Urgencias en la administración

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 25 de agosto de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación en el diario La Esfera el domingo 28.

La semana pasada y la presente han marcado la etapa más importante en la organización de la comunidad jurídica interamericana, desde la propia formación de la Unión Panamericana y su posterior desarrollo en la OEA. Se ha demostrado ante el Continente y ante el mundo lo que puede la voz de las Repúblicas Latinoamericanas cuando llegan a definir un estado de conciencia y a fijar una posición unitaria. Lo que esto significa para el futuro del Hemisferio es algo que todavía no puede medirse suficientemente. El triunfo obtenido por Venezuela, al apelar al Tratado de Río de Janeiro frente a la agresión del gobierno trujillista, sirve no sólo a los intereses del país sino a la causa del Derecho y a la propia causa de la Organización de Estados Americanos. Por primera vez la comunidad de nuestros países, en ambiente de libre deliberación, determina de manera clara la culpabilidad de uno de los Estados del Continente y decide excluirlo de esa comunidad, rompiendo relaciones diplomáticas y estableciendo sanciones económicas cuyo desarrollo puede constituir ya, al cabo de tantas tropelías y de tantos abusos, el punto inicial de la salida del pueblo dominicano hacia la libertad.

Implicaciones positivas

Para Venezuela, el triunfo de San José tiene una serie de implicaciones, todas sumamente positivas. Es la Venezuela unida, la Venezuela integrada, la Venezuela organizada dentro de un sistema de derecho, la que obtuvo y pudo obtener el veredicto unánime de sus hermanas del Continente. Si en Venezuela no hubiera encontrado la Comisión de la OEA tal unanimidad de pensamiento; si a los complicados en el frustrado asesinato del Presidente de la Republica no se les hubiera tratado conforme a las leyes; si no hubiéramos tenido un mecanismo suficientemente apto y capaz para la aprehensión de los delincuentes y el sometimiento de éstos a los tribunales, probablemente, seguramente, el dictamen de la Comisión no habría sido el categórico y definitivo veredicto que sirvió de base al pronunciamiento unánime de las Repúblicas Americanas.

Aquí encontró la Comisión a un país unido alrededor de sus instituciones; no halló una secta ni un grupo gobernando exclusivamente al país e imponiendo su capricho bajo la voluntad de un hombre; los miembros de la Comisión tuvieron libre acceso a todas las fuentes que quisieron consultar, se pudieron dar cuenta de la situación venezolana y formarse la clara convicción de que no había nada oculto, de que las declaraciones de los reos no habían sido amañadas ni obtenidas a través de medios vejatorios de la dignidad de la persona o de la integridad física de los acusados; sacaron la evidencia plena de que se estaba instruyendo un sumario conforme a la verdad y a la justicia, y por eso estamparon –y con ello arrastraron el pronunciamiento de toda la Organización de Estados Americanos– que Venezuela había sido agredida por el gobierno dominicano.

Destino de servicio

Con ello, nuestro país ha seguido su tradicional destino. El verdadero destino de Venezuela ha sido servir a la causa de la libertad. De la guerra de independencia salimos maltrechos, pobres, despoblados. No obtuvimos de ella una sola pulgada de territorio. Pero con nuestro servicio en aquella jornada memorable nos ganamos el derecho a hablar y exigir, a comparecer con decoro ante los demás pueblos del Continente. Ese es el camino que a Venezuela le tocaba. Y en este instante, en el cual hubo de atravesar una difícil situación frente a un régimen poderosamente organizado, dotado de muchos recursos y de mucha experiencia y de la colaboración de personas entrenadas dentro y fuera de su propio país, la posición de Venezuela, erguida, compacta, en la que desaparecieron los accidentes de nombres de personas o de partidos para aparecer solamente la denominación del país, pudo lograr que una comunidad de Estados organizados como democracias hubiera de pronunciarse para sostener los principios de la libertad. De esta manera se dio un paso decisivo para crear el ambiente que permita al pueblo dominicano incorporarse, sin sacudidas, ni estertores destructivos, mediante una transformación radical de su sistema político y con la desaparición del trujillato –que tiene que ser abolido por aquel propio pueblo con el apoyo de los pueblos hermanos– al concierto de los que se gobiernan por sí mismos.

Los ataques del gobierno dominicano no pudieron nada; ni las argucias de que se valió, ni el servicio que utilizó de elementos destacados en el campo de la jurisprudencia y de la política, fueron capaces de desvirtuar la trascendental decisión. Las agresiones que exteriorizó el Canciller dominicano obtuvieron, por fin, la merecida, definitiva y categórica respuesta de los pueblos latinoamericanos. Y quienes tuvimos el alto honor de ser agredidos verbalmente por dicho Canciller en su intento desesperado de desacreditar la situación de Venezuela para salvar la insostenible situación de su propio Gobierno, podemos mantener como timbre de orgullo el haber podido dar alguna aportación, aunque sea mínima, en ese gran esfuerzo nacional y continental, que es el primer paso firme hacia el adecentamiento de la vida política en todo el Hemisferio.

La actitud de los Estados Unidos

Decía que la unanimidad obtenida en la OEA es un triunfo de las Repúblicas Latinoamericanas. Y, desde luego, la posición de Estados Unidos, que por su propia magnitud dentro del Continente era el centro focal de atención, debe interpretarse –no puede ser de otra manera– como resultado de la presión moral que de ciertos años a esta parte se viene haciendo por el conjunto de nuestros países. Hace cosa de un año se discutía en las Cámaras Legislativas la constitución del Banco Interamericano de Fomento. Señalábamos entonces, a quienes pretendían que aquel Banco era una maniobra de los Estados Unidos, que la constitución del Banco Interamericano de Fomento era más bien el resultado de la presión de los países latinoamericanos sobre Estados Unidos. Un principio tímido de colaboración en el campo económico, pero que suponía la rectificación de una actitud anterior, opuesta a fomentar el desarrollo a través de control estatal, y que envolvía la aceptación de un organismo en que los Estados aportan y dirigen la marcha de los préstamos, por la presión, a través de actitud solidaria y constante, que los países latinoamericanos ejercieron en ocasiones anteriores.

Por supuesto, hay –es imposible que no los haya– sectores para los cuales habría sido preferible que los Estados Unidos hubieran tomado una actitud adversa a la causa de Venezuela. Para quienes tienen como única preocupación la lucha contra los Estados Unidos porque ella representa el combate a favor de otro Estado que auspicia y fomenta determinada ideología, la posición de los Estados Unidos contra la petición venezolana era lo lógico, era lo deseable, era lo conveniente. Estaba todo preparado para desarrollar una gran campaña tendiente al desarrollo total y absoluto de la Organización de Estados Americanos y a la ruptura, por parte de Venezuela, de los nexos que la vinculan con aquella comunidad. Pero si los Estados Unidos apoyaron –como no pudieron hacer otra cosa– y aceptaron las modificaciones de su tesis que como transacción llevaban a la Conferencia de San José de Costa Rica, ello se debe, fundamentalmente –y es la circunstancia que necesitamos destacar– a que Venezuela logró crear un estado de opinión unánime en el Continente, y los Estados Unidos comprendieron que tenían por delante un dilema: o formar dentro de esa comunidad e identificarse con ella, o perder definitivamente toda posibilidad de intercambio y toda influencia en los problemas que se plantean dentro de América.

La posición norteamericana en San José de Costa Rica, desde el principio apareció ya firmemente inclinada al repudio del régimen trujillista, pero vacilante en cuando al alcance de las sanciones que debían dictarse contra el agresor. El resultado de la Conferencia no pudo ser más satisfactorio. Y hoy a Trujillo sólo le ha quedado el recurso de enarbolar cínicamente la bandera anti-imperialista, presentarse como una víctima del imperialismo norteamericano, tratar de ver si repite las veleidades que ya tuvo en determinada ocasión –hace no muchos años– hacia el otro bloque político mundial y desahogar en esta forma su rencor y despecho ante una actitud solidaria que lo lleva, definitivamente, a su desaparición.

Fue, pues, la Sexta Reunión de Consulta de los Estados Americanos un gran triunfo de Venezuela, un gran triunfo de Latinoamérica, un gran triunfo de toda América como unidad integrada, respetuosa de los principios jurídicos. Fue un precedente que no quedará en el aire. Fue una formulación que tiene que llevar, como su definitiva consecuencia, a la reconquista de sus libertades por el pueblo dominicano, víctima desde hace treinta años de la autocracia trujillista.

El problema de Cuba

La Séptima Reunión de Consulta ha planteado un problema difícil; un problema que está absorbiendo hoy la preocupación de todos los pueblos americanos. Las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, por una parte, y las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética, por la otra, constituyen en este momento la cuestión más candente, más delicada y más difícil para todos los países del Continente. También en ese campo, la posición latinoamericana se va dibujando con mucha claridad. Hace algunas semanas definimos, con sinceridad absoluta, la posición que consideramos unánimemente compartida por quienes representan el pensamiento propio y específico de los países latinoamericanos. Estamos por la autodeterminación de nuestros pueblos; en consecuencia, estamos por el derecho de Cuba a gobernarse. Podemos discrepar –y efectivamente discrepamos– cada vez más de numerosos aspectos de la política interna de aquel país hermano; pero ello no nos puede hacer perder la perspectiva hasta el punto de auspiciar, de sostener o de aceptar una intervención de otro país sobre los asuntos internos de Cuba. Pero también, al mismo tiempo, estamos francamente alineados contra la intromisión soviética en los asuntos de nuestro Continente. En esta cuestión no tenemos vacilación alguna. Comprendemos perfectamente que quienes consideran a la Unión Soviética como el depósito, la patria universal, la fuente de una determinada propaganda, estén de acuerdo con todo lo que signifique una mayor penetración soviética; pero quienes no compartimos sus ideas, quienes no consideramos como un objetivo deseable sino como una grave amenaza a los derechos fundamentales de la humanidad el establecimiento de un régimen comunista, y quienes además, no creemos que la Unión Soviética pueda calificarse campeona de la libertad ni defensora de los derechos de los pueblos, sino, por el contrario, una grave amenaza para esa libertad y para esos derechos, estamos firmemente dispuestos a declarar, sin ambages ni temores de ninguna especie, que la intromisión extemporánea, peligrosa y alarmante de la Unión Soviética al querer hacer suyo el problema planteado por Cuba, es un hecho inconveniente y perjudicial que no puede dejar indiferentes a los Estados latinoamericanos.

Los Estados latinoamericanos plantean, francamente, ante los Estados Unidos, la defensa de los derechos de Cuba. Los Estados latinoamericanos, el mismo tiempo, plantean, sin ambages, su preocupación y su angustia por lo que pueda significar un pretexto para que los conflictos entre las dos grandes potencias mundiales vengan a encontrar su campo de dilucidación en este Continente. No tenemos ningún deseo ni nos interesa que los pleitos entre Estados Unidos y la Unión Soviética se ventilen en suelo latinoamericano, y estamos perfectamente convencidos de que la penetración soviética, lejos de garantizar libertades, lo que hace es colocar estas libertades en una situación dramática.

El espíritu latinoamericano

La recomendación que la Cámara de Diputados adoptó el día 22 de julio, para fijar la línea de la política venezolana, en relación al caso de Cuba, expresaba muy claramente, con términos que fueron largamente discutidos pero que al fin y al cabo se aprobaron bajo la forma convenida, no envolvían sino esta idea fundamental: la de que las diferencias entre Cuba y los Estados Unidos deben resolverse de acuerdo con el sentir, la tradición y los principios que informan la vida jurídica de las naciones latinoamericanas. Por esta circunstancia, nuestra posición en San José de Costa Rica tenía que ser la de auspiciar –como hemos auspiciado y seguiremos auspiciando, a pesar de lo difícil que se hace en este momento la posibilidad de que se adopte esta solución– una Comisión de buenos oficios, formada por países insospechablemente amigos de Cuba y que merezcan suficiente respeto por parte de Estados Unidos, para buscar el arreglo de esas diferencias para que se garantice la autodeterminación cubana, para que se aleje todo peligro de intervención por parte de los Estados Unidos en Cuba, pero también para que se garantice a los países de Latinoamérica lo que tienen derecho a exigir que se les asegure, y a que sus problemas no pasen a la mesa donde se discuten los intereses de las grandes potencias.

El hecho de que los Estados Unidos estén haciendo en San José de Costa Rica grandes esfuerzos por obtener cierto pronunciamiento de carácter moral en relación al asunto cubano, indica, precisamente, su admisión de que la cuestión de Cuba es sumamente dolorosa para todos los latinoamericanos; de que no se trata simplemente de una lucha entre el gigante y el niño; de que no se trata del mero ventilar intereses entre una gran masa humana y una pequeña República, sino de asegurar o de perder la posibilidad de buenas relaciones con los demás pueblos del Hemisferio. Están buscando, a veces torpemente, a veces con prudencia mayor o menor, la manera de convencer a los países latinoamericanos para que convenzan a Cuba de la necesidad de clarificar su posición. Y en esta materia nosotros no encontramos ningún obstáculo en repetir que el camino sensato, el camino verdaderamente favorable y sólido para Cuba no es el de buscar ayudas externas –que ya sabemos lo aleatorias que son y lo costosas que al final resultan– sino tratar de compactarse, como lo buscó Venezuela, dentro de la comunidad de países latinoamericanos; para que así, su voz, completada con la asistencia, el consejo y la mediación de estos pueblos hermanos, suene como la voz de 180 millones de latinoamericanos que plantean cuestiones vitales en sus relaciones con los Estados Unidos.

La revisión de una política

Está planteándose en la actualidad, quizá con mayor interés y con mayor atención que nunca, el problema de las relaciones entre nuestros países y los Estados que integran la América anglo-sajona. En este momento, el camino de una rectificación puede abrirse; se está abriendo. Algunos signos evidencian que los Estados Unidos, con todo su dinero, con todos sus tanques y cañones son impotentes para avasallar la decisión de naciones que tienen perfecta conciencia de su dignidad y de su soberanía. Se están transformando muchas cosas en el mundo. Y en una jornada electoral como la que empieza a librarse en Estados Unidos, los problemas de las relaciones hemisféricas adquieren una importancia que jamás habían tenido.

Hay, naturalmente, quienes quieren que las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica empeoren más y más todos los días. Hay quienes no tienen interés en que se pueda lograr ningún entendimiento; lo que quieren es lucha; lo que quieren es negación. Al principio decían que no estaban contra el pueblo norteamericano, sino solamente contra los grandes consorcios capitalistas norteamericanos. Ya hoy lo confunden todo dentro de un mismo frente. Se quema su bandera –que fue vista con simpatía por los libertadores– como símbolo, no ya de determinada organización imperialista, sino de todo un pueblo contra el que se quieren fomentar el célebre «odio estratégico».

Frente a esa posición hay otra, de los americanos del Sur, de los latinoamericanos, celosos de su autonomía y conscientes del papel que les corresponde y de la influencia preponderante que pueden ganar en el mundo; revisar las viejas relaciones, para tratar a Estados Unidos de igual a igual, de quien a quien. El modo de lograrlo no es presentarnos aislados, cada uno como una minúscula parte, sino presentarnos todos juntos. Recordemos que si nuestros vecinos ocupan un Continente, nosotros ocupamos otro Continente. Que si hay 180 millones de norteamericanos, nosotros somos 180 millones de latinoamericanos. Que para ellos la vida, la seguridad y el progreso es imposible sin lograr nuestra amistad.

Esa respetuosa amistad podemos obtenerla. Pero no la vamos a obtener mediante la disgregación, mediante la separación, mediante la atomización, sino mediante el fortalecimiento de nuestros vínculos internos. Por eso vemos con mucha inquietud el que desde cualquier país de América Latina se puedan decir frases vagas de ofensa y menosprecio para los otros países de América Latina. Nuestra tesis es la de fomentar en cada uno de nosotros el sentido de responsabilidad para lograr una responsabilidad conjunta. Esa es la gran rectificación que comenzó con la Sexta Reunión de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores y que se pone nuevamente a prueba en la Séptima, de cuyo desarrollo está hoy pendiente la opinión pública, no sólo en éste sino en todos los Continentes.

Buenas noches.