Caracas: 1º. de abril de 1940
Excmo. y Rvdmo. Mons. Dr. Gregorio Adam
Valencia
Mi muy querido Monseñor Adam:
Si es ahora cuando vengo a contestar su cordial telegrama de 11 de marzo último, proponiéndome para representar el Consejo Diocesano de Valencia en el Consejo Nacional de la Acción Católica, ello se ha debido a haber pasado la Semana Santa en el Interior de la República, sin que antes me fuera posible obtener elementos que me permitieran darle una respuesta definitiva a aquella para mí honrosa proposición.
Esos elementos se ciñen al hecho de inquirir si mi presencia en el Consejo Nacional de la Acción Católica habría sido verdaderamente útil, o si ella podría traer inconvenientes de alguna naturaleza, los cuales yo en primer término estoy en el deber de evitar.
Por demás está decirle que, además de ser motivo de agradecimiento para con Ud. el haberme hecho el honor de escogerme para su representación, habría sido para mí enormemente satisfactorio el poderme acercar, con tal valiosa personería, al Consejo Nacional de Acción Católica. Sin embargo, puedo decirle que, muy de acuerdo con las normas pontificias, priva aquí el deseo de evitar en el Consejo Nacional la presencia de quienes, aun cuando seamos católicos integrales, podríamos dar pábulo para que se atacara a la Acción Católica so pretexto de que persigue finalidades políticas. Ya vería Ud. cómo «Fantoches», a raíz de las palabras que por encargo de los jóvenes de la Acción Católica pronuncié hacia la Comunión del Martes Santos, desarrolló una campaña diciendo que se tomaba a Cristo como pretexto para tendencias políticas; y llegó a pintar una alegoría en la cual hacía constar, que quienes tales propagandas realizaban, olvidaban que Jesús fue siempre manso y dulce, «y no capitaneó pandillas para agredir a indefensos periodistas». Es, pues, eminentemente acertado y prudente el propósito que aquí priva, de que quienes por algún concepto seamos vistos como políticos militantes, no aparezcamos en sus filas directivas, a fin de obviar toda confusión que pudiera llegar a crearse en el ánimo público.
Este motivo, mi querido Monseñor, me obliga a no aceptar el honroso encargo que tan cordialmente quiso Ud. encomendarme; pero he querido escribirle en esta forma amplia, a fin de que Ud. pueda apreciar bien los motivos de semejante negativa, y ni un momento pueda ocurrírsele que ella obedeciera a negligencia o a deseo mío de no trabajar con ella.
No es menester decirle, Monseñor, que gustosamente estoy para servirle en cualquier otro aspecto en que pueda tener aquel placer; y que soy, como siempre,
Su afectísimo que bien lo quiere,