Un gesto de Néstor Luis Pérez

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 7 de febrero de 1949.

Fue el doctor Néstor Luis Pérez un hombre de singular honestidad. Ello, desgraciadamente, no es frecuente entre nosotros. En este país, donde ha sido silvestre la planta de la inteligencia, no ha abundado el apego del hombre a principios morales.

Más que su poderosa inteligencia, desarrollada en la Cátedra, en el Foro, en la bibliografía jurídica, en la dirección de variadas empresas, Néstor Luis Pérez ganó la general estimación porque quiso ser fiel, y supo serlo, a las normas superiores que deberían regir la conducta humana, pero que muchos dejan perecer en la maraña de los intereses.

A su muerte, debió rendírsele señalado homenaje en el Capitolio o en la Universidad. Fue hombre público de elevado relieve y su figura honró la cátedra universitaria. Pero, tampoco era eso indispensable. El mejor homenaje se lo rindió la presencia compacta de hombres representativos de todas las ocupaciones y esferas sociales. Todas las ideologías, todos los estratos, todas las regiones, estuvieron presentes en el momento de bajar a la tumba. Y eso, en un hombre que había actuado, que había desempeñado cargos elevados y asumido posiciones definidas en las luchas políticas, constituye testimonio de que, por encima de la circunstancia y del signo, había un reconocimiento, principalmente, para aquel de esos méritos que seguramente vale más: el de su probidad.

Con su desaparición revive el recuerdo de sus luchas de cívica entereza contra Gómez y de su paso posterior con las manos limpias por las altas esferas de la Administración Pública. Renace la valoración de aquel hombre que fue en diversas ocasiones candidato potencial de muchos para la Presidencia de la República, con una especie de voto simbólico que tuvo en la noche de la tiranía, y que volvió a tener el 36, y el 41, y el 47 –en la hora previa de las postulaciones–. Se destaca de nuevo aquella figura, a la que no faltó adversidad y crítica, pero tampoco el sereno coraje para hacer frente a la responsabilidad.

Yo quiero recordar especialmente uno de sus últimos gestos. Aquel en el cual, después de habernos alentado en la cívica lucha que parecía sin esperanzas, aceptó una candidatura de COPEI para encabezar nuestra plancha de Senadores por el estado Zulia. Bien sabía el doctor Pérez que esa candidatura se estrellaría ante la maquinaria omnipotente del partido que estaba en el poder. Bien medía que colocar su nombre en la lista de la oposición era lanzarlo al forcejeo de los partidos, exponerlo a la jauría de quienes no se contenían ante lo más respetable, para mancillarlo, si así convenía a sus fines de gobierno. Pero el doctor Néstor Luis Pérez aceptó. Y aceptó sin vacilaciones.

Él habría tenido mil razones para evadir la responsabilidad. Su salud física había decaído mucho desde aquel accidente que parece haber sido a la larga causa de su sentida desaparición. Sus méritos morales estaban ya colmados y podía sentirse «por encima del bien y del mal», colocado por sobre los partidos y ubicado en un terreno donde no llegaran las salpicaduras de la lucha. Podía invocar para una negativa, el que su cívico deber lo había cumplido ya con creces, en las tenebrosas ergástulas de la Dictadura y en la decorosa actitud sostenida, antes, en o después de formar parte del Ejecutivo.

Pero, una vez más, su conducta debía servir de ejemplo y no quiso que ese ejemplo fuera de evasión, de duda, de imprecisión. Él habría podido decirnos que estaba cansado o enfermo, pero no. No quiso ser desleal a su conciencia. Nos dijo que nuestra lucha representaba la defensa de la Patria, y que él no podía negarse a que su nombre pusiera una nueva bandera en nuestra mano. No le importó el que, una vez más, la maquinaria del descrédito tratara inútilmente de cebarse en su limpia personalidad. Ni le importó tampoco, sino que expresó tenerlo como motivo de satisfacción, el que el verde de la tarjeta electoral de la esperanza envolviera su nombre de insospechable independencia en la urna de votación.

Debo confesar que, si para entonces mucho le apreciaba, mi admiración por él subió hasta una altura insospechada. No era sólo gratitud, era veneración por aquel gesto, que revelaba al hombre. Cuando quizás muchos calculaban, para plegarse u ocultarse, él estuvo entre los que despreciaron todo cálculo, porque creyó necesario darse otra vez ante su pueblo. Él, que mejor que muchos había cumplido su deber con Venezuela, no se creyó por esto disculpado de seguir ofrendándose en sacrificio ante el deber.

Con nuestra confesión de público reconocimiento, reciba su memoria el homenaje de COPEI. El homenaje de nuestro agradecimiento y ¿por qué no decirlo? Nuestra veneración para aquel hombre que supo dar la luz de una actitud moral en momentos de negra oscuridad para la patria.