A propósito del Día del Ejército
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 25 de junio de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
Recomendamos la lectura del artículo Ejército apolítico, publicado por Caldera en El Universal, el 14 de marzo de 1936.
Esta semana, con motivo de un nuevo aniversario de la Batalla de Carabobo, se volvió a poner de actualidad el tema del Ejército. Vivo siempre en la conciencia de Venezuela, este tema es siempre propicio para la meditación y el análisis, pero también para la especulación y la intriga.
Carabobo significó la consolidación de nuestras instituciones republicanas. Por ello mismo, la celebración del Día de las Fuerzas Terrestres, es decir, el Día del Ejército, el 24 de junio, tiene una significación que desborda el campo de esta arma, y en cierto modo llega a incluir todo el asunto de la significación de las Fuerzas Armadas en la vida de Venezuela.
Primero fue el verbo
Es conveniente recordar que Carabobo fue la ratificación, en el campo de los hechos, de los principios jurídicos plasmados en la Declaración de Independencia de 1811 y en el Discurso de Angostura de 1819. En la Independencia de Venezuela, como en el Génesis, primero fue el verbo, es decir, la palabra, la doctrina, la idea. Y la Batalla de Carabobo, ganada diez años después de que el Congreso Soberano de las Provincias Unidas de Venezuela declaró ante la faz del mundo la constitución de la República, fue la ratificación que el país en armas, organizado en cuerpo activo y combatiente, rubricó en la llanura signada desde entonces por la gloria, de la doctrina republicana formulada en 1811 y expresada en ese magnífico compendio de doctrina política que fue el discurso de Bolívar el 15 de febrero de 1819.
Nació, pues, así, el Día del Ejército, no como el aniversario de una batalla cualquiera, no como el recuerdo de una conmoción que hubiera dado lugar después a que se formulara una doctrina, sino como la consolidación de una lucha que primero escuchó la formulación de unos principios. Carabobo es la ratificación de un sistema, la consolidación de un compromiso. El Ejército de Carabobo fue, como después se ha dicho, “el brazo armado de la Patria”, al servicio de la idea misma de Patria y de la conciencia de sus postulados, de sus aspiraciones y de sus fines.
Rumores, conjeturas, ataques y defensas
Eso nos ayuda a comprender lo que es y lo que tiene que ser el Ejército en estos días tan llenos de rumores, de conjeturas, de ataques y defensas, de polémicas alrededor de la Institución Armada de la República. Si hasta hemos visto, con sorprendente naturalidad, cómo se tratan los temas más delicados y se ventilan en las columnas de la prensa asuntos graves que antes sólo eran pasto de comadreos y murmuraciones. Hasta el planteamiento grave y absurdo de que al Comandante del Ejército se le pregunte en las columnas de la prensa si está conspirando contra el orden constitucional, podemos en cierto sentido considerarlo como un hecho positivamente democrático.
Los venezolanos estamos tan acostumbrados a ver el Ejército como un personaje diario de nuestra vida. Estamos tan acostumbrados a querer hacer del Ejército el árbitro de nuestras contiendas políticas, que a cada momento surge por las bocas más variadas y con las intenciones más disímiles, el intento de mezclar al Ejército en nuevas aventuras para modificar nuestra realidad política.
Se ha hablado mucho de conspiración en estos días. Se ha comentado mucho alrededor de este asunto grave y delicado. Y hasta hemos visto en todos los sectores, y en algunos de ellos con la mejor buena voluntad, insatisfacción por haber desmentido el Presidente de la República la existencia de un complot, porque parece como si la única manera de evitar que pudiera ocurrir una catástrofe fuera la de mantenernos en estado de excitación y paroxismo para impedir que el drama tuviera desenlace fatal.
Reiteraciones de institucionalismo
En este sentido, el Día del Ejército ha servido de ocasión para hacer declaraciones graves e interesantes. La palabra de los jefes del Ejército, en entrevistas, alocuciones y discursos, ha sido la ratificación que el país espera y necesita de que la Institución Armada se halla perfectamente convencida de su deber de respaldar el orden constitucional. En esto estamos totalmente de acuerdo, y es un estado de conciencia unánime en los venezolanos. Cuando los copeyanos, por ejemplo, respaldamos el orden constitucional actual, encabezado por el jefe de un Partido con quien hemos librado largas polémicas en la historia reciente del país, nosotros no estamos defendiendo hombres o grupos, sino el principio de la constitucionalidad. Y esta conducta con que damos ejemplo, de la que no nos arrepentimos sino de la que nos sentimos satisfechos, porque con ella entendemos servir como se debe a nuestra patria, es la misa que todos esperamos del Ejército y de las Fuerzas Armadas en general.
No se trata de que cada militar o de que cada oficial de la Marina o de la Aviación, o de que cada oficial de las Fuerzas Armadas de Cooperación, no sea un ser humano, con sus propios sentimientos e ideas. Al contrario, si reivindicamos la democracia, reivindicamos el valor de la persona humana. Y cada hombre que está en la Institución Armada no es una cifra, no es una mera unidad, es un hombre que piensa, que siente, que sufre, que ama y que odia, que tiene sus simpatías y sus antipatías. Pero lo que pedimos es que por encima de las ideas, de las preocupaciones, de los sentimientos de cada uno, haya un concepto claro de institucionalidad.
El orden institucional de la República, su sistema democrático, tiene que encontrar la primera defensa, el primer y más sólido respaldo, en quienes por la voluntad de la ley son los depositarios de la Fuerza Armada, formada y mantenida por la Nación para su defensa. Y en este sentido, debemos decir que a todos los venezolanos nos ha agradado escuchar de labios de los representantes del Ejército, la reafirmación clara y categórica de que el camino del golpismo está cerrado, clausurado definitivamente en la vida venezolana.
Y no podría ser de otra manera. El Ejército sabe que es la expresión misma del pueblo, y de que el pueblo tiene perfecta conciencia de la defensa de sus libertades. Plantear cualquier conflicto armado de carácter interno sería, simplemente, poner de acuerdo a todas las fuerzas políticas de Venezuela y a todas las demás fuerzas organizadas, de cualquier naturaleza que sean, listas como un solo hombre para defender las conquistas fundamentales logradas con la liberación. En ello no estamos viendo colores ni banderas, ni estamos poniendo nombres propios. Estamos todos para defender un patrimonio que, a los militares como a todos los demás venezolanos, nos interesa sobre manera conservar: el derecho de hablar, el derecho a pensar, el derecho a organizarnos, y hasta el derecho a discutir nuestras ideas, a disentir, a combatir, para que en el curso de los años podamos ir moldeando la estructura política de Venezuela.
Militares y civiles
La magnitud del tema hace oportuno refrescar ideas, repetirlas, insistir sobre nociones que ya han sido dichas, pero que la ocasión hace necesario repetir porque se han conjugado los dos hechos: la oportunidad conmemorativa, por la celebración de una fecha que tiene una significación nacional, y el crecimiento de los rumores y consejas que con frecuencia han perturbado, inquietado y tenido sobre alarma a Venezuela.
Nosotros aspiramos –y estamos dispuestos a luchar por él- a un sistema dentro del cual el gobierno de la República, sea cual fuere la fuerza determinante que lo ejerza, no haga política con el Ejército, sino que vea en él a una institución profesional en la que a cada uno se respete sus méritos y sus credenciales dentro del cumplimiento de su deber; pero, al mismo tiempo, el que, cualquier gobierno libremente elegido por el pueblo tenga la seguridad de que en las armas de la Patria, representadas en las fuerzas que componen la Institución Armada de la República, hallarán siempre la disposición, el respaldo, la cohesión necesaria para que las instituciones democráticas se sostengan.
Sabemos demasiado bien que hay intereses que tratan de infiltrarse en el ánimo de militares y civiles para descomponer el ambiente. Ya lo dijeron quienes han hablado, y especialmente el Comandante del Ejército en la conmemoración del 24: el Ejército ha sido en nuestra historia la expresión del pueblo. La historia de Venezuela ha sido, en cierto modo también, lo que ha determinado la historia del Ejército. Un país muchas veces anarquizado, corrompido, desorientado, vio sin sorpresa la injerencia inadecuada e hipertrófica de las Fuerzas Armadas en la determinación de su destino. Un país transformado, como la Venezuela de hoy, que tiene clara conciencia de sus intereses y de sus necesidades, tiene y tendrá derecho a una Institución Armada moderna, disciplinada, nacional, que realice una gran labor no carente de sentido pedagógico, una gran labor de orientación, al lado de las fuerzas civiles, que tienen, por su misma estructura, la dirección de la vida política y social del país.
El precio de la emancipación
Es verdad que Venezuela ha tenido una vida terriblemente accidentada. Grande fue el precio que pagamos por las jornadas de la Independencia y las conmociones que la sucedieron. Ningún país dio más que Venezuela en aporte de vidas humanas, de sufrimiento y de sacrificio, y ningún país más que Venezuela marcó páginas de gloria en la independencia suramericana. Eso trajo como consecuencia necesaria, inevitable, un crecimiento, una continuidad de presencia de las Fuerzas Armadas. Los libertadores fueron al mismo tiempo los organizadores del Estado, porque habían sido ellos los actores de primer rango en el drama terrible de la emancipación.
Siguieron después nuestras conmociones internas y éstas se resolvieron por las armas. Y muchas veces los hombres de pensamiento tuvimos la culpa de poner en las armas la decisión de nuestras controversias, de nuestros debates, de nuestras diferencias. Si los hombres de armas tuvieron muchas veces, llamados por los hombres de pensamiento, la decisión suprema de las grandes cuestiones que preocuparon a Venezuela, aceptemos, pues, lógicamente, que la misma historia del país les dio significación anormal dentro de la organización de la vida política. Y en este sentido, la recuperación venezolana lograda en las jornadas que culminaron el 23 de enero de 1958 (esa recuperación que algunos con miopía no quieren medir suficientemente) al ser obra de una acción cívico-militar y no de la violencia y de la guerra, trajo como ventajosa consecuencia la de que el país, intacto en sus instituciones básicas, representado en sus hombres de las más variadas ocupaciones y tendencias, tomó la responsabilidad de primer plano en la reorganización de su vida, sin que el Ejército tuviera ocasión de desbordarse, como habría tenido que hacerlo si hubiera ido al campo de batalla; sin que el Ejército desbordara su acción y penetrara en campos que le están vedados.
Hoy, todos los partidos políticos, especialmente aquellos que tenemos una mayor responsabilidad nacional, hemos hecho la proclamación clara y neta de nuestro punto de vista al respecto. No estamos dispuestos a caer en el nefasto error de buscar al Ejército como árbitro de nuestras diferencias. Todos estamos dispuestos a plantear nuestras controversias en el terreno de la lucha civil y a señalar a la Institución Armada el lugar decoroso, inequívoco, apolítico y profesional, que le corresponde dentro de la vida venezolana.
Hay también, claro está, políticos que no tienen el compromiso claro y neto de respaldar un programa, una doctrina, una organización partidaria. Políticos de esos que se escudan en su “apoliticismo” y que buscan infiltrarse en la mente de los hombres de armas para tratar de usar una táctica meliflua de halagos presentando a las Fuerzas Armadas como la única posibilidad de equilibrio, la única expresión de una acción política sustantiva en la vida de Venezuela.
Yo les debo decir a ustedes que nada me gustó más en el discurso que escuché el 24 en la avenida Los Próceres que la recriminación abierta y categórica, por parte del Comandante del Ejército, para quienes buscando inconfesables intereses, tratan de presentar al Ejército como el “salvador de la Patria”, como el único defensor, el único baluarte, como la única seguridad de la vida política internacional. Nuestra convicción partidista, nutrida de experiencias, de dolores y de preocupaciones, nos dice que nada tendríamos que ganar y mucho que perder civiles y militares, si tratáramos de borrar los cauces y de hacer que la fuerza militar se desbordara e irrumpiera sobre los campos de la vida civil. Con esto perdería el Ejército, con esto perdería la democracia venezolana y, en resumidas cuentas, perdería la nacionalidad.
Pueblo y Ejército
Estamos todos perfectamente de acuerdo en que tenemos que defender un Ejército institucionalista. Y en ese sentido –debo decirlo también con absoluta claridad- los ataques injustos, mal orientados, que se hagan a la Institución Armada, son ataques que no comparten las grandes fuerzas políticas que asumen y mantienen la responsabilidad de dirigir la vida política venezolana. El Ejército debe sentir que dentro de la vida democrática no hay temas “tabúes” sino que todos los temas –aún los más graves- se pueden tratar; que, al fin y al cabo, no hay sacrilegio en que un reportero se atreva hasta preguntarle a un Jefe del Ejército si está conspirando, porque ello en el fondo revela la realidad de que los asuntos más delicados y antes más imposibles de tocar, hoy se ventilan a la luz del día. Pero, al mismo tiempo, las Fuerzas Armadas deben saber que las grandes fuerzas políticas de opinión existentes en la vida venezolana, sus elementos más responsables, los que tienen mayores credenciales porque tienen una vida más larga de sacrificio y de consecuencia al servicio de la democracia venezolana, están dispuestos a compactar un frente para que la Institución Armada no sea irrespetada, para que no sea vejada, para que no se siembre la ojeriza y el odio frente a ella en la conciencia pública venezolana.
Yo puedo decir aquí que los civilistas venezolanos, aquellos que hemos dicho sin ambages de que al Ejército no le corresponde la dirección de la vida política; aquellos que hemos repetido de la manera más clara y paladina, que somos los hombres civiles los que tenemos la responsabilidad y el deber de dirigir la vida política, porque para eso nos hemos formado, y que el militar que desborda hacia la acción política deja de cumplir sus deberes fundamentales frente al país y frente a la Institución de que forma parte; los mismos hombres que hemos defendido y estamos dispuestos a defender el civilismo, declaramos que no hay para nosotros momento de júbilo mayor que aquel en que vemos en el corazón del pueblo una inclinación de simpatía hacia su Ejército. La verdad es que esto no lo hemos logrado plenamente todavía, porque todavía hay heridas viejas, porque todavía hay heridas lacerantes de un lado y de otro. Pero eso tenemos que lograrlo.
Tenemos que ir a ello militares y civiles, civiles y militares, haciendo que sea diáfana la conducta, que sean limpios y claros los linderos entre una Institución y la otra. Es necesario borrar definitivamente el recuerdo de los males históricos, para que se acaben, por Dios, las suspicacias, que a ningún terreno fecundo nos pueden llevar. El militar que no sea militar, el militar que tenga conciencia de su deber apolítico, ése se extinguirá automáticamente dentro de una Institución Armada patriótica, impersonal, apolítica, pero, al mismo tiempo, esa Institución tendrá un cimiento más firme, un clima más generoso, un aliento vital, dentro del sentimiento de unidad, dentro del espíritu de solidaridad de todos los venezolanos.
Buenas noches.