La coalición y el preámbulo de la nueva constitución

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 23 de abril de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.

Han surgido en los últimos días algunas dificultades tangibles dentro del régimen de coalición nacido del Pacto de Puntofijo. La prensa se ha hecho eco de los inconvenientes e insatisfacciones derivados de la participación de los distintos grupos políticos que integran la coalición en la formación de los equipos gubernativos, especialmente de los equipos regionales. Hay en Venezuela grandes dificultades al respecto. Una de ellas es la vieja costumbre de que cualquier partido o bando vencedor, en cada cambio de régimen, se sentía con derecho a desplazar a toda la burocracia existente y de instalar en los cuadros políticos y administrativos a su propia gente. Por supuesto, dentro de cada grupo político, las bases de los partidos presentan reclamos y quejas, algunas veces fundados, y otras veces quizá exagerados, pero que en un plano chiquito, de política menuda pero con proyecciones un tanto rigurosas, han perturbado en más de una ocasión el libre juego de la Administración Pública.

Pero también ha surgido otra especie de dificultad que se va haciendo tangible: es la generalización del uso de ciertos cartabones ideológicos que parece que quisieran perturbar el libre juego y la estabilización de la democracia venezolana. Es un hecho curioso, pero de algunos meses para acá –casi podríamos decir, concretamente del 7 de diciembre para acá– ha habido como cierto frenesí en hacer unos moldes de clasificación de las fuerzas políticas y de los fenómenos sociales y económicos, utilizando términos y puntos de vista que ni siquiera son hoy sostenidos desde los más ortodoxos cuadros del marxismo, sino que tuvieron vigencia o resonancia universal hace cosa de 40 o 50 años, pero que hoy, en la misma Unión Soviética se van dejando de lado. Hay como una necesidad de ver quién es más ortodoxo en la fijación de principios que se llaman revolucionarios, como si el concepto de revolución no pudiera enmarcarse sino dentro de determinadas palabras, de determinados cartabones o moldes.

Ideales e ideólogos

Esta tendencia se hace peligrosa, y nos hace recordar la admonición de dos venezolanos –quizás los venezolanos que han tenido más claras y firmes ideas en toda nuestra historia– que perdían su ecuanimidad al juzgar la intervención funesta de los «ideólogos», que dentro de nuestra historia republicana habían subordinado todos los intereses al culto de determinadas fórmulas. Quienquiera que lea los pensamientos de Bolívar o de Andrés Bello, se encontrarán a cada paso con esta admonición, con este choque de aquellos dos grandes cerebros, de aquellos dos grandes espíritus, con ideas muy claras y con ideales muy firmes, que se enardecían cuando pensaban que la vida del país se perturbaba por ideólogos que no eran capaces de amoldar a la realidad social la verdad de su pensamiento.

Algunas veces, cuando uno lee ciertos artículos, escucha ciertas expresiones, o cuando oye algunos discursos –discursos por lo demás enderezados en una especie de carrera para no perder cierto ascendiente ante la masa–, se está tentado de pensar si es que la idea a que llegamos los venezolanos hace un año, después de diez de largo sufrimiento, acerca de la necesidad de buscar una unidad sólida y sincera, era una idea equivocada, o si es que los pueblos o sus dirigentes tienen a veces su memoria tan frágil que parece que todas las razones y experiencias se olvidan cuando desaparece el peligro inmediato.

Tenemos que tener cuidado. Yo he visto por ejemplo, hoy –y me ha sorprendido que lo haga una persona a quien le tengo cariño y simpatía, y cuya inteligencia admiro, como Domingo Alberto Rangel– en un artículo escrito desde Beirut, que no refleja, por cierto, el ambiente suave de El Líbano, con sus blandas características, tan metidas dentro de la poesía de la Escritura, habla de la coalición entre las fuerzas políticas que integran el actual gobierno, casi como si fuera una desgracia, casi como si constituyera un problema para la recuperación venezolana. Hasta se sugieren allí analogías que no sé, sinceramente, cómo se podrían sostener hoy en Venezuela. Porque cuando se habla, por ejemplo, como si se tratara de algo actual, de una hipotética coalición entre un partido socialista, un partido liberal y un partido conservador, parece como si se le estuviera poniendo una etiqueta a las tres fuerzas políticas que integran la actual coalición venezolana.

Allí leí, por ejemplo, una frase como ésta, que me sorprendió muy de veras: «Sería absurdo exigirle al Copei (en una coalición) que admita el establecimiento de la educación oficial y la prohibición de toda la enseñanza privada». Y yo, que tengo muy fundadas razones para creer que el propio amigo y compañero de Cámara, Domingo Alberto Rangel, no sería partidario de la eliminación de toda la enseñanza privada, me pregunto si en Venezuela hay en este momento alguna fuerza interesada en la destrucción de la enseñanza privada, necesario factor de aportación para la resolución del déficit educacional de la República.

Y me sorprende más todavía cuando leo esto: «porque también resultaría inadmisible a Acción Democrática que se le obligue a tolerar situaciones que conspiren contra la clase obrera o contra los campesinos, que son su raíz nutricia», porque parece hablarse como si las otras fuerzas de la coalición tuvieran o pudieran tener algún interés en que se fuera contra los campesinos o contra la clase obrera, cuando la verdad es que la preocupación por los campesinos y por los obreros ha sido bien proclamada por todas las fuerzas políticas y se puede poner sinceramente a prueba cuando llegue el momento de dictar las leyes o de tomar las medidas tendientes a su mejoramiento.

La coalición no es circunstancial

Pero esta es una consideración, digamos, lateral. La he traído a cuento para decir que la coalición de las fuerzas políticas en Venezuela tiene una realidad sustante, tiene una causa muy profunda, no es un hecho circunstancial. Si hemos llegado a ese fenómeno, nuevo en la vida del país, es porque estamos convencidos de que éste necesita de la unión de esas fuerzas políticas para poder consolidar su vida democrática.

Algunas veces a nosotros también nos reprocha nuestra gente que con la colaboración de buena fe que estamos dando al sistema de coalición, estamos ayudando a afianzarse a Acción Democrática en el poder. Para nosotros, esto es secundario. Para nosotros, lo esencial es que la vida nacional se afiance dentro de un sistema democrático y que dentro de ese sistema democrático no se quede en verbalismo agotador la idea revolucionaria de cambiar las cosas viejas y de establecer un nuevo sistema de vida que dé más justicia y mayor bienestar a los venezolanos.

La coalición en Venezuela tiene una base profunda y está afianzada en el hecho de que los partidos políticos son aquí fuerzas nuevas, surgidas todas al calor de una nueva generación y comprometidas en un programa de honda transformación social. Una coalición, desde luego, supone un caudal de buena fe. Para los partidos minoritarios, en una coalición, el arma es retirarse cuando la coalición no marcha; pero tampoco podemos estar a cada momento como en el cuento del lobo, tratando de amenazar con nuestro retiro y diciendo a cada paso que vamos a romper la unidad. Venezuela sabe, y Acción Democrática lo conoce por experiencia propia, que el día que la coalición traicione postulados fundamentales, COPEI no estará un minuto más en esa coalición; pero, debe saber también el país (y por nuestra parte estamos dispuestos a sostenerlo), que esa coalición debe marchar de buena fe, y que estamos dispuestos a dar de nuestra parte toda la buena fe necesaria para que la coalición ande. Estamos dispuestos a dar ese caudal con toda la sinceridad, y estamos dispuestos a abrirle una carta de crédito a los otros partidos, en la confianza de que van a actuar, dentro de la coalición, con la misma buena fe y con la misma sinceridad. Porque no son los intereses de un grupo político lo que está en juego, sino el interés de la democracia venezolana.

La reforma constitucional

Un ejemplo de cómo la coalición venezolana actual puede encontrar un ancho terreno de convergencia, un ancho campo en el cual se pueden afirmar verdades trascendentales para el bien del país, es el Preámbulo que la Comisión Bicameral de Reforma Constitucional ha adoptado para la nueva Constitución de la República.

 Nos hemos estado reuniendo en la Comisión, y si la coalición actual fuera un juego de rivalidades o de resquemores entre fuerzas disímiles que no pueden encontrar sino un estrecho campo de intereses para marchar de acuerdo, lo más fácil habría sido eliminar el Preámbulo de la Constitución. El Preámbulo era, si se quiere, la zona más abierta para la polémica. Hay definiciones allí trascendentales; pero las fuerzas representadas en la coalición de gobierno, conforme a la tesis que siempre hemos sostenido y ratificado, pero que está representada en la Comisión de Reforma Constitucional porque está representada en las Cámaras Legislativas, ha ido concurriendo y ha señalado algunas reservas, pero advirtiendo que no las hace cuestión neurálgica ante el planteamiento fundamental de la nueva Constitución de la República.

Hemos adoptado, para abrir el pórtico de la nueva Constitución, un Preámbulo que contiene toda una declaración de principios. Le hemos dado esa forma buscando el sistema tradicional que arrancó con la Constitución de 1811. No es propiamente un texto normativo, no es un artículo de ley lo que contiene el Preámbulo, pero es la exposición de los principios fundamentales que han de orientar la vida del Estado venezolano en la etapa que ha de iniciarse en firme cuando se adopte la nueva Constitución Nacional.

El proyecto de Preámbulo

Voy a darle una lectura rápida a este Preámbulo, porque lo creo un documento que debe divulgarse y sobre el cual estamos dispuestos a oír los comentarios o la apreciación de los venezolanos de buena voluntad. La fórmula adoptada por la Comisión Bicameral es la siguiente:

«EL CONGRESO DE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA, en representación del pueblo venezolano, para quien invoca la protección de Dios Todopoderoso,

con el propósito de mantener la independencia e integridad territorial de la Nación, fortalecer su unidad, asegurar la libertad y la estabilidad de las instituciones;

proteger y enaltecer el trabajo, amparar la dignidad humana, promover el bienestar general y la seguridad social;

lograr la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, según la justicia social, y fomentar el desarrollo de la economía al servicio del hombre;

mantener la igualdad social y jurídica, sin discriminaciones derivadas de raza, sexo, credo o condición social;

cooperar con las demás naciones y, de modo especial, con las repúblicas hermanas del Continente, en los fines de la comunidad internacional, sobre la base del recíproco respeto de las soberanías, de la autodeterminación de los pueblos, de la garantía universal de los derechos individuales y sociales de la persona humana, y del repudio de la guerra, de la conquista y del predominio económico como instrumento de política internacional;

sustentar el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos, y favorecer pacíficamente su extensión a todos los pueblos de la tierra;

y conservar y acrecer el patrimonio moral e histórico de la Nación, forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia y por el pensamiento y la acción de los grandes servidores de la Patria, cuya expresión más alta es Simón Bolívar, El Libertador, decreta la siguiente Constitución,»

Revolución y tradición

 Como se ha podido ver, en este Preámbulo se conjugan, creo que de manera hermosa, el sentido de la tradición y de la revolución, de la exaltación de las glorias más puras y más nobles que integran todo nuestro patrimonio moral e histórico, por una parte, y del marco de los objetivos fundamentales hacia los cuales ha de marchar la transformación del Estado venezolano, por la otra.

Se empieza con la invocación de la protección de Dios para el pueblo, usando la misma fórmula de transacción que se adoptó en la Constitución de 1947 (la representación comunista expuso en el seno de la Comisión que aun cuando mantenía su desacuerdo fundamental, por su concepción materialista, no iba a hacer motivo de discusión en la Cámara el mantenimiento del nombre de Dios en el pórtico de la Constitución). Después, se conjugan derechos fundamentales de la Patria, conceptos para la afirmación de la democracia política y de los derechos ciudadanos, y al mismo tiempo un conjunto de aspiraciones de carácter social, cuya realización bien valdría la pena el esfuerzo mancomunado y solidario de toda una generación.

Se habla de mantener la independencia y la integridad territorial de la Nación, pero se habla también de fortalecer su unidad, incorporando la idea unitaria, que ha sido característica de esta etapa, al rango de una aspiración básica en la orientación del país.

Se habla de asegurar la libertad, la paz y la estabilidad de las instituciones: la bendita estabilidad, que a veces no sabemos valorar suficientemente porque cuando la disfrutamos algunos meses, nos parece que fuera cosa eterna, y olvidamos todo lo que hemos batallado, sufrido y padecido para lograrla.

Se habla de proteger y enaltecer el trabajo, destacando a esta virtud, a esta actividad, a este ejercicio de la vida humana, como elemento fundamental en la vida del pueblo venezolano. Y se establece el principio que ampara la dignidad humana, la dignidad de la persona humana, que es contenido básico en las aspiraciones de la humanidad de estos tiempos.

Se señala promover el bienestar general y la seguridad social como un objetivo de Estado. Y, a propósito, es de recordar, cuando hablamos de bienestar y seguridad social, que hoy los tratadistas de seguridad social nos honran diciendo que fue un venezolano, Simón Bolívar, en su discurso de Angostura del 15 de febrero de 1819, el primer estadista del mundo que puso la seguridad social como uno de los objetivos fundamentales del gobierno, sin que esta expresión se volviera a emplear hasta 1940, en que, a través de una declaración de Roosevelt y de Churchill en momentos de crisis universal, y de nuevas leyes surgidas en Estados Unidos y en Gran Bretaña, se puso otra vez de actualidad, dándole un ámbito definitivo a la aspiración de los hombres hacia ese objetivo de la seguridad social.

Se habla en el Preámbulo de lograr la distribución equitativa, la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, es decir, todo un programa de justicia distributiva que es base en la revolución más honda que se puede hacer en Venezuela. Porque la revolución no se va a hacer con proclamas revolucionarias; la revolución se va a hacer de verdad el día que la economía venezolana, que la riqueza de la nación y del pueblo se convierta en una riqueza disfrutada por todos los venezolanos en una forma equitativa y no en el patrimonio de unas cuantas actividades o de unos cuantos grupos, mientras hay cantidades considerables de compatriotas, de habitantes de la República, que no disfrutan de forma alguna, ni siquiera en las comodidades esenciales, de los bienes de la economía venezolana.

Y también se expresa la idea de fomentar la economía al servicio del hombre, que es consiga básica y característica de cualquier movimiento revolucionario sincero de los tiempos modernos. El drama del capitalismo fue la subordinación del hombre al dinero. El hombre era un instrumento para producir dinero, era un esclavo al servicio de la economía. La economía era un fin en sí, un fin que absorbió, corrompió y envenenó la conciencia y el corazón de la humanidad. El concepto básico de la trasmutación de las ideas del siglo pasado, se representa hoy en la subordinación de la economía a los fines del hombre. El hombre no es para la riqueza; la riqueza es para el hombre. Los bienes no son fines en sí, sino el instrumento para hacer que los hombres puedan vivir mejor y prosperar.

El principio de la igualdad, de la igualdad social, de la igualdad sin diferencias de sexo, de la igualdad sin diferencias de raza, de la igualdad sin diferencias de condición social, sin discriminaciones de ninguna especie (usando un neologismo que no lo ha incorporado todavía el diccionario, pero que tiene un hondo y profundo sentido). Sin discriminación: vocablo que implica la idea de diferencia injusta entre seres humanos.

Programa de nuestra acción internacional

La negación de las discriminaciones, el afianzamiento de la unidad, que es conquista básica y ejemplo en la vida del pueblo venezolano, está contenido en el Preámbulo de la Constitución. Y como programa de acción internacional, nuestra contribución pacífica, nuestra cooperación a los fines de la comunidad internacional, están señaladas en un sentido amplio y generoso para todas las naciones, en un sentido preciso y vigoroso para las repúblicas hermanas del Continente, con las cuales estamos en plan de constituir cada vez más una comunidad estrecha, como la que nos manda la historia, los principios y como la que nos manda nuestra propia existencia. Pero esa cooperación internacional también se establece sobre ciertas bases fundamentales: el respeto recíproco a la soberanía, el respeto al principio de la autodeterminación de los pueblos, el respeto a la garantía universal de los derechos de la persona humana y el repudio a la guerra, a la conquista y al predominio económico de cualquier pueblo sobre otro como instrumento de política internacional.

El Preámbulo afirma que el orden democrático es el único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos y establece la aspiración pacífica a que el orden democrático se extienda por todos los pueblos de la tierra. Y culmina exaltando los valores morales e históricos de la patria, no en una forma limitada, sino como el objeto de una doble conquista: una conquista realizada por el pueblo en su lucha por la libertad y por la justicia y realizada por los mejores servidores de la nacionalidad en todos los tiempos, los cuales están personificados de manera suprema en Simón Bolívar, El Libertador, cuya presencia en el Preámbulo de la Constitución es una garantía de que el ideal de la patria, el ideal de la nacionalidad y de la justicia serán los ideales del Estado venezolano.

Para formar las nuevas generaciones

Ese Preámbulo es todo un programa, es toda una doctrina para las nuevas generaciones. La juventud, la juventud a la que tanto queremos y a la que deseamos ver profundamente penetrada de los problemas del país y a la que ansiamos ver en el camino del servicio, tiene allí todo un cauce por el cual puede lanzar sus mejores inquietudes por el engrandecimiento de la patria venezolana.

Allí, en ese Preámbulo, de una manera categórica, está una Venezuela que no se estanca, en la que se refleja una coalición que no se puede quedar en posiciones negativas. Una Venezuela que representa una conjunción de fuerzas que marcha hacia adelante, en una conjunción dinámica de fuerzas.

Allí estamos marcando un programa. Si logramos coronar –como estoy seguro que lo haremos– la obra de la Constitución y obtenemos esa Carta Fundamental, que tomando lo mejor de las viejas Constituciones y especialmente de la Constitución de 1947, e incorporándole un sentido homogéneo y amplio, y dándole cada uno de nosotros toda su generosidad a la empresa común, consolide nuestras mejores aspiraciones, podremos echar una base firme para la acción de la nueva Venezuela.

Con ese programa y con ese compromiso de todos, y con esa actitud marcada hacia adelante, las coaliciones no pueden ser juego de intereses, ni pueden ser recurso de estrategia, ni pueden ser actitudes más o menos esquivas, en que cada uno de los participantes está acechando el momento para dar la zancadilla al otro. Nosotros seguimos dispuestos a proceder de buena fe, la buena fe que también creemos ha de presidir la actividad de los otros y que es un imperativo general.

Tenemos que proceder bien, no sólo porque queramos sino porque tenemos que hacerlo, porque es la única manera de salvar adelante esta etapa histórica. Si a la unidad hemos llegado después de un largo proceso de experiencia, de pena y de sacrificio, ese proceso está vivo para recordarnos la lección y para señalarnos el camino. Despojémonos de poses más o menos convencionales y pensemos en el país que nos reclama, el país para el que estamos, quizá por primera vez en mucho tiempo, en la posibilidad de servirle de una manera eficaz y de una manera generosa.

Buenas noches.