Literatura de frustración
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 2 de julio de 1950.
Con explicable curiosidad tomé un libro que el señor Valmore Rodríguez acaba de publicar en México, fechado en Nueva York. Pensé que el doble Vicepresidente (de la República, como Presidente del Congreso, y del Partido AD) analizaría en forma responsable las causas del fracaso del adequismo en su ensayo de gobierno. No esperaba, claro está, que aceptara toda la responsabilidad que corresponde a su partido en ese fracaso, que ellos y algunos de sus adversarios han querido hacer pasar como el del poder civil en Venezuela. Pero tampoco creí que se refugiaría en la actitud estéril de acumular epítetos con la intención de desviar hacia otros hombros esa responsabilidad.
Habituado a la literatura de «Resistencia» llegué a pensar que la pobreza de conceptos y congestión de insultos del vocero semi-clandestino podían deberse a la ausencia de los más señalados líderes adecos. A celo de principiantes atribuía, pues, la torpe posición, más reveladora de despecho por algo que fue y no vuelve a ser que de vocación de retorno, fundada en conciencia de gobierno y objetivos de alcance nacional. El libro del Vicepresidente echa por tierra esa piadosa explicación. Es un espejo de lo otro. Recuerda las páginas colmadas de diatribas de «El País» y viene a demostrar que de arriba abajo no saben hacer otra cosa. Quien los lea admirará, más bien, que hayan podido llegar al gobierno y que todavía aspiren a volver.
El libro que comento, «Bayonetas sobre Venezuela», circulará entre personas ajenas al medio, ignorantes de los antecedentes, proclives a creer abanderados de la democracia a quienes no supieron fundar un régimen sincero de libertad y justicia. De sus 181 páginas, en treintidosavo, sólo unas cien dedica VR a comentar «la cuartelada de noviembre» y a injuriar los adversarios de AD, «cómplices y responsables», buscando olvido para la propia culpa. Para referirme a los insultos que dirige a COPEI me bastará copiar algunos párrafos, como muestra de la pobreza del librito. Es pura literatura de frustración. No hablaría de ese modo quien se sintiera todavía con la responsabilidad de haber dirigido la vida de un pueblo, ni mucho menos quien aspirara a gobernarlo de nuevo.
COPEI, dice el señor Rodríguez, «es una agresión informe de fanatismo beatoide, de regionalismo anti-nacional y de apetitos burocráticos» (p. 161). «Carente de una doctrina coherente, de un ideario político claro –¿democracia, gomecismo, falangismo, conservatismo, socialismo cristiano?– COPEI no acierta a dar una sensación de refugio permanente a ninguno de sus seguidores» (p. 162). «Negación. Ese ha sido el do de pecho de COPEI, en sus campañas electorales, en sus campañas de proselitismo o de pura agitación concebidas para asestar golpes por mampuesto al gobierno. ¿Quién en Venezuela conoce el programa electoral de COPEI, sus promesas formales, sus compromisos ante la opinión nacional? Nadie» (p. 162).
Tales frases revelan la atrofia de un criterio, a menos que reflejen la impresión subconsciente de su propio grupo. ¡Negación! Si eso es precisamente lo que AD hizo en Venezuela y lo único en que ha tenido constancia. ¡Carencia de doctrina coherente! Si eso fue lo que llevó a AD a su tremendo fracaso en el poder. Mientras que el avance electoral de COPEI fue consecuencia de su clara exposición de una doctrina; y de firmeza de principios ha dado fe el movimiento copeyano, no sólo durante los tres años de régimen adeco, sino los dos de gobierno militar, ratificando la norma civilista y democrática que alegó antes y que VR se empeña vanamente en desconocer.
¿Por qué no explica más bien el autor la línea decreciente de votos seguida por AD en los comicios desde 1946 hasta 1948? ¿Por qué no justifica el que después de haber concedido a regañadientes la trasmisión radial de las sesiones parlamentarias, la cortaran de un tajo en 1948? No lo hace. Y olvida su propia expresión, hecha más atrás, de que el programa de COPEI está «calcado en el socialcristianismo de las encíclicas papales, Rerum Novarum, Quadragesimo Anno» (p. 160); aunque usa –no sé con qué sentido– el adverbio «sigilosamente».
Llega hasta afirmar sobre la campaña electoral copeyana en 1947 cosas que debería leer toda Venezuela (testigo de la emoción popular que aquella campaña despertó y de los atropellos adecos a nuestros actos) para verificar cómo un elevado personero menosprecia verdades que todo el mundo sabe: «Las concentraciones públicas de su candidato se caracterizaron del principio al cabo por una concurrencia tan rala como poco entusiasta…Los propagandistas del COPEI irrumpían en las concentraciones de Acción Democrática armando ruidosas camorras, no obstante su debilidad numérica» (p. 170). Interpreta así esta frase del «prólogo» del Dr. Alberto Carnevali: «Por supuesto, ningún bando político es imparcial. Se le puede pedir que sea veraz, pero no desapasionado» (p. 27).
Entre las muchas falsedades del librito está la de que Acción Nacional, movimiento precursor de COPEI, sólo se pronunció contra el nazismo «en la medida en que las democracias hacían patente su capacidad ofensiva y la victoria se iba inclinando de parte de los ejércitos aliados» (p. 158). Cuando VR sabe muy bien que Acción Nacional se fundó el 19 de abril de 1942 y ya antes sus promotores, cuando los ejércitos nazis paseaban por Europa, habíamos ratificado nuestra posición contra Hitler, a pesar de nuestro anti-comunismo firme y consecuente; y que el mismo 42 participó el suscrito en una reunión católica antifascista en Estados Unidos, cuando todavía estaba lejos e incierta la victoria.
El autor dice que el edificio del Congreso «ha sido ocupado para alojar tropas, y saqueados sus archivos». Y quizá por ironía, redondea esta frase sobre los comunistas: «Con respecto al gobierno y al partido Acción Democrática, el partido rojo adoptó una actitud de franca oposición» (sic).
En la dedicatoria del panfleto se incluye la memoria del Tcnel. Mario Vargas. Ello traerá a muchos el recuerdo del momento en que el señor Rodríguez dejó el MRI para pasar a Comunicaciones y el de la rendición de la Plaza de Maracay, el 24 de noviembre de 1948. Es fácil aparentar identidad cuando una de las partes reposa en la tumba.