La conciencia de la interinidad
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 24 de julio de 1949.
Ocho meses cumple hoy, en este nuevo aniversario del Padre de la Patria, el Gobierno Provisional. Es tiempo ya de ir trazando los rasgos que deben caracterizar su estructura, las aspiraciones nacionales que deben servirle de meta para que su significado histórico pueda juzgarse favorablemente.
Se ha dicho que el problema fundamental de todo gobierno es mantenerse en el poder. De esa regla no se hacen excepciones. Los provisionales están tan imbuidos de ella como pueden estarlo los de período fijo.
Pero ese aspecto palidece, en el caso de los provisionales ante este otro, que ha de presidir su conducta: el de adónde han de conducir y cómo han de transformarse en la búsqueda de la estabilidad. No es que el interinato no tenga que afrontar la realidad que afrontan todos los gobiernos, de no dejarse derrocar. Quizás a este respecto, por su propia estructura, las dificultades del gobierno interino son mayores. Pero al mismo tiempo, el interinato se halla ante el magno interrogante de cómo ha de dirigir sus pasos para conducir la República hacia el goce de una vida normal, ordenada y segura.
Al hablar, pues, del retorno a la institucionalidad, el «cuándo» palidece ante el «cómo», el «hacia dónde». Claro está que el «cuándo» también contribuye a aclarar la respuesta. Mas en la vida de los pueblos resultan despreciables pequeñas diferencias de tiempo, si el objetivo propuesto con patriótica y sincera voluntad es el de enrumbar definitivamente a la nación por un sendero de libertad y orden, de justicia y progreso.
Lo más importante, hoy, es mantener viva en pueblo y gobierno la conciencia de la interinidad. Se ha dicho que en Venezuela lo «provisional» tiende a convertirse en «definitivo», y lo «definitivo» raras veces sobrevive a la provisionalidad. Gómez fue un ejemplo de una interinaria que duró 27 años. Gallegos, el de una «constitucionalidad» efímera, que no pudo resistir un año. Porque, en veces se visten con rótulos de eternidad, obras que no han buscado su fundamento en la sinceridad, en el deseo firme de servirle al país; mientras que, en otras, lo interino comienza a sostenerse indefinidamente sobre la inquietud colectiva del «qué ha de pasar después».
Esos ejemplos son aleccionadores. Pero quienes creemos en un deseo generalmente compartido, de poner a Venezuela en el camino que viene buscando sin lograrlo: el de la institucionalidad firme, sincera y justa, pedimos que él sea compañero inseparable de la colectividad y de los mandatarios, a fin de fortalecer lo que tienda a lograrlo y apartar inexorablemente lo que pudiera conducir a retrocesos en nuestro devenir nacional.
Sabemos que el empeño de llevar a Venezuela al goce pleno de la institucionalidad no es cosa fácil, ni se puede lograr de un día a otro. La empresa está erizada de dificultades. Pero el deber actual es hacer frente a esas dificultades. No ceder ante lo que quisieran algunos, cuya ilusión será que las dificultades aumentaran para tornar más largo el camino de la recuperación cívica.
Largo proceso ha venido viviendo Venezuela, desde los años dolorosos de la noche sin día. López Contreras y Medina comenzaron la obra de la transformación, del gobierno sin doctrina y sin límites, hacia un Estado moderno. Fue la principal de sus fallas olvidar su papel de transición, que brillantemente empezaron. Comparable es su caso al de ingenieros, encargados de trazar un puente, que comenzaran a construirlo desde la orilla donde se encontraban, sin conciencia plena de la orilla donde debían desembocar. Empezaron su puente, con los precarios materiales que tenían a la mano, pero con buena voluntad: en medio de obstáculos y contradicciones, se reconocía y se apreciaba el trazado. Pero se enamoraron hasta tal punto de la tarea que realizaban, que lo que era puente creyeron carretera firme sobre terreno sólido. Olvidaron su deber de conducir al otro lado. Quisieron proyectarse indefinidamente y la obra se derrumbó, cuando más firme parecía, en medio del mayor estrépito.
Después, hemos venido viviendo un eslabón de situaciones difíciles. La política pre-octubrista condujo al 18 de octubre. El 18 de octubre pudo ser puerta abierta de las aspiraciones nacionales, pero la obsesión de lo pequeño privó a los conductores de la revolución de la visión grande de la Patria. Los errores acumulados por Acción Democrática fueron factor de primer orden para que ocurriera el 24 de noviembre.
No es extraño, por tanto, que hoy el gobierno tropiece con inconvenientes múltiples. Es su deber vencerlos; y el nuestro, el de todos los venezolanos de buena voluntad, contribuir a la que signifique desbrozar y limpiar el claro camino de la patria.
Conciencia de la interinidad. Punto de partida indispensable para la obra por hacer. El Gobierno Provisional ha de mostrarla, conviniendo en que mientras más pronto pueda reorganizarse la Nación, ello irá en beneficio de todos. Es cierto que el tiempo cura heridas, pero también crea hábitos. Un programa de disfrute progresivo de las libertades ayudará eficazmente a ganar la meta. Y en tal sentido evitará el peligro de caer, por explicable reacción contra el peligroso ejercicio de la demagogia, en el hermetismo oficial, no menos peligroso.
Sería funesto dejar enseñorearse en los espíritus la falsa idea de que sólo la demagogia habla a la colectividad, de que sólo los grupos marxistas pueden ganar el corazón del pueblo. El corazón del pueblo está del lado de la verdad y la justicia. Se gana con sinceridad, con honradez y con acción social. Y sólo sobre esa base humana, más firme que granito, podrá levantarse en un mañana sin sobresaltos, la grandeza y esplendor de las instituciones.