El error de las izquierdas venezolanas

Artículo de Rafael Caldera para La Esfera, del 7 de junio de 1937.

 

Rómulo Betancourt ha resuelto dedicar sus ratos de ocio a escribir con una fertilidad increíble. Olvidado el género epistolar, que le dio tanta resonancia por aquel «lenguaje rudo de Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo» se dedica ahora a presentar en largos artículos su punto de vista sobre la situación venezolana actual. Ya es «Unión Liberal», de Bogotá, ya «Repertorio Americano» de San José de Costa Rica, lo cierto es que a cada rato viene a enterarnos de sus actividades, de sus dificultades y de sus esperanzas.

Uno de los artículos de Rómulo, reproducido por «La Voz del Estudiante» de 22 de mayo, contiene un párrafo definitivo. Se refiere a la huelga de junio. «EL ERROR MÁXIMO –dice– que cometimos quienes estuvimos en la dirección de ese movimiento de masas fue el de darle duración excesiva. De huelga, exclusivamente demostrativa, con una duración prefijada de veinticuatro horas pasamos a transformarla en huelga indefinida, con duración de casi una semana. Despilfarramos la combatividad popular, al prolongar esa huelga obedeciendo a la presión que desde abajo nos hacían los partidos y los sindicatos, sin tomar en cuenta que esa duración «indefinida» que a última hora le asignamos al movimiento no se justificaba de no plantearse la insurrección como salida de él».

A primera vista sorprende la rudeza del análisis, y mucho más si se compara con las frases estampadas en los mismos periódicos de ellos, pocos días después de la huelga. «La huelga fue un triunfo del obrerismo venezolano», decía a grandes titulares «Acción Estudiantil», el 20 de junio de 1936.

«El máximo error», lo califica ahora Rómulo Betancourt.

¿A qué se debe tan violenta contrariedad?

Ella acusa claramente la radical disparidad de criterios que, cuanto el plan operante, existía mucho antes entre Barranquilla y Trinidad, entre el grupo de Rómulo y el «Buró del Caribe». Este último partidario del programa máximo, de paradas más o menos brillantes, pero ineficaces; aquél, defensor del sistema previo del programa mínimo de la infiltración sutil.

Acogida por la Internacional la tesis de los «frentes populares», o sea de los programas mínimos, Rómulo no tuvo dificultad en ponerse a las órdenes del Buró del Caribe. Su tesis estaba triunfante. Vinieron a Venezuela y supieron adaptarse a esta consigna: «como las masas tienen ilusiones parlamentarias y constitucionales, fe en que un gobierno «civil» y «alternativo», con libertades públicas, sufragio universal, etc., puede solucionar sus problemas, nosotros nos ponemos al frente de las masas a luchar por esas consignas, ligadas a reivindicaciones económicas elementales». «La actitud de nosotros, en esta situación, no puede ser la de decir: la democracia burguesa es una estafa a las masas; nosotros luchamos, no por la democracia burguesa, sino por el poder soviético» (Carta de Rómulo Betancourt a Raúl Leoni).

Pero muy pronto los simpatizantes del movimiento, dieron su preferencia a quienes representaban la tendencia del programa máximo. Se prefirieron las poses brillantes al análisis hábil de Rómulo. La actitud cautelosa recomendada por éste fue olvidada ante la embriaguez de lo que creyeron triunfo. Su movimiento se radicalizó: se dio duración indefinida a la huelga, como después se constituyó un «Partido Único» que no podía ser nunca un «frente popular», porque estaba formado únicamente por individuos de extrema y los «frentes populares» se basan precisamente en la alianza con «moderados» inconscientes.

De ahí el fracaso. Todos ellos saben que entre ellos hubo divergencias profundas; y que a la diversidad de criterios sobre la táctica correspondió la diversidad de ambiciones respecto a la dirección del movimiento. La alianza transitoria operada cuando Rómulo se sometió al Buró del Caribe ha desaparecido definitivamente: ya no podrán volver a ser un conglomerado único. Hoy, cuando el célebre fundador de «Ardi» se encuentra dirigiendo las fuerzas desorientadas que ellos denominan de «izquierda», ha cambiado radicalmente la táctica.

Fue una enseñanza

El párrafo de Rómulo Betancourt demuestra también que la huelga de junio fue una enseñanza. Una enseñanza para nuestros obreros, que supieron lo que era el hambre de sus hogares, y cuál fue el objetivo que los hizo llegar hacia ella: la marcha premeditada de un grupo hacia el poder.

«Despilfarro de  la combatividad popular»: tal fue el significado de la huelga de junio a los ojos de Rómulo. Un despilfarro. La combatividad popular. Esta era el instrumento. El instrumento ciego que se plegaba a fines despiadados. Ese instrumento debía tener por resultado la toma del poder. Lo despilfarraron porque abusaron de la credulidad inocente de nuestro pueblo, que agotó allí el caudal de su fe hacia los fementidos apóstoles y que no quiso después seguir sirviendo de conejillo de Indias en el laboratorio de los experimentos políticos.

Es una advertencia

«La combatividad popular» fue «despilfarrada» porque no la llevaron al objetivo para el cual la alimentaban. Al objetivo que venían persiguiendo desde hacía algunos años; a la finalidad que los guiaba cuando fomentaban en los corazones sanos e ingenuos de nuestros ciudadanos el odio y la zozobra.

La «despilfarraron», dice Rómulo, porque «Esa duración «indefinida» que a última hora le asignamos al movimiento no se justificaba de no plantearse la insurrección como salida de él».

La insurrección: esa es la única salida que pueden tener las huelgas generales de duración indefinida. La insurrección, con toda su secuela de sangre, de miserias, de ruina. La insurrección, para que se repita en Venezuela la historia desgraciada de los hechos de armas, de los hechos de sangre. La insurrección, para entronizar nuevos caudillos, para sentar en el solio gubernamental a hombres que sin llegar a él tuvieran ya ocasión de demostrar su arraigada obsesión dictatorialista.

Medite nuestro pueblo. Mediten los que no creen en el peligro sino cuando ya las cosas no tienen remedio. La prolongación de la huelga de junio, «no se justificaba de no plantearse la insurrección como salida».

Con la experiencia que los «camaradas» han ganado, cuando vuelva a plantear una huelga general, no lo harán sin una de dos finalidades, perfectamente determinadas y reflexionadas: o la de intimidar, mediante una manifestación «demostrativa» de muy breve duración: o la de prolongar el movimiento llevándolo a la insurrección como su única salida.

Huelga general e insurrección como cosas análogas, no son, pues, invención de la Ley Lara: ellas están en la mente de Rómulo Betancourt y de los «camaradas» venezolanos.

Rafael Caldera