El balance
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 31 de diciembre de 1949.
Se ha hecho costumbre en quienes escriben para el público, ocupar cada año sus últimas columnas con un balance de la etapa que termina. Desde lo político hasta lo deportivo, van desfilando por la prensa los acontecimientos más salientes. No está mal la costumbre. Lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho, constituyen a menudo el mejor argumento sobre lo que se ha de hacer.
He creído por ello que esta columna de fin de año debía tener como obligado tema el balance de la vida política nacional en 1949. Pero, al intentarlo, debo confesar que no resulta fácil, desde una posición imparcial, hacer un balance de este año de provisionalidad. Apenas, como los contabilistas lo practican en ocasiones, si puede hacerse un «balance provisional». Las partidas que haya que anotar en el próximo ejercicio serán las que darán criterio para una apreciación definitiva. El ejercicio político de 1950 permitirá juzgar mejor la significación de 1949.
Anotemos, pues, en este balance provisional sólo algunas partidas del activo y del pasivo. Vayamos abonando hechos positivos y, para ser justos, carguemos aspectos negativos. El criterio del lector le llevará fácilmente a la estimación provisional del balance.
Comenzó el año con un activo recibido por la Junta Militar del cierre del año anterior. La transición política de noviembre del 48 se había efectuado en plena paz. La opinión pública, por otra parte, había abandonado inexorablemente al gobierno anterior: esperaba, ansiaba, inmediatas rectificaciones. Ese capital, el orden público, ha sido conservado en el 49. No es lo de menos en una etapa revolucionaria. Rotos los diques de una organización anterior –cualquiera que ella sea- se hace propensa la realidad social hacia el desbordamiento. Los apetitos crecen. La justificación aumenta para las aventuras. Venezuela ha sorteado este año sin sangre, sin graves trastornos, y este servicio lo aprecia la ciudadanía en general al Gobierno provisorio.
Claro está que, mientras la situación de facto se prolongue, no cesarán rumores, conjeturas y –quizás- tentativas. Y que, por otra parte, el mantenimiento del orden en período de fuerza (como sucedió a partir de octubre del 45) lleva consigo odiosas medidas policiales. Extrañamientos, confinamientos, arrestos, parecen aspectos inherentes a los gobiernos de facto. El envío de detenidos políticos a colonias destinadas a maleantes, dio ocasión para que la opinión pública hiciera acto de presencia censurándolo y, lo que es más interesante en el balance, para que el Gobierno escuchara esa opinión y anunciara el 23 de noviembre la suspensión de esta y otras medidas. Esa rectificación constituye un indicio valioso para determinar que el interinato no quiso tomar el camino de la autocracia. Pero, por otra parte, el deseo colectivo de que se ponga fin a los conatos de alteración del orden y a las medidas restrictivas de la libertad, constituye otra poderosa razón para que se aspire a la organización institucional.
Desde el punto de vista administrativo, se señalan notables avances, en cuanto a la eficacia. Ha habido un palpable deseo de hacer obra, con economía del tiempo que es economía de dinero y de otros estimables valores. Esto ha servido a algunos para contraponer los conceptos de política y administración. Creo que, lejos de excluirse, uno y otro deben complementarse. La política debe hacer acto de presencia, pero no como vocerío esterilizante, sino como estímulo y control de la administración. Estímulo y control que se hacen imposibles mientras no hallen su base en entera libertad de prensa y organizaciones políticas y que automáticamente, al desarrollarse, dejarían sin efecto lo que de calumnioso e infundado exista en la propaganda clandestina.
El restablecimiento de los Concejos Municipales, reclamado por nosotros desde el primer momento, constituye un paso de normalización. No ha existido, sin embargo, un criterio nacional claro y seguro en su designación. Al integrar los nuevos cuerpos, se han cometido injusticias notorias en muchos lugares. Especialmente, se ha mostrado una desconfianza impropia hacia la gente de partido. ¿Qué podría haber temido un gobernador correcto y laborioso, de que en un momento dado hubieran podido formar mayoría los representantes de grupos tan opuestos como COPEI y URD? A buen seguro que esa coincidencia no podría basarse sino sobre hechos muy relevantes. Y para el Gobierno Nacional, habría sido más satisfactorio y tranquilizador, saber que los cuerpos municipales estaban integrados por gente con respaldo capaz de censurar lo censurable y de rechazar lo rechazable en la gestión de los gobernadores estadales.
Lo económico ha estado, en el curso del año, en las fronteras de lo imprecisable. Los grupos comunicantes del mundo entero hacen propaganda de crisis económica para quebrantar el anticomunismo de Occidente. Aquí no debería sentirse atmósfera de crisis, puesto que la explotación petrolera no sufrió el temido colapso y que la riqueza nacional no ha disminuido. Pero el problema industrial sí ha sido grave por la competencia extranjera y no se sabe hasta dónde el incremento de las obras públicas ha logrado absorber trabajadores desplazados. ¿Ha habido contracción en los negocios? Tendrá que haberla, psicológicamente, mientras el horizonte político quede despejado. Ya lo he señalado antes: es este, otro argumento, y de importancia no pequeña, para que se impulse la marcha a la normalidad.
Algo de bueno y de malo va señalado en los aspectos que anteceden. De bueno y de malo puede señalarse también mucho en lo específicamente político. Por una parte, es cierto que el nombramiento de una Comisión Especial para el Estatuto Electoral implica el positivo deseo de rehusar la perpetuación del gobierno de facto. Pero también es cierto que el nombramiento de los concejales ha dado ocasión para que se vuelva a hablar de una especie política: la de los «amigos del Gobierno». Por ahí empezó el general Medina su carrera hacia el 18 de octubre.
¿Es que hay cerca del Gobierno quienes aspiren a constituir, una especie de partido sin programa, basado en el compromiso personal y suspicaz ante toda fuerza que no derive exclusivamente de aquél? No queremos creerlo. Sería recomenzar un camino erizado de inconvenientes.
La negativa a reconocer las mayorías limpiamente ganadas por COPEI en el Táchira, ha sido señalada también como una de las más graves inconsecuencias de la actual política oficial. Ni la justicia ni la conveniencia nacional podrían aconsejarla. Sólo, quizás, aparentes conveniencias de pequeños grupos que aspiran recoger para sí el fruto de la actual situación, podrían impulsarla. Mientras que, para el crédito nacional en la limpieza de intenciones del gobierno provisional, nada sería más positivo que reconocer como debe, la adhesión indubitable del pueblo tachirense al programa nacionalista, renovador y democrático del movimiento copeyano.
No podría extrañar, finalmente, el que en este momento, como sucede en todos los períodos de facto, aparecieran los apologistas de la Dictadura, envolviendo sus individuados apetitos entre frases adulatorias para la Institución Armada. Tratan de crear la atmósfera de que quien pide un gobierno civil es enemigo del Ejército. Tratan de convencer a los militares de que han de gobernar indefinidamente y de que quien ose negarlo es su enemigo.
Afortunadamente, tengo la honesta impresión de que en la Institución Armada, pocos serán quienes den oído a tan perniciosa propaganda. Nadie que piense honestamente en Venezuela, puede ser capaz de negar el papel que recae en la Institución Armada, como garante de la paz social, del orden público y de la misma nacionalidad. Sin ella cumplir su deber, nadie podría gobernar. Pero es la ruina de la propia Institución lo que buscan quienes quieran convertirla en clan político, sujeto como tal a las rivalidades que la política crea, y alejarla de su misión profesional, que la enaltece y depura.
Termina 1949 y comienza 1950 en momento de honda expectativa. Fallaron quienes –por interés o por venganza- desearon que estuviera hoy campeante la autocracia. Pero tampoco se puede negar que no está limpio aún de peligros el camino. Reconocerlo no es un signo pesimista. Con los pies hundidos sobre la tierra firme, podemos y debemos mirar hacia arriba. Con optimismo, reconozcamos que no está cerrado el camino. Estamos en mitad de la vía. Un empeño nacional, mancomunado y solidario, puede y debe sacarnos avante. Hacia el plano superior del debate de altura, del respeto a los principios, de la vida ordenada y segura, de la fecundidad creadora.
¡Feliz año, sea este de 1950! Año de brega, de responsabilidad y de acción.