El partido «Medinista»
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 25 de septiembre de 1949.
Los observadores políticos más avisados han hallado en el telegrama dirigido por el ex Presidente Medina a Pedro Sotillo, director de «El Heraldo», el síntoma claro de la voluntad de aquél, de impulsar un grupo político bajo su inspiración personal.
Ya desde hace algún tiempo ha venido hablándose de «medinismo», de «grupo medinista», de «corriente medinista». Ya parece no satisfacer la existencia de algún grupo constituido después del 18 de octubre con señalado tinte filo-medinista. Quienes integran el medinismo, ha sido y es todavía una incógnita. Con el Presidente Medina sirvieron muchos hombres, algunos de ellos muy dignos de personal estima, pero no es fácil precisar hoy el grado de vinculación política que al General los ligue, ni si estarían dispuestos a embarcarse con él en una nueva aventura.
Los compromisos que existían entre Medina y sus compañeros de Gobierno fueron cortados el 19 de octubre de 1945. El Presidente tomó su decisión por propia cuenta. Que se sepa, no fueron consultados ni los miembros de su Gabinete, ni la dirección del PDV. De un tajo, que no fue precisamente el de Alejandro, el General cortó el nudo que representaba la ligazón del régimen. Y muchos de quienes con él estaban y que han seguido siendo personalmente sus amigos, no parecen estar muy decididos a tejer de nuevo la malla.
La formación abierta de un grupo medinista constituirá, sin duda, un hecho político de numerosas implicaciones. No me hago ilusiones sobre su ubicación ante nosotros, pero sin embargo, la deseo. Bien sé, y me lo ha ratificado paladinamente uno de los más altos representativos de esa corriente, que el grupo político que Medina auspicie, será adversario de COPEI. Así, limpia y cordialmente me lo expresó quien seguramente será el cerebro del medinismo post-noviembrista, como lo fue del medinismo pre-octubrista. Y no tiene nada de raro. Al fin y al cabo, cuando no éramos sino un grupo de muchachos en la organización balbuceante de «Acción Nacional», combatimos al entonces todopoderoso Presidente y le hicimos abierta oposición. Eso no nos lo ha perdonado Medina, ni haremos nada porque nos lo perdone.
Nuestro deseo, pues, de que ese potencial adversario se organice, podría parecer inexplicable. No lo es. Tiene la explicación más simple. Todas las fuerzas políticas deben organizarse. Cada quien debe ubicarse dentro de su propia actitud. Ello contribuye a clarificar el panorama.
La reorganización formal del medinismo tendría muchas ventajas. Por un lado, demostraría la profunda diferencia que existe entre organizar desde el gobierno un mecanismo con nombre de partido, y luchar desde fuera por crear y sostener una mística de verdadero alcance popular, de verdadero sentido nacional. Lástima que a ese medinismo no le hubieran permitido oportunidad de probar el sabor de un combate diario desde la oposición, la emoción de salir al circo o a la plaza pública a decir la palabra de rebeldía, frente a bandas organizadas y estimuladas para el atropello por los propios responsables del orden público. De esa experiencia habrían salido definitivamente calibrados. Habrían probado su capacidad combatiente. De todos modos, no deja de ser deseable el poder ver al General Medina y a sus compañeros de dirección política, en la calle o en la plaza pública, no ya con los arreos del mando, sino fuera del favor oficial.
Por otra parte, la constitución del partido en proyecto tendría un aspecto bastante favorable: despejaría la incógnita del medinismo. Haría saber públicamente quién sigue siendo medinista, y quién se considera desligado del ex presidente desde el momento de su rendición incondicional. Siempre es mejor para los que luchamos abiertamente, con un programa y con una organización públicamente proclamados, situarnos frente a otros grupos paladinamente definidos, y no frente a camarillas más o menos amorfas, imprecisas, infiltradas en forma que pueda llegar a ser incontrolable, dentro de la burocracia. En una palabra, si el partido «medinista» va a ser, como me lo prometía en amistosa charla uno de sus supremos conductores, un adversario político del movimiento copeyano, preferimos saber contra quien luchamos, que sentirnos rodeados por una especie de fantasma medinista que asienta cuadros y gana posiciones en el mundo oficial. Dejaríamos de temer una posible línea tendenciosa por parte de antiguos colaboradores de Medina que a lo mejor no comparten hoy sus puntos de vista, y veríamos quitarse el sutil velo de la discreción a quién sabe cuántos adversarios, todavía encubiertos.
La incógnita de la posición, también quedaría despejada. El General Medina, llegado al poder en 1941 bajo la temida aureola de simpatías por el fascismo, realizó un audaz viraje de acercamiento hacia los comunistas que lo llevó hasta el pacto electoral. Los comunistas, unos más, otros menos, no han dejado de considerarse vinculados a él. Hoy, cuando ha cambiado el panorama de América ¿se dejaría Medina rodear por las simpatías del comunismo y estaría dispuesto a dejarse considerar como su cabecera de puente?
Que se constituya, pues, el partido medinista. Es lógico que al país regresen los ex presidentes, y sería insensato pensar que dejaran de tener preocupaciones e influencias políticas. El General López Contreras, sin embargo, no parece probable que se lance por el momento a la constitución de un partido. No llegó a hacerlo antes y parece improbable que lo haga ahora. Es posible que sus amigos presionen en ese sentido, pero, en todo caso, la hipotética culminación de esos deseos en una organización partidista, parece menos inmediata. El General Medina, animado quizás por el ejemplo de Fulgencio Baptista, algunas de cuyas peripecias políticas han tenido a veces con las suyas cierto parecido, probablemente se lance antes, sin darse cuenta de que Venezuela no es Cuba y que la situación es diferente.
Ante el anunciado adversario, quizás sea prematuro expresar que no nos parece tan temible. La propaganda de los medinistas es la de que el General Medina fue «el mejor Presidente que ha tenido Venezuela en los últimos tiempos». Hubiera podido ser así, si Medina hubiera entendido su momento histórico. El ex presidente signó su gobierno de contradicciones. Entre ellas, la final fue la de evidenciar con la candidatura del doctor Biaggini su deseo de perpetuarse, mientras el papel que le tocaba era el de servir de transición; y la de terminar derrocado por un Ejército en quien decía tener su mejor fuerza.
El momento del General Medina pasó. No dejará de seguir teniendo cierta influencia, su grupo de amigos, algunas cartas políticas que pueden en un momento tener importancia en el juego. Hay entre sus amigos, hombres generalmente apreciados, como un Pedro Sotillo, un Pastor Oropeza y otros más. Él mismo es, sin duda, hombre de inteligencia ágil y de personal simpatía. Pero el «devenir» histórico no lo detiene nadie.
Medina pudo marcar rumbos en la vida venezolana, pero cuando lo pudo, no supo qué hacer con el timón y terminó por abandonarlo en la borrasca. Perdió su hora, y el reloj de la conciencia nacional marca hoy, con campanada que vibra en los espíritus, la necesidad de nuevas fórmulas.