extracción y venta del combustible, sino que era necesario ponernos de acuerdo y asumir por soberanía la fijación de los precios de referencia. Y fue después de la Convención de Caracas de 1970 cuando por primera vez se tomaron determinaciones, en virtud de las cuales se hizo un aumento de precios por obra de acuerdo de la Organización, en la Convención de la OPEP de 1971.

Esa vez fue pequeño, pero el ensayo tuvo éxito, y en 1973, por razones políticas que nosotros no compartíamos –porque en el seno de la OPEP hemos distinguido perfectamente la solidaridad que nos vincula a todos los países exportadores de petróleo de los objetivos políticos que algunos de esos países puedan tener en un conflicto del que nosotros no somos parte–, se pudo demostrar que había fuerza suficiente para, por primera vez en la historia, fijar el precio de una materia prima por decisión de los productores que estaban siempre sujetos a la coyunda de los consumidores. Y si no se llegó a la nacionalización del petróleo fue porque se necesitaba un acto jurídico del Congreso, porque había que asegurar primero los precios en forma suficientemente rendidora para poder lanzarse a la aventura, sin correr riesgos de graves fracasos; en cierta manera, como podríamos decir imitando el lenguaje torero, preparamos al toro, lo pasamos de naturales, le bajamos la cabeza, lo castigamos y lo pusimos ya listo para que se rematara la faena. Este ejemplo de COPEI, ese compromiso de COPEI está vigente.

Cuando yo llegué al gobierno, más del 70% de las viviendas que se habían construido en los años anteriores eran para la alta clase media y menos del 30% eran para las clases populares. Cuando entregué el gobierno, más del 70% eran para las clases populares y menos del 30% eran para la alta clase media. Esto en cuanto a las viviendas construidas por el antiguo Banco Obrero, hoy INAVI, y por los otros organismos oficiales. La cifra me la recordaba, precisamente, en meses pasados, el actual presidente del INAVI, arquitecto Leander Quintana.

Hicimos un gran esfuerzo, pero eso no basta. Tenemos que realizar una proyección hacia adelante, y esa proyección no tendría sentido si no tuviéramos seguridad de que las nuevas generaciones vienen acompañándonos, estimulándonos, empujando, para que en el momento en que nosotros desaparezcamos ese movimiento no se frustre sino que continúe avanzando. Y para eso necesitamos un partido unido. El mensaje de Abdón ha sido profundamente claro, profundamente valioso. Le hacen muy poco favor al Partido quienes pretenden que su Dirección Nacional no representa sino una fracción del mismo. Eso nunca ha pasado en COPEI. No porque muchas veces no hayamos debatido y no hayamos presentado candidaturas distintas a las posiciones dirigentes o a la lucha en medio del panorama nacional. Somos una fuerza unida, y yo estoy convencido de que la mayoría de los organismos regionales y funcionales que hayan podido votar por una fórmula distinta de la que resultó ganadora en la convención de noviembre están claros en su voluntad y en su propósito de engrosar la fuerza, de no convertir a COPEI en una federación de grupos que se pelean entre sí y que agotan sus energías en una lucha interna, sino de constituir una sola fuerza compacta, íntegra, que marcha hacia adelante, dentro de la cual se respetan las opiniones, se respetan los puntos de vista, se acepta –como tiene que aceptarse en un partido democrático y cristiano- la integridad de la conciencia de cada uno, la dignidad de la persona humana de cada uno, pero todos perfectamente integrados en la obligación de ganar el porvenir. Y muy pobre servicio le hacen al gobierno del compañero Herrera Campíns quienes pretenden que sólo lo apoya una fracción del partido, cuando la verdad y la necesidad coinciden en el hecho de que el partido todo está solidarizado y comprometido en la gestión de gobierno. En este sentido, hay que estar claros y hay que ser firmes y hay que ser positivos, y la juventud ha dado muchas veces ejemplo de esta convicción, cuando en el seno del partido ha habido confusiones en relación con este objetivo fundamental.

Tenemos que marchar hacia adelante. Y cuando hablamos de que después del período presidencial del compañero Luis Herrera hay que continuar una gestión para profundizar su acción, para precisar los programas, para realizar muchas cosas que en este quinquenio será imposible realizar –porque en gran parte se va a ir en corregir los vicios generados de la administración anterior–, estamos señalando una consecuencia legítima de la esencia de COPEI, que  tiene que manifestarse especialmente en el compromiso, en la voluntad y en el propósito; integrados todos, sin temor.

Yo nombré Ministro de Obras Públicas a José Curiel cuando tenía 30 años y era uno de los ministerios más delicados y más importantes de la Administración Pública. Y a juicio de mucha gente, copeyana y no copeyana, fue uno de los ministros más eficaces que han tenido los gobiernos de la democracia. Pero, no se establecieron diferencias entre el de 30 y el de 50; no se establecieron diferencias entre unos grupos u otros, todos hicimos lo posible y si no logramos la victoria en el 73, sí logramos crecer el 50% de la votación y en la opinión pública. De un millón pasamos a millón y medio de votos en apenas cinco años de gestión, contra todos los obstáculos y contra todas las adversidades, sin haber podido ejercer a plenitud la función de gobierno. Y más tarde, cuando se comparó esa gestión con la que le sucedió, se nos abrió el camino para el triunfo que se obtuvo en las elecciones de diciembre de 1978 y en las elecciones municipales de junio de 1979.

Pero todo ello requiere que no perdamos la visión del camino; que no nos perdamos en los vericuetos de la pequeña trampa política o en la pequeña sensación de hostilidad contra lo que representa esta unidad y esta afirmación. Por eso me entusiasma que, apenas al primer año de gobierno, la juventud esté consciente de que es fuerza primordial en la existencia del Partido, pero no satisfecha hasta que movilice los grandes contingentes juveniles de Venezuela, que están esperando ese mensaje, que están esperando ese liderazgo.

Lo más grave que enfrenta actualmente la opinión pública venezolana es esta especie de desconfianza en el porvenir, es esa especie de duda en lo que va a venir, es esa propaganda malévola que trata de desprestigiar la democracia y la libertad porque no han obtenido los altos fines de la justicia social y económica. Pero, no es posible olvidar que renunciada la democracia y la libertad, los demás objetivos se hacen más difíciles de alcanzar. Los ejemplos sobran.

Con esta visión muy definida de lo que se ha conseguido y de lo que falta por conseguir, con la seguridad de que la libertad es indispensable para seguir marchando y de que el Partido es el mejor baluarte de la libertad, trabajemos intensamente para organizarnos cada día mejor y hagamos de la Juventud Revolucionaria Copeyana la avanzada efectiva en el combate sin tregua, por la justicia social en una Venezuela mejor.