Razón de ser

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 15 de enero de 1950.

Hace cuatro años, un grupo de hombres y mujeres echó a andar un movimiento por los caminos de Venezuela. Su principio fue positivo y modesto. No se quiso dar carácter de asamblea de un partido nacional a lo que se presentó tan sólo como la reunión constitutiva de un «Comité de Organización Política Electoral Independiente».  Pero, aun así, esa primera reunión formal convocada después de dos meses de trabajo entusiasta, no tuvo el carácter doméstico, de tertulia familiar, que revistieron otras fundaciones de resonantes denominaciones: porque cientos de personas, pese a la suspensión de garantías, se reunieron en el edificio Ugarte, frente a la plaza de La Candelaria, y llenas de fervor se lanzaron a propagar sus consignas.

La idea era organizar progresivamente comités similares en toda la República, y una vez que los resultados dijeran si la organización era capaz de arrastrar a sus filas grandes sectores populares venezolanos, reunir una Convención que le diera forma definitiva. El ensayo resultó victorioso. No era postiza la agrupación, sino que respondía a grandes anhelos nacionales. El crédito de creciente popularidad respaldó su dirección. Y el nombre, que había sido provisionalmente adoptado para elegir después rubro y etiqueta, hubo de conservarse, porque se había convertido en el símbolo de la más hermosa lucha y de los más nobles ideales de venezolanidad y justicia.

La presencia de COPEI en la arena política y social no fue un accidente. El que le dio resonancia ante los oídos de toda Venezuela: la lucha contra Acción Democrática. Como ha sucedido con todas las grandes causas, era el resultado de una larga y tenaz depuración de conceptos y de una persistente vocación de servicio a las necesidades nacionales. Sus raíces se hunden en la forja de una juventud penetrada de hondo anhelo revolucionario, pero orgullosa y consciente al mismo tiempo de su formación cristiana. Vocero de una necesidad de transformación nacional, ella fue también –al mismo tiempo– erguido dique contra el turbión de la revolución marxista. Su sino fue, desde el primer instante (lo siguió siendo durante el trienio adeco y ha seguido y seguirá con la consolidación de COPEI), combatir sin descanso entre dos frentes: resistir lo que en un momento pareció avalancha incontenible y poliforme del marxismo (hoy en Venezuela y en el mundo en preludios de retirada), y vencer la influencia tenaz y sutil de la inercia social, parapetada para disfrute de gabelas y privilegios y para fomento de ambiciones por quienes han querido condenarnos a la fatalidad del atraso perpetuo.

Quizás el 18 de octubre precipitó el proceso normal de desarrollo de lo que ha quedado denominado para siempre el Movimiento Copeyano. El derrumbamiento de situaciones que alardeaban de omnipotencia; la desbandada de muchas responsabilidades; la confusión imperante en la hora; la quiebra, en una palabra, de las generaciones que históricamente llevaban el peso de la responsabilidad histórica, hizo que de la noche a la mañana un grupo juvenil y entusiasta quedara convertido en vanguardia y estructura de la vida política venezolana. A la dirección de COPEI llegaron, por derecho propio, luchadores de temprana juventud, a compartir con algunos hombres maduros que no eludieron el combate, el peso mayor de la campaña. Unos pocos tuvimos la fortuna de servir de eslabón entre los cuadros más maduros y los más juveniles del partido, y por ello podemos dar testimonio de que unos y otros no se diferenciaron en la brega, pues los más maduros supieron dar lección de entusiasmo, los más nóveles supieron dar ejemplo de buen juicio, y todos a una supieron refrendar el ejemplo nacional de la generosidad y el arrojo.

Así como llegó el golpe de octubre, así habría llegado cualquier otra ocasión en que el movimiento –fruto de una necesidad colectiva y de un programa renovador y sano– resonara en su plena realidad. COPEI no era una improvisación. Tan no lo era, que la misma semana de su fundación, en su número hebdomadario inmediato, el 13 de enero de 1946, el órgano oficial del Partido Comunista proclamara a grandes titulares lo que constituye nuestro orgullo: «COPEI ES EL ENEMIGO». El enemigo sí, del comunismo internacional y disolvente. El enemigo, por antonomasia, y no uno cualquiera de los enemigos. Porque los comunistas saben, mejor que nadie, que la batalla definitiva a su propaganda de destrucción y odio no se les puede dar con éxito desde los rangos del egoísmo capitalista, sino desde las filas de la reforma socialcristiana.

Para alentar frustráneas apetencias, ha habido quienes quieren explicar el portentoso desarrollo y arraigo de COPEI, observando un solo factor de la cuestión: la lucha contra Acción Democrática. Para ellos, COPEI fue sólo la expresión de una inconformidad, la canalización de un sentimiento de combate. En una palabra, la barricada. A esos que hablan así, bastaría preguntarles, una y otra vez: ¿es que COPEI fue la única oposición «intentada» contra Acción Democrática? Porque, podríamos convenir en que fue, en el campo cívico, la única efectiva oposición «cumplida». Pero el intento salió también de otros campos. Otros muchos grupos políticos enarbolaron el estandarte de la oposición. Algunos, se fundaron antes que COPEI, y antes que COPEI hicieron estridente lucha. Tenían muchos a su frente, personalidades de trayectoria, líderes de arrastre colectivo. ¿Por qué no «cumplieron» entonces la gran jornada cívica de oposición que COPEI realizó?

Porque no tenían, como sí la tuvo y la tiene COPEI, una poderosa razón de ser. COPEI no es una artificiosa combinación de intereses o de resentimientos. Es la aspiración nacional hacia una meta, la única capaz de dar a Venezuela libertad y justicia, orden y progreso, reforma audaz y respeto profundo por las tradiciones.

A un año del golpe de noviembre, cuando muchos pensaron se acabaría el «motivo» de la acción copeyana, con la caída de Acción Democrática, COPEI celebra su cuarto aniversario decidido, compacto, dispuesto a seguir cumpliendo su histórica responsabilidad. No era Acción Democrática la razón de ser de COPEI. Acción Democrática era mera expresión de uno de los factores que perturban a la nación venezolana la conquista de un mejor destino. Esos factores son muchos más, y combatirlos no es la obra de un día. Es obra para una generación. Es empresa que reclama y exige muchos sacrificios. Pero comenzar y seguir en la empresa, sólo puede negarlo quien no sienta hervir en sus venas sangre venezolana.

¿Vale la pena acometer la empresa de luchar por la Patria Mejor?

Que lo nieguen los escépticos o los egoístas. COPEI es esperanza generosa y por ello se lanzó con alegría por la senda de la decisión y del deber. Vale la pena todo esfuerzo para la forja de la Patria grande.

Cuando COPEI se lanzó a conquistar el corazón del pueblo, nadie creía que el pueblo podía seguir con entusiasmo arrollador a quien no lo embriagara con la demagogia del marxismo. COPEI mostró cómo los corazones populares constituyen el mejor dinamo para motorizar la lucha por un ideal. Su razón de ser está en el pueblo venezolano y en la idea de la revolución cristiana: mientras ellos existan (y será siempre) habrá un motivo inagotable para la acción y el trabajo copeyano.