Iniciativa privada

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 19 de marzo de 1950.

Han comenzado las esperadas dificultades petroleras, y nos han encontrado como nos suelen encontrar los problemas. Anunciándolos, pero sin prepararnos para afrontarlos. Año tras año venimos hablando de lo peligroso que es depender de un solo producto y de lo aleatorio de la riqueza hidrocarburada, pero nunca hemos tomado en serio las promesas y propósitos de austeridad fiscal y económica. Los gastos ordinarios del Fisco crecieron vertiginosamente, como los presupuestos de las economías privadas. Y ante la alarma de una reducción, nos sentimos con la incomodidad de tener que eliminar gastos que de extraordinarios se convirtieron en ordinarios y poco sirvieron para fecundar los recursos de una economía propia.

Claro está, que en el volumen de la alarma pone su parte el interés político, no sólo nacional sino internacional, vivamente interesado en provocar al Mundo Occidental una gran crisis económica que haría propicia la ocasión para una arremetida del bloque comunista. Muy hábilmente encaminada, la propaganda surge efecto sobre la psicología de los capitalistas, quienes suelen ser carne de pánico y servir de instrumento a sus peores enemigos. El hecho es curioso, pero se repite indefinidamente: el comunismo se fija en ciertos hechos para realizar su siembra de temor, y los bancos comienzan a reducir los créditos, y los hombres de empresa les siguen en una mal llamada línea de «prudencia». El resultado es la progresiva escasez de oportunidades de trabajo, es decir, el aumento de las dificultades, por obra de aquellos más llamados a sufrir sus efectos finales.

Que la alarma petrolera tiene bases muy ciertas, ello parece indiscutible. Que los más interesados en hincharla son quienes representan intereses de la política doméstica o de corrientes mundiales, no hay duda. Pero lo que constituye síntoma favorable es la preocupación nacional ante el problema. Serena y responsablemente surge de la Nación misma –y no de sector determinado ni del puro círculo oficial– la inquietud por asunto de tanta trascendencia.

Uno de los mejores síntomas en este respecto, me parece el viaje de la misión de comerciantes enviada a la América del Norte. Un grupo de hombres distinguidos, que viven en el constante ajetreo de las actividades comerciales, ha salido a cumplir una función de contenido nacional. Se dirá que representan sus propios intereses: pero, precisamente, uno de los grandes motivos de la política social es hacer coincidir el interés privado con el interés colectivo.

El asunto del petróleo es uno de esos en los cuales el interés de cada uno de los venezolanos coincide con el interés de la colectividad. Quien más, quien menos, no hay quien no resulte afectado directa o indirectamente por una modificación sustancial de la economía de los hidrocarburos. Los comerciantes no son, por consiguiente, los solos afectados. Y su iniciativa de tomar un papel en la lucha por llevar hasta la opinión pública de Estados Unidos el punto de vista venezolano significa, sin duda, un no desentenderse del caso, un no dejarlo en los puros hombros del Ministro de Fomento y del Embajador en Washington, sino en asumir su parte de responsabilidad.

El mecanismo intervencionista del Estado moderno hace que aumente a diario la zona de contacto entre los intereses públicos y privados. En algunas materias, el contacto es más íntimo, la unión es menos disoluble. Y mientras hay quienes quisieran ver desaparecer totalmente la voz y responsabilidad del ciudadano, en aras del ente colectivo, total, totalitario, los mejores esfuerzos en el mundo de hoy persiguen afanosamente el hacer coincidir, o conjugar al menos, el papel del Estado con el impulso de los asociados.

En una hoja semi-clandestina se cita el viaje de los comerciantes como una prueba de fracaso o incapacidad oficial. No creo justo considerarlo así. Carezco de elementos de juicio para apreciar hasta dónde han sido activos o acertados los funcionarios encargados del problema. Pero, sin emitir un dictamen (que tampoco soy el más autorizado para formular) estimo necesario rechazar aquella apreciación, en aras de un interés nacional. Porque al pueblo venezolano no le conviene que la iniciativa privada en asuntos de interés colectivo se aprecie como índice de incapacidad oficial. Ello conduciría a un esterilizante juego de suspicacia. El Estado miraría con desagrado –y trataría de entorpecer– las útiles iniciativas de los ciudadanos. Y los ciudadanos temerían cooperar –como es su deber– a la resolución favorable de cuestiones de interés colectivo.

El viaje de los comerciantes me parece un ejemplo. Nadie dirá que un interés político me mueve, porque la figuración política que pueda tener alguno o algunos de sus voceros, representaría quizá corrientes divergentes con la mía. Pero es que creo que todos debemos hacer el empeño de quitarle al petróleo el aspecto de una cuestión política. Allí deberíamos hacer un solo empeño nacional.

La voz de los comerciantes repercutirá más fácilmente en sectores en los cuales difícilmente obtendría alguna vibración la voz de un burócrata, o la de un político. Los «businessmen» tienen una especie de lenguaje universal. No necesitan de muchos discursos. Las basta hablar con cifras, para entenderse fácilmente. Y los hombres de negocios son en los Estados Unidos una fuerza de grandes proporciones, cuya voz suena y se oye en la decisión final de los asuntos públicos.

No sé si peco de romanticismo al atribuirle una importancia tan considerable al hecho que sirve como tema a este artículo. Honestamente, me halaga el ver que alguna vez en Venezuela no es únicamente el Gobierno el que habla ni el que se arroga el derecho de hablar en el nombre de todos. Profundamente nacionalista, como soy, sé que el planteamiento y defensa de los grandes valores nacionales tiene que hacerse hoy, por circunstancias históricas que sería imbécil ignorar, en plano de relaciones internacionales.

Así como a la Conferencia Internacional del Trabajo tienen acceso patronos y trabajadores en representación de grupos específicos, así tienen que hacer acto de presencia las tan discutidas «fuerzas vivas» en los asuntos que más calificadamente pueden tratar. La voz del obrero mueve más fácilmente el corazón del obrero. La del comerciante o del banquero, del productor rural o industrial, poseen mayor «arrastre» en la conciencia de quien ejerce actividades similares. El intelectual convence más fácilmente al hombre de pensamiento; y el artista, a quien busca en la estética el mejor motivo de la vida. Conjugar, sumar, armonizar, ha de ser el secreto del suspirado equilibrio social.

Por eso, sinceramente, ese viaje de los comerciantes… me gusta…