Revisión de la Unidad
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 8 de octubre de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
Debería exponer, a mi regreso, algunas impresiones del recorrido que me tocó hacer. Lo nacional, sin embargo, reviste un carácter de tanta importancia en este momento, que he considerado mi deber referirme a ello en primer término.
El duelo de la Iglesia
Debo previamente manifestar –y en esto me hago eco de todo el sentimiento nacional– la profunda y terrible impresión que me causó la tragedia ocurrida la semana pasada, la más fuerte que ha sufrido la Iglesia en Venezuela durante muchos años, y en la cual perdieron la vida el Arzobispo Arias, el Obispo Paparoni, y un modesto sacerdote, el padre Hermenegildo Carli, de probada vocación apostólica.
La muerte de monseñor Arias ha conmovido el sentimiento público. Ha sido un acontecimiento de verdadera consternación en Venezuela. Y su figura, que fue la de un gran párroco en los primeros años de su ministerio sacerdotal, la de un gran Obispo en Cumaná y en San Cristóbal, y la de un gran Arzobispo en la Sede Metropolitana, siempre signada por un nimbo de dolor y amargura, ha quedado consagrada entre las más altas que la Iglesia Católica ha tenido en esta tierra venezolana.
Fue Monseñor Arias un hombre de probado y tenaz espíritu apostólico. En la parroquia de La Pastora, en la Diócesis de Cumaná, en la Diócesis de San Cristóbal, fue un animador constante de las mejores iniciativas en favor del pueblo. Muchos de los valores de primera fila en el movimiento demócrata-cristiano de Venezuela fueron sus pupilos en la Juventud de Acción Católica, en los días de San Cristóbal, cuando todavía no había aflorado en su momento definitivo el movimiento de COPEI. Monseñor Arias fue siempre estímulo y su voz nos dio aliento en horas difíciles. Y tuvo el raro privilegio de que el Espíritu Santo hablara por él en aquella famosa Pastoral del 1º de mayo de 1957, que ha quedado marcada como el punto inicial y como el foco orientador del gran movimiento de liberación que culminó el 23 de enero de 1958.
Recuerdo que se lo dije a Monseñor, y hoy lo repito: fue el Espíritu Santo el que inspiró aquella Pastoral. El Espíritu Santo, que es fuego, fuego fecundo en la redención, fuego cauterizador en la justicia. Su palabra discreta y serena puso ardor de quemadura en las carnes infectas del despotismo, puso ardor de entusiasmo y de combate en la voluntad de liberación del pueblo venezolano. El homenaje que el pueblo le ha rendido es un homenaje a sus ideas, es un homenaje a su carácter, es un homenaje a su espíritu apostólico: es el compromiso de todos los venezolanos con aquel hombre que supo erguirse en la Sede Metropolitana y que tuvo también el raro privilegio de morir en la hora más esplendorosa de su vida.
Con él falleció también un gran obispo, monseñor Paparoni, en plena juventud. Era un hombre humilde, sencillo, valiente y culto, que tenía el sentido moderno de la lucha y que comprendía como el primer deber de un sacerdote o de un obispo el de llegar al pueblo, sentir sus necesidades y luchar por la justicia. Los huesos de aquel hijo de Santa Cruz de Mora, sembrados en el Altar Mayor de la Catedral de Barcelona y rodeados por el afecto del pueblo, constituyen en esta hora de grandes revisiones, uno de los más hermosos símbolos de la más genuina unidad nacional.
Reflexión sobre la Unidad
Y es de la Unidad, precisamente, de lo que voy a hablar esta noche. De unidad, porque es consigna a la cual estamos sirviendo en Venezuela con la mejor voluntad desde las más variadas corrientes, y porque es consigna que tiene que hacer suya, como la hizo el 23 de enero, el corazón del pueblo. No olvidemos que a ella llegamos con la experiencia del dolor, y que estamos labrándola porque creemos que es con ella como podemos lograr la estabilización de la vida democrática, y el comienzo de una transformación efectiva y real en la economía y en las relaciones de trabajo y en la sociedad venezolana en todos sus aspectos.
Debo hablar de la Unidad, porque he encontrado en este momento imprescindible que todos enfoquemos con verdadera y profunda sinceridad la conducta que estamos llevando en relación con esta idea, que no puede hacerse patrimonio de un pequeño grupo, sino, como lo fue el 23 de enero, expresión de un ancho y generoso sentimiento nacional. Muy grave sería para la Patria el que la Unidad se redujera a hombres destacados en los comandos supremos de los partidos o en los cuadros más altos del gobierno. La Unidad ha de tener su base, su vigor y renuevo, en el sentimiento del pueblo. En el sentimiento del pueblo que se forma en los partidos, o en las agrupaciones independientes, o en los sindicatos, o en los talleres, o en las escuelas, o en las universidades. Son ellos los que han de darle su sentido propio para que pueda cumplir la función que le corresponde, la meta que se trazó, en el momento en que, deponiendo viejas banderías, encontramos que había algo superior que debía vincularnos: el interés general de Venezuela.
La crisis planteada en el estado Mérida, que el Comité Nacional de COPEI conoce y comprende a cabalidad, porque conoce y comparte los sentimientos y la lucha de los compañeros copeyanos merideños, no es sino la explosión ante un estado de espíritu que no corresponde al estado de espíritu que tiene que nutrir la unidad. Nosotros hemos ido a Mérida; hemos enviado al gobierno de Mérida hombres en quienes tenemos plena fe y para quienes hemos escuchado un testimonio de respeto por parte de las Direcciones de otros partidos. Y reclamamos que a esos hombres se les dé, para su gestión política y administrativa, la misma autoridad y el mismo respaldo que nosotros, por encima de viejas diferencias, le damos aquí al Gobierno Nacional. Que formen con ellos allá un bloque de voluntades para que la gestión que encabeza Carlos Febres Pobeda no vaya a agotarse en un defenderse de pequeñas escaramuzas de política menuda, sino para que pueda cumplir, como le corresponde a él, y como tiene madera y voluntad para hacerlo, una gran obra administrativa capaz de traducirse en beneficios para el pueblo del estado Mérida.
Un estado de espíritu
En toda Venezuela sentimos que el problema de la unidad no puede estarse ventilando a cada paso en pequeños asuntos, pero éstos revelan que no existe todavía la posición, la actitud, el estado de conciencia que reclama el funcionamiento de la unidad. Nosotros consideramos que si vamos a ir juntos –como tenemos que ir juntos, porque Venezuela nos lo reclama– al servicio del pueblo, tenemos que pensar, por encima de pequeños intereses políticos de cada uno de nuestros grupos, en la obligación de darle respaldo al Gobierno en esta hora difícil; hora cuajada de problemas, muchos de ellos heredados del régimen dictatorial, muchos de ellos consecuencia de la transición que vivimos, pero muchos de ellos fomentados, quizá, porque nosotros mismos no hemos alcanzado suficiente proyección hacia arriba, suficiente visión generosa de las cuestiones nacionales y nos hemos enzarzado en cuestiones pequeñas que pueden comprometer ante el espíritu del pueblo la propia suerte del sistema democrático de gobierno.
La Unidad nació en el sacrificio, en el dolor y en la persecución. Pero la Unidad se forjó, no como un impulso momentáneo, sino como resultado de una reflexión honda sobre las causas de los grandes fracasos que Venezuela ha vivido y sobre las exigencias de esta hora difícil, para vencerla y salir adelante y poder sentirnos orgullosos de una Patria con derecho a vivir una vida decorosa y noble.
Fuimos a la Unidad en un estado de conciencia. Comprendimos que no era el vocerío estéril de otros tiempos el que nos podía llevar a construir una patria nueva y a realizar una verdadera y sincera revolución, una revolución sana y constructiva. Trazamos una meta, convinimos un programa que nos comprometimos a cumplir y frente al cual empeñamos nuestra palabra en acto solemne, celebrado para llevar a todos los hogares de Venezuela, la víspera del día en que cada ciudadano iba a depositar su voto, la promesa de los tres partidos de realizar, fuera cual fuere el resultado electoral, una labor trazada en aquel documento que entonces se leyó.
Es necesario recordarlo para que planteemos la cuestión con verdadera comprensión del momento nacional. No fue aquel programa un compromiso de hacer agitación incesante; no fue aquel programa un compromiso de enzarzarnos en cuestiones ideológicas ni de convertir en dogmas del momento nacional postulados que no corresponden al estado de desarrollo de Venezuela. Sea cual fuere la posición que cada uno adopte en el terreno filosófico –que la nuestra es perfectamente conocida como antitética de ciertos dogmas que se nos tratan de imponer desde otros países– hay cartabones ideológicos que no tienen cabida dentro del momento actual de Venezuela.
Los tres partidos nos pusimos de acuerdo para realizar una transformación revolucionaria, pero revolucionaria constructiva, revolucionaria orgánica, que no entorpeciera el desarrollo económico del país, que no entorpeciera la estabilidad y el equilibrio social. Comprometimos la palabra los tres grupos. Y nos comprometimos a empujar la maquinaria del Estado y a reformar la estructura administrativa para lograr en beneficio del pueblo una serie de conquistas positivas perfectamente demarcadas.
La ocasión del ejemplo
Los partidos tenemos la gran ocasión para dar un ejemplo. Cecilio Acosta, refutando el argumento de que Venezuela está condenada a la inferioridad por razones de raza o por cuestiones geográficas, decía que era el odio político, la contienda inclemente de los partidos, lo que había llevado a la desgracia este pueblo que había ganado grandes títulos en la lucha de la Independencia. Los partidos tenemos que demostrar hoy si somos o no capaces de imponer una idea que ha brotado del corazón de todos los venezolanos y de llevar a esa idea un aporte generoso y sincero.
Tenemos que ir a la gente, hablarle a la gente, convencer a la gente de que cuando estamos realizando este esfuerzo y el sacrificio que para cada uno de nosotros comporta, lo estamos haciendo porque nos lo reclama el interés nacional. No es que vamos a chantajear a nadie, ni que vamos necesariamente a admitir el dogma de que la ruptura de la coalición significa automáticamente un golpe de fuerza, una vuelta a los regímenes despóticos. Es algo más, más positivo, más actual: es comprender que la cuenta que debemos rendirle a las generaciones del mañana supone sentirnos verdaderamente los constructores de una nueva República, y no simplemente los depositarios de intereses pequeños y mezquinos, artífices de trampas para ganar algunos votos más o dejar de perderlos en una futura contienda electoral, vista como si estuviéramos a vuelta de la esquina.
Sabemos que la Unidad implica sacrificios para todos. Para la base de Acción Democrática, la unidad significa desprenderse de parte de lo que pudiera corresponderle por haber obtenido resultados mayoritarios en los comicios del 7 de diciembre; para la base de los otros dos partidos, la unidad significa contribuir al afianzamiento de un régimen en que la mayoría está en manos de un partido contra el cual han dado grandes batallas en oportunidades anteriores.
Nosotros sabemos que en los tres partidos hay gente (y la más calificada en cada grupo) que entiende la necesidad de la unidad y que va de buena fe a ella. Pero también sentimos la necesidad de que esa gente le hable al pueblo, le explique a su base que la razón del sacrificio que cada uno hace no está en un cálculo de matemáticas electorales, de voto más o de voto menos, de pequeñas maniobras en las cuales podamos reírnos como triunfos efímeros, sino en la conquista de un gran triunfo, que debe ser el triunfo para todos: el asentamiento definitivo de la vida democrática.
Deber de una generación
Todos los países han tenido un momento en que una generación ha sentido la responsabilidad nacional y ha echado base firme para construir una realidad distinta. Los Estados Unidos tuvieron un gran momento en Lincoln, cuando se sacrificó todo para asentar la unidad de aquel gran país, que sin el sacrificio de aquel hombre se habría convertido en una serie de pequeños países mal entendidos entre sí, incapaces de cumplir un gran destino. La Argentina tuvo una generación, después de la batalla de Caseros, en que hombres eminentes hallaron necesario cerrar un ciclo y abrir otro, abrir un ciclo nuevo en que las nuevas generaciones pudieran encontrar cabida en una patria más ancha y generosa.
El momento decisivo de Venezuela es éste, y la responsabilidad de nuestra generación es la de realizar una obra para todos. Seríamos torpes y mezquinos, mereceríamos el vituperio de la historia si diéramos cabida a que siguiera proliferando este clima menudo como se está extendiendo, clima que a veces nuestros amigos los periodistas, corriendo detrás de una noticia y perdiendo la perspectiva de un interés nacional que está en el fondo, contribuyen a alimentar con algunas publicaciones. El llamado que hacemos es un llamado para todos. Todos tenemos alguna culpa. No queremos presentarnos como exentos de responsabilidad. Pero, vamos a demostrar, compatriotas y amigos, que a pocos meses de haberse realizado nuestra liberación no somos capaces de olvidar nuestra historia, ignorar nuestro deber y volver por la senda infecunda de las rencillas, que no podría llevarnos sino a un nuevo fracaso en el gran drama que constituye la vida de la Venezuela republicana.
Sigo teniendo fe
Yo tengo fe en la Unidad. Sinceramente estoy en ella. Y debo decir que he llegado a ella como han llegado a ella todos los hombres que dirigen mi partido: por un proceso de maduración, que nos ha costado mucho, porque los hombres con quienes compartimos ahora responsabilidades son hombres con quienes hemos mantenido arduas luchas, luchas en las cuales hemos comprometido muchas veces nuestra vida, nuestra reputación, nuestra tranquilidad, la tranquilidad de nuestros hogares. No ha sido por debilidad entreguista, ni por actitud complaciente o cómoda por lo que hemos llegado a sostener, y estamos dispuestos a seguir sosteniendo ante todos los venezolanos, el principio fundamental de la unidad. Hemos llegado a ello por comprender que no tendríamos cómo responder a nuestros hijos de la jornada que nos tocó cumplir en Venezuela, si no fuéramos capaces de ponernos por encima de pequeñeces miserables, si no fuéramos capaces de dar un ejemplo que comprometa a las generaciones venideras.
Yo soy dirigente de un partido minoritario actualmente, que tiene el legítimo derecho de aspirar a ser mayoría en Venezuela. Comprendo perfectamente que el apoyo leal y sincero que mi partido le da a la actual situación, favorece antes que nadie al actual partido mayoritario, que tiene mayoría, no porque nosotros lo quisiéramos sino porque las circunstancias históricas lo determinaron así y porque ese fue el resultado de la votación emitida por el pueblo. Pero aquí no se trata de medir a quién favorece más el fortalecimiento del sistema democrático del gobierno. Se trata de otra cosa mucho más fundamental: de si somos capaces o no de echar las bases de una convivencia civilizada, de si somos capaces o no de poner por delante, como credencial para poder combatir los intentos de regresión –que los habrá, porque siempre la regresión está flotando como un virus que se apoderará del organismo nacional el día que el organismo nacional pierda su equilibrio y su salud–, la legítima autoridad para decir: «No estamos luchando por un interés partidista; estamos luchando por el interés del pueblo venezolano».
Solidaridad en la acción
Los compañeros merideños saben que estamos a su lado y que plantearemos con seriedad, sin palabras que sobren, pero con profunda convicción, la revisión de la situación política actual en el estado Mérida. Nosotros no podemos entender que Acción Democrática se sienta oposición en el estado Mérida porque está gobernando un copeyano, cuando COPEI nacional no se siente oposición ante el Gobierno Nacional por el hecho de que el Jefe del Ejecutivo y la mayoría del Gobierno pertenezcan a un partido al cual hemos combatido antes.
Nosotros reclamamos de Acción Democrática en los estados en donde gobiernan copeyanos, el compartir responsabilidades. Pero no simplemente en la distribución de cargos públicos, sino en la acción positiva y solidaria, para que no empecemos a escuchar lo que por desgracia empezamos a oír en muchos sitios: lo de que gobernantes de la dictadura hicieron algunas obras y los gobernantes de la democracia no han tenido tiempo todavía de abordarlas, porque el tiempo se les ha ido en las discusiones de los intereses políticos.
Este es el reclamo que nosotros planteamos fundamentalmente. Nos da vergüenza ante el pueblo el que pueda pensarse que las dificultades entre los partidos políticos residen en un puesto más o un puesto menos, en una posición más o en una posición menos. Consideramos necesario dotar al gobierno democrático –ejérzalo quien lo ejerza– de la autoridad que le viene de la ley, para que se haga respetar y para que el pueblo y la sociedad tengan la sensación de que hay una autoridad capaz de ampararlo y de hacer que se lo respete. Nosotros pedimos –y estamos seguros de lograrlo, porque este planteamiento es fundamental ante nuestros amigos de Acción Democrática– el que se respalde a un gobernador para que gobierne, que gobierne correctamente dentro de la ley, pero contando con que los empleados bajo su jerarquía no se comporten como meros agentes de un partido para entorpecer la administración del otro, sino como empleados del pueblo, que deben al pueblo su responsabilidad, sujetos a una autoridad más alta, comprometidos en una acción común, dispuestos con lealtad a cumplir y atender las órdenes e instrucciones que el gobernador dicte.
A un ministro copeyano no le aceptaríamos nosotros que le arme zancadillas al Presidente de la República, sino que colabore con él, que discuta con él los problemas y que desarrolle con él una política limpia y clara. A un secretario general de Gobierno copeyano no lo consideraríamos un agente por molestar al gobernador de otro partido. Nuestras instrucciones son las de que proceda con él como una entidad; que se haga respetar y discuta con él los postulados y los principios, pero que comparta con él las responsabilidades.
Yo debo decir, en realidad y con justicia, ante la actual situación de Mérida, que COPEI merideño no tiene quejas de la conducta del secretario general de gobierno, miembro de Acción Democrática. En honor a la verdad, el gobernador y el secretario general, que vienen de tiendas distintas y entre quienes quizá había antes suspicacias, han comprendido ambos su papel y han actuado ambos como ejecutivos responsables de un interés nacional y de un interés estatal.
Pero, en los demás empleados, grandes o pequeños, reclamamos la misma actitud. Y en este sentido seremos muy claros: el empleado de cualquier Estado o de cualquier dependencia oficial que irrespete o que desobedezca o que entorpezca la labor de aquel bajo cuya responsabilidad está colocado, debe ser destituido. Sería absurdo que los partidos hiciéramos cuestión de honor la destitución de un funcionario por el hecho de ser miembro de nuestro partido, si ese funcionario no se coloca dentro de una línea leal de colaboración con la autoridad bajo la cual depende. Por eso, creemos necesario dotar al Gobierno de coalición de un sentido de entendimiento y de responsabilidad, para que podamos afrontar los graves problemas que Venezuela tiene.
Las dificultades aumentan
Hemos dicho mil veces que Venezuela tiene graves y tremendos problemas. Esos problemas no han disminuido ni van a disminuir todavía, si no hacemos el gran esfuerzo de decirles a todos que la coalición es un bloque, que tiene diferencias en su integración, pero que tiene una coincidencia magnífica en sus propósitos de realización. Que se sienta que existe un Gobierno, no como un cúmulo de partes aisladas, cada una de las cuales realiza su propio movimiento, sino como una integración, dentro de la cual el interés local de cada partido, el interés momentáneo de cada parcialidad política, tienen necesariamente que palidecer.
Si por sostener nosotros esta tesis vamos a perder votos; si la conseja de aquellos que llaman a mi casa a insultarme y a decirme «vendido» porque estoy respaldando de buena fe un gobierno encabezado por un hombre cuyo adversario político he sido durante muchos años; si esa propaganda llegara a prender en el corazón del pueblo venezolano, no sería el pueblo venezolano que nosotros hemos conocido y al lado del cual hemos luchado. Esos votos que nos puedan quitar aquellos apasionados y sectarios de actitud negativa, de visión estrecha y miope, que no se dan cuenta de los intereses nacionales y quieren lanzarnos por el doloroso espectáculo de las negaciones recíprocas; esos votos estarán compensados por el de muchos ciudadanos anónimos que quieren paz, trabajo, pan, que quieren ver a Venezuela definitivamente estabilizada y que están dispuestos a corresponder el día de mañana a los que con mayor lealtad y firmeza hayan defendido la causa de la unidad, que es en este momento la causa de la Venezuela democrática.
Yo puedo decir, refiriéndome ahora a mi viaje, que si algo positivo encontré que podemos mostrar los venezolanos de hoy ante la opinión pública de las demás naciones, es esta conducta de unidad. Que yo he visto gente de muchas posiciones ideológicas, que representan muchos partidos distintos y de diversas nacionalidades, unánimes en reconocer que los partidos políticos de Venezuela están realizando una labor pedagógica, no sólo para su propia patria, sino para todas las patrias hermanas cuando por encima de la polémica ciega e ignorante de los intereses parciales, están poniendo la preocupación nacional de construir una base que servirá de ejemplo, de aliento y de estímulo a las demás naciones latinoamericanas.
Venezuela tiene el deber de salvar su democracia, no sólo ante los venezolanos; tiene ese deber ante los peruanos, ante los argentinos, ante los brasileros, ante los colombianos, ante todos nuestros hermanos de Latinoamérica. Un desfallecimiento aquí, alentaría la fuerza de regresión que acecha todos esos pueblos. Nosotros, en otra época, fuimos a los campos de batalla a luchar por la Independencia, y no pensamos en nuestros intereses locales sino en los grandes intereses de la emancipación de Hispanoamérica. Ahora, el ejemplo, la colaboración y el aporte que tenemos que dar es el de fortalecer nuestra democracia interna. Seremos un país puntero y ejemplar, si somos capaces de salvar esta gran empresa de la unidad.
Venezolanos, amigos de todos los partidos, trabajadores de los sindicatos, periodistas, columnistas, maestros de escuela: vamos a luchar por esta causa, mucho más noble y generosa que la de poner a tirarnos pequeños golpes por ver si cada uno de nosotros logra crecer un milímetro más que su adversario. Vamos a luchar por esta causa, que es una gran causa y que nos está exigiendo este momento nacional.
Buenas noches.