Este reconocimiento por parte de los trabajadores venezolanos, Rafael Caldera siempre lo sintió como uno de sus mayores logros.

Lo fundamental en el movimiento sindical ha sido su disposición a jugárselo todo por defender las libertades conquistadas

Palabras improvisadas de Rafael Caldera en el homenaje, por sus sesenta años de vida, que le hiciera la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), el 26 de febrero de 1976.

Me siento muy emocionado al recibir este agasajo que en forma tan cordial ha querido hacerme la Confederación de Trabajadores de Venezuela y más emocionado aún porque he escuchado conmovido las nobles y generosas palabras con que ha ofrecido el agasajo mi buen amigo, el gran luchador sindical, Presidente de la CTV, José Vargas. Creo que actos como éste tienen una significación ejemplarizante mayor que muchos tratados, que muchos discursos, que muchas consideraciones sobre la realidad política y social de Venezuela. Es un ejemplo el que los trabajadores dan para las actuales y las futuras generaciones al no regatear su estímulo, su palabra de solidaridad, a quienes hemos tenido la alta y honrosa responsabilidad de dirigir por voluntad del pueblo el Gobierno de nuestro país.

Para una generación como la mía, nacida en una noche oscura, que parecía culminación y definición permanente de una serie de regímenes caracterizados por la violencia y la arbitrariedad, el cambio profundo que Venezuela experimenta se nota especialmente en la conciencia de los trabajadores. Y los trabajadores han sido y, algo que es muy importante recalcar, continúan y continuarán siendo la fuerza más firmemente dispuesta y más eficazmente estructurada para defender las instituciones democráticas que con tanto esfuerzo, con tanta lucha y con tanto sacrificio ha estructurado el pueblo de Venezuela para honra y dignidad de nuestra República.

Ha dicho José Vargas que este homenaje se ha retardado un poco porque los trabajadores, cuando terminó el anterior período constitucional, se entregaron de lleno a la organización de su Congreso. Yo pienso que el transcurso de dos años le da una significación aún mayor. No es ocioso en este caso pensar que ese añejamiento, como sucede con los vinos, le da mejor sabor y mayor solera al homenaje, porque tal vez, si se hubiera hecho en el momento de salir, podría tener una significación más bien de cortesía, ya que tal vez no había habido tiempo de reflexionar y meditar.

Estos dos años transcurridos y este encuentro cordial y solidario significan, a mi modo de ver, una mayor decisión, una conciencia más clara de lo que a través de mi persona se ha querido hacer, que sin duda es estimular la democracia venezolana. Porque cuando en 1958 comenzamos una nueva experiencia, todos los que en alguna forma ejercimos funciones de dirección estábamos aportando nuestra cuota de sufrimiento; de la mía, de la de mi familia, poco me he atrevido a hablar porque ella fue pequeña en comparación a la que otros aportaron, y entre los que aportaron más sin duda, estuvieron los dirigentes sindicales que recibieron la confianza de los trabajadores que los vieron años atrás encabezar sus movimientos y después probar la sinceridad de sus convicciones, la firmeza de sus ideales, arrostrando la persecución, la cárcel y el exilio, antes que claudicar y entregar sus banderas frente al retroceso que se imponía en nombre de una supuesta realidad venezolana.

Los trabajadores venezolanos jugaron un papel en la democracia naciente que hace cuarenta años comenzaba a balbucear, después de extinguirse por hecho natural un poder absoluto y omnímodo que durante veintisiete años acumuló la mayor suma de arbitrariedad que registra nuestra historia y la historia de cualquier país hermano. Pero esos mismos trabajadores mantuvieron siempre encendida la luz de la esperanza en las horas más negras y, sobre todo, mantuvieron diáfana en el espíritu la idea de que el progreso social a que aspiraban no se podía lograr con mengua de la libertad y de la dignidad humana, que había que recuperar la libertad y ejercerla a plenitud para que la lucha de los trabajadores por la justicia social tuviera base firme y pudiera dar los más satisfactorios resultados.

Hace precisamente cuarenta años estaba empezando una experiencia laboral en Venezuela. Mañana, el Sindicato de Obreros y Empleados Petroleros de Cabimas conmemora los cuarenta años de su fundación. El domingo 29 de febrero –para que se vea que no todos los años bisiestos son malos– se cumplen cuarenta años de la creación de la Oficina Nacional del Trabajo y de las primeras cinco Inspectorías del Trabajo, en las cuales se repartió la función inicial de velar por el cumplimiento de las leyes en todo el Territorio Nacional.

El 16 de julio van a cumplirse cuarenta años de la promulgación de la Ley del Trabajo, y cuando se observa retrospectivamente aquel panorama confuso, adquiere mayor realce y significación el hecho de que se hubiera logrado la promulgación de una Ley, que en su momento representó una de las más avanzadas del Hemisferio y parangonable con la de los países más desarrollados de la tierra, a pesar de que la controversia política, las dificultades para el entendimiento de los hombres, las interrupciones en el ejercicio de las garantías ciudadanas, parecían poner en peligro el propósito de dotar a Venezuela de una legislación de avanzada, y los trabajadores tomaron en sus manos esa Ley y la hicieron forma de vida permanente y entregaron su lucha a los ideales que contenía para convertirla en base de un progreso ininterrumpido, de una transformación que no ha terminado, ni puede ni debe terminar, pero que se basa justamente en el cerebro, el músculo y el corazón de las masas obreras organizadas de Venezuela.

Se ha recordado en esa hermosa placa que me ha dado la Confederación de Trabajadores de Venezuela la circunstancia de que hace unos días cumplí 60 años de vida. Sesenta años que, gracias a Dios, no han sido precisamente de descanso, ni de indolencia comodona. Sesenta años intensamente vividos en una época singular e inolvidable de la Historia de Venezuela. Quienes estamos viviendo estos años tenemos que agradecer el privilegio de participar en ellos, por la significación trascendental que han tenido para la vida del país. Recuerdo que en unos días como éstos, después de haber leído el Presidente López Contreras el célebre y largo documento que se llamó «Programa de Febrero» (que fue en cierta manera el remate de los acontecimientos ocurridos el 14 de febrero de 1936), el Ministro Diógenes Escalante me llamó para preguntarme si estaba dispuesto a asumir una responsabilidad en la Oficina Nacional del Trabajo que se iba a crear. Yo no conocía al Ministro Escalante, y él, de mí, lo único que sabía era que había publicado tres artículos en un Diario de esta capital, en los cuales exponía algunas ideas que en lo fundamental coincidían con las suyas. Acepté. Era menor de edad: como dato anecdótico, no podía encargarme de la Dirección cuando se separaba el Director, porque los juristas consideraban que no tenía todavía personalidad suficiente en el Derecho Público para firmar los documentos, y se encargaba conmigo el Inspector del trabajo, que formaba parte del personal adscrito a la Oficina. Sentí profundamente aquella experiencia, y comencé a conocer de cerca a los grandes líderes del movimiento sindical venezolano.

Y creo que es un motivo de reflexión interesante el ver que hoy, después de 40 años, que no son poca cosa, los grandes líderes reconocidos, respetados, acatados y seguidos por toda una floración de nuevos dirigentes que se ha ido forjando a través de los años, son en gran parte, sino en su totalidad, los mismos hombres que empezaron a luchar, hacer su aprendizaje en la acción, en la lucha sindical que comenzó en 1936 o en los años subsiguientes. Esto indica que tenían claro el rumbo, que estaba la orientación bien fijada. No eran entonces gente egresada de escuelas o institutos sindicales, que no existían. Algunos han recordado después, que fueron enviados por los incipientes movimientos políticos a cumplir una tarea enteramente nueva para ellos, actuar en el campo sindical. Pero tenían ante sus ojos claramente planteados dos objetivos: uno, el de la lucha por elevar las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera; y otro, el de asegurar simultáneamente la conquista y fortalecimiento de los derechos políticos, que siempre se juzgaron (y que es indispensable tener presente hoy en igual forma) como la condición fundamental e indispensable para que un movimiento obrero, fuerte y constantemente renovado, pudiera realizar obra de aliento. En el curso de los años hemos visto los venezolanos de mi generación convertida en realidad esa democracia que parecía imposible, la experiencia del siglo pasado y de los primeros decenios de este siglo era la de que la democracia había sido ensayo fugaz, siempre frustrado ante la fuerza, que parecía un hecho fatal en la vida de Venezuela.

Ya de 1958 para acá estamos viviendo la democracia como forma de vida permanente. Hay quienes llegan a decir que ha durado mucho: lo dicen por ceguera, por apresuramiento, por equivocación, como si la libertad fuera para ejercerla breve tiempo y entregarla después al desván de las cosas inútiles. Hay quienes llaman «viejos partidos» a los que surgieron de los años treinta para acá, que se consolidaron y se fortalecieron, y se institucionalizaron de los años cuarenta en adelante; cuando una de las características interesantes de la democracia venezolana es la de que los viejos partidos, aquellos que llegaron en el siglo XIX a dirimir sus controversias en los campos de batalla, murieron con Juan Vicente Gómez; y eminentes personalidades cargadas de méritos trataron de revivirlos cuando se anunció el advenimiento de la libertad, y el pueblo no tuvo oídos para ellos, porque Venezuela había cambiado, y el pueblo sentía la necesidad de nuevas ideas, nuevos programas, nuevas formulaciones, como correspondía a una Venezuela moderna.

Es para nosotros satisfactorio ver que ya un cuarto período constitucional está cumpliéndose con regularidad y que el poder ha pasado de las manos de un partido a otro sin traumas, ni retrocesos. Es para nosotros realmente un motivo singular de fe en nuestro país y de esperanza en las proyecciones del futuro el ver compartiendo responsabilidades en la dirección del movimiento sindical a hombres que militan en distintos partidos políticos, que se combaten en la calle, que toman posiciones a veces aguerridas en las trincheras del debate político, y que sin renunciar a su propia identificación, en el seno de los organismos sindicales saben colocar los intereses de la clase obrera y los intereses del país por encima de sus intereses de partido. Es una lección perenne la que se está dando, y es conveniente que el país sepa aprovechar y valorar esa lección, porque cuando se hace una propaganda sin tregua para devaluar la imagen de los partidos políticos, para achacar al sistema democrático vicios que han sido peores en todas las tiranías y que no son consecuencia del sistema sino que se dan a pesar del sistema porque son resultado de otras causas y de otros factores, cuando se trata de presentar a los grupos políticos organizados como organizaciones sectarias dispuestas a negar a troche y moche los derechos y posibilidades de los otros, el ejemplo de los hombres que militan en partidos y de los independientes que comparten la dirección del trabajo organizado en Venezuela sirve para recordar que esas toldas tienen respeto a los deberes específicos de cada uno dentro de su campo propio, y que ningún partido se atrevería a llegar al extremo de ordenarle a sus respectivas fracciones en el seno de la CTV, o de las Federaciones, o de los organismos sindicales, actitudes que traicionaran a su clase o que perjudicaran al país, porque tendrían automáticamente el repudio de su propia gente y de la conciencia nacional.

José Vargas ha dicho cosas muy trascendentes esta noche, y yo quiero complementarlas con esta afirmación: durante los cinco años en que tuve el altísimo honor de ejercer la Presidencia de los venezolanos, años que no fueron precisamente fáciles, siempre conté con la disposición de los trabajadores a dialogar, con la disposición de los trabajadores a comprender, con la disposición de los trabajadores a colocar los intereses del país por encima de cualquier interés mezquino. Siempre encontré en los trabajadores receptividad para aceptar y valorar la buena fe con que se estaba gobernando, esa buena fe de que esta noche ha dado tan elocuente testimonio el Presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela en sus generosas palabras.

Una vez reuní en Miraflores a un grupo de dirigentes empresariales y a un grupo de dirigentes laborales para hablar acerca de los problemas del país, acerca de los conflictos que algunas veces se suscitaban de manera intempestiva y acerca de la necesidad de mantener el diálogo entre los dos principales factores de la producción, y recuerdo que un dirigente empresarial me dijo: «Presidente, hay muchos inversionistas en el exterior que quieren invertir para el desarrollo de Venezuela, pero que nos preguntan cuál es la situación sindical en nuestra patria» y José Vargas, casi saltó de la silla, y sin dejarme contestar de inmediato expresó: «dígales, Presidente, sin preguntar de qué país son, que esas condiciones son aquí mejores, más sólidas y más justas que en su propio país o que en cualquier otro país». Y los trabajadores saben, y los dirigentes políticos sabemos, que ha habido la tendencia de juzgar en forma desfavorable o prevenida los hechos sociales en nuestro país, por gente que a veces proviene de otras naciones dentro de las cuales los problemas obreros han llegado a tener mucha gravedad.

Mucha gente consideraba normal el que la industria del acero se parara en Estados Unidos durante varios meses, o que durante varios meses estuvieran en huelga los trabajadores portuarios de Nueva York, se rasgaban las vestiduras y querían producir escándalos en el momento en que los trabajadores de Venezuela se disponían a tomar una actitud en defensa de sus derechos en alguna industria importante. Pero esa injusta apreciación, nunca hizo que los dirigentes sindicales perdieran la conciencia clara de la situación, que nunca se fueran más allá de donde convenía ir, y que siempre estuvieran dispuestos a negociar, aun a costa a veces de su propio prestigio personal o de su propia comodidad, soluciones que consideraban necesarias para la economía venezolana.

Este testimonio tenía que darlo y creo que ninguna ocasión mejor que ésta para hacerlo. Realmente, si pude gobernar cinco años democráticamente sin tener mayoría en el Congreso, ni en la mayor parte de los Cuerpos Deliberantes, atravesando una situación económica que al principio estuvo erizada de dificultades y lanzándome en una lucha de afirmación nacionalista que, con la ayuda de la Providencia, dio satisfactorios resultados, en lo fundamental pude hacerlo porque la conciencia democrática del pueblo venezolano en que confiaba, demostró ser sólida y clara, y porque conté siempre, como un factor de alta prioridad, la disposición patriótica y el sentimiento democrático de los dirigentes sindicales de Venezuela. Ellos son en una gran parte los autores de eso que en la apreciación de observadores extraños constituye un milagro.

Al agradecer esta noche este acto trascendental, al recibir esa placa que contiene uno de los testimonios más valiosos que podría exhibir, al agradecer también a la Federación de Trabajadores de Carabobo la placa que ha querido obsequiarme esta noche con motivo de este homenaje, creo de mi deber concluir mis palabras con un llamamiento: Trabajadores de Venezuela: la democracia conquistada hay que defenderla todos los días, y su defensa no está principalmente en los campos de la lucha física, sino en el mantenimiento de la fe y de la conciencia democrática de los venezolanos. La democracia no es algo que se asegura por el hecho de que estemos prestos a defenderla a riesgo de nuestras vidas y a costa de nuestra sangre muchos venezolanos, en un momento en que pueda presentarse una situación de conflicto violento; la democracia se defiende manteniendo el hecho de conciencia nacional que la considera un sistema irrenunciable de vida.

Hay una especie de ciega, o tal vez, en algunas ocasiones quien sabe si mal intencionada voluntad, una especie de diario ejercicio de descrédito para la democracia. Los trabajadores saben que de aquel trabajador que en 1936 no tenía límite en la jornada de trabajo, ni descansos, ni vacaciones, ni seguro, de aquel trabajador que en algunos casos permanecía en su labor durante varios días seguidos sin descanso y que en el momento del despido no tenía la menor garantía, al trabajador que hoy encuentra instrumentos, organismos para defender sus derechos, garantías en la Ley y en sus convenios colectivos y posibilidad de luchar por mayores y más efectivas reivindicaciones, ese paso del trabajador de 1936 al de 1976, ha sido logrado porque se ha podido alcanzar la libertad para expresar las ideas, la libertad para organizar la fuerza sindical, la libertad para actuar sin que la persecución coarte la acción de los líderes y de la base de los trabajadores.

Perder esas libertades no sería sino el camino abierto para perder los derechos sociales que se han conquistado. Es necesario, día tras día, que esa función pedagógica que los dirigentes sindicales han cumplido se siga cumpliendo, con la idea de que la democracia conquistada no es una meta ya alcanzada sino una etapa en el camino para lograr más profundas transformaciones sociales y más hondas reivindicaciones.

Yo sé que no son justas muchas acusaciones que se formulan a los dirigentes sindicales. Es posible que, en algunas ocasiones, algunos de los vicios inherentes a todo tipo de organizaciones y estructuras puedan haber hecho daño al movimiento sindical. Pero lo fundamental en el movimiento sindical ha sido la disposición a jugárselo todo por la defensa de las conquistas fundamentales, de la dignidad del hombre, de las libertades públicas y de los derechos sociales y la voluntad de que esta fuerza sea un motor permanente para una estabilidad dinámica que ofrezca nuevas perspectivas y pueda a vuelta de algún tiempo conducir a una nueva sociedad.

Esta noche aquí, en este acto, que es sindical y es político, pero político de la más alta política, de la política que se tiende por encima de las banderías y de los partidismos, de la política que piensa en las instituciones fundamentales de Venezuela, yo quiero renovar mi fe en la democracia venezolana, con la experiencia de cuarenta años intensamente vividos, a partir de aquel 1936 en que comenzaron a cambiar hondamente las cosas en Venezuela, hasta el momento de hoy en que el país nos reclama a todos una nueva visión para ofrecer nuevas perspectivas, nuevas posibilidades y nuevas formas de relaciones sociales.

Yo estoy seguro de que los trabajadores serán ese factor de conciencia, de energía y de entusiasmo, que guiará siempre al pueblo venezolano, para enriquecer su entusiasmo por la conquista de un orden mejor y más justo, por la realización cada vez más plena de la justicia social nacional e internacional y por el fortalecimiento de la libertad y de las instituciones democráticas, que más que el petróleo constituyen para nosotros el primer timbre de honor, el primer motivo de orgullo con que podemos presentarnos en la familia de los pueblos latinoamericanos.

Muchas gracias.