Sr. D. Manuel Aguirre Elorriaga, S.J.

Roma.

Mi muy querido P. Aguirre:

Probablemente conocerá Ud., ya por medio de su hermano Genaro cuán grande placer me ha ocasionado la suya de 22 de octubre último. Ya había recibido de manos del P. Iriarte su tarjeta de Vanves fechada el 25 de setiembre, pero no había querido contestarla, sino esperar la otra que sin el menor género de duda yo esperaba. Tampoco esta respuesta va con la debida rapidez; pero ya sabrá usted que estuve de paseo por Centro América y al regreso fui nombrado profesor del Colegio. Las labores de inauguración sumadas al recargo de estudios por el retraso que ocasionó el viaje, han constituido la causa del retardo. Porque yo no quería escribirle simplemente cuatro líneas, sino una larga y expresiva charla como su charla larga y expresiva se merece.

Comenzaré diciéndole que a su ya dicha la he leído y releído varias veces. He encontrado en ella algo que me faltaba, algo que necesito y que no puedo encontrar sino en Ud. Si es la labor del jardinero indispensable para seleccionar y plantar la semilla, no es menos necesaria y menos valiosa para vigilar el crecimiento de la planta, enderezar sus ramas y evitar las funestas consecuencias que pueden resultar de un defectuoso crecimiento. Es una tarea que requiere, no sólo el conocimiento del simple profesor, sino el amor del verdadero maestro. Su carta está saturada de ese conocimiento y de ese afecto. Conocimiento que suple en usted ventajosamente al mejor crítico. Afecto que lo hace entusiasmarse, poner su corazón a vibrar al unísono del corazón del discípulo, y prever al mismo tiempo las tendencias que puedan restar méritos, que son al maestro propios.

Usted ha llenado un vacío que me inquietaba: no tenía quien me dijera los defectos que debo corregir, que quiero vehemente corregir, porque sé más que nadie que apenas me encuentro en formación, que apenas soy arbusto en pleno crecimiento. Unos por inconscientes no pueden analizar ventajas y defectos; otros -y son la generalidad- padecen de los mismos vicios y por tanto no pueden juzgarlos. Algunos podrían prestarme valiosamente aquél auxilio, pero no tienen tiempo para leer cuidadosamente, amorosamente, lo que escribo.

Yo le suplico: continúe Ud. leyéndome, hágame Ud. el favor de hacerlo, e indíqueme Ud. clara y llanamente sus observaciones. Es lástima que nos encontremos tan lejos, pero ya sé que vendrá Ud. antes de que termine mi carrera. Lo espero con verdadero entusiasmo.

Cuanto a mi formación literaria actual, yo me preocupo seriamente de ella, y consulto frecuentemente al Padre Iriarte. Éste no me regatea sus sabios consejos y me habla con sinceridad que le agradezco. Pero desgraciadamente al Padre Iriarte no le alcanza el tiempo para nada, apenas si difícilmente le basta para satisfacer las peticiones de sermones, conferencias, etc. Sería un delito de mi parte pedirle me leyera. Sin embargo, y como ya le dije, él me aconseja con frecuencia y yo a menudo lo consulto sobre mi desarrollo. Él posee un espíritu sereno y una amplia cultura moderna, y me profesa bastante cariño. Por indicación suya leo libros selectos de teoría literaria –como la Teoría de las Bellas Letras de Longhaye- y su influjo constante me incita a escribir siempre, no para el público sino para mí mismo. Diariamente leo a Frai Luis de León y a Ortega y Gasset alternativamente (¿parece rara mezcla?): al primero para sentir la influencia de un escritor sencillo y combatir la exuberancia tropical; al otro para contrarrestar lo arcaico que pueda hacerme daño en León y para dejarme influenciar por su estilo moderno. Mucho cuidado, eso sí, tengo con las ideas de Ortega, pues sólo buscamos el beneficio de su estilo. Soy además suscritor y devoto lector de «El Debate», escuela práctica de periodismo. Leo también con frecuencia buenas poesías y hasta me he aplicado en estos días a escribir algunas. Cualquier día le mandaré unas cuantas a fin de que las vea; aunque de escasa inspiración, creo que ese ejercicio puede ayudarme a depurar el sentimiento estético. Eso sí: las produzco para mi fuero interno: no merecen salir a la luz pública.

Esos son los aspectos principales de mi educación literaria actual. Cumplo con trasmitirlos a mi antiguo maestro para que él me indique su opinión al respecto.

Ya que le he dado bastante lata sobre el particular, pasaré a lo del viaje a España. Verdaderamente que yo llegué a estar animado a irme, pero se presentaron como Ud. sabe dificultades familiares. Ud. sabe que soy hijo único, y en mi casa buscaron argumentos para evitar la separación. Por lo demás, algunos de esos argumentos eran de valor efectivo. Ya mis estudios de Derecho están bastante avanzados, y yo soy el compañero único de mi padre en su Bufete. Esto, naturalmente, vendrá en beneficio mío en el aspecto profesional. Por otro lado, la práctica del profesorado podrá contribuir a desarrollar cierta facilidad oratoria, según espero en Dios. Aquellos toques de egoísmo que Ud. tanto me combatió en el Colegio, creo poder afirmarle que han desaparecido, y en general puedo participarle que gozo de la aceptación de mis compañeros. ¿No le parece un poco duro arrancarme de este ambiente? Por lo demás, dentro de dos años y medio, cuando terminaré mi carrera, sí aspiro hacer un viaje de uno o dos años de perfeccionamiento. ¿No le parece buena idea? En ese viaje naturalmente que una de las etapas principales sería España. Respecto a los demás señores que Ud. menciona, el P. Iriarte y yo hemos hablado sobre ellos y no nos acabamos de decidir.

Bien, mi querido P. Aguirre. Mis gracias más cordiales (el adjetivo no proviene aquí de la exuberancia tropical) por su preciosa carta. Continúe escribiéndome. Ello será de efectivo provecho para mí. Haga ese sacrificio por su afectuoso discípulo.

Reciba un cordial abrazo de,

RCalderaR.

P.S. Reciba también mi salutación de Navidad y Año Nuevo, que le suplico haga extensiva a quienes en ésa me recuerdan: en especial a los P.P. Otaduy y Villoslada.