Elecciones en la universidad
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 11 de junio de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
En la segunda quincena de junio habrá elecciones en las universidades nacionales. Se van a designar, por cuerpos electorales integrados con representación de los profesores, de los estudiantes y de los egresados, los rectores, vice-rectores, secretarios de las universidades nacionales, los demás miembros de los Consejos Universitarios y los decanos, los directores y los demás miembros de los Consejos de las respectivas Facultades.
Son las primeras elecciones universitarias que van a realizarse, una vez recuperada la autonomía y gozada ésta en todo su esplendor, y al mismo tiempo, es la primera jornada de carácter electoral y democrático que se va a realizar en Venezuela después de las elecciones del 7 de diciembre de 1958. Una doble razón para que atribuyamos trascendental importancia a esta jornada, porque a través de ella se va a poner a prueba, por primera vez, el caro y tenazmente defendido principio de la autonomía universitaria y el vigor de nuestro sistema democrático, la aptitud de nuestros sectores más representativos para vivir la democracia internamente, para ejercerla dentro de un plano de conciencia de solidez y de armonía.
Inoportunidad de una modificación legal
Estas elecciones, sin embargo, han estado perturbadas en su proceso previo por un ambiente artificial creado con una preocupación netamente electoral y que pretendía hacer pasar en forma súbita, sin suficiente consideración y análisis, una serie de modificaciones a la Ley Universitaria que dictó la Junta de Gobierno en diciembre del año pasado. La misma ley, que fue recibida con los más amplios y acogedores comentarios por todos los sectores de la vida venezolana (estudiantes y profesores, políticos y no políticos) como un hecho definitivo en la recuperación de la vida institucional de nuestras universidades.
Dictada esa ley en diciembre, reunidas las Cámaras Legislativas en enero, después de varios meses sin tratarse el asunto, apareció ya, de golpe, en vísperas de las elecciones de junio, la presentación de una especie de necesidad inminente de hacer una modificación cuya principal aspiración era la de que el estudiantado recibiera la mitad del voto electoral para la designación de las autoridades universitarias.
Ante esta aspiración, de la manera más clara y más sincera, primero en conversaciones privadas y después en declaraciones públicas, un grupo de elementos vinculados a la Universidad expusimos nuestro criterio contrario a esa precipitación. Lo hizo el Consejo Nacional de Universidades a propuesta de su presidente, el ministro de Educación doctor Rafael Pizani. Lo hicimos, desde distintos puntos de vista, profesores y elementos vinculados a la dirección de la vida nacional. Las gestiones que realizamos, de carácter personal y privado, para que no se creara un ambiente de incertidumbre y de intranquilidad, no propicio para estas elecciones, encontraron de golpe una deformación pública a través de declaraciones y escritos de jóvenes estudiantes, dirigentes de algunos grupos universitarios, que creyeron que las diligencias que adelantábamos y las razones que exponíamos, por hacerlas con carácter privado y amistoso, tenían el aspecto como de una maniobra clandestina que no se atrevía a dar el frente porque estaba buscando algo criminoso o erróneo.
Nos vimos obligados entonces a hablar públicamente. Y hemos tenido la satisfacción de ver cómo lo que expresábamos, que era justo y conveniente para la Universidad y para el país, es lo mismo que han expresado, desde muy diversas posiciones, hombres que tienen autoridad para hablar en el campo universitario o en el campo político. Son muchos los profesores universitarios que se han pronunciado contra una reforma precipitada de la Ley y, por otra parte, grupos políticos respetables han asumido una actitud de identidad con los argumentos fundamentales que expusimos en relación con este asunto.
Ahora, reconocida la sinceridad de nuestra posición, tenemos que estimular la formación de un ambiente adecuado, universitario, generoso y patriótico, para que estas elecciones universitarias sean una jornada de afirmación, que permita considerarlas como un hecho positivo y no como motivo de descrédito para el sistema democrático de vida que estamos empeñados en establecer en Venezuela.
Repetimos: cogobierno sí, pero no paridad
Nos opusimos con sinceridad y con lealtad. Y nuestra posición ha sido deformada por comentarios que sólo la pasión puede excusar en cuanto a la tergiversación que envuelven. Siempre hemos dicho que somos defensores del cogobierno de la Universidad. Es decir, hemos sido partidarios, y lo seguimos siendo, de que los estudiantes participen en el gobierno universitario. Lo hemos defendido en la época más oscura de la Dictadura; lo expusimos con toda claridad en las aulas universitarias, en el momento en que estaban llenas de agentes de la Seguridad Nacional.
Consideramos que la presencia del estudiantado en los cuerpos que gobiernan la Universidad es conveniente, saludable y positiva. Pero siempre he creído (y ahora estoy hablando en forma estrictamente personal) que la representación del estudiantado en el gobierno de la Universidad, tiene que ser cualitativa, más que cuantitativa. Cuando el estudiante va (uno, dos, tres estudiantes, representantes de diversas tendencias) a los cuerpos colegiados que gobiernan la vida universitaria, a expresar sus conceptos, tiene que usar razones para convencer. Por lo general, cuando habla hay que oírlo; cuando juzga a un profesor, la mayor parte de las veces es sincero y en muchas ocasiones es justo. Pero, cuando la cualidad se convierte en cantidad, cuando la presencia del estudiante no es la voz que le recuerda al profesorado y a las autoridades universitarias los problemas de la Universidad sino que se constituye en número, en fuerza electorera que usa componendas, que suma votos a través de coaliciones para apoyar o no determinadas fuerzas o para imponer o no de manera absoluta determinadas corrientes, entonces ocurre lo que a veces vemos: que los estudiantes más inteligentes, mejor preparados, de conciencia universitaria, caen en la tentación de tratar de convertir al estudiantado en masa estudiantil y de ganarlo con las razones de la demagogia. Entonces, el que más ofrezca es el que busca más votos; el que pida que no haya lista de asistencia será superado por el que pida que no haya examen; y el que pida que no haya examen será superado por el que exija que el número de años e estudio se reduzca. Y ante esa situación tenemos que recordar que una Universidad es un plantel de educación, y que en un plantel de educación, de los elementos que la forman hay uno que tiene la obligación de educar, mientras el otro debe contribuir, cooperar, ayudar, pero, fundamentalmente, ha ido a la Universidad para ser educado.
Armonía entre profesores y estudiantes
Es necesario hablar de estas cosas, porque a veces se usan argumentos impropios que pueden hacer daño al mismo ambiente universitario. No hay cosa más peligrosa que tratar de establecer una especie de frente de combate (como si se tratara de dos clases sociales antagónicas que tuvieran que mantenerse enzarzadas en una dialéctica irreductible) entre profesores y estudiantes. Profesores y estudiantes integran una comunidad. Y hablar del profesorado como algo anacrónico, decrépito, sospechoso o reaccionario, mientras se presenta al estudiantado como una fuerza en la que no se ven sino los aspectos positivos, nobles y heroicos, es tratar de crear un clima no propicio para la docencia universitaria.
Yo quiero decir algo que todos sabemos. En todas las universidades hay problemas. La nuestra los tiene muy graves. No digo que sea una de las primeras universidades del mundo, pero sí digo que tampoco es una de las últimas. Hablando de la Universidad Central, puedo presentar el testimonio de muchos que anduvieron en la diáspora universitaria, cuando se cerraron aquí las aulas y que trajeron desde fuera la impresión optimista de que, con todos sus defectos, en la Universidad Central hay una serie de cosas positivas que es necesario conservar.
Por otra parte, el profesorado de la Universidad Central es, más que en cualquier otro país del mundo, un profesorado eminentemente joven. Valdría la pena hacer una estadística acerca de la edad media de nuestro profesorado universitario. Poniéndome de memoria a calcular, aproximadamente, la edad del profesorado de Derecho, que es con el que tengo mayor contacto, me atrevería a afirmar que la edad promedio del profesorado de la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela está por debajo de los 40 años. Somos pocos los profesores que hemos pasado de los 40 años, y son escasísimos los que están por encima de los 50. Hay, pues, un elemento joven, apto para entender los cambios de la vida, y un elemento, además, que dio también su contribución en la lucha contra la Dictadura.
En algunos documentos (y lamento que se haya escrito eso) se da la sensación de querer arroparse al profesorado en una apreciación injusta, señalándolo como descuidado, inactivo, cómplice, ante la situación planteada en Venezuela por la Dictadura. Yo puedo decir, con mi experiencia universitaria, manteniendo los elogios sinceros y cordiales que he hecho siempre del estudiantado por su valiosísima contribución en el mantenimiento del espíritu nacional y el derrocamiento de la tiranía, que el profesorado también dio su contribución en mantener y a sostener el clima y el espíritu de la resistencia y ultimar el movimiento nacional que dio al traste, en forma que asombró al mundo entero, con aquel régimen que parecía indestructible.
Hubo estudiantes en el exilio; también hubo profesores en el exilio. Hubo estudiantes en la cárcel; también hubo profesores en la cárcel. Hubo estudiantes que mantuvieron dentro de la Universidad el clima de resistencia, arrostrando terribles peligros; también hubo profesores que, dentro de la Universidad y arrostrando muy graves peligros, mantuvieron el clima de resistencia espiritual contra la tiranía. Hubo profesores comodones, indiferentes, ante la suerte del país; también hubo, desgraciadamente, estudiantes comodones, indiferentes ante la suerte del país. Cuando se cerró la Universidad, porque el profesorado como un cuerpo casi granítico tomó una actitud frente a la intervención ejecutiva, muchos estudiantes se precipitaron en buscar en otros planteles de enseñanza su matrícula para salvar aquel año de estudios. Es cierto que hubo estudiantes que dieron el ejemplo y perdieron uno y dos años en sus estudios, manteniéndose en una actitud rebelde y firme. Pero también hubo situaciones en las cuales prevaleció el interés individual de salvar un año, que es bien poco, por cierto, en la vida de un joven; así como prevaleció en algunos profesores el interés de salvar su cátedra, por encima del interés colectivo que estaba en juego. Y cuando regresamos, el grupo mayor de profesores, de las distintas corrientes políticas, después de consultarnos entre nosotros mismos, después de considerar la difícil disyuntiva de volver o no volver a la Universidad, cuando adoptamos la difícil decisión de volver, mediante algunas condiciones fundamentales que fueron aceptadas (entre ellas la de que se llamara a todos los sectores de todos los partidos políticos por igual y la de que se respetara nuestro disentimiento con el régimen imperante) nos movió entre otras razones la de que ya, antes que nosotros, la mayor parte de los estudiantes había vuelto.
De modo que no se debe tratar de establecer una especie de combate entre dos fuerzas: una negra y oscura y reaccionaria, y otra exenta de todas las tachas; la fuerza profesoral por un lado y la fuerza estudiantil por el otro. En ambas hubo el espíritu, la devoción por la libertad. Y el estudiantado, cuya gesta heroica fue, como lo dije a mi regreso del exilio, como el canto del gallo en la madrugada de la libertad, se sintió respaldado y asistido por un grupo de profesores que mantuvo dentro de la Universidad, vivo, firme, amplio, el espíritu de resistencia contra la tiranía.
Ante la Universidad se estrelló la tiranía
En la Universidad venezolana no penetró nunca la tiranía. Y esto es algo que tenemos que recordar y sostener, porque es un hecho fundamental en la vida de nuestro país. Gómez, con todo su poder, no logró nunca lo que el generalísimo Trujillo en Santo Domingo, de que estudiantes y profesores se hayan alineado para decir «Dios y Trujillo» y se haya formado un cuerpo estudiantil con el nombre de «Guardia Universitaria Presidente Trujillo». Eso no llegó nunca a ocurrir en Venezuela. Los 27 años de Gómez dejaron siempre indemne el espíritu de la Universidad.
Y lo mismo fue cuando Guzmán. Y cuando el general Crespo alguna vez pasó por la Universidad y los estudiantes lo silbaron, aquel hombre, que se había formado en la guerra civil, fuerte, poderoso, valiente, ante el irrespeto de los estudiantes y cuando algunos de sus ministros le dijeron: «General, es necesario que usted tome ante esta situación una medida», se limitó a contestar: «Ya he tomado una determinación: no vuelvo a pasar por la Universidad».
Ese es el espíritu que ha privado en la vida universitaria venezolana. Pérez Jiménez no pudo dominar la Universidad, como tampoco la pudo dominar Gómez. Y por eso, la Universidad fue, y debe seguir siendo, ejemplo dentro de la vida venezolana. Pero para eso es necesario salvar ante la conciencia pública nuestra unidad universitaria; salvar, ante la conciencia pública, de los baldones que se le quieren echar por un interés que constituye el nervio de la Universidad: el profesorado universitario, de cuya conducta da fe la circunstancia de que a pesar del despuntar de las pasiones, muy pocos profesores han sido justificadamente objetados. De mil cuatrocientos profesores, son muy pocos los que han sido objeto de imputaciones graves y fundadas por parte del estudiantado.
Un material aprovechable
Hay dentro de nuestra Universidad un material humano aprovechable, pero para eso tenemos que enrumbar la Universidad por el camino del trabajo y del estudio. Y que no se diga tampoco –por favor– el argumento que oímos hace unos cuantos años en labios que hoy expresan todo lo contrario, de que «la Universidad es refugio de oligarquías y allí no tienen cabida sino los ricos». Si algo ha sido patrimonio característico de la Universidad venezolana es la presencia del hombre común, del ciudadano pobre, sin medios de fortuna, pero que ha constituido la base, el material fundamental en la vida de la Universidad. Siempre hemos sostenido que el papel de la Universidad en la vida venezolana arranca de que el elemento universitario, en su mayor proporción, es de origen humilde. El hijo del campesino, el hijo del trabajador, el hijo del pequeño oficinista, han ido a esfuerzos propios a la Universidad y ésta les ha dado techo generoso; y de la Universidad han salido a dar su contribución a la realidad venezolana.
Y como ha habido comentarios que envuelven imputaciones calumniosas a COPEI, es necesario repetir que COPEI ha sido y es partidario de la gratuidad de la enseñanza universitaria. Hemos analizado a fondo el problema de si los estudios deben o no ser gratuitos, y hemos sostenido con claridad y con firmeza la tesis de que la enseñanza universitaria debe ser gratuita. Hemos sostenido la necesidad de dar becas en la Universidad, en abundancia, sin mezquindades, para que no solamente los estudios sean gratuitos, sino para que puedan dedicarse a estudiar quienes carecen de medios de fortuna; y hemos sido y somos partidarios de una Universidad equilibrada y generosa, de una Universidad acogedora. Y, precisamente, por eso, queremos que vayamos todos a las elecciones universitarias. No tenemos interés en que se abstenga un sector para que aumenten los votos de otro; queremos que todos hagamos acto de presencia, para que luego estudiemos con serenidad y con reflexión, como nos corresponde a nuestro deber universitario, la actual Ley de Universidades, para corregirla y mejorarla; y, más que la Ley, para corregir y mejorar sistemas todavía viciados en el sistema pedagógico universitario venezolano.
Por un clima de unidad
Aspiramos a que vayamos todos en clima de unidad. No queremos imponer planchas, ni buscar candidatos unilaterales, ni hacer maniobras de carácter electorero. Eso no va con la Universidad. Eso no soluciona el problema de la Universidad. Queremos un entendimiento, no sólo con los grupos políticos, sino con los profesores y con los estudiantes que no son políticos, para buscar directivas equilibradas, que representen diversas corrientes del pensamiento y nos den garantías de que encontraremos en el seno de la Universidad un ambiente verdaderamente amplio y genuinamente universitario.
En eso estamos ahora. Y nuestro Partido va a proclamar su posición de que está dispuesto a poner el Partido al servicio de la Universidad; no a poner la Universidad al servicio del Partido. Y poner el Partido al servicio de la Universidad quiere decir manifestar la voluntad de nuestra organización y de la gente que simpatiza con nosotros, de respaldar sin mezquindad una tesis ancha y generosamente universitaria.
En estos días hemos hablado de que respaldaríamos con entusiasmo la candidatura del Dr. Félix Pifano, por ejemplo, si aceptara ser Rector de la Universidad. Y todo el mundo sabe que Félix Pifano no ha sido nunca de nuestras ideas y que sus simpatías más bien se inclinan hacia otro partido político. Pero, con hombres así, como Pifano, por ejemplo –para no citar sino uno, aunque podría citar muchos otros–, hombres que amen la cultura, que sientan deseos de estudiar, que comprendan los problemas de su patria y que estén dispuestos a trabajar por ella, estamos dispuestos a ir, sin preguntarles de qué color fue su voto en las elecciones del 7 de diciembre.
No puede servir el color de una tarjeta electoral política como criterio para enrumbar a la Universidad. Por tanto, yo quiero hacer de nuevo el llamamiento más cordial a todos los sectores, para que depongamos egoísmos, para que depongamos intransigencias y para que quienes tenemos mayor responsabilidad busquemos una salida decorosa y noble en esta nueva etapa de vida universitaria, una salida a través de fórmulas que sean capaces de satisfacer ampliamente el espíritu universitario.
Y como creemos que en todos los que han sacrificado lucrativas oportunidades para dedicarse a la Universidad existe ese mismo profundo amor por la Universidad, estamos seguros de que se va a lograr lo que queremos: que haya unas elecciones universitarias modelo; que no convirtamos las universidades nacionales en campo de Agramante; que no campee el sectarismo político ni ideológico en la conquista de posiciones universitarias, sino que ganemos una batalla de armonía y de progreso para la Universidad. Que ganándola para la Universidad la ganaremos para Venezuela.
No olvidemos que si la Universidad ha sido ejemplo y guía, tiene que serlo en este instante y que el triunfo de la democracia universitaria será un factor muy poderoso para la consolidación y el triunfo de la democracia venezolana.
Buenas noches.