El poder agrario
Columna CONSIGNAS, publicada en el diario El Gráfico.
Campesina como lo es la inmensa mayoría de la población venezolana, desde 1814 ha venido desarrollándose una lucha constante por asegurar su control. Boves fue el primero, instintivo y terrible, en ponerla al servicio de su inmensa capacidad de odio y destrucción. José Antonio Páez, dotado también de poderoso instinto, supo llevarla al servicio de la República y hacerla construir la gloria de la nacionalidad. Ezequiel Zamora la condujo en hazañas brillantes. Alucinadas fueron muchas veces con el brillo de promesas insinceras. Y en el atardecer de cada jornada, se encontraron en su misma condición de angustiosa desesperanza.
El tema agrario ha seguido siendo abordado muchas veces, pero ¿cuándo ha de llegar el sincero enfoque del asunto, la de una mira constructiva y ancha por encima de los intereses políticos?
Esta pregunta se formula implícitamente cada vez que se habla de Reforma Agraria. Y es la que nos hacemos quienes, alejados por igual del latifundismo anacrónico y de la demagogia estéril, quisiéramos una justa y sólida reorganización de las relaciones del hombre con la tierra en toda la extensión de Venezuela.
¿Va a ser acaso el campesino, el hombre en función de amor al campo, el eje de la reforma prevista por la Ley Agraria que ahora se discute o será el «compañero», el hombre de partido, el votante en potencia por la tarjeta de un color, que asegure la supervivencia en el mando a quienes apasionadamente se aferran a sus privilegios?
¿Será el trabajo fuente de construcción económica y elevación moral, el título para poseer la tierra amada, o se adoptará como credencial sustantiva la vinculación partidista, la capacidad demagógica, el arrastre electoral de los «manzanillos» rurales?
La cuestión tiene definitiva importancia para apreciar la durabilidad de la obra. Comprendemos que es más difícil mirar el resultado futuro, el monumento indestructible de una obra cumplida, que aprovechar contingencias para combinaciones y aseguramientos de tipo partidistas. Comprendemos que la tentación de los votos acaparables en manojos dóciles es tan fuerte que se requiere una estructura especial para resistirla. Pero el dilema es muy claro. O se tiene esa estructura y se mira más allá de inmediatos intereses o la estruendosa Reforma culminará en el más estruendoso de los fracasos.
Y eso es, precisamente, lo que muchos pensamos cuando se está comenzando a discutir un Proyecto de Ley Agraria, ¿busca esa Ley sinceramente una reforma o persigue la estructuración de un «poder agrario» en las manos de Acción Democrática? Si lo primero, es necesario ensanchar el espíritu y dar cabida sincera a todo lo que tienda a evitar suspicacias, a impedir ventajismos, a hacer de la Ley y de su aplicación el instrumento de una pasión sectaria. Si lo segundo, debemos anunciarle que es pírrica victoria la que así se obtenga, porque el fracaso económico que será su corolario, arruinará como al gigante de los pies de barro la fuerza aparente de aquél poder.
Debemos decir que una serie de disposiciones del Proyecto de Ley Agraria dan la impresión de que es un «poder agrario» lo que se desea edificar. Los procuradores agrarios, elegidos por la Federación Campesina del señor Quijada, podrían ser instrumentos de la menos calificada misión electorera, si no se buscara la manera de colocarlos en el plano superior de la técnica. Las discrecionales facultades que se van a atributar al Instituto del señor Groscors (transformado en Instituto Agrario sin que su labor hasta ahora le haya dado mérito suficiente para ello, pues ni su nombre «técnico» ha servido para evitar que haya sido centro de experimentación política) constituyen motivo de alarma. El señalamiento de los futuros expropiados y la elección de los futuros ocupantes, he aquí el nudo del «poder agrario» que parece quererse construir. Porque ya los amigos del Régimen se sienten seguros de que no será a ellos a quienes se expropie, sino a los otros, aun cuando la razón y la justicia los señalara a ellos; y los campesinos comienzan a temer que sólo hallaran acceso a la tierra los que más hablan y ofrezcan, los que mayor número de votos aporten para la plancha que merezca las simpatías políticas del posible «procurador agrario».
Poco resultado obtendría esa tendencia, que la experiencia de tres consultas electorales y la redacción de algunos artículos autoriza encontrar en el Proyecto. Cuando se generalice la costumbre de molestar a quien produzca, por el delito de no ser amigo del Régimen y de entregar las mejores tierras, el crédito y los implementos agrícolas a Fulano porque tiene cien votos en la Liga Campesina tal o cual, se acabará de arruinar la esperanza de construir una sana economía rural.
Y la experiencia ha demostrado, lo mismo en regímenes capitalistas que socialistas, que el éxito económico de una reforma agraria, ese que se basa en la técnica y en la justicia, es indispensable para realizar obra duradera.