La situación económica
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 17 de diciembre de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
La situación económica constituye el tema obligado de actualidad. A pesar de los deseos manifestados por el Gobierno de que estas navidades sean lo más felices, lo cierto es que la cuestión económica ha venido a interferir esa aspiración de felicidad que todos deseamos para el pueblo venezolano, en forma mucho más efectiva de lo que puedan hacerlo las «bolas» o los movimientos de un puñado de conspiradores de un lugar a otro en el Caribe.
Hay inquietud por la cosa económica. Se han expresado conceptos autorizados que obligan a pensar. Y las medidas dictadas recientemente por el Gobierno Nacional, con todo lo bien intencionadas que son –y esto seré yo el que menos lo niegue– constituyen un factor que ha agravado la ya grave preocupación por la situación económica de Venezuela.
Inoportunidad de unas medidas
Por de pronto, lo que menos se dice –y en esto hay unanimidad casi total– es que las medidas fueron inoportunas. Fueron, sin duda, precipitadas, y esa precipitación coincidió con el momento menos adecuado para que fueran bien recibidas por el público.
Por una parte, esta inoportunidad resultó en la creación de un verdadero mecanismo de propaganda, que ha afectado la situación más gravemente de lo que la haya afectado cualquier otro hecho en lo que va del 23 de enero de 1958 a esta parte. Es necesario darse cuenta que no hay cadena de publicidad, no hay sistema de radioemisoras o de altoparlantes que hubiera podido realizar una trasmisión tan completa y total, tan intensa y tan bien coordinada, como la de todos los comerciantes mayoritarios y minoritarios, a la población que ansiosamente acude a las compras de estos días de Navidad. Todo el que ha entrado a una tienda a comprar un regalo, todo el que ha ido a un almacén a buscar una botella de licor o de vino para alguna celebración social, ha recibido una filípica mucho más intensa y eficaz que lo que pudieran decir los más encendidos oradores en los mítines de las plazas públicas. Cada comerciante, cada vendedor, afectado directamente en intereses que se sentían ya más o menos estabilizados dentro de la actual situación, ha sido un vocero de intranquilidad, de preocupación y de inquietud.
Por otra parte, los hábitos sociales no se pueden cambiar drásticamente, a menos que se haga uso de medidas severamente restrictivas de la libertad individual. No es posible decirle a un obrero venezolano, que ya se acostumbró a tener una botella de licor de buena calidad en su pequeña reunión social, que debe conformarse con licores de calidad inferior, o que tiene que consumir varias semanas de salario para mantener su fiesta familiar en el nivel en que quería tenerla. No se puede de golpe y porrazo interferir en la manera de vivir de un pueblo sin ocasionar graves preocupaciones. Yo, sinceramente, considero que las medidas adoptadas adolecen de falta de sensibilidad social. Hay sensibilidad ante el problema, pero no en toda su extensión. Y es necesario que con toda sinceridad expresemos que lo que pudiera ser conveniente desde el punto de vista de planes a largo plazo para ir cambiando la estructura del país, no es en forma alguna aplicable a la adopción de medidas que sorprenden como súbitas y que aparecen rompiendo una línea más o menos fijada, lo cual contribuye a darle a la población una sensación de inseguridad.
El caso de los impuestos sobre licores es muy elocuente al respecto. Este año, el Congreso Nacional promulgó una Ley sobre licores, por iniciativa del Ministerio de Hacienda. Esta ley modificó fundamentalmente los impuestos en esta materia, aumentándolos considerablemente. Los productores, los importadores, los revendedores expresaron sus puntos de vista, elevaron solicitudes al Congreso, se entrevistaron con el Ministro de Hacienda, y se fijó una posición que significaba para el Fisco un ingreso mucho más sustancial y que al mismo tiempo entrañaba la adopción de una política determinada en una rama como la de licores.
A los cuatro meses de entrar en vigor esta Ley, la que, por cierto, en la Cámara de Diputados pasó casi sin discutirse por la necesidad de dejarla sancionada antes de la terminación de las sesiones ordinarias, una política ejecutiva, que no sabemos si aprobó el Gabinete, modifica totalmente el sistema que se había definido al cabo de varios meses de labor, después de un laborioso esfuerzo de estudio, de conversaciones y de información ante la opinión pública.
Así como en este ramo, quizá se ha obrado con la misma precipitación en otros ramos distintos. No he estudiado a fondo la resolución modificativa de los aforos arancelarios, pero he oído comentarios que están en boca de todo el mundo. Amigos míos de Maracaibo, por ejemplo, se quejan de que se puedan considerar artículos de lujo los aparatos de aire acondicionado. Estos pueden ser de lujo en Caracas (y seguramente en los estudios de Radio Caracas Televisión nos sentiríamos mucho más confortables si tuviéramos una dotación que nos renovara constantemente la atmósfera), pero en Maracaibo, por ejemplo, se han convertido en un artículo de primera necesidad. Yo he estado hace poco en el Hospital Chiquinquirá de aquella ciudad, y he visto aparatos de aire acondicionado en casi todas las habitaciones donde se hace un trabajo continuo e intenso, porque con ello se obtiene un mejor rendimiento. Esto no puede considerarse un lujo. Por eso, antes de llegar a establecer gravámenes de extraordinaria magnitud, es necesario estudiar, discutir, conversar. No hay nada más delicado en la vida de un país que su política impositiva. Tiene repercusiones tremendas sobre la vida del pueblo.
Contrasta esta situación con la línea seguida en otros casos, por ejemplo en materia de cigarrillos. Me observaba hoy un compañero, con bastante razón, que mucha más gente consume cigarrillos de la que consume licores. Es verdad que aquí se bebe mucho, pero con todo lo que se bebe, es mayor la cantidad de gente que fuma. Sobre todo fuma todos los días y a cada momento. Y, sin embargo, la política del gobierno en materia de cigarrillos (que es uno, por cierto, de los motivos de satisfacción del ministro Lorenzo Fernández en su gestión en el Ministerio de Fomento) no ha causado alarma; antes bien, significa un plan para eliminar la importación de cigarrillos y fomentar definitivamente una industria tabacalera venezolana.
Esta manera de desarrollar los planes a través de pasos progresivos, discutiendo con los propios interesados, conciliando intereses, tomándolos en cuenta, la considero una necesidad fundamental en el momento venezolano. Mientras que esta adopción de normas imprevistas viene a la larga a producir un daño mayor, quizá, que los efectos que se trataron de remediar.
Protección y aranceles
Yo confieso mi preocupación, común a la de muchos venezolanos, por el poder ilimitado que la Administración Pública tiene en materia de aranceles. Una simple resolución ministerial puede cambiar de arriba abajo la economía de un país. Esto mismo obliga a que esas resoluciones se adopten con tanto cuidado, con tanta prudencia, como lo exige la magnitud del poder que se ejerce.
La misma política proteccionista supone consideraciones y aspectos que obligan a realizarla con tacto. Si hay un producto venezolano equis, cuyo costo, digamos, es tanto como 15, y para hacer competencia al producto importado necesita que se grave con un arancel equivalente a 5, es necesario elevar este arancel; pero ello no debe amparar la elevación de precios para que el productor nacional, en vez de 15, obtenga 16, 18 o 20, por lo que vende al público. El proteccionismo es un sacrificio que las actuales generaciones hacemos para desarrollar una industria nacional en bien del futuro del país. Ese sacrificio, que consideramos necesario, tiene que orientarse con prudencia. En el momento en que al subir un arancel se obtenga como resultado un alza injustificada de precio en los productos nacionales, automáticamente el arancel tendría que reajustarse hasta el nivel necesario para que la protección no exceda de aquello que en justicia debe darse sin grave perjuicio del consumidor nacional.
Volviendo a las alzas de aranceles, es necesario no olvidar las consecuencias que producen estas medidas, por bien intencionadas que sean, cuando se dictan sin suficiente consideración, en materias como la del contrabando. Una persona muy autorizada decía que el mejor regalo que se le está haciendo a Holanda, para la economía de las Antillas, en el momento en que Venezuela reclama porque no fue lo suficientemente enérgica ante los aviadores que quisieron bombardear con papeles nuestro territorio, es esta modificación arancelaria que le da gran impulso a la industria del contrabando. El contrabando aumenta fabulosamente un caos como éste. Recordemos lo que pasó con la «prohibición» en los Estados Unidos: la Ley Seca fue el gran instrumento a través del cual el gansterismo apareció como fenómeno social que no ha podido desarraigarse de aquel país.
Necesidad de medidas positivas
Nosotros consideramos que la situación económica de Venezuela amerita, más que medidas restrictivas, medidas optimistas, medidas fecundantes del desarrollo venezolano. Esta es una cuestión apasionante, en la que hemos estado siguiendo con interés las opiniones de los técnicos y de los expertos y la presentación de cifras. Consideramos que es necesario enfocar de una manera adecuada el momento actual y la responsabilidad del Gobierno. Venezuela –se dice– está al borde de la inflación. Es una opinión muy respetable pero que yo corregiría en esta forma: Venezuela está padeciendo en este momento los efectos de un proceso de inflación.
El tiempo de la Dictadura cumplió un proceso típicamente inflacionista. Los precios subieron de una manera desproporcionada. La especulación en los terrenos y en los artículos tomó límites perjudiciales para la economía venezolana. Los gastos públicos llegaron a un nivel incomparable en lo que va de toda nuestra historia fiscal y económica, porque a lo gastado por la Dictadura hay que sumarle, aparte de los inmensos presupuestos, las deudas contraídas, que fueron gastos efectivamente realizados y que está pagando el actual momento nacional.
Algunos se quejan de que se hable tanto de las deudas de la Dictadura. Pero es necesario recordar que las deudas de la Dictadura significaron un aumento increíble en los gastos efectuados por el Estado y al mismo tiempo han significado una disminución considerable en los planes de acción y de inversión que en el actual momento se podrían desarrollar. La Dictadura, pues, desarrolló el típico movimiento inflacionario: dinero en abundancia, precios altos, transacciones escandalosamente provechosas, dentro de un enloquecimiento como el que suele caracterizar el movimiento inflacionista y preceder a las grandes crisis, a los cataclismos de tipo económico.
En el momento actual ¿qué encontramos?: escasez de dinero; los precios, si no han bajado, a punto de bajar; los terrenos que están en el mercado, sin suficiente demanda como para que sus valores actuales se puedan conservar mucho tiempo; los valores de la Bolsa sufriendo todos una baja inmensa, aún los más sólidos respaldados por una administración eficaz y por un mercado seguro, como es el caso de la Electricidad de Caracas. Esto no corresponde propiamente a un comienzo de inflación, sino, como ha observado alguien, más bien a la «cresta» de la inflación, al momento en el cual la recesión comienza, cuando comienzan a sufrirse en el organismo social los estertores de un reacomodo después de un auge artificial.
Ahora, ¿qué corresponde hacer en esta situación? Tenemos la impresión de que cualquier medida o serie de medidas de tipo restrictivo que traten de curar los males disminuyendo actividades, aumentaría los efectos de la recesión. Es necesario, más bien, contrarrestar esos efectos. Y si una sana política anti-cíclica aconseja en los momentos de intenso auge tratar de reducir, de comprimir, para prepararse a la llegada de las «vacas flacas», esa misma sana política anti-cíclica indica que en los momentos de disminución de las actividades económicas hay que crear alicientes extraordinarios para que la actividad económica subsista y para que no se apodere el pánico de las conciencias.
La alarma en el mercado de divisas
La situación en el mercado de divisas de Venezuela reviste caracteres singulares. El mercado de divisas, en cualquier país del mundo, depende de dos columnas: entradas y salidas. La crisis de divisas de Colombia, del Brasil, de Chile, de Bolivia, tiene una razón clara: la baja entrada de divisas, porque bajó el precio del café, porque bajó el precio del estaño, porque no tuvo el cobre suficiente mercado. Los productos de exportación no le dieron a estas Repúblicas hermanas la suficiente alimentación de moneda extranjera para compensar su necesidad de divisas.
La situación venezolana es distinta: la columna de ingresos se ha mantenido más o menos igual. El Ministro de Minas acaba de anunciar que la producción petrolera del año pasado fue más alta que en años anteriores. El mercado del petróleo está, al fin y al cabo, asegurado por la circunstancia de que el desarrollo industrial exige mayor cantidad de combustible, mientras los yacimientos van encontrando límites dentro de la misma naturaleza. Puede que haya cierto reajuste, ciertas amenazas, la presencia competitiva de los yacimientos del Sahara, de las explotaciones italianas en Irán, de la presencia del petróleo ruso, que trata de infiltrarse en el mercado de este Hemisferio, que es el mercado típico para el petróleo venezolano; pero al fin y al cabo, hasta ahora, el ingreso de divisas no ha sufrido en Venezuela ninguna merma considerable.
El problema está del otro lado: en que han aumentado las salidas. Pero ¿por qué han aumentado las salidas? A veces la salida de divisas es, más bien, o ha sido entre nosotros, un índice de prosperidad; una prosperidad mal entendida, mal ejercida, pero al fin y al cabo, una prosperidad. Cuando hay dinero, la gente compra más cosas. El que tiene la posibilidad cambia una nevera vieja por una refrigeradora de último modelo. En el campo de los automóviles reconocemos que el exceso ha llegado hasta límites que no son sanos para la economía de un país. Pero, en general, la salida de divisas, en sí, es la expresión de un desarreglo que debe corregirse a largo plazo, pero no es propiamente el síntoma de un malestar económico.
Lo grave del momento actual es que la salida de divisas se debe a otros factores. Por una parte, a la salida de los capitales hechos a la sombra del peculado, que salieron en el primer momento y que continuaron saliendo, y que todavía tratan de fugarse en todos aquellos que sienten alguna preocupación, hasta el punto en que se pueda saber hasta dónde van a llegar las acciones ejercidas por la Nación contra aquellos que fueron reos de negocios ilícitos contra el Estado. Por otra parte, a la ida del capital que podríamos llamar «golondrino» (como la llamada inmigración «golondrina») que no venía aquí a hacer su nido permanente, sino a pasar un tiempo breve en inversiones a corto plazo para obtener ganancias rápidas, y que se fue inmediatamente, al cesar la oportunidad para los jugosos negocios que se realizaban y que no daban al país un verdadero beneficio.
Pero además de esto encontramos la salida de divisas por una inmigración no suficientemente arraigada en el país y que en el primer momento consideró que vendría una gran campaña de xenofobia; pero, además, y allí está precisamente el problema, hay un grave factor, que es el de aquellos capitales que no habrían salido, pero que no sienten en el país suficiente confianza.
A todas estas salidas, desde luego, hay que sumar la derivada del mismo pago de las deudas de la Dictadura. Hay que reconocer que la Nación en general, ni en la provisionalidad, ni en la constitucionalidad, ha tenido una línea clara en relación con el problema de las deudas. Quizá si al principio se hubiera tomado una actitud clara y positiva y se hubieran convertido en obligaciones a largo plazo aquellas obligaciones que en justicia debieron pagarse, la situación del país se hubiera equilibrado. Pero las cantidades que se han ido pagando han sido sustraídas casi inmediatamente del circulante nacional, porque se han ido a sus fuentes originarias en el extranjero. Y las deudas todavía no pagadas han constituido una causa de malestar, que ha servido de propaganda negativa al crédito para las inversiones en Venezuela, en los países que pueden mandarnos capital.
La necesidad de confianza
Si a todo esto agregamos que están pagando por los capitales mayores intereses, primero en Alemania y en Gran Bretaña, luego en Canadá y en Estados Unidos, es decir, en las dos grandes zonas monetarias de inversionistas, Europa Occidental y el Hemisferio Americano, encontramos que es urgente aclarar nuestra política económica para dar alicientes legítimos para que las inversiones continúen. Pero, fundamentalmente, yo creo profundamente, y es un sentimiento nacional, que este momento, que es como la cresta del proceso anterior, que es como el borde del cual se podría bajar a un gran decaimiento económico, necesita una inyección extraordinaria de energía, de optimismo y de confianza; y en Venezuela el que puede darla es el Estado, no solamente porque tiene el poder político, como en cualquier otro país, sino porque aquí tiene además un desproporcionado poder económico.
Comprendemos que los gastos públicos están mal orientados. El problema no es la restricción de gastos, sino su reordenación. Hay que disminuir los gastos innecesarios, pero no para reducir la esfera de las actividades económicas, sino para aumentar los gastos de inversión, de carácter reproductivo, que puedan traer beneficio al país.
Yo estaría dispuesto, con todo entusiasmo, a respaldar un gran programa de obras públicas, con dos condiciones: que fuera concebido a base de obras reproductivas para la economía nacional, y que fuera ejecutado a base de un amplio concepto de justicia distributiva. Para ese programa de obras públicas, eficazmente realizado y bien distribuido, yo no vacilaría en dar mi voto a un empréstito exterior si fuere necesario. Que hagamos uso del crédito público para invertirlo en sanear la economía nacional, en crear posibilidades para el porvenir, me parece que sería muy sensato. Así como es muy sensato el abrir, con un sentido amplio pero con visión clara, el sistema de los redescuentos del Banco Central, en toda la medida necesaria para evitar que lo que en este momento es paralización de actividades de algunas empresas, se convierta en una liquidación que llevaría consigo, fatalmente, una serie de fracasos.
En materia económica, los efectos se van encadenando unos con otros. Es el típico caso de las reacciones en cadena. Es necesario tomar en cuenta este factor y recordar además lo que hemos dicho muchas veces, de que la economía entra considerablemente en el camino de la psicología. Hay que crear optimismo, hay que crear confianza, para que la gente invierta y actúe. En cambio, el pesimismo se contagia de manera increíble y va ocasionando daños fatales para la vida del país.
Muchos han dicho en este momento que Venezuela se encuentra económicamente en una coyuntura. Algunos piensan, con muy buena intención, pero quizá sin medir toda la transformación que el país ha sufrido y está experimentando en este momento, que la manera de salvar la coyuntura es reducir, es cortar, quitar aquí, quitar allá. Esa labor puede hacerse, pero es necesario, fundamentalmente necesario, que al mismo tiempo se le dé un gran impulso a la vida del país en otra forma.
Es el momento en que el Estado debe ponerse a la cabeza de la vida económica nacional. Los gastos privados seguirán a los gastos públicos, invirtiéndose en actividades provechosas, si éstos saben invertirse bien. Pero para ello es necesario –y es lo que nosotros queremos– que en este momento el gobierno de coalición, que representa la esencia misma y quizá compromete el destino del régimen democrático, tome una actitud creadora, una actitud constructiva, impregnada de franco optimismo, para que cuando se pida que haya «Felices Pascuas» se trabaje para que esas pascuas sean verdaderamente felices.
Buenas noches.