Otro 23 de enero
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 21 de enero de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.
Un nuevo aniversario celebra Venezuela de su liberación. Ayer, hoy, mañana, estamos reviviendo los acontecimientos que decidieron, con una rapidez impresionante, la suerte de aquel gobierno que poco tiempo atrás se creía destinado a vivir indefinidamente.
Las cornetas de los automóviles refrescaron en la memoria, lo mismo que las campanas de las iglesias, aquella jornada de afirmación del civismo y de la voluntad nacional, de darse un gobierno libremente elegido por el pueblo y de respaldarlo por la voluntad unánime de todos los sectores sociales.
Ese aniversario significa el que la democracia venezolana, en medio de las dificultades encontradas y de los problemas que se presentan, continúa avanzando, sigue desarrollando su marcha. Debemos, pues, aprestarnos con júbilo, como lo pide el Acuerdo aprobado por la Cámara de Diputados, para hacer nuevamente de este día una reafirmación de nuestros principios y de nuestra voluntad de enrumbar al país por una senda constructiva y fecunda.
Reafirmación en el propósito
Al mismo tiempo, el 23 de enero nos sirve de reafirmación en el propósito, a través del recuerdo. El recuerdo no debe servir solamente para decir unas cuantas frases bonitas, sino para reafirmar todo aquel saldo de experiencias, resultado de un largo proceso de elaboración, que plasmó la voluntad venezolana de poner fin a la dictadura.
El 23 de enero constituye en Venezuela un hecho singular. Tiene algunos antecedentes en nuestra historia; pero, en medio de los paralelismos históricos, el 23 de enero va corriendo hasta ahora con mayor fortuna, porque cada vez que parece que puede naufragar el experimento que se está realizando, una voluntad superior se impone en todos los venezolanos, para deponer diferencias y para robustecer la decisión común de defender la libertad y buscar, a través de ella, la justicia social y el desarrollo del país.
Hace cien años, en marzo de 1858, una unión nacional echó por tierra el segundo gobierno del general José Tadeo Monagas. Se formó un gobierno a base de los dos partidos que hasta ese momento contendían apasionadamente. La experiencia fue breve, porque no prevalecieron los intereses nacionales sobre el encarnizamiento banderizo de los caudillos; ya el 20 de febrero de 1859, es decir, once meses después de la Revolución de marzo, se estaban librando en campos de batalla las primeras escaramuzas de la larga y desoladora Guerra Federal. En la Venezuela de hoy, en cambio, donde quizá parecía más difícil por una serie de circunstancias (aun cuando había también otra serie de factores positivos), la liberación de enero del 59 está celebrando ya su segundo aniversario.
Y si alguna recompensa de la posteridad pudiéramos tener derecho a desear los hombres que hemos actuado desde diversas filas en la dirección de los asuntos nacionales, ninguna podría ser mayor que la de que se pueda escribir en las páginas de la historia patria que tuvimos la suficiente reflexión, la suficiente generosidad y el suficiente patriotismo, para poner la lección de la historia y los intereses de Venezuela por encima de nuestras rencillas y de nuestras preocupaciones personales o de grupo.
Un día de Unidad Nacional
Es conveniente recordar lo que significó el ejemplo del 23 de enero. El 23 de enero fue una gran jornada nacional y la celebración del 23 de enero no puede ser sino la reafirmación de un caudaloso sentimiento nacional. Esto debemos decirlo, porque a la sombra de las maniobras conspirativas, de los rumores y de los incidentes que se han venido realizando en los últimos días, ha venido corriéndose la voz de que el 23 de enero iba a ser un día para dramáticas revelaciones, para rompimientos catastróficos, para planteamientos radicales, es decir, para negar, el día mismo de la celebración, lo que significa en substancia la fecha histórica del 23 de enero y lo que debe significar definitivamente en la vida venezolana.
En estos momentos en que han corrido rumores y en que, debemos confesarlo sinceramente, nos duele el recuerdo de que el año pasado la celebración masiva del primer aniversario del 23 de enero no fue precisamente un acto de unidad sino más bien un brote de intemperancia que no debe volver a repetirse, debemos recordar que la fuerza, vigor y significación de las jornadas de enero del 58 tienen sentido propio y ejemplar, que puede llegar a convertirse hasta en cauce que pueden imitar otros pueblos de América. Porque, en aquel momento, después de haber experimentado muchas fórmulas, después de haber intentado por diversos caminos las soluciones que cada uno presentaba, llegamos todos a la conclusión de que el único modo de lograr el principio efectivo de una vida constitucional estable, la base desde la cual pudiera trabajarse efectivamente por la gran reforma que Venezuela necesita, era la de llegar a un acuerdo total, para que todos los sectores sociales pudiéramos cumplir el deber de dar nuestra aportación a la conquista de la libertad.
Fue un día nacional, un día de unidad, el 23 de enero de 1958. Dentro de ese movimiento hubo la acción valerosa y noble del estudiantado que se lanzó a la huelga y que dio la primera señal de rebeldía en medio de aquel mar de firmas que estaba abrumando la conciencia pública en la jornada del «plebiscito»; la actitud de las mujeres que supieron echarse a la calle y asumir en ella su plena responsabilidad ante el destino cívico del país; la posición de los obreros, que estuvieron dispuestos vigorosamente a luchar, a trabajar y a lograr finalmente la plasmación de la nueva realidad, que se intuía ya inmediata; y todos y cada uno de los demás sectores sociales, que fueron cumpliendo su deber, desde las posiciones civiles, como desde las posiciones militares, desde las posiciones profesionales, como desde cada uno de los organismos de la vida social, desde la prensa de cualquier signo ideológico, y desde las figuras más altas y más respetables de la Iglesia, prestos a demostrar que ya para el país era absolutamente intolerable la continuación de aquel régimen, y de que cuando un pueblo se dispone a conquistar la libertad no se necesitan jornadas sangrientas, sino la actitud firme y compacta ante la cual se estrellan los propósitos continuistas de la autocracia.
Los partidos jugaron un papel en la preparación de la lucha del 23 de enero y en la realización de la Unidad. Venezuela tuvo en el momento de la liberación un caudal que le fue característico: el pueblo tenía fe en sus partidos, el pueblo escuchó la voz de sus organizaciones políticas, el país no quedó en la anarquía: automáticamente, las reuniones representativas de los distintos grupos políticos, organizados a pesar de la persecución, y de la ciudadanía independiente, marcaron el señalamiento de un camino que la voluntad colectiva estuvo dispuesta a respaldar.
Uno por todos y todos por uno
He tenido hoy entre mis manos, recordando el acto del pasado aniversario en el Congreso Nacional, el discurso que pronunciara un ciudadano independiente, con actuación y observación inmediata en los sucesos de enero del 58. El testimonio de Miguel Otero Silva sobre el papel de los partidos, quizá vale la pena recordarlo en este momento en que muchos tratan de quebrar la fe del pueblo en sus organizaciones políticas, porque comprenden que es el mejor camino para poder lograr fines inconfesables. «La fuerza principal, –decía Otero Silva– estructura y motor, torrentera y alud, músculo y nervio, sangre y cerebro de la revolución que concluyó por aplastar al dictador y su camarilla, fueron los partidos políticos venezolanos».
Y no puedo tampoco resistir al deseo de leer otro párrafo del discurso de Miguel Otero, porque aquel testimonio de unidad que el pasado año recogió en sus palabras, debe reactualizarse para que en estos momentos de confusión recuerden la pauta, el signo que debe presidir la celebración del 23 de enero. «Al pueblo –dice él– en la significación más anchurosa que esa palabra tiene, debe rendirse el más fervoroso de los homenajes». Y cuando dice «al pueblo» lo explica en esta forma que no podemos por ningún respecto olvidar: «Al sacerdote, que convirtió el púlpito en tribuna cristiana de libertad y justicia; al industrial y al comerciante, que olvidaron sus privilegios económicos y arriesgaron su seguridad personal para mezclarse en la brega riesgosa contra el despotismo; al médico, al ingeniero, al abogado, al maestro y al artista, que escribieron su nombre y su apellido al pie de un manifiesto, a sabiendas de que estaban firmando su propio ingreso en la cárcel; a las mujeres, que se enfrentaron a las bayonetas y a las cachiporras cantando el himno patrio y pidiendo sus presos; a los trabajadores de toda Venezuela, que paralizaron la marcha de la Nación en una huelga general revolucionaria, sin precedentes en nuestra historia; al hombre sencillo, que bajó de los cerros caraqueños o subió de los canjilones para gritar ¡abajo la tiranía!, y que un balazo le pintara de rojo la franela; a los demonios de la libertad, que hicieron retroceder carros blindados y esbirros con ametralladoras, aterrados ante el huracán de piedras que bajaba de El Guarataro o La Charneca; a los habitantes de los bloques residenciales, proletarios y de la clase media, que libraron verdaderas batallas contra los tanques que los sitiaban y contra los pistoleros que disparaban a matar; al adolescente que cayó para siempre con una sonrisa de héroe en los labios y una ingenua botella de gasolina en la diestra; al anciano que flameaba una bandera tricolor, para alcanzar la gloria de morir con ella entre las manos».
Esta es la significación del 23 de enero. El 23 de enero expresa la unión de las fuerzas civiles y de las fuerzas militares, de las fuerzas patronales y de las fuerzas obreras, de los empresarios lo mismo que de los trabajadores de cualquier rango, de los intelectuales y maestros lo mismo que de los analfabetos: fue la voluntad nacional de un pueblo unido y compacto la que pudo hacer huir a media noche, dejando una maleta olvidada y llena de testimonio acusador, al déspota que días atrás parecía omnipotente y dispuesto a morir de vejez en la silla presidencial de Venezuela.
Repercusión americana
Esta realización que en nuestro país se cumplió tuvo repercusión muy amplia en todo el Continente. Recuerdo que, a media noche del 23, ya para el 24, estábamos todavía radiando un programa con mensajes para el pueblo argentino, que ansiosamente quería escuchar la voz de los dirigentes venezolanos. Para el Perú, fue la reafirmación de la jornada electoral que había puesto fin a la dictadura de Odría. Para Colombia, fue la seguridad de que no volvería a despotizar aquella gran República el mandonismo de Rojas Pinilla. En toda Latinoamérica fue una verdadera emoción la que produjo el movimiento venezolano. Y, yo puedo decirlo –porque era el lugar donde me hallaba–, en los Estados Unidos de América, los periodistas, los trabajadores, los que se encontraban en la radio, la gente asomada a la opinión, toda recibió con alegría y con entusiasmo verdadero la noticia de la liberación venezolana. Nuestra liberación abrió las puertas para el triunfo de la revolución cubana. Y yo puedo decir que no ha habido un momento más eficaz en conmover la conciencia interna de la República Dominicana, que aquel en que nuestros hermanos de Santo Domingo vieron que se podía conquistar la libertad por la unión de todos los sectores, y que esa libertad podía conquistarse sin hundir al país en angustia, en destrucción, en llanto y en dolor.
El ejemplo venezolano está vigente. Y este momento es propicio para reflexionar, porque algunos parece como que quisieran sepultar la gran jornada positiva que pasado mañana conmemora el país, en medio de una serie de dudas y de negaciones, como si hubiéramos escogido un mal camino, como si nuestra revolución no fuera fecunda porque no hubo muertes, porque no hubo necesidad de derramar caudales de sangre venezolana, que ya otras veces han corrido en los antecedentes de nuestra historia y que nunca han servido para fecundar definitivamente el árbol de la libertad. Muchos están frecuentemente planteando posiciones que no son cónsonas con la satisfacción que siente y debe sentir Venezuela por aquella gran jornada de nuestra liberación. Es cierto que el camino se está empezando a andar; es cierto que los problemas no pueden estar resueltos todavía; es cierto que hay inquietud por ver la acción fecunda, que vaya plasmando en realizaciones concretas todos los anhelos que al pueblo lo llevaron a ganar la jornada del 58; pero no es culpa del camino pacífico, del entendimiento fecundo, del equilibrio constructivo a que todas las fuerzas sociales llegaron; ni sería el odio el correctivo; no el rencor, ni la división, ni la separación entre los venezolanos, lo que podría cumplir la gran meta que estamos en el deber de conquistar. Es fortalecernos en el propósito, recordar nuestras experiencias, sentir la satisfacción de aquel gran triunfo logrado por la voluntad del pueblo, lo que precisamente puede habilitarnos para que esa voluntad siga siendo el motor que nos lleve a la conquista de realidades verdaderas.
Serias dificultades
Hoy estamos en un momento en que el país ha atravesado serias dificultades. Estaba previsto. Que se busquen los discursos de la campaña electoral, que se lean los documentos en los cuales se antevió la inquietud y zozobra que serían consecuencia de la época dura y difícil de la transición. Nosotros, por nuestra parte, comprendemos que un pueblo no pasa de una tiranía como la que vivimos al goce pleno de las libertades sin una serie de inconvenientes y de desajustes que las circunstancias económicas hacen aún más difíciles de lo que serían las meras dificultades políticas. Pero en los momentos de angustia y de inquietud hemos sentido la satisfacción de ver que en nuestro pueblo, más que en todos los otros sectores, en el pueblo que representa la base caudalosa de la vida nacional, hace presencia el espíritu del 23 de enero. En las jornadas subversivas de la semana precedente, el pueblo se mantuvo a la expectativa, y estoy seguro de que si los golpistas hubieran tenido la audacia de tomar una acción directa, el pueblo habría salido como un solo hombre, compacto, olvidando todas las diferencias y silenciando todos los reproches, para defender la libertad, para defender un patrimonio que no es de nadie sino de todos, porque cada uno dio su cuota para formar el gran fondo común de la restauración de la dignidad venezolana.
Los grupos, los pequeños grupos de exaltados, esos no son el pueblo. El pueblo son millares de millares de hombres que trabajan, que actúan, que luchan, que viven, que anhelan o que sufren y que están presentes dentro de la actualidad venezolana. Esa vigorosa representación de la realidad nacional está firme, convencida de que con cantos de sirena no se le llevará hacia el camino de la violencia. Sabemos perfectamente, por la experiencia histórica y por la reciente experiencia personal y directa que todos tuvimos ocasión de presenciar, que los movimientos de fuerza se presentan en nombre de reivindicaciones a ofrecer el remedio de las miserias y de las angustias populares, a prometer solamente corregir en forma rápida los males que no han podido corregirse todavía dentro de la más lenta elaboración democrática; pero la cadena de intereses, la serie de apetitos, las ambiciones desatadas, muy pronto echan a andar la maquinaria de la fuerza por el precipicio del abuso, del terror y de la corrupción. Los llamados gobiernos de fuerza caen en la crueldad porque no tienen más remedio que apelar a ella para sostenerse en el poder. Y caen en el robo, en la concusión, en la más desenfrenada de las corrupciones administrativas, porque para asegurarse la lealtad y decisión de determinados sectores, no vacilan en halagar con intereses personales y en dar carta blanca para que se cometan los peores abusos contra la decencia y el patrimonio nacional.
La democracia puede tener defectos y los tiene. No somos nosotros los que vamos a cerrar los ojos, porque vivimos en una época en que los problemas de la democracia se han confrontado con angustia en todas las naciones del mundo; pero en la democracia, si puede haber abusos hay libertad para levantar la voz y denunciarlos; si puede haber hechos de corrupción hay la obligación ciudadana de señalarlos para que se corrijan; si puede haber lentitud en los procedimientos por el reajuste de los mecanismos, también el resultado de las decisiones envuelve el respaldo de la voluntad compacta y concordada de los organismos que intervienen en la dirección de la vida nacional.
Estabilidad y confianza
En este momento Venezuela siente la necesidad de fortalecer sus propósitos de estabilidad y de confianza. Dijimos muchas veces en los dos años que preceden, y debemos repetirlo hoy, que las primeras necesidades públicas son la estabilización del régimen constitucional y el fortalecimiento de la confianza en las instituciones.
Los obreros saben que para conquistar las reivindicaciones a que tienen derecho hay que ponerlas sobre un terreno firme, en que las instituciones políticas funcionen, porque la inquietud, la inestabilidad, la falta de solidez del sistema democrático haría irrealizables o efímeras las mejoras que pudieran conquistar en su lucha. El pueblo venezolano ya es un pueblo crecido, formado en el dolor y en medio de su paciencia tiene un recuerdo claro de las cosas que le han acaecido. El pueblo venezolano sabe que es necesario hoy ganar, como conquista fundamental, la libertad política y social, el principio fecundo del cual puede y debe lograrse la honda transformación que reclamamos. Y sabe que para conseguirlo, no es el odio el camino, no lo es el rencor ni lo es la división, sino la afirmación de los principios que llevaron a las tres grandes fuerzas políticas nacionales a echar sobre sus hombros la responsabilidad de manejar conjuntamente la vida política mientras se fortalece la estructura democrática.
El 23 de enero está presente. La alegría de las cornetas, la muchachada alborozada que cumplió su deber en la jornada cívica y que hoy tiene que cumplirlo en el estudio para forjar una generación que sea capaz de remediar grandes necesidades; el obrero que ganó la libertad cruzando sus brazos en la fábrica, y que hoy tiene que ganar su destino trabajando con decisión fervorosa; todos estamos dispuestos a conmemorar aquella jornada y a recordar que no pudimos derrocar la dictadura mientras estuvimos sembrando suspicacias, buscando cada uno por su lado el camino, pensando en soluciones de violencia, pero que lo pudimos lograr y lo logramos cuando obtuvimos que la confianza reinara: que se pudieran reunir en torno de una mesa los jefes de las Fuerzas Armadas, los directores de los movimientos estudiantiles universitarios y de los colegios profesionales, los representantes de las fuerzas obreras, y que en todos hubiera la necesaria entrega de confianza y lealtad para sumar esfuerzos y ver desaparecer de un empujón aquel coloso de los pies de barro.
Yo quiero enviar un saludo muy cordial a todos los compatriotas en este nuevo aniversario del 23 de enero de 1958. Y en ese saludo y en ese mensaje les quiero decir: debemos estar orgullosos de la revolución venezolana, de la pacífica revolución venezolana, de la revolución venezolana hecha a base de entendimiento y de armonía, de compromiso, de renunciación y de sinceridad. Ese fue el punto de partida de la acción efectiva, y la historia dirá que tuvimos razón si somos capaces de mantenernos firmes en la senda emprendida. Debemos sentirnos contentos; satisfechos no, porque sabemos que hay mucho por andar, pero contentos debemos estar de Venezuela, de nuestro pueblo y de la Providencia, que nos permitió llegar al goce de la libertad por la vía más clara y más limpia, y por ese camino más claro y más limpio nos debe llevar a la conquista verdadera de la justicia y de la grandeza nacional.
Buenas noches.