La interpretación pesimista de la sociología americana
¿Es el caudillismo fenómeno esencial en la fisonomía política de nuestro pueblo?
Ha sido la idea dominante en todos los que se han ocupado de la sociología hispanoamericana, la del caudillismo como fenómeno esencial de su fisonomía política. Es el principio pesimista de nuestra concepción histórica. No ha estado él meramente en tesis de oportunidad, ni ha sido una simple resultante de determinadas posiciones políticas. Hasta en Sarmiento y Alberdi aparece, condensado en el concepto de la inmigración, no como simple desarrollo de la potencialidad económica de nuestros pueblos, sino como necesidad de europerizar más nuestra raza, para así despojarla de la idea autocrática del caudillo en turno. Del caudillo americano que, según afirma Marañón, tiene su génesis propia, continental («Un rincón olvidado en la psicología de Bonaparte»). Y «también entre los escritores que se han propuesto alcanzar una estricta objetividad, encontramos la misma sistematización pesimista de nuestra sociología. Tal es el caso de Bunge, cuyo libro tuvo resonancia continental; y este último detalle vale la pena recordarlo, porque nos demuestra hasta qué punto estaba preparada la juventud hispanoamericana para admitir la interpretación de nuestros fenómenos históricos como varios substanciales de nuestra índole y exponentes de una incapacidad política radical».
Contra esta interpretación de nuestra historia encarna una viva reacción un ensayo de Augusto Mijares, «La interpretación pesimista de la sociología americana», ensayo lleno de interés, que merece consideración y estudio. Tema es éste de los más trascendentales para el porvenir de nuestra raza. Filosofía de la historia. Análisis de nuestro pasado para deducir normas de conducta al porvenir.
La tesis optimista
La tesis desarrollada por Mijares, aparecida por primera vez en la prensa caraqueña en enero de 1936 y recogida ahora en un folleto, es una tesis de reacción. El caudillismo es solo un sub-producto funesto de la guerra de emancipación. El principio verdadero de la historia hispanoamericana hay que buscarlo en los tres siglos de colonia que precedieron al siglo que apenas llevamos de vida independiente. Allí está la verdadera tradición que llegó a formarnos, en frase sintetizadora de Bolívar, «en los usos de la sociedad civil». Tal es la idea que ha seguido latiendo en la conciencia colectiva, a pesar del atropello accidental del fenómeno consiguiente a la guerra. Óiganse las palabras del propio autor: «Las diferentes interpretaciones de la sociología hispanoamericana pueden considerarse, pues, como derivadas todas de un punto de partida decisivo. Si consideramos como única realidad del caudillismo– anarquía o coacción limitada– puestos a elegir entre uno de nuestra historia los dos aspectos y otro, debemos aceptar forzosamente que la tutela personalista es el único elemento de estabilidad con que podemos contar, o pedir a las razas extranjeras los elementos de capacidad política que nos permiten eludir el dilema inicial. Todo el problema cambia cuando partimos de la consideración que nos sugiere la cita de Bolívar: éramos viejos en los usos de la sociedad civil, esto es, ya para la época de la emancipación existía en la América una tradición de regularidad política en la base misma de nuestras nacionalidades. El caudillismo no puede pues, considerarse sino como un sub-producto funesto de la lucha emancipadora, un accidente histórico dentro de nuestra verdadera realidad fundamental que es aquella tradición de la sociedad civil. Cuando estos países recuperan después de la guerra su organización, su ‘estabilidad y continuidad’, es porque se reanuda su tradición propia y vuelven a predominar las costumbres políticas y el orden social, que ya tenían un arraigo de siglos».
La inmigración y el caso argentino
El «caso argentino» ha sido argumento vital de la síntesis pesimista. La Argentina ha adquirido desarrollo y poder, ha tomado regularidad política, merced a la fuerte inmigración que acudió a ella. El mismo Sarmiento ve en la inmigración el único remedio de los males nacionales argentinos. El mismo Alberdi en su «gobernar es poblar», no entiende simplemente poblar como medida económica; sino cambiar la raza – poblar – como medida étnica.
Por eso uno de los aspectos más interesantes del ensayo de Augusto Mijares es el que analiza este aspecto. La inmigración en la Argentina, viene él a concluir, no fue causa de la transformación del país; fue, al contrario, un efecto de ésta. El inmigrante va donde existe un orden regular, una posibilidad amplia. Los opositores de Rosas, argentinos, como argentinos fueron los sostenedores de aquel caudillo, llevaron al triunfo el viejo principio de la sociedad civil. Para el año de 1862, considerado como un punto de partida de la reorganización nacional, el número de inmigrantes en toda la Argentina era de 33.017.
Hechos venezolanos
Para dar un contorno completo a la tesis, vienen a servir de valioso contingente el folleto de Mijares, dos referencias concretas a la realidad venezolana.
Uno es la refutación al «discurso en que Laureano García Ortiz, de la Academia de la Historia de Bogotá, trata de establecer un paralelo entre el Libertador y Santander, reforzado por otro en Venezuela y la Nueva Granada». La refutación de Mijares está llena de hechos, que bien lo autorizan a afirmar que «Como se ve, en esta página de sociología intensiva abundan las metáforas. Supongo que no a otro título aduce el doctor García Ortiz como «característico de la vida venezolana» a Lope de Aguirre, que ni fue venezolano ni aquí encontró partido, sino por el contrario, oposición y muerte. Debe ser también un símbolo decorativo eso de que la capital de la Nueva Granada fue fundada por un licenciado; ni de un hecho extraño y fortuito puede dar carácter a una nacionalidad, ni Jiménez de Quesada se cuidaba más de su carácter de legista que nuestro Rodrigo de las Bastidas de su carácter episcopal». «No; – dice más adelante Mijares -; el ‘arma predominante venezolana en la guerra’ no fue ‘su caballería heroica’. Con ella no se hubiera realizado la emancipación del Continente. Venezuela aportó un elemento moral e intelectual que sí fue decisivo: las dotes que eran imprescindibles para la dirección de la magna obra; y por eso a los venezolanos correspondió prepararla y conducirla hasta el fin».
Otra referencia concreta es la contenida en el análisis sobre «la oposición de las provincias de Caracas y Maracaibo a la Compañía Guipuzcoana», que legítimamente podemos exhibir como verdadera expresión de la tradición nacional. Hay que ir a los documentos allí estudiados, para comprender que dicha oposición tuvo menos de asomada que de oposición «civil»; y que fue menos la reacción de la oligarquía, que la concretación de un verdadero principio de justicia social en defensa de las clases desposeídas.
¿Interpretación optimista?
La tesis de Mijares merece sinceramente estudio. Estudio científico debe dedicarse al problema motriz de nuestra vida política. Preñado de consecuencias prácticas está el diagnóstico que del caudillismo se haga, como fenómeno esencial o no a nuestra fisonomía colectiva.
La tesis de Mijares es, no se debe olvidar, una tesis de reacción. Una tesis de reacción que, como tal, no puede plantearse en un terreno de análisis absoluto. En ella está, por tanto, implícita una dirección que podría degenerar en el ilusionismo. De optimismo a ilusionismo. A ilusionismo que ha sido tan perjudicial para nuestra vida política como el pesimismo, porque uno y otro han desembocado inevitablemente en el fenómeno caudillista.
Al lado de la consideración del caudillismo como sub-producto de la guerra, hay que ver hacia él cierta predisposición nacional. Es indudable reconocer que en Venezuela el injerto ha prendido y arraigado con mucha mayor fuerza que en otros países de América. Junto a los datos estudiados es necesario agregar al problema factores quizás telúricos, quizás psicológicos, quizás étnicos, que hay que considerar cuando se marcha a su resolución.
Yo me inclino a pensar que la solución exacta está en una posición estrictamente realista. Con predominio del principio optimista, y con alejamiento de toda tendencia ilusionista. Hay que reconocer la existencia de los dos principios: el de la sociedad civil y el del gendarme necesario, aclimatados ambos dentro de nuestra realidad nacional. Creer en el fatalismo pesimista de la necesidad del gendarme es anticientífico, como lo ha demostrado Mijares, y antipatriótico, porque lleva en sí toda una potencialidad de corrupción. Creer en que el triunfo de la sociedad civil ha de venir fatalmente porque ella única responde a la verdad histórica, es peligroso. Podría conducir a olvidar factores que en todo momento están prestos a dar el traste con los principios de regeneración. Podría conducir a defender una posición simplemente ilusionista, a repetir el desgraciado caso de los teorizantes de nuestra política que han fracasado ellos y han hecho fracasar muchas esperanzas nacionales.
La juventud venezolana, debe pues inspirarse en la firme convicción optimista de que la regeneración absoluta del país responde a una tradición auténticamente venezolanista, pero apartando todo peligro ilusionista que lleve a olvidar que el principio opuesto tiene también una raigambre y una fuerza efectiva dentro de nuestra realidad.
El ensayo de Augusto Mijares es, en mi concepto, un aporte verdaderamente valioso para el estudio científico y desapasionado de la realidad venezolana. De una realidad venezolana que no es la de los palabreríos demagógicos sino la de los hechos desnudos que constituyen nuestra historia.