El problema del empréstito

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 28 de enero de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.

El tema del empréstito ha dejado de ser ya materia de simple discusión para convertirse en planteamiento urgente. El Ministro de Hacienda, en nombre del Gobierno Nacional, ha explicado a los partidos de la coalición las razones y circunstancias que determinan el pedimento de su respaldo para contratar en el extranjero un empréstito cuyo monto puede oscilar entre 600 o 700 millones de bolívares. El monto depende de lo que en definitiva se determine acerca del reajuste del presupuesto ordinario, reajuste que influye, naturalmente, sobre la necesidad de traer dinero extranjero para compensar nuestra situación fiscal.

Nosotros consideramos necesario decir nuestra palabra, y decirla pronto y con toda sinceridad. Se trata de un problema que afecta gravemente la economía venezolana, y ante esta cuestión, analizando las causas y circunstancias, señalando sin tapujos la verdadera razón y sentido de este empréstito, nos hallamos en conciencia obligados a decir que el partido COPEI, después de largo y cuidadoso estudio, ha decidido por su parte respaldar la solicitud de autorización que se hará al Poder Legislativo para contraer aquel empréstito. Y hoy hemos tenido información, por boca de los jefes de los otros dos partidos de la coalición, que ambos partidos han concluido lo mismo. A lo cual se ha llegado, no a la ligera, ni tampoco patinando sobre razonamientos especiosos o sobre realidades artificiales, sino hundiendo la planta sobre el terreno de las realidades y colocándonos seriamente sobre las verdaderas necesidades del país.

Una aprensión histórica

Sabemos que en Venezuela hay una histórica aprensión por el crédito externo. Se ha dicho que heredamos del general Gómez el miedo a la deuda exterior; quizá no sólo del general Gómez, sino también de sus antecesores. Es cierto que la mentalidad simple, de hacendado que llevaba sus cosas en orden, prevaleció en el general Gómez para considerar como su mayor obra la liberación de Venezuela de toda deuda externa y el poder decir y repetir en sus mensajes y documentos oficiales que éramos un país sin deudas. Pero en el propio Gómez hubo el reflejo de una impresión acumulada a través de los años, en Venezuela como en los otros países de Latinoamérica, porque desde los propios días de la Independencia, en que tuvimos que recurrir al crédito extranjero para financiar los gastos de nuestra Guerra de liberación, la existencia de un pasivo en manos de acreedores respaldados por acorazados y cañones, constituyó una fuente terrible de dolores de cabeza.

En la Venezuela de hoy, a pesar de haber transcurrido más de cinco décadas, está todavía vigente el recuerdo del Bloqueo de 1902, cuando las potencias europeas enviaron sus barcos de guerra a amenazar nuestras costas; y aparte del gesto que, encabezados por el propio Castro, los venezolanos estuvimos dispuestos a hacer para inmolarnos en defensa del honor, del decoro y de la soberanía nacionales, hubo de ocurrir simultáneamente la actitud de los Estados Unidos, que salieron en nuestra defensa por el propio interés de la seguridad del Hemisferio, para que no hubiésemos sido víctimas de una dolorosa y humillante intervención extranjera.

Este recuerdo llena, sin duda, a los venezolanos de profundo desagrado; brota profunda suspicacia cada vez que se habla de contraer deudas. Y si a ello se añaden las circunstancias actuales, se explica perfectamente la reacción de la opinión pública, que en muchos casos es una actitud razonada, pero que también, en gran parte, es reflejo de un movimiento emocional. A esas razones se debe agregar la circunstancia, que también se ha expresado, de que Venezuela en cierto modo vive del crédito sobre las generaciones venideras. Estamos sosteniendo un gran tren a base de disponer de recursos naturales que no nos pertenecen solamente a nosotros, sino a los venezolanos del mañana. Estamos girando, en cierto modo, contra un depósito que la naturaleza puso en las entrañas de nuestro territorio para realizar una labor de desarrollo, de cuya eficacia van a pedir cuenta los que vengan detrás de nosotros.

Razones del empréstito

Con todas estas circunstancias, colocando la situación en este panorama, debemos decir sin embargo, que en el presente caso la no aprobación del empréstito solicitado significaría para Venezuela un cúmulo de males de tal naturaleza que patrióticamente tenemos que decidirnos por su aprobación. No vamos a valernos de juegos de palabras para decir que ese dinero significa la realización de una esperanza del pueblo venezolano para que se lleven a cabo obras de gran valor reproductivo. Honestamente hablando, creemos que este empréstito representa, en primer término, el remedio (el único aparente, sin grave daño para la economía nacional) de un déficit fiscal. Debemos a este respecto recordar que solamente en seis meses de ejecución del nuevo presupuesto se han decretado créditos adicionales por 550 millones de bolívares, lo que representaría, al acabo del ejercicio anual, de seguirse con el mismo ritmo, un sobregiro de 1.100 millones de bolívares por encima del presupuesto ordinario de gastos.

Para poder mantener el tren de obras públicas, modesto y todo, que se está cumpliendo en la actualidad; para que no se interrumpan obras de importancia nacional y regional, en Maracaibo, en el Oriente, en los Andes, en el Llano y en la Guayana; para que no pueda disminuirse o interrumpirse el ritmo de la política crediticia realizada a través de los organismos del Estado, como la Corporación Venezolana de Fomento, el Banco Agrícola y Pecuario, el Banco Obrero (que otorga créditos y hace construcciones y cuya actividad resulta pequeña ante la inmensa magnitud del problema de la vivienda), y para que no sufran mengua las labores del Instituto Agrario, las cuales más bien deben desarrollarse, no hay más remedio que inyectarle al Tesoro Público un ingreso extraordinario que las circunstancias actuales no permiten exigirlo a las disponibilidades internas, porque la contracción existente ya en la liquidez de los Bancos traería como consecuencia la de que, si se restringiera la disponibilidad interna tomando para el Fisco una disponibilidad considerable, disminuiría en proporciones casi catastróficas el ritmo de la economía.

La suspensión de las obras no conllevaría solamente la demora en la ejecución de algunos aspectos, tales como vialidad, escuelas, hospitales, que el público está necesitando, sino que significaría agravar el problema del desempleo, echando automáticamente a la calle millares y millares de trabajadores que no encontrarían en el momento otra oportunidad de trabajo. Para poder impedir esto, y para, en cierto modo, ayudar también a corregir la difícil situación que se planteó en los meses precedentes en el mercado de divisas, nosotros consideramos indispensable la aprobación del empréstito.

Por supuesto, esta aprobación no será incondicionada. Haremos un estudio del plan extraordinario de obras que se presente y lo analizaremos hasta donde sea posible. Si vemos con la mayor simpatía aquella parte que tiene significación reproductiva, como por ejemplo las partidas para la Corporación Venezolana de Fomento y su plan de créditos, para la recuperación de las cuencas hidrográficas y para el desarrollo de las labores del IAN, lo cual representa una inyección en la vida económica; y, al mismo tiempo, consideramos que lo que se gaste en educación y en salud no se puede cargar a servicios improductivos sino que tiene que considerarse como un gasto reproductivo, pues tenemos la experiencia de que uno de los renglones deficitarios en la vida económica es la falta de salud y de educación técnica de gran parte de trabajadores, carentes de un oficio que les permita realizar labor de reproducción y rendimiento, y que ingresan al grupo de desocupados cuando pudieran estar formando renglones positivos en el desarrollo de nuestra producción. Veremos con cuidado el aumento de otro tipo de gastos.

Causas de la situación

Esta situación que estamos planteando con toda franqueza y que nos obliga a reconocer como indispensable el uso del crédito externo para reponer el déficit fiscal, se debe a una serie de causas que han ido acumulándose. Las cosas se iniciaron ya con caracteres de trascendencia durante los últimos años de la Dictadura, se agravaron por diversas circunstancias durante la Provisionalidad y se han continuado agravando durante el año de Constitucionalidad.

La Dictadura provocó una situación sobre la cual todo comentario resulta pequeño ante la importancia del problema. En primer término, se desarrolló un mecanismo inflacionario que para el año 1956 representaba un gasto de 4.400 millones de bolívares, y para 1957 de 5.400 millones de bolívares. La Dictadura dispuso, por su parte, del aumento considerable en la renta petrolera provocado por la situación de Suez; por otra, de las entradas extraordinarias derivadas de la venta de las concesiones y, además, del gasto sin autorización del Congreso, de considerables cantidades no previstas hasta entonces, erogadas en forma de una serie de obligaciones invisibles, en una proporción cuyo monto exacto no ha podido llegar a determinarse todavía y que insuflaron a la economía nacional de un ritmo completamente artificial.

Cuando cayó la Dictadura, uno de los primeros esfuerzos, una de las tareas más arduas del Gobierno Provisional fue tratar de determinar cuánto debía la Nación. Desde entonces se han estado recogiendo datos por el Ministerio de Hacienda, por la Contraloría, cotejando situaciones, obligaciones, contratos, y tenemos la impresión, según los últimos datos ofrecidos por el Ministerio de Hacienda en una Comisión parlamentaria, de que esa deuda llega a 3.974 millones de bolívares, es decir, a casi 4.000 millones de bolívares: deuda acumulada por el Fisco Nacional, por los Estados, por los Institutos Autónomos, cifra todavía no completamente esclarecida, porque a cada paso salen obligaciones que no estaban registradas en ninguna especie de contabilidad.

Esa situación creada por la Dictadura, con el hábito del gasto suntuario y el estímulo artificial de actividades que crecieron de la noche a la mañana con un auge sin la sólida estructura del crecimiento natural es, sin duda, una de las causas de la situación que tenemos ahora. Durante la Provisionalidad, esas cosas tuvieron que agravarse por una serie de aspectos: en primer término, el problema político, que significaba una serie de modalidades complejas; por otra parte, la falta de planes, de estudios, hizo que se ocurriera a soluciones parciales, las cuales se fueron acumulando y repercutiendo en la magnitud de los gastos, en aumentos de sueldos y salarios, con el deseo de nivelarlos con los que para ese momento tenían en la economía privada y, finalmente, obligaciones que hubo que atender, como las del Plan de Emergencia, que resultó sin duda una fuente de gastos considerables no representados en una realización positiva, pero que correspondió a la existencia de millares y millares de trabajadores que no encontraban antes trabajo. El Plan de Emergencia fue, sin duda, un fracaso espantoso: por su dirección, ejecución y orientación contribuyó más bien a agravar los males, pero fue creado por la propia necesidad, por la situación de millares de familias venezolanas a las que había inevitablemente que atender.

Durante la constitucionalidad, esta situación no se ha corregido y más bien ha tendido a agravarse. Se han hecho esfuerzos considerables en el campo del Plan de Emergencia y se ha tropezado con factores políticos y sociales de los cuales está empapada toda persona que se preocupe por la situación de Venezuela; pero al mismo tiempo, en la estructura misma del Presupuesto, el monto de los sueldos y remuneraciones y el número de cargos dentro de la burocracia han ido creciendo y agravando el pesado lastre que gravita sobre el Tesoro venezolano.

Ahora bien, con el crecimiento de los gastos, muchos de ellos no reproductivos, ha venido a coincidir la circunstancia de una recesión en la actividad económica privada que pone en peligro cualquier esfuerzo de ordenar la Hacienda Pública y de reducirla a proporciones más sanas; porque cualquier reducción inmediata repercutiría más en la tendencia de contracción que se está sufriendo dentro de la vida económica en general.

Estas circunstancias que actualmente se presentan fueron previstas por algunos en meses anteriores, y sobre todo en la oportunidad de discutirse el Presupuesto actual. Al Presupuesto lo calificamos, en la oportunidad de discutirlo, como un documento empírico, que no obedecía a un plan sistemático, y presentó una serie de males cuya corrección ahora se hace más difícil.

Difícil determinación

Dentro de esta situación, nos vemos, pues, obligados a tomar la determinación de que se habla, y al tomarla tenemos que hacer el firme propósito de que el recurso al crédito exterior no vuelva a utilizarse sino a través de planes perfectamente estructurados y para obras de verdadero valor reproductivo. El empréstito al que tenemos forzosamente que acceder por la situación actual de Venezuela, tiene que constituir ya una lección. Él nos debe llevar a determinaciones muy claras y precisas y a perspectivas muy concretas para los años venideros. Para poder sincerar el Presupuesto próximo es necesario pensar al mismo tiempo –si se va a realizar un plan de obras extraordinarias cuáles son esas obras, discutir su significación, su utilidad y su importancia; estudiarlas en todos sus detalles, de modo que se compense el sacrificio que va a hacerse por el beneficio obtenido.

Por cierto, en el nuevo proyecto de Constitución que se está elaborando se ha colocado una disposición que dice lo siguiente: «El Poder Legislativo no autorizará la contratación de empréstitos sino para obras reproductivas, salvo en los casos de evidente necesidad y conveniencia nacional». Esta es una de esas normas programáticas en las Constituciones, que marcan al legislador la orientación que debe guiarlo de una manera sistemática. Nosotros consideramos que el hecho va a ocurrir, que está ocurriendo, al apelar al recurso del crédito externo debe ser un hecho singular y exigimos trazar desde ahora líneas claras y positivas para que no se vuelva a abusar de este remedio y no se recurra al empréstito sino para determinados planes concretos cuyo rendimiento sea debida y oportunamente estudiado.

Por lo demás, el crédito de Venezuela está intacto, y la cantidad que como deuda se va a contraer es muy pequeña en relación al ingreso nacional. Ya pasó el tiempo en que las deudas extranjeras se podían cobrar a cañonazos. La soberanía nacional está más robustecida y la vida internacional se hace más sólida, para que a un país deudor se le puedan imponer a la fuerza las humillantes condiciones de que está sembrada la historia de la América Latina.

El crédito de Venezuela, a pesar de la perniciosa propaganda que sectores hostiles, movidos por diversos intereses, están tratando de hacer en el campo del comercio internacional, está fuerte; y el mismo hecho de los inmensos sacrificios que Venezuela hace para pagar obligaciones contraídas irregularmente por un gobierno que no llenó todos los extremos legales y que echó una pesada carga sobre la estructura económica, ese inmenso sacrificio que Venezuela realiza, tiene que repercutir en mantener en el mercado la responsabilidad, la palabra y el respaldo del Estado venezolano como valores fuertes que deben conservarnos el camino abierto en cualquier momento de necesidad.

Pero debemos recordar también que el problema que estamos considerando no tiene carácter meramente fiscal ni económico, sino que en el fondo hay un gran problema político: tenemos que aprovechar este momento para ganar en la psicología colectiva la confianza de que tanto hablamos. Debemos lograr la seguridad necesaria para instar a la actividad privada a ensanchar nuestro horizonte, a impulsar el desarrollo económico y al mismo tiempo crear fuentes de ocupación para los trabajadores. Un plan de protección industrial, un plan de desarrollo económico supone esto que hemos venido reclamando desde hace largo tiempo con gran insistencia y que queremos hoy de nuevo reclamar; establecer un plan con líneas claras y precisas, que dé la sensación de que las fuerzas políticas y sociales lo respaldan en forma sincera.

Es preciso que la palabra de los propios partidos de la coalición, responsabilizados en el Gobierno, no siembre la duda en quienes la escuchan. Es necesario que las voces más responsables de los tres grandes partidos, así como las grandes organizaciones laborales y de empresas, concurran a establecer una robusta y clara delineación de caminos para que se pueda impulsar este desarrollo económico que tanto necesitamos.

Con la economía no se puede jugar, y las palabras a veces tienen mucho de juego cuando la realidad exige una conducta. A esa conducta y a ese compromiso total invocamos hoy nuevamente, para que a los que quieran trabajar y desarrollar actividades nuevas, les inspire la suficiente confianza y nos ayuden a ganar el destino del país.

Buenas noches.