Sentido de una campaña
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 13 de agosto de 1950.
Una nueva fase en la discusión pública del Proyecto de Estatuto Electoral ha sido abierta por COPEI. El partido socialcristiano de Venezuela, abanderado de la necesidad de una justa electoral y primer defensor del Proyecto, ha promovido una serie de conferencias públicas en torno a éste. Se llevarán a efecto en toda la Nación; y se proyecta invitar a la contradictoria exposición de opiniones sobre el Estatuto.
El jueves pasado se inauguró la serie en Valencia. Quienes se acercaron al acto pudieron verificar que el asunto no es indiferente para el público. Mucha gente acudió y más que la inmensa cantidad de concurrentes vale destacar el interés y entusiasmo que el solo enunciado del tema ofreció para ellos.
En tres etapas se ha desarrollado el proceso del Estatuto Electoral. La primera, los seis meses invertidos por la Comisión en la elaboración del Proyecto. La segunda, la discusión de prensa. La tercera, que es lógico considerar como la inmediata antes de la promulgación, esta de las conferencias contradictorias, vale decir, la discusión oral que acabe de poner relieve lo que ya va quedando en claro: que el Proyecto presentado por la Comisión Especial es el que mejor armoniza los principios con las necesidades y circunstancias de la realidad venezolana.
Cuando la Junta Militar, el 23 de noviembre del 49, estimó como uno de los actos fundamentales de su aniversario el anuncio de haber designado una Comisión para redactar el Estatuto Electoral, supo escuchar un clamor nacional. No fue un «antojo» súbito del Gobierno Provisorio, como quieren darlo a entender ahora quienes para mostrarse «más realistas que el Rey» se presentan como si defendieran a la Junta contra la tesis de las elecciones. Y cuando la Comisión Especial cumplió su encargo, dejando el 25 de mayo entre las manos de la Junta el Proyecto, tampoco venía de la Luna con algo que nadie reclamara. El propio Gobierno había mostrado interés en recibir el trabajo de la Comisión, como lo hizo notar la prensa. Su promulgación, así mismo, será la única respuesta posible a un justo interrogatorio nacional. Que no haya habido prisa, es lo de menos. Está andando el proceso y no puede tener otro desenlace –para bien de Venezuela- que la llegada a la institucionalidad.
La campaña copeyana por la celebración de elecciones ha sido y será para nosotros motivo de orgullo. Desde el propio noviembre de 1948 sostuvimos la idea con segura convicción y por ello acogimos con júbilo el Decreto de nombramiento de la Comisión Redactora. COPEI participó en ésta, en la persona de Lorenzo Fernández y en la mía, con la conciencia de cumplir un ineludible deber. Hemos participado en el debate periodístico y tenemos la satisfacción de creer que los argumentos expuestos en favor del Estatuto han vencido noblemente las razones de sus impugnadores. Y ahora promovemos la discusión oral, para refrendar aquellos argumentos y mantener la presencia del ánimo público en asunto tan trascendental.
No faltará quien tilde la actitud copeyana en favor de elecciones, de «deseo de llegar». Ni quien, por otra parte, la suponga demagógica postura, impregnada de un liberalismo dieciochesco. Los antecedentes y la línea de COPEI no justifican ninguna de esas aprensiones, pero ellas surgen fácilmente en la imaginación de quienes no entienden –no quieren entender– que el problema venezolano reclama soluciones de fondo, organizaciones estables, sistemas de sólida estructura, capaces de ofrecer el optimismo indispensable para resolver nuestras seculares cuestiones.
Ni el deseo de llegar nos ha cegado nunca, ni ponemos los formalismos políticos por sobre otros aspectos palpitantes de la realidad nacional. Más bien, nuestro deseo de no apresurar el momento nos ha ganado el respeto de la opinión venezolana y la confesa admiración de autorizados observadores extranjeros. Y la jerarquía de valores, norma fundamental en nuestra lucha, ha ido perfilando a COPEI con fisonomía inconfundible como un vasto movimiento programático, destinado a transformar en forma positiva la vida venezolana.
Si no creyéramos que las elecciones son una necesidad nacional seríamos incapaces de exigirlas. El deseo de ponernos en el lugar en que otros se encuentren, jamás podría justificar esta campaña. Nuestra campaña se justifica porque creemos que la misma índole de la provisionalidad impide proponer soluciones definitivas para problemas esenciales. Y porque estamos convencidos de que una obra de vasto alcance, de reforma social y de bienestar popular, necesita una firme base política. Lo político no es, para nosotros, lo principal: pero constituye una condición indispensable.
Fruto de convicción, pues, no de postura demagógica ni de egoísmo, es la actitud que sostenemos. No vemos en el Estatuto Electoral una panacea, pero sí el instrumento justo y adecuado para vencer un peligroso escollo. Quienes adopten actitud medrosa frente al hecho eleccionario conspiran contra el porvenir de Venezuela. Hay que combatir todo complejo de inferioridad y encarar con decisión asuntos con los cuales, más tarde o más temprano, tendremos necesidad de vernos.
¿Que Venezuela no es Suiza? Ya lo sabemos. Si lo fuera, el problema no estaría planteado.