Estos cinco años

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 14 de enero de 1951.

Nadie podrá decir que han sido propiamente de cálculo egoísta ni de comodona indiferencia, estos cinco años que ha cumplido COPEI. En una etapa de inquietud nacional el riesgo ha sido voluntariamente asumido, por una convicción de deber. Cinco años de acción, cuyo balance sólo podrán apreciar más tarde quienes hagan el estudio de esta atormentada época.

Hemos actuado intensamente. Saboreado más de una amargura. Hemos mirado pasar a nuestro lado figuras de todas las dimensiones. Hemos visto subir y bajar. Hemos presenciado promesas incumplidas. Hemos observado buenas voluntades rotas o arrinconadas, o echadas a mitad del camino, impotentes o abúlicas para vencer obstáculos. Hemos vivido con nuestro pueblo la esperanza de mejores días, y a su lado hemos podido darnos cuenta de cómo va perdiendo su desorientación y marcando el rumbo de sus anhelos entre tropiezos y desilusiones, hacia la Justicia Social en una Venezuela Mejor. Hemos asistido con él a la mejor escuela: a la escuela de la experiencia, insustituible y aleccionadora. Lo que hemos aprendido no será para convertirlo en instrumento de medro, sino para cumplir mejor nuestro compromiso de trabajar por Venezuela.

Es ya un lugar común el que los tiempos que corren están erizados de dificultades. Universalmente, los pueblos se enfrentan a una crisis de magnitud incomparable. A esta coyuntura mundial, Venezuela comparece en un período de reajuste, de vuelta a la búsqueda inquietante de la fórmula adecuada al ideal de convivencia que animaba el espíritu de sus mejores hombres. Estamos en crisis de reorganización interna y participamos en una crisis de reorganización mundial. Esto nos hace más vulnerables a las contingencias; pero hace también más aprovechable para nuestro país la enseñanza que el mundo ha de obtener de la trágica lección protagonizada por el individualismo y el materialismo. Nuestros peligros son mayores que en cualquier otro tiempo; pero también han de ser mayores las esperanzas de construir, entre dolores, un orden nacional basado en una sana libertad, inspirado en un firme patriotismo, realizador de una verdadera justicia.

Nos hallamos en medio de un período revolucionario de vastas proporciones. La Revolución Venezolana, como en otras ocasiones hemos dicho, está gestándose en el siglo XX con una profundidad tal como no pudieron soñarla los estériles luchadores y guerrilleros del siglo XIX. El país está en crisis: pero en una crisis de crecimiento y de orientación. Siente la necesidad de no seguir viviendo aletargado, como en las épocas de dictadura; siente el imperativo de no gastar sus energías en la mentida libertad de cortos paréntesis de agitación demagógica. El mismo pueblo capaz de asombrar al Continente en los días de la emancipación, consciente de haber perdido entre demagogos y tiranos la oportunidad de enrumbarse, forja el propósito de integrarse en un Estado moderno, libre y justo y no quiere desperdiciar esta nueva ocasión.

Eso que el pueblo vive de manera instintiva, es lo que dentro de él, a su cabeza muchas veces, ha querido compartir COPEI deliberadamente: la búsqueda de un honroso destino. Por eso las fórmulas pesimistas lo han encontrado de frente, en actitud de noble combatiente, en la misma actitud en que lo encontró la demagogia. La libertad, la defensa de la persona humana han tenido en él un paladín constante. En momentos de cobardía general sorprendió, por decidido, su gesto de dignidad y de lucha. En momentos de enconadas pasiones sorprendió, por equilibrado y generoso, su gesto de moderación y de armonía. Una y otra vez, la misma actitud constructiva.

Han sido cinco años de angustia los que ha vivido nuestra patria. COPEI ha compartido con ella los más amargos sinsabores y ha mantenido en ella vivas las más alentadoras esperanzas. Podría sintetizarse esta etapa como una hermosa batalla en defensa del optimismo nacional. Por algo se le ha llamado a COPEI el movimiento de la esperanza venezolana.

Ese optimismo, porque no se basa en utopías sino en la firme voluntad de servir, está firme, más vivo que nunca. Ha terminado un lustro vivido entre zozobras.

Sin solución de continuidad comienza, en medio de los problemas de la hora, un nuevo lustro: lustro de afirmación copeyana, lustro de fe venezolana y ¿por qué no decirlo? lustro de necesario éxito para la revolución socialcristiana que Venezuela aspira. Es la etapa de probar la fórmula más pura, más sincera y constructiva. La responsabilidad de ensayarla será más delicada que la de combatir por su idea. Se acerca inevitablemente el momento de probar que, como se ha sabido pelear, se sabrá edificar y reconstruir.