Política Social
(Los grandes problemas nacionales)
Venezuela tiene que preocuparse hondamente en la consideración del problema del siglo, el problema social. Razones de justicia a la vez que razones de interés nacional imponen inaplazablemente la atención del Estado a la cuestión. Atención serena y razonada; atención a la vez general y concreta: general, por cuanto para orientarse es necesario conocer el ejemplo de países que hace mucho han ya considerado la materia, y basarse en la solución que a grandes rasgos ha delineado la justicia, concreta, porque ni basta ni conviene implantar generalizaciones ni imponer exotismos sin que preceda un conveniente estudio del medio social.
Igualdad, libertad y justicia
El desarrollo absorbente del individualismo, al pretender deificar a la igualdad, la libertad y la justicia, ha conducido paradójicamente a un resultado opuesto. Al legislarse para individuos teóricamente iguales se dejó en espantoso desamparo a los más débiles. La libertad libérrima de contratar fue el arma más potente para el privilegiado, como lo hubiera sido para el cuerdo si un idealismo equivocado o un fementido altruismo, bajo pretextos de igualdad, hubiera dejado sin curatela al pródigo, sin tutela al demente.
La Historia ha demostrado hasta la saciedad la necesidad perentoria de que el Estado, ejecutor de la justicia, vaya a la defensa de ésta protegiendo al que es débil económicamente. Si él construye y sostiene hospitales en auxilio de aquellos que están corporalmente enfermos; si protege a los niños; si dentro del radio de la vida física defiende al agredido; debe añadir a estas encomiables actitudes la tutela del desproveído de recursos, que se encuentra por ello a merced del enemigo.
Los Estados modernos en su totalidad han reconocido el principio; Venezuela entre ellos. Por órgano de su Poder Legislativo, ha convenido en que el Estado tiene el deber de proteger al que trabaja. Nuestra ley positiva abre un pequeño campo para esa protección; campo que el egoísmo se negó a aprovechar.
Lo que permite hacer nuestra legislación obrera, ese pequeño campo referido, será el tema de un artículo próximo. La finalidad concreta del de hoy es recordar la necesidad de emprender de inmediato una política social que proteja como es debido al socialmente débil. La justicia, hemos visto, así lo pide; veamos ahora que un sano interés nacional también lo exige.
Dos extremos viciosos
La teórica libertad del igualitarismo ha garantizado un ambiente de injusticia porque los prepotentes se han cegado ante el afán del lucro. El elemento trabajador ha sido únicamente un instrumento de ambición y llega a estar privado de un mínimum de bienestar que moralmente debe asegurar el Estado. Esta tremenda situación lo exaspera. Se hace campo propicio para la agitación y el extremismo. Se torna en instrumento de agitadores hábiles que truecan sus legítimas aspiraciones de justicia en tremendos anhelos de venganza.
Mientras más ciegamente se empecina el sistema egoísta, más precipita la reacción que, desbordada, se hace incapaz de detenerse en su lugar cabal. Del uno se pasa inevitablemente al otro extremo que, aunque opuesto, es hijo del primero. La justicia es necesaria víctima de ambos.
Se impone adelantarse a la reacción. ¿Cómo? Restaurando el imperio de la equidad. Previniendo el mal antes de que se agrave. Es criminal esperar que las fuerzas sociales se desborden. Una sabia política social que proteja debidamente al trabajador hará imposible que los instigadores pagados para conmover los cimientos sociales, encuentren en los pechos nobles de nuestros ciudadanos un sentimiento de justa indignación, fácil de ser cambiado en odio destructor y anárquico, perjudicial a unos y a otros, criminal a la Patria, y sólo productivo para quien sabe quiénes que encontrarán su festín en la matanza.
Miremos al futuro
Fue la ambición desenfrenada la tara primordial del otro régimen. Ella azotó la vida nacional hacia la meta del extremo egoísta. Pero todavía es tiempo. Afortunadamente no ha sucedido en nuestra Patria lo que había consagrado la Historia como remate de las dictaduras: una anarquía feroz, u otra dictadura más fuerte aún que la anterior. La Providencia nos ha deparado el comienzo de una evolución pacífica: encaminémosla hacia el bien de la Patria.
El sistema ha cambiado. Yo sé que quien se encuentra al frente de los asuntos públicos tiene criterio y buena fe. De él, por tanto, debe esperarse que analice los problemas y los resuelva, pasando por sobre los ciegos y suicidas intereses de algunos. Y como consecuencia, adopte una política social que abarque conjuntamente dos procesos:
1º. Uno práctico hacia la efectiva realización de ciertos principios fundamentales de justicia;
2º. Otro ideológico por medio de una lenta y constante campaña de orientación en lo referente al problema social. Hay que hacer una exposición sencilla, clara, continuada y sobre todo competente, que haga saber al pueblo cuál es la justa solución de la cuestión social y el propósito y planes de los Poderes Públicos para llegar a ella; en qué consisten las doctrinas extremistas y cuáles son sus errores básicos, sus consecuencias desastrosas y sus funestos resultados históricos. Tal campaña ideológica es uno de los mejores obsequios que se pueden hacer a Venezuela. Su porvenir, así y no de otro modo, partiría de una sólida base.