Pontificia Universitá Gregoriana. Roma (101), il 22 de octubre de 1935. Piazza de la Pilotta.
Sr. Dn. Rafael Caldera Rodríguez. Caracas.
Querido y recordado Rafael: No sé si recibiste una tarjetita que te dirigía por medio del P. Iriarte. Salió a fines del pasado Set. (septiembre) Si llegó a tus manos te explicarías que mi estancia en Bélgica y París impidió que tu obra –remitida a Roma– llegara oportunamente a mis manos.
Apenas llegado a Roma he devorado tu Andrés Bello, «el sabio». Me enorgullece ese libro, que es algo que yo veía in possibilibus, y tú has realizado. Me enorgullece sobre todo que lo hayas realizado tú.
Bello es un modelo que hay que entronizar en los centros culturales hispanoamericanos, y sobre todo venezolanos. Tiene aspectos en que es superior a Bolívar. Han de ir juntos, y formar con García Moreno, las tres máximas figuras de Hispanoamérica. Los tres son superiores a su era.
Que de esa trilogía dos correspondan a Caracas, no es fruto del azar. Caracas, al llegar la independencia, era la ciudad más culta de Suramérica y una de las más prósperas: prosperidad y cultura, en que cabe algún mérito a los vascos de la Compañía Guipuzcoana.
Tienes plena razón y en tu trabajo queda absolutamente probado que Bello fue lo que se llama un sabio. Un sabio que en una de las épocas más caóticas de la ideología se conservó católico consciente. Bello es una excelente bandera de la juventud católica: el Maestro. Tú le has levantado un pedestal y todos colaboraremos a la campaña que has iniciado. En este aspecto doy a tu obra valor trascendente. Has sembrado una idea que dará una inmensa cosecha. Ya tenemos el tipo-bandera del intelectual católico para Venezuela y para Hispanoamérica.
Lo que más me satisface en el libro es la sólida base filosófica que supone en ti. Ya has salido de la grey fatua de los eruditos a la violeta, que describes y satirizas acertadamente.
Y aunque eres fácil, eres profundo. La densidad de pensamiento es tal vez tu característica.
La forma es buena: fácil: a veces muy expresiva y original. Sin embargo dejaría de ser sincero si te dijera que tu estilo ha llegado a la madurez. Recuerdo que en un artículo preguntaba Salaverría, ¿cuándo llegamos a tener estilo propio? ¿A los cuarenta años? Como amigo fiel te comunicaré diáfanamente mis impresiones.
Se repiten algunas ideas: sobre todo en el prólogo y primera parte. Es excesiva la exuberancia de estilo. La obra está escrita como conferencia académica que hubiera de recitarse en público. Falta la concisión. El mejor escritor es el que escribe como quien conversa cultamente. Tal vez te hiciera bien leer con preferencia literatura inglesa; o autores franceses modernos. A tu densidad de pensamiento corresponde un estilo conciso, preñado de idea; de pocos, pero selectos epítetos; de verbos igualmente selectos, expresivos. Tienes que excluir sobre todo muchas oraciones de relativo. Cuando hayas alcanzado esa concisión y selección de estilo, te habrás hallado a ti mismo: tu estilo. La exuberancia es peligro de todos los hispanos; y lo es muy en particular en medio de esa naturaleza luxuriante de las zonas ecuatoriales.
Son pequeñeces, que sólo advertirá el P. Aguirre. Y se pierden entre los valores legítimos de tu ensayo. Yo te prometo que tus ideas de hoy serán mañana bandera de un movimiento de juventud. Prepárate a dirigir ese movimiento. ¡Cuánto siento que no estás en Madrid! ¡Pero sea lo que Dios quiera!
Con íntima fruición he saboreado tu libro. Yo recibo ese ensayo como un cuadro de tu alma abierto ante mí. Esa alma la conocí y aprendí a amar hace diez años. Se han desarrollado tus facultades. Figúrate si me complace comprobar que has llegado a ser lo que entonces esperé y deseé que fueras.
Mi felicitación –sin frases de formulario– es pues un efusivo abrazo. ¡Adelante! O si te gusta más: ¡Presente y adelante!
Tu afmo. amigo y «ancien» profesor,