Una fecha para mirar hacia adelante
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 13 de enero de 1949.
Estaban suspendidas todavía las garantías constitucionales el 13 de enero de 1946. Las limitaciones inherentes a la situación «de facto» no eran las más propicias para un trabajo de partido. Apenas se autorizaban reuniones privadas, además de las consabidas manifestaciones públicas destinadas a respaldar la comandita adeca y atemorizar a quien no quisiera estar con ella. Se había ofrecido libertad para un régimen de partidos políticos, pero este ofrecimiento aparente estaba sujeto a una visible restricción mental («siempre que no adquirieran verdadera fuerza»).
Las dificultades eran obvias. El panorama, poco halagador. Pero por otra parte, la necesidad de la Patria era evidente. El argumento de las conveniencias aconsejaba abstenerse, callarse, esperar indefinidamente. El argumento del deber ordenaba actuar, hablar, discutir. Era forzoso escoger entre la conveniencia y el deber. Y el deber se impuso. Sin vacilaciones.
Así salió a la calle, en forma de Comité Organizador de un movimiento político, lo que había de ser el partido más sincero, el más pujante, el de mayor mística y decisión en el panorama venezolano. Un puñado de hombres jóvenes, muchachos casi, acompañados por personas de limpia independencia política, encabezaba la primera célula. Aquellos habían comenzado su lucha en los propios días estudiantiles y desde entonces habían sostenido una línea de consecuente dignidad. Éstos habían mantenido una trayectoria honrosa, esperando la hora de la lucha abierta y decidida.
El 13 de enero de 1946 se celebró en el Edificio Ugarte, frente a la Plaza de Candelaria, la Asamblea Constitutiva de COPEI. Asistieron más de quinientas personas. Había desde el primer momento una palpable sensación de optimismo, de entusiasmo, de decisión para la lucha. En la misma semana, editorializaba un órgano calificado del comunismo internacional con el siguiente mote: «COPEI es el enemigo». Desde el primer momento le señalaron todos como una fuerza con filosofía propia. Para los marxistas, era COPEI, en realidad, el enemigo fundamental y decisivo. Para los demás, era COPEI la encarnación de una esperanza, hecha carne en el dolor del pueblo y hecha nervio en una voluntad combatiente.
El llamado organizador de COPEI fue respondido con largueza. Hombres y mujeres de todas las edades, de todas las regiones, de todos los sectores sociales, vinieron a engrosar sus filas. COPEI no hizo distinción entre viejos y jóvenes, entre centrales o andinos, todos tenían abiertas las puertas de este movimiento, siempre que formularan de buena fe el compromiso de servir un ideal y lo respaldaran con una conducta libre de indignidades. El «Comité Organizador» se convirtió de inmediato, por la voluntad popular, en un movimiento pujante. Fue apoderándose de más y más conciencias la convicción de que COPEI era el símbolo de la dignidad venezolana, era el partido de la Justicia Social.
¿Para qué recordar, en el tercer aniversario, las piedras lanzadas por manos inconscientes que cerebros pervertidos manejaban? ¿Para qué mencionar los atentados, para qué las calumnias infames, para qué las viles maniobras de tan variada calidad? Lo que se ha andado es mucho. Pero COPEI es movimiento joven, que no puede sentarse a la vera del camino, a vivir de recuerdos memorables. El camino está adelante. La vista no ha de descansar en la satisfacción de la obra cumplida, sino que ha de ejercitarse en el duro reclamo de la obra por hacer.
COPEI ha significado en Venezuela, eso sí hay que señalarlo, como síntesis comprometedora de una línea política, un movimiento singular. Ha sabido renunciar a la tentación de los odios esterilizantes en los mismos momentos en que se templaba con tesón la mística apasionante de luchar. No ha vacilado en oponer una sana doctrina a la demagogia marxista de la lucha de clases, pero sin dejar nunca de enarbolar el estandarte de una honda reforma social en beneficio de los trabajadores. Contra la revolución arrasadora, el principio de la revolución cristiana. Ni la persecución inclemente del adequismo pudo echarlo en brazos de consignas reaccionarias. Abriéndose paso con el corazón y la conciencia, el corazón y la conciencia han servido, solos, para ganarle el afecto del pueblo.
A los tres años del 13 de enero de 1946, es reconfortante observar que nos encontramos firmes en el camino emprendido. Firmes con nuestras claras consignas programáticas. Firmes con nuestra voluntad de servicio a Venezuela. Firmes con nuestro tesón de luchar por la democracia y por la justicia social.
Estamos firmes. Y si tres años de lucha han servido para demostrar quién es cada uno en Venezuela, este nuevo aniversario nos compromete a todos a hacer que la palabra predicada se convierta, por la voluntad de Dios y del pueblo, en carne y vida de una Patria mejor.