Un momento extraordinario para Latinoamérica
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 23 de julio de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
Que estamos viviendo un momento excepcional para la América Latina, es la más fuerte de las impresiones que he traído de mi visita a Montevideo, con escala en Río de Janeiro y Sao Paulo, y a Buenos Aires, capital de la República Argentina. Mi viaje fue muy rápido, pero muy intenso. No hablaré de las múltiples y generosas atenciones que recibí en aquellas naciones hermanas, sino sólo para hacer público el testimonio de mi agradecimiento sincero y profundo. Pero sí pienso que exponer algunas de las observaciones que hice al tiempo que realizaba algunas gestiones de carácter nacional, quizás puede ser de interés para Venezuela en el actual momento.
Situación del Brasil
Estuve primero en el Brasil. Es un gran país lleno de muy interesantes iniciativas y también de terribles problemas. La situación económica del Brasil, por un lado tiene aspectos promisores, en cuanto quizás allá más que en cualquier otro sitio está avanzado el programa de industrialización de América Latina; pero, por la misma naturaleza de esa inmensa nación, que es un continente, se encuentra con dificultades enormes.
En Sao Paulo, el profesor Fernando de Acevedo, patriarca de la Sociología en el Brasil y especialmente de la Sociología de la Educación, me dio un manifiesto de los educadores del Brasil, en el cual se señala que de 12 millones de niños en edad escolar en este momento menos de 6 millones asisten a la escuela. Problema como se ve, parecido al nuestro, pero de proporciones más considerables. Pero, por otra parte, la educación en el Brasil, no solamente la educación universitaria y popular, sino la educación técnica, están haciendo formidables progresos.
Hay una intensa preocupación por estudiar las cuestiones económicas y técnicas que preocupan al país y hasta se está haciendo un formidable ensayo de colonización –puede llamarse así– que es la construcción de su capital, Brasilia, a dos horas de vuelo de Río de Janeiro hacia el interior del Continente, donde la nación está agotando formidables recursos, pero con la idea de que trasladando su capital al interior puede desde allí desarrollar una gran fuerza para transformar la parte central de su territorio.
Brasil y Venezuela –dije a la prensa brasileña– son dos vecinos que todavía permanecen de espaldas. Nosotros miramos hacia un lado y el Brasil hacia otro. Es necesario que nosotros estudiemos más y nos vinculemos más con aquel inmenso país y con los planes de desarrollo que tiene y que al mismo tiempo despertemos un interés mayor en nuestro gran vecino, por la situación y las perspectivas de Venezuela.
En cuanto al sistema democrático, parece –y tengo esta impresión como un balance de las opiniones oídas– hallarse asentado en la actualidad. No deja de haber preocupaciones, pero la mecánica electoral funciona. Ya se está hablando de candidatos, o mejor dicho, se están postulando candidatos para la Presidencia de la República, a pesar de que las elecciones están previstas para octubre de 1960.
El Uruguay y la Argentina
En cuanto al Uruguay, aquel pequeño gran país de la América del Sur, se sabe cómo palpita allá un inmenso afecto por Venezuela. Se trata de una de las democracias más estables que ha encontrado la América Latina, que ahora está haciendo una experiencia singular, porque quienes detentaban el Poder por noventa años lo han perdido, y éste ha pasado a manos de una coalición opositora.
El Gobierno es, pues, de coalición –con los problemas inherentes a la coalición misma– pero la trasmisión del Poder se ha efectuado en la forma pacífica, ordenada, civilizada, que todos esperábamos, tratándose precisamente del Uruguay. Es un país con grandes problemas económicos, sobre todo últimamente, después de haber sido azotado por terribles inundaciones, pero donde las grandes diferencias sociales son difíciles de notar, donde como me decía uno de sus grandes hombres, el doctor Regules, predomina un nivel de clase media que mantiene no solamente la estabilidad política sino también la estabilidad social.
La Argentina sigue siendo una gran nación, un país de formidables recursos y de una inmensa proyección en el destino de América Latina. A un país como éste, no solamente lo admiramos y le tenemos afecto, sino que sentimos verdadera preocupación por su porvenir inmediato y futuro. En verdad, la situación actual de la Argentina provoca preocupación en los ánimos, porque está atravesando momentos muy difíciles. Da la impresión de estar atravesando una crisis de fe, un desconcierto en relación al sistema democrático, una falta de entendimiento entre sus principales factores responsables y una peligrosa aceptación de que algo anormal pudiera ocurrir en cualquier momento. Sin embargo, las cosas vienen solucionándose con relativa felicidad; el espíritu público es grande y el sentido de la responsabilidad de la nación argentina frente a todo el continente, al cual hice alusión en todas las ocasiones en que pude intervenir ante personalidades argentinas y especialmente en el discurso que pronuncié en la Cámara de Diputados, es resorte fecundo que ofrece fundada esperanza de que la Argentina ha de vencer su crisis actual. Por supuesto, que se trata también de una crisis de carácter económico. Las medidas económicas ensayadas hasta ahora han dado escasos resultados y en este sentido, un país que tuvo esa gran prosperidad, prosperidad de la cual se notan huellas en todas partes, se encuentra desconcertado por ver cómo se prolongan los efectos de una serie de vicios que dejó como nefasta herencia el sistema vivido bajo la Dictadura.
Las dictaduras dejan una pesada herencia a los pueblos que gobiernan y la Argentina todavía no ha podido recuperarse de los terribles efectos políticos sociales y económicos que dejó el régimen dictatorial que aquel gran país padeció. A nosotros se nos hace fácil entender el problema argentino, porque muchas de las cosas que ha padecido la Argentina, muchas de las circunstancias difíciles que ha atravesado, las hemos experimentado también nosotros.
Hay matices diferenciales específicos. La dictadura allá se revistió de un halo de popularidad que todavía subsiste. Grandes sectores de la población permanecen influidos por una mística que no se transforma (y posiblemente no se transformará) en algo orgánico y doctrinario, sino que están emocionalmente agrupados alrededor de la figura mística de un hombre: el hombre que aprovechó los grandes recursos del poder y los inmensos recursos económicos y fiscales que tenía la nación argentina para fabricarse esa popularidad que otra nueva mística no ha logrado desviar hacia cauces más constructivos. Por supuesto, la gente responsable en la Argentina me manifestó retiradamente la convicción de que si el Dictador derrotado tenía todavía suficientes fuerzas para hacerle incómoda la vida a cualquier gobierno que no fuera el suyo, nunca tendría suficiente fuerza ni respaldo para ensayar un regreso al Poder.
De todas maneras, la situación política de la Argentina y de sus graves problemas económicos son algo que debe preocuparnos, y debemos ver nuestras relaciones económicas con la Argentina, no en un plano meramente egoísta, sino en un plano de solidaridad continental. Cualquier cosa en que podamos ayudar a la Argentina a resolver sus terribles problemas económicos, será una inversión en provecho de todos, porque será una inversión en pro de la estabilización del régimen político y social de aquella República hermana.
Un gran momento histórico
En mi viaje confirmé un sentimiento que los venezolanos sentimos hoy muy vigorosamente: el de la oportunidad de un gran momento histórico para los pueblos latinoamericanos. Una serie de factores cooperan para que los latinoamericanos nos sintamos la gran nación que soñaron los padres de la Patria y que durante siglo y medio hemos menospreciado.
Coadyuva, por un lado, sin duda, el hecho del acercamiento geográfico. La técnica extranjera ha servido providencialmente para el acercamiento de los pueblos latinos del Continente americano. Antes estábamos sumamente alejados, y todavía podemos notarlo por la demora increíble e injustificable del correo ordinario. Enviar un paquete postal por correo ordinario desde el Uruguay, la Argentina o el Brasil, hasta Venezuela y viceversa, es someterse a una espera larga y completamente imprevisible, porque depende de la circunstancia propia de que pase o no un barco en momento oportuno. Pero el avión ha realizado el milagro de ponernos cerca. Pensamos a veces qué cosas habría hecho Bolívar si hubiera tenido a su alcance unos cuantos aviones para moverse sobre el Continente. De aquí a Río de Janeiro, yo prácticamente no gasté tiempo ninguno. Estuve trabajando todo el lunes, presidí la sesión de la Cámara de Diputados en la tarde, y me fui a la hora normal para mi casa, tomé mi equipaje, subí al avión, pasé la noche recostado en él, y por la mañana estaba en Río de Janeiro. Puedo decir que no gasté tiempo útil alguno, ya que el lunes hasta tarde en la noche permanecí en Caracas y el martes por la mañana estaba en Río de Janeiro. Con los nuevos sistemas parece que las distancias se acortan aún más, en forma impresionante. Los periodistas venezolanos que vinieron de Buenos Aires estrenando un nuevo servicio, pusieron en seis horas de viaje –descontando una parada en La Asunción– desde Buenos Aires a Caracas.
Esto hace que nos sintamos geográficamente más cerca y que la proximidad geográfica haga presente la realidad de una unidad latinoamericana que solamente los muy ciegos pueden desconocer. Pero también coadyuvan otra serie de circunstancias que se van poniendo de relieve, entre ellas la comunidad de intereses, providencialmente acentuada por las circunstancias derivadas de la recesión ocurrida a la terminación de la Guerra Mundial. Sabemos que las guerras modernas se hacen a base de la capacidad industrial y que la Segunda Guerra Mundial supuso especialmente un tremendo esfuerzo de Estados Unidos para llevar su capacidad industrial hasta el límite y que la ocupación de 60 y más millones de personas fue lo que permitió vencer a los ejércitos a que se tuvieron que enfrentar.
La reincorporación de millones de soldados movilizados a la vida civil, y la saturación de los mercados, que en el primer momento aumentaron todavía más la capacidad de la industria, porque habían llevado varios años sin satisfacerse, trajeron luego la inevitable recesión en las actividades económicas de la gran nación del norte. Esta recesión, que en el mundo oriental se esperaba como determinante de una gran crisis de la cual se suponía que no iba a levantarse el mundo capitalista, está ahora imprimiendo sus efectos en las naciones que estamos dentro de la órbita económica de Estados Unidos.
La reducción del mercado petrolero, sentida en Venezuela en el pasado año y que ya va desapareciendo casi totalmente, coincidió al mismo tiempo con la reducción del mercado de otras materias primas de que son productores otros países latinoamericanos: del café (si es que lo podemos llamar materia prima, porque en realidad es un producto de consumo, pero producto directo de la naturaleza), de la lana, de la carne, del cobre, del estaño, es decir, de las materias que los diversos países latinoamericanos ofrecen a la integración de la economía industrial norteamericana. Esto ha hecho que el planteamiento de problemas de mercados y de precios para nuestros productos, que vendemos a los Estados Unidos especialmente y al área económica que ellos dominan, haya sido un clamor uniforme en todos los pueblos latinoamericanos.
La industrialización y el nacionalismo
Pero, al mismo tiempo, se ha agudizado más el deseo y la aspiración a la industrialización de nuestros países para sacarlos de la etapa de monoproductores de materias primas en que hasta este momento nos encontramos. Ha sido una exigencia común, y esa exigencia común, agudizada por los factores a que me he referido, hace sentir más la realidad de que todos los países latinoamericanos nos hallamos en situación idéntica, y tenemos que plantearla todos, si aspiramos a una solución satisfactoria.
Por otra parte, hay factores de tipo político. La misma contradicción entre el bloque soviético y el bloque occidental, ha traído como consecuencia un fenómeno muy curioso: el de que hasta las fuerzas que por definición son internacionalistas y que abominaban de cualquier manifestación nacionalista como si fuera una especie de brote fascista, hoy contribuyen a desarrollar en todos los países latinoamericanos una posición nacionalista. De modo que en el nacionalismo hoy, dentro de nuestro Continente, no existen excepciones, porque hasta los internacionalistas por doctrina, que son los comunistas, hoy en virtud de un interés determinado por la política soviética, se muestran más nacionalistas que cualquier otro grupo.
El nacionalismo en los países de Latinoamérica es una corriente unificadora, porque al mismo tiempo es, pudiéramos decir, un nacionalismo continental. Es la manifestación de la conciencia de que somos todos, una sola nación y de que tenemos intereses y derechos que reclamar y que plantear de manera uniforme. En Buenos Aires se han celebrado reuniones de la comunidad jurídica interamericana, en las que se he observado, en medio de otras discrepancias, esa tendencia a ubicar a Latinoamérica en una sola posición y una sola voz. Yo atribuyo a esta posición conjunta la aceptación que los Estados Unidos tuvieron que hacer de algo que constituye el principio de una nueva política, como es el Banco de Fomento Interamericano. Con él, los norteamericanos admiten que no es sólo el capital privado, con determinadas prerrogativas, el que tiene que realizar la transformación económica de la América Latina, sino que hay que establecer una entidad con aporte oficial para que podamos cumplir el desarrollo económico que nosotros necesitamos.
Nuevas circunstancias políticas
A esto nos ayuda además que, por una parte, en Estados Unidos se acercan las elecciones y la posición de los candidatos frente a la América Latina será un elemento que el elector norteamericano tomará en cuenta, sobre todo después de los incidentes ocurridos después de la visita del Vicepresidente Nixon. Y, por otra parte, la afortunada circunstancia de que, después de una serie de alternativas terribles, en la América Latina hay en este momento una aplastante mayoría de gobiernos emanados de elecciones libres. Estos gobiernos tienen signo ideológico distinto, matices diferentes, pero el hecho de que después de mucho tiempo la democracia es mayoría como sistema en los países latinoamericanos, constituye un factor muy digno de tenerse en cuenta y muy favorable para nuestra unidad.
Entre la Conferencia de Caracas, la Décima Conferencia Interamericana, reunida aquí en 1954, cuando dominaba una mayoría de dictadores, y la Undécima Conferencia, que se va a celebrar en Quito en febrero del año que viene, hay esta diferencia sustancial. Y esta diferencia nos permite esperar que los latinoamericanos constituyamos una sola voz para dos objetivos fundamentales: primero, la estabilización de nuestro sistema democrático; objetivo en el cual tenemos que demostrar que la comunidad jurídica interamericana no es una maquinaria para sostener tiranos, ni para mantener regímenes que son oprobio y vergüenza de nuestra raza y que sobreviven contra la voluntad de sus pueblos; segundo, la necesidad de realizar un programa de transformación económica, en el cual los Estados Unidos, que por razones de grado de desarrollo tiene intereses opuestos a los nuestros, tendrá que coincidir buscando una serie de aspectos comunes que a la larga los favorecerán a ellos, como nos favorecerán a nosotros.
Es el momento más extraordinario, en mucho tiempo, que Latinoamérica ha tenido para hallar el camino de la unidad. Yo traigo robustecida esta profunda convicción, alimentada por la idea de que los peligros y las angustias comunes suelen ser un gran motivo y un gran factor de la unificación. La unidad interna de Venezuela fue resultado de la persecución sufrida durante la Dictadura, de las cárceles, del exilio y de los vejámenes que sufrimos hombres de todos los grupos políticos que manifestamos rebeldía contra el sistema, y se mantiene por la angustia de un peligro que no debemos considerar desaparecido totalmente y que hasta nos puede servir como un recurso para mantener esa unidad tan necesaria.
La unidad de Latinoamérica fue hace ciento cincuenta años resultado de la empresa común de la Independencia y del peligro común de una reconquista por parte de España, y está hoy estimulada por los problemas económicos comunes y la necesidad común de sumar nuestro esfuerzo para que una sola y robusta voz pueda ser genuina defensora de nuestros intereses.
Por eso vine de mi viaje al sur más convencido que antes de la necesidad de mantener en Venezuela el ensayo de unidad que estamos realizando. Debo confesar con lealtad que en los escasos diez días de mi viaje encontré a mi regreso serios deterioros andando dentro del edificio de la unidad. Es necesario que los elementos responsables de los grupos políticos en la coalición de gobierno hagamos un esfuerzo para que esa coalición marche sobre bases más firmes y serias, porque si no, estaremos en peligro de comprometer, con la unidad, el mejor aporte que en estos momentos estamos dando y podemos dar a la causa democrática del asentamiento de la libertad y de la transformación económica de la América Latina.
Una de las cosas venezolanas que mayor interés suscita en los países de América Latina es nuestro ensayo de unidad. Se nos admira y se nos agradece por lo que estamos haciendo en este sentido para defender la democracia. Así que, amigos de todas las tiendas y de todos los colores políticos, miembros o no de partidos, hagamos un esfuerzo leal y sincero para mantener esa unidad, como la mejor colaboración que podemos dar en este momento histórico a la causa de la libertad, de la justicia y de la unidad de los pueblos latinoamericanos.
Buenas noches.