Recorte de El Universal del 22 de enero de 1936 donde aparece publicado este artículo de Rafael Caldera.

Preparando el mañana

(Política Social)

Propicios, en verdad, son la hora y el campo para la realización de la política social de Venezuela. La hora nos coloca en condiciones de aprovechar la experiencia ajena. Su enseñanza nos permite tender con paso firme hacia aquello que ha dado el mejor resultado, sin tener que sufrir las dolorosas conmociones que en otras partes han precedido esas conquistas. Cuanto al ambiente, hay enormes riquezas y escasa población; y cuando comience a hacerse perceptible el aumento de ésta, ya deberá estar elaborado un programa que haya evitado las causas del mal: es bastante más fácil evitar causas que borrar consecuencias. De esta manera nuestra marcha al porvenir de nación grande no habrá de tropezar con el obstáculo fundamental que ha conmovido de raíz los Estados modernos.

Plan de trabajo

Una vez que el Ejecutivo Nacional haya aceptado la oferta que la Ley le hace (la disposición no es otra cosa que una oferta), proveyéndose de un organismo encargado especialmente del estudio del problema social, éste será el llamado a pesar las razones en pro de una o de otra medida y lentamente iniciará experimentaciones para seguirlas o troncharlas según sus resultados. El Ejecutivo en su carácter de empresario (me refiero a la actividad de Obras Públicas), ya ha mostrado una preocupación de justicia social. Ello es indicio de que también la revelará en su faz de guardián de las instituciones. Esta creencia que en mí existe me mueve a recalcar sobre el acierto en la escogencia previa de quien habría de ser el Jefe del Servicio del Trabajo en el Ministerio del Interior. Un individuo, por sobre todo, ecuánime; de gran calma, además, de modo que no se precipite a realizar sus planes sin oír a peritos de diversas clases: todo esto radicado en una sólida y moderna preparación intelectual. Una errada elección agravaría el problema en vez de resolverlo.

El nuevo Servicio del Trabajo habría de realizar conjuntamente dos labores: la investigación de las actuales circunstancias nacionales y el análisis de los principios y medios que han inspirado las legislaciones extranjeras.

Una vez que haya estudiado las medidas mejores y más prácticas y el proceso de su aplicación progresiva, y al mismo tiempo conozca las necesidades inmediatas en los diversos ramos y regiones del País, vendrá a considerar la adaptación de aquéllas a éstas.

La fijación de mínimos salarios, no en el texto legal, sino de modo práctico y equitativo en casos en que ciertamente la justicia está en quiebra; la implantación del seguro obrero; la participación del trabajador en las ganancias y su límite; la garantía contra una despedida infundada; serían problemas y remedios cuya necesidad, practicabilidad y regulación estarían al cuidado del Servicio. Por otro lado también habría de tratar éste de mejorar el sistema medio de vida del pueblo de toda la Nación, iniciándolo en el goce de la moderna civilización e inclinándolo a instituciones, como la del ahorro, que casi le son desconocidas.

Mirar al campo

En su labor, el Servicio debería fijarse de manera especial en el campo. Nuestro campesinado – esto lo digo especialmente por el del Interior de la República – se encuentra en bastante mayor abandono que el obrero de las poblaciones. El analfabetismo es absoluto; la protección de la autoridad, en algunos lugares casi nula. Enormes cantidades de tierras (incultas en gran parte) dan al latifundista un dominio absoluto sobre los peones. A la inmensa mayoría de éstos no se puede hacer ni aun cargos de nomadismo: ellos se encuentran, al contrario, pegados de manera estrecha a la tierra que los vio nacer. Muchas generaciones de trabajo en ella ¡y con frecuencia tienen que soportar vejámenes para no ser echados!

Conjuntamente con la escuela rural, hay que iniciar un procedimiento que remedie tan grave situación. Quizá convendría hacer que cada hacendado dotara al campesino de una extensión de terreno, variable según las circunstancias, fijada de manera equitativa. Esta extensión constituiría algo así como un sobresueldo, que no sería ganado en plena propiedad por el trabajador sino al cabo de cierto número de años de trabajar la tierra.

El amor a ese pequeño patrimonio lo ataría a su región y evitaría la congestión urbana. En el caso de una resolución de contrato de trabajo, debería investigarse si es falta suya o arbitrariedad del patrono: en el primer caso perdería su terreno; en el segundo, se le daría una indemnización, que sería un porcentaje del valor de la tierra de acuerdo con el número de años que en ella ha trabajado. Cada peón joven comenzaría desde una cierta edad a ganar su terreno: de esta manera a la finalidad social se uniría el móvil demográfico: la familia hallaría un incentivo poderoso para progresar.

Es una simple idea. Medítenla quienes estén avocados a ello: juzguen acerca de su necesidad y utilidad, de su capacidad o ineptitud para remediar el problema de sus posibles modificaciones. Carece de autoridad quien la propone; pero la buena fe excusa sus ideas. De cualquier manera, el principio se impone: hay que mirar al campo. En eso convenimos todos. Pero debe insistirse en que no basta proteger al agricultor: hay que hacerlo también con quien él trabaja. En muchos casos el beneficio del uno es el del otro; pero a veces el peón, que ha soportado más que nadie las épocas de crisis, es parco, bastante parco, en el aprovechamiento de la prosperidad.

Las clases medias

Hay, además, que fijar la atención hacia las clases medias. Una clase media numerosa es garantía del equilibrio del Estado. Cuando ella comienza a desaparecer para sumarse al elemento francamente pobre, la armazón social se tambalea.

No son los tesoros que afanan al rico ni la escasez que mortifica al pobre, el medio más propicio para las geniales concepciones artísticas, científicas, literarias, políticas. La clase media ha sido generalmente la llamada a dirigir la marcha de la humanidad. Hay que fortalecerla. Hay que prestar facilidades a este moderador necesario entre los intereses encontrados de ricos y pobres.

Una de aquellas facilidades es la de prodigar verdadero favor a la pequeña propiedad. Venezuela posee todavía abundancia de terrenos baldíos y no es difícil que la riqueza territorial del Estado aumente mediante reivindicaciones judiciales. Hay que valerse de ese medio para acrecentar el número de los pequeños propietarios del país, a quienes debe darse una protección tanto más grande cuanto mayor sea la pequeñez del patrimonio.

Conclusión

Son muchos los graves problemas por resolver que tiene Venezuela. Pero de los más importantes es el de la política social. Creerlo así es lo que me ha movido a tratar de que se enfoque hacia él la atención nacional, atención cuya manifestación, (resumiendo el contenido de lo que al respecto me he atrevido a insinuar), considero que debe comprender: a) la difusión de una sana doctrina social; b) la realización práctica de la justicia social en dos etapas: 1ª. una que aproveche la legislación existente mediante la creación del Servicio del Trabajo y sus anexos; 2ª. otra ulterior, la que tienda hacia el logro de una reforma progresiva, metodizada por aquel Servicio sobre la base establecida ya.

 

Rafael Caldera R.