Asociación, ¡No complicidad!
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 26 de marzo de 1950.
Una vez me decía un compatriota ilustre, amargado por doloroso escepticismo: «en Venezuela no hay espíritu de asociación, sino de complicidad». Amasaba su teoría con ejemplos, en verdad, impresionantes. «Emprenda usted –decía– cualquier iniciativa que requiera el concurso de muchos. Verá cuánto le cuesta obtener cooperación ajena. Pero inicie usted la idea de una empresa para explotar los sentimientos de otros, su ingenuidad o buena fe, o para exaltar los instintos malsanos, y le sobrará ayuda. En Venezuela –repetía– no hay espíritu de asociación, sino de complicidad».
Pero, precisamente, demostrar que es posible vencer la inercia colectiva y sumar voluntades al servicio de nobles ideales, es una de las consecuencias que ha ofrecido la lucha copeyana y que habrá de ratificar la próxima Convención Nacional de COPEI.
El pesimismo tejió su maraña de negaciones alrededor de la existencia de COPEI, como grupo que aspira enrumbar la vida nacional por un camino programático, de respeto a los principios propios y a los derechos ajenos. La tesis de la pandilla como única realidad social se ha esgrimido cada vez que se afirma la necesidad de grupos doctrinarios. Pero ha sido vencida.
Se rompió la costra del pesimismo, cuando salió COPEI a combatir. No lo impulsaban el despecho ni el resentimiento. No lo alentaba la ambición. Desechó la tentación de aventuras en que se podía ganar sin mucho esfuerzo, el impulso de cualquier revés de fortuna. Prefirió mantenerse en su camino, cumpliendo progresivamente dos claros objetivos: orientación y organización. Vale decir, defensa del ideal de una patria mejor y más justa, mediante la exposición de una doctrina razonada y sentida; y, por otra parte, combate contra la anarquía colectiva, mediante un proceso de estructuración orgánica, desde los centros nucleares de la responsabilidad ciudadana, hacia toda la vida nacional.
Hace algunos meses visitó a Venezuela, Carlos Vezga Duarte, uno de los más sagaces espíritus de la juventud colombiana. No pudo ocultar la observación, que reiteró desde Bogotá en sus emocionados comentarios periodísticos, de que lo que más lo impresionó en COPEI fue su innegable voluntad de transitar por un firme sendero a la conquista del mañana. Halló en COPEI tanto desprecio por el triunfo inconsistente que brinda la ruleta de la historia, que esto mismo le mostraba sólidamente seguro de su triunfo. Lo que tiene que venir, vendrá. Y lo interesante es que no venga por el camino de las negaciones. Que llegue por la vía de nobles compromisos, capaces de ofrecer base firme para una gran transformación nacional.
La experiencia de Acción Democrática ha servido de pretexto a las eternas fuerzas emboscadas, hostiles a líneas programáticas. Dicen que tres años de gobierno partidista son la demostración de la ineficacia e inconveniencia de partidos. Se les ha replicado ya, con agudeza, que frente a esos tres años podrían esgrimirse muchas décadas de dictadura, para desacreditar la tesis del personalismo. Pero, es que hay algo más. Es que no se medita sobre el fenómeno de la llegada de AD al poder. Es que, precisamente, Acción Democrática llegó porque había un anhelo nacional de abandonar lo que figuras del pasado llamaban «el compromiso personal de hombre a hombre». Es que, si los militares entregaron a AD el gobierno el 19 de octubre del 45, fueron vehículo de un recóndito anhelo nacional que pugnaba por hallar su forma, en el sentido de que algún grupo de doctrina con sentido revolucionario enrumbara las fuerzas sociales hacia la recuperación nacional.
Los intérpretes del 18 de octubre han querido explicar de varios modos el hecho de la entrega del poder, de la Unión Patriótica Militar, a los hombres de Acción Democrática. Buscando la razón en la anécdota, tratando de interpretar caracteres o tendencias, hay quienes han querido hacerlo pasar como una ingenua creencia en el programa de AD y en sus hombres, mientras otros han querido marcarlo como una obra maestra de astucia. No creo que la causa esté en la anécdota. Hay que buscarla en algo más profundo. La gran mayoría de los militares del 18 no podían participar, por formación propia, de las ideas socializantes y las tendencias apristoides de AD. No fue a AD, propiamente, a quien quiso entregársele: lo que hubo fue un intento frustrado de abrir cauce a la gran esperanza nacional de que hombres de pensamiento echaran a andar la vida pública sobre una armadura institucional. Error grave sería el de quienes, amparándose en el fracaso adeco, aprovecharan el «chance» para tratar de que se olvidase aquella trascendente realidad, firmemente asida en el espíritu nacional.
Pero, volvamos al tema del artículo. Se trata de la Convención Nacional de COPEI. Su celebración se aproxima, pues deberá instalarse en Caracas el sábado 1º de abril. Ya se ha ido informando cómo en las diversas capitales de Estado y Territorio, se han ido celebrando las Convenciones Regionales. Cada Convención Regional ha sido resultado de un proceso previo de celebración de Convenciones Distritales y Municipales. El Partido se reúne, se incorpora, orgánicamente, para hacer oír su voz en la actualidad nacional. Y por si fuera pequeña esta hermosa demostración de nacionalismo integral, otro símbolo de la unión indisoluble de la patria grande y generosa, ha sido la presencia de los delegados del Comité Nacional. Ezequiel Monsalve, de Sucre, representó la organización nacional del Partido en la Convención de COPEI en el Táchira; mientras Patrocinio Peñuela, del Táchira, ha llevado la representación nacional en la Convención Regional de Sucre. Así como Edecio La Riva, de Mérida, ha ido a presidir la reunión copeyana del estado Bolívar; mientras Lorenzo Fernández, de Caracas, ha dirigido la copeyana convención del estado Trujillo. Los ejemplos podrían multiplicarse indefinidamente. Es que la lucha copeyana, si alguna credencial ha de llevar al libro de la historia venezolana de este siglo, ostentará como una de sus mejores preseas, su concepción irrestricta de la nacionalidad sin fronteras internas.
Vendrán hombres y mujeres, obreros y estudiantes de todo el país, por cuarta vez a la Casa Central. Sus funciones tendrán una parte de la indispensable rutina estatutaria. Se elegirá nuevo Comité Nacional y nuevo Tribunal Disciplinario Nacional, y se conocerá de las actividades partidistas desde la Convención anterior, con honesta y constructiva autocrítica. Pero, al mismo tiempo, se hará un análisis de la situación nacional. El partido vive en función de la patria, y por ello no incurrirá nunca en la inversión monstruosa de colocar al servicio de sus intereses específicos, los intereses nacionales. Se analizará el momento histórico que atraviesa Venezuela. Se estudiará la línea seguida hasta este momento por el Comité Nacional. Se plantearán los lineamientos fundamentales de su actitud futura ante nuestra realidad social y política. Y se adoptarán las medidas necesarias para participar organizadamente en el proceso electoral que se avecina.
He allí por qué he creído el mejor tema para hoy el de que el caso concreto de COPEI desvirtúa la frase pesimista del distinguido amigo a que me referí arriba. COPEI ha demostrado y demostrará que es obra del espíritu de asociación, no de un bajo instinto de complicidad. Su Convención reafirmará que no preside su vida un espíritu de secta. La mística arraigada de sus militantes, el orgulloso sentimiento de ser copeyano, encuentra su nervio y su fuente en ancho sentimiento de venezolanidad.
Por eso mismo, la Convención de COPEI no se limita a ser un acontecimiento partidista. Es un hecho de significación nacional. Y las conclusiones que se adopten, no serán instrumento de parcialidad egoísta, sino, por el contrario, normas que han de marcar el mejor rendimiento copeyano para el pueblo todo de Venezuela.