La situación de la universidad
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 14 de mayo de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
La publicación, en un diario matutino, de una columna de prensa suscrita por un alto dirigente de la Federación de Centros de la Universidad Central de Venezuela, me empuja a hacer comentario público para expresar ideas que he venido repitiendo en conversaciones privadas con dirigentes estudiantiles y con profesores universitarios.
Me preocupa la situación de la Universidad. No quiero utilizar adjetivos para referirme a esa columna, porque podría utilizar un lenguaje que no es el que siempre he usado y el que conviene a los asuntos universitarios y a la actual hora nacional. Simplemente, la voy a calificar de lamentable. Pero al fin y al cabo, me da una oportunidad, que creo no puede aplazarse ya más, de expresar mi opinión acerca del movimiento desarrollado, en ambiente estudiantil, por la reforma de la Ley de Universidades vigente.
Tengo derecho a hablar, y creo que ese derecho envuelve un sagrado deber. He estado al lado de los estudiantes, y no en los últimos tiempos. He sabido encontrar en muchos de ellos, de cualquier corriente ideológica o política, sinceros amigos. Creo en la fuerza y en el papel que al estudiantado corresponde, para formar el actual destino de Venezuela. Pero, por lo mismo, considero indispensable cumplir la función de hablar claro. Si somos profesores, debemos hablar como tales; y si debemos rechazar la vieja especie de los caducos métodos pedagógicos, de que el estudiante tenía terror ante la autoridad universitaria o ante el profesor, debemos igualmente hacerle frente al inminente peligro de que el profesor tenga miedo de hablar ante el estudiantado.
Hay una Ley Universitaria que se recibió con bombos y platillos, en noche solemne y memorable de hace muy pocos meses, en la cual el entonces presidente de la Junta de Gobierno, doctor Edgar Sanabria, anunció la devolución plena de la autonomía a la Universidad. Ahora parece como si esa ley fuera un engendro monstruoso de las fuerzas más reaccionarias del país, y se habla de movimientos torrentosos del estudiantado para imponer acciones de masas, y de conciliábulos secretos e inconfesables en los cuales las fuerzas políticas están maquinando torvamente para impedir la satisfacción legítima de los anhelos del estudiantado.
No hay maquinaciones secretas
No hay maquinaciones secretas. No hay conciliábulos ocultos. Hay conversaciones en las cuales se plantea lo que se ha dicho públicamente. Y para que se vea que se dice públicamente, yo vengo a ratificarlo aquí, como lo dije por los canales de la televisión el jueves por la noche: esa reforma de la Ley de Universidades se plantea exclusivamente como un interés electoral. Es la razón fundamental. Lo que se está planteando es la aspiración de modificar contingentes electorales para la elección de las próximas autoridades universitarias. Y si vamos a ver las cosas claras ¡que las cosas se llamen por su nombre!, esta razón es un hecho que todo el mundo conoce. Y si estamos dispuestos (lo hemos dicho en conversaciones privadas y lo ratifico en esta exposición pública) a sacrificar puntos de vista para llegar a un entendimiento, buscando la paz de la Universidad, debemos partir del reconocimiento sincero de que de lo que se trata es simplemente de hacer cálculos en el número de votos con que se puede contar en un momento electoral y de modificar esos coeficientes con una reforma de una ley reciente, que todavía no se ha ensayado, y que con responsabilidad y serenidad debía cumplirse primero, para ver cuál es su verdadera significación y cómo repercute ante la vida universitaria.
Participación, mas no paridad
Lo he dicho y lo voy a repetir: soy partidario de la participación estudiantil en el gobierno de la Universidad. Lo dije en las aulas, cuando estaban llenas de agentes de la Seguridad Nacional, en los días más negros de la Dictadura. El estudiantado tiene derecho de participar en el gobierno del máximo instituto, y su presencia en los cuerpos universitarios, cuando está inspirada por un sentido de responsabilidad, es una presencia provechosa. El estudiante puede presentar ante el profesorado y ante las autoridades universitarias, puntos de vista, observaciones llenas de interés que pueden ser verdaderamente fructíferas para la marcha de los asuntos universitarios. Pero, me parece absurdo, ilógico, absolutamente inconcebible, que el estudiantado aspire a lo que llama «la paridad» en el gobierno de la Universidad. Profesores y estudiantes no pueden tener derechos numéricamente iguales en la Universidad, o la Universidad deja de ser un centro de formación docente para convertirse simplemente en una escuela de politiquería barata. El estudiante no tendría más que asegurar la mitad de los votos en las elecciones universitarias, para granjearse el apoyo (la complicidad) de algunos que otros profesores que sucumban a las tentaciones de la demagogia, y que, modificando quizás los sistema de rigurosidad extrema y absurda, como los que tal vez usaron en las pruebas examinadoras y en sus sistemas pedagógicos anteriores, se pongan a ofrecer a los estudiantes puerta franca para ganarse así sus votos.
Yo no tengo intereses electorales en la Universidad. No aspiro, ni puedo aspirar, por la responsabilidad que ejerzo políticamente ante el país, a ningún cargo administrativo de gobierno universitario; pero tampoco puedo admitir que nadie vea en el estudiantado –que debe ser fértil y blando, en la cual se debe imprimir una virtualidad, un entusiasmo y un sentido de responsabilidad–, tampoco puedo admitir que nadie vea en el estudiantado, repito, algo simple, de mecánica electoral. Si el estudiantado se convierte en una fuerza electoral, si el profesorado se convence de que su permanencia en la Universidad depende de granjearse, con demagogia, votos estudiantiles, habremos puesto una lápida funeraria sobre la institución básica de que depende el futuro de Venezuela.
Hay que querer a la Universidad
Lo digo con conocimiento de causa, tengo en la Universidad muchos años, puedo decir que desde 1931 en que empecé un curso pre-universitario en los viejos corredores de la casa de San Francisco, desde entonces mis mayores preocupaciones, mis mayores desvelos, han sido para la Universidad. Dentro de la Universidad he combatido con sinceridad por mis ideas y he encontrado siempre en el espíritu universitario, respeto y comprensión; y he visto cómo la amistad puede florecer por la discusión libre y franca de las ideas más opuestas. En este momento de graves responsabilidades, estoy haciendo el sacrificio de mi tiempo para dar dos horas diarias de clase a las universidades Central y Andrés Bello. Por eso, conozco los problemas de la Universidad y sé que cuando se trata de crear un clima demagógico, de que cuando se siente que para arrastrar al estudiantado tras de sí hay que emplear frases injustas y generalizaciones impropias acerca del profesorado, no se está creando un clima universitario como el que nuestra naciente democracia necesita para la estabilidad de sus instituciones y para preparar hombres capaces de hacerle frente a los grandes problemas que nos están reclamando material humano capacitado.
En este año, en la Universidad se está viendo apenas, para fines de curso, la mitad de los programas de estudio. La culpa no es solamente de los estudiantes, compartámosla todos, pero pensemos que por ese camino no vamos a hacer de la Universidad lo que el país requiere.
Es necesario que veamos en el cumplimiento de nuestro deber el primer título para el ejercicio de nuestros derechos. Hay muchas cosas por remediar, pero, para remediarlas, es necesario tener el sentido de la formación pedagógica, de la responsabilidad docente que nos incumbe. Si el estudiantado fuera, mal encaminado, a imponer como autoridades y profesores universitarios, a través de un sistema permanente, a funcionarios títeres, a simples marionetas, tímidas ante cualquier amenaza estudiantil, carecería de la formación necesaria, que es la que le dan sus maestros, cuando saben ser maestros y cumplir la responsabilidad que les incumbe.
Se habla de que COPEI está tratando de establecer chantaje en el sistema de coalición, para tratar de hacer que no se dé satisfacción a las aspiraciones estudiantiles de representación paritaria con el profesorado. Debo decir, por lo que a mí respecta (porque yo he tenido conversaciones con dirigentes políticos de Acción Democrática en relación al planteamiento que su fracción juvenil ha hecho y que las otras fracciones juveniles han secundado, con mayor o menor convicción o con mayor o menor entusiasmo), que ante una maniobra para imponer una reforma de la Ley universitaria que establezca un sistema paritario que considero perjudicial para la Universidad, estoy dispuesto a darle el frente, con claridad, categóricamente. Y que no se venga a amenazar con acciones de masas estudiantiles, porque si los profesores y los diputados estuviéramos dispuestos a claudicar porque un dirigente estudiantil, desde la columna de un periódico, amenaza con «acciones de masa», estaríamos de una vez traicionando nuestro deber, y el único camino más o menos decoroso que nos quedaría es el de la renuncia, por no ser capaces de asumir nuestra responsabilidad.
La Unidad necesita sinceridad
Que no se venga, pues, por ese camino. Y que se diga de una vez por todas si esos dirigentes juveniles respaldan o no la línea de unidad que, con sacrificios por parte de todos los partidos, hemos estado sosteniendo para bien del país.
La Unidad necesita sinceridad. La Unidad necesita lealtad. Tenemos que crear un clima satisfactorio. Y no podemos resignarnos a la idea de que mientras de buena fe estamos dispuestos a ceder en muchas de nuestras posiciones, porque estamos viendo el interés de la Nación, por otra parte se nos está tratando con calificativos injustos y absurdos, por el único delito de hallarnos discutiendo como caballeros ante un problema nacional que tiene que resolverse con sinceridad, con nobleza, y no con politiquería.
Yo quería hablar con mucha claridad sobre este punto y, al hacerlo aquí, debo decir que nos hemos mostrado dispuestos a hacer sacrificios en nuestra posición. Yo, como profesor universitario y como venezolano sostendría como la tesis legítima de este momento la de que no debe tocarse la Ley universitaria, que apenas va a comenzar a ensayarse. Y para que esa ley no se toque, he ofrecido de nuestra parte, por considerar ésta la mejor solución para los problemas universitarios y para los problemas nacionales, el ir a una plancha de coalición dentro de la cual nos pongamos de acuerdo las distintas fuerzas universitarias, para evitar que la Universidad degenere en campo de Agramante y que una riña electoral de baja ley en ella, pueda empañar el desarrollo de la naciente democracia venezolana. Hemos llegado hasta a aceptar la modificación de la ley, si se hace el compromiso de no tocar la autonomía universitaria, de moderar las aspiraciones electoralistas, que han sido el motor y la maquinaria de la reforma; de establecer bases claras, para que normas fundamentales de la ley no vayan a sufrir una peripecia cualquiera en medio de un debate parlamentario. Hemos ofrecido nuestro respaldo a una fórmula de entendimiento si a esa fórmula se llega en bien de la Universidad; y hemos planteado, en principio, hasta nuestra aceptación a deponer aspiraciones que podrían ser legítimas, con tal de que la fórmula adoptada lleve la garantía de que haya paz, paz constructiva y fecunda, paz universitaria dentro de la Universidad.
La palabra del Consejo Nacional de Universidades
Esta es nuestra posición al respecto. Y en esa posición coincide (lo que es para nosotros muy honroso) la máxima autoridad universitaria del país, el Consejo Nacional de Universidades, el cual, a propuesta de su presidente, el doctor Rafael Pizani, ministro de Educación, ha acordado en su reunión de ayer lo siguiente: «El Consejo Nacional de Universidades estima recomendable, en principio, mantener la vigencia de la ley actual, hasta tanto su aplicabilidad indique aquellos puntos o materias que deban ser modificados y el sentido que las modificaciones deben tener. Pero, en el caso de que el soberano Congreso estime conveniente proceder a la reforma en sus actuales sesiones, sugiere que ésta se limite a puntos muy concretos y precisos que mantengan los fundamentos y el alcance de la autonomía universitaria y garantice un equilibro adecuado en la Universidad, que no quebrante su eficiencia técnica y su libertad académica. En tal caso, el Consejo Nacional de Universidades ofrece su más amplia colaboración en el estudio de las reformas que se sometan a la consideración del soberano Congreso».
Yo quiero decirle, pues, al estudiantado universitario de Venezuela que no caiga en la posición infantil y ridícula de querer amenazar con acciones de masas para doblegar los razonamientos que deben prevalecer en la discusión de los problemas universitarios. Los asuntos de la Universidad no se resuelven con acciones de masas. Las acciones de masas están bien en otros asuntos, y a ellas hemos ido, compartiendo responsabilidades y peligros, con nuestra juventud estudiantil. Pero es necesario que el estudiantado, que ha de ser faro y guía en la conducta de nuestro pueblo, empiece por dar a éste la lección de que los derechos se conquistan por métodos democráticos, a través de razonamientos precisos que establezcan la justeza de sus aspiraciones.
Entendimiento y armonía
Es necesario que en el clima universitario haya y se mantenga, el entendimiento fecundo entre profesores y estudiantes. No diré yo que los profesores de la Universidad Central de Venezuela son los mejores del mundo, pero tampoco acepto que sean los peores. Como tampoco tengo la posibilidad de afirmar que sean mejores nuestros estudiantes que los de cualquier otro país o de cualquier otra Universidad; ni aceptaría, sino que rechazaría indignado, la afirmación de que ese estudiantado está por debajo del nivel de muchas otras universidades famosas. Nuestras universidades, con sus deficiencias, con sus ensayos, con sus convalecencias, con las dificultades que les impone el medio (porque el medio, por una parte, es difícil y áspero, y por otra demasiado tentador para otras ocupaciones remuneradoras, que se llevan de la ardua labor del profesorado a muchas vocaciones y a muchas voluntades), pueden hombrearse con otras universidades afamadas, de otros países hermanos o aún de otros continentes.
Tenemos, sin duda, mucho que corregir, mucho que lograr, pero eso no lo lograremos por el camino de la demagogia, por el camino de la suspicacia, por el camino del atizamiento de las voluntades estudiantiles en contra del profesorado: lo lograremos por el camino de la convergencia y de la armonía. Lo lograremos, sobre todo por el camino de la Unidad.
La unidad en la Universidad
La unidad que estamos proclamando, tenemos que crearla, antes que todo, en la Universidad, crisol de la vida venezolana. El estudiantado se encuentra en un momento crucial. En otros países, también, el morbo de la demagogia ha dado frutos pésimos. En Venezuela hemos logrado, en un esfuerzo de inteligencia y de buena voluntad –quizás en un esfuerzo de generosidad– evitar males tremendos, en los cuales muchos buenos propósitos y muchos ensayos de otros pueblos se estrellaron, como se han estrellado también aquí, en medio de los dolores de nuestra historia. Estamos ahora en el camino de buscar para la Universidad soluciones verdaderamente generosas. Que hay autoridades que gobiernan sin rigores absurdos, sin disciplinas impropias, sino a base de rectitud y de exigencia del cumplimiento del deber; pero que haya un estudiante presto a defender sus deberes, presto, sí, para luchar al lado del pueblo en la conquista de sus reivindicaciones, pero presto también para reconocer sus deberes y cumplirlos, para no atropellar los cauces que corresponden a la vida democrática de la Nación.
Esto lo he dicho en más de una ocasión a mis discípulos, que son mis amigos, a los dirigentes estudiantiles, muchos de los cuales son también mis amigos. Se lo he dicho también, en alguna exposición, a estudiantes liceístas que están comenzando a hacer armas en la vida política del país. La política es necesaria en el estudiante y el estudiante es necesario en la política. La política le da al estudiante un contenido de ideal que sabe inspirarlo, entusiasmarlo, y que constituye, al mismo tiempo, una especie de orientación para poner en sentido positivo y útil la vida social, los conocimientos que adquiere. El estudiante es útil para la política porque, al mismo tiempo, nos trae, nos debe traer, la expresión de un ideal alejado de intereses mezquinos. Pero la política del estudiante ha de ser la política amplia, la política generosa, la política noble, la política con «P» mayúscula, no la política pequeña, la política del voto aquí o del voto allá; no, la política de la zancadilla, del compadrazgo; ha de ser la política generosa y comprensiva, la política que se dé cuenta de lo que se pide, lo que debe pedirse, y que de pedir más y más para granjearse el apoyo de unos cuantos votos, es sembrar una semilla que no puede producir buenos frutos.
Urgencia de verdad
En Venezuela es necesario, antes que todo, para los problemas que tenemos, decir la verdad. Tenemos que hablar con franqueza. Yo no quiero negar esa aportación a esta hora venezolana. Y si he hablado muchas veces de los problemas políticos de mi país, estoy dispuesto a hablar y a seguir diciendo mi palabra, con toda serenidad, pero con toda firmeza, en el rescate de la Universidad. Debemos salvar a la Universidad de que se pierda en manos de la demagogia y de que deje de cumplir el gran deber de darnos una generación robusta, capaz, estudiosa y formada, que pueda resolver con conciencia los terribles problemas y satisfacer las inmensas necesidades de la Patria venezolana.
Buenas noches,