Reaparición del terrorismo
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 7 de enero de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.
Pasado el mes de diciembre en medio de circunstancias difíciles y adversas, hubo algunos hechos positivos para la recuperación de la confianza. Entre esos hechos hay que destacar el acto celebrado en el aniversario de las elecciones del 7 de diciembre, y la alocución presidencial del 1º de enero.
En el primer acto, la ratificación por parte de las fuerzas políticas, económicas y laborales de una actitud y un compromiso, ayudó en mucho a llevar cierta tranquilidad al ánimo de los ciudadanos cuando circulaban rumores intranquilizantes.
El 1º de enero, la alocución presidencial tuvo, sin duda, un efecto sedante en algunas de sus expresiones y se la consideró como un esfuerzo de llevar cierta dosis de serenidad y confianza al ánimo de los distintos sectores de la vida venezolana.
Manifestaciones preocupantes
Este mes de enero empieza bajo un signo más inquieto. Actos de terrorismo que en forma esporádica y casi intranscendente habíamos visto iniciarse por el mes de octubre han hecho acto de presencia en una forma más intensa, que da la sensación de estar más coordinada y de responder a un propósito preconcebido.
El terrorismo es uno de los hechos más bochornosos que existen como forma de lucha. La cobardía que implica la sorpresa, la manera como se hace, en las sombras de la noche o acechando los descuidos de la población pacífica, y la forma como amenaza la existencia de personas inocentes que no tienen ninguna participación en los problemas que motivan el desagrado de los terroristas, hacen del terrorismo algo de lo más abominable que puede encontrarse como actividad humana, o mejor, inhumana.
Además, el terrorismo en Venezuela es un hecho nuevo. Hemos pasado por muchas experiencias, algunas de las cuales son de las más dramáticas que pueblo alguno pueda contar en su historia; pero en Venezuela hemos tenido culto por la virilidad, por la valentía, por la lucha abierta y noble. Nos emocionamos cuando leemos que en plena sangría de la Guerra Federal se hacía un alto en el fuego en las trincheras donde encarnizadamente se combatía, para ofrecerse cigarros de un lado a otro, o para tributar honores al contendor que caía como un valeroso combatiente.
En Venezuela el crimen político, el atentado, que se estrenó con los asesinatos de Carlos Delgado Chalbaud en la Urbanización Las Mercedes y de Leonardo Ruiz Pineda en una calle de Caracas, no se había llegado a incorporar a los métodos de combate político; y formas de violencia que hoy experimentamos, nunca las habíamos contado como cosa propia.
Estamos, pues, viviendo una circunstancia nueva. Eso mismo contribuye a explicar la sorpresa de la colectividad, la conmoción en el ánimo público por la noticia de que aquí o allá, durante la noche o en la tarde, en una hora cualquiera, un explosivo colocado a la puerta de un hogar, o debajo de un puente, o en un establecimiento de divulgación o de comercio, estalla y provoca consternación, que es su objetivo fundamental.
Probado en otras partes
En otros países, sin embargo, la experiencia es ya vieja y como Latinoamérica es una unidad, no solamente para el bien sino también para el mal, no es extraño que haya venido aquí. En la Argentina, después de la caída de Perón, bajo el gobierno de Aramburu –que fue un gobierno serio, fuerte, duro y llegó en alguna circunstancia hasta la medida extrema de fusilamientos en caso de conmoción armada– se repetía la colocación de bombas, día tras día, y era rara la semana en que el cable no nos informaba de tres o cuatro casos en que en algún edificio, teatro o lugar de Buenos Aires, manos desconocidas habían colocado explosivos tendientes a agrietar la fortaleza del ánimo público.
El maestro que inspiró aquellos hechos debe tener posiblemente conexiones con el que haya inspirado los que estamos viendo en Venezuela. Tenemos que contar con que la experiencia vivida en otros países cercanos, países con los que estamos vinculados por la historia, por la geografía y por la idiosincrasia colectiva, será utilizada por quienes pretenden perturbar a Venezuela, donde buscan campo propicio para sus experiencias.
El problema del terrorismo merece un análisis a fondo por parte de la colectividad. Y esta noche me dirijo en mis palabras no solamente al pueblo que me escucha sino de manera especial a quienes en cualquiera de los órdenes de la vida pública, ya sea en la política, en los sindicatos, en el estudiantado, en los sectores económicos, en la vida castrense, ejercen funciones de dirección que los llevan a orientar la opinión de los demás.
¿Qué es lo que persigue el terrorismo?
La primera pregunta que tenemos que hacer es ésta: ¿qué es lo que persigue el terrorismo? El terrorismo persigue la alarma, la inquietud, la intranquilidad. Por tanto, nuestra primera reacción lógica ante los hechos de terrorismo tiene que ser la condenación de estos hechos, la vigilancia, el estado de alerta para evitar que se presenten, o por lo menos para impedir que puedan causar males considerables; pero al mismo tiempo tiene que ser el mantenimiento del ánimo sereno y fuerte, el no «perder la guardia», como dicen los boxeadores, el no perder la posición adecuada, porque una actitud de ruidosa inquietud y angustia sería precisamente el efecto que están tratando de lograr quienes colocan artefactos explosivos en distintos lugares de nuestra ciudad.
Ahora, ¿de dónde pueden salir? ¿Cuál es la mano o el cerebro que pueda estar guiando esos actos de terrorismo que estamos viendo con repugnancia en nuestra ciudad? Pudieran salir lógicamente de dos lados. Pudieran salir, sin duda, y es lógico pensar primeramente en ellos, del lado de los sectores que tienen interés en que un golpe se provoque dentro de la vida política de Venezuela y se interrumpa la normalidad constitucional. Si hay gente interesada –y seguramente que la hay– en que se susciten fenómenos que pongan fin a la experiencia de poder civil y vida democrática, fácilmente pueden tratar de que se provoquen situaciones de alarma, situaciones de intranquilidad y de zozobra que vayan creando en la conciencia de muchos la idea de que es necesaria la intervención de la fuerza para liquidar una situación insostenible.
La finalidad de los terroristas, pues, bien puede ser ésta, y bien puede ser su fuente lógica la actividad de aquellos que están interesados, por todos los medios posibles, en que se provoque un nuevo golpe de fuerza en Venezuela. Para que actúen así, hay una serie de factores coadyuvantes. Tenemos, en primer lugar, la angustia del propio dictador, que comienza a ver como cosa seria el proceso que se le sigue; que comienza a entender que cuando Venezuela escogió el camino del Derecho y de la Ley, escogió un camino mucho más amenazador para él que el de la violencia verbal o de la balandronada hueca. El hombre que está siendo llamado a los Tribunales del Estado de Florida, en los Estados Unidos, a responder de sus hechos y que confronta el temor de que los bancos se vean obligados a declarar las cantidades allá depositadas, habidas en el ejercicio del poder, ese hombre debe estar dispuesto a gastar algunos de los millones que tan fácilmente adquirió, en liquidar una situación cuyas consecuencias pueden ser para él muy graves.
Al mismo tiempo tenemos, como un factor indispensable de considerar y que no puede menospreciarse, la circunstancia de que hay por lo menos un país, controlado por un gobierno absoluto, que puede hacer uso de todos los recursos y colocado a pocas horas de navegación aérea de nosotros, y con el inevitable intercambio impuesto por la vida moderna, en que no se pueden establecer cordones sanitarios –aunque se aspire a ellos– de una manera rígida o inflexible, que constituye base muy cómoda para los aventureros que quieran lanzarse por esa vía del terrorismo.
La angustia, pues, de los cabecillas de la situación anterior; el apoyo de un régimen que tiene una serie de cartas en su mano para jugarlas y que se halla en posición cómoda para actuar contra el ensayo venezolano; el dinero de que se dispone, todos estos son factores que sin duda facilitan la realización de un plan de esta naturaleza, para tratar de provocar, en los elementos que lo sufran o en la colectividad en general, una idea que justifique la interrupción violenta del proceso cívico que está viviendo Venezuela.
El peligro de los extremismos
Pudiera también venir el terrorismo de otro sector, radicalmente opuesto al anterior, pero que muchas veces, como sucede en la vida política, coincide con la posición y la táctica de los golpistas. Esto suele ocurrir en muchas ocasiones en la vida de los pueblos: los extremos antitéticos llegan a tocarse y a coincidir en determinadas situaciones.
Los extremistas, que quisieran que en Venezuela nos viéramos abocados a una situación de violencia mediante la cual creen resolver, a través de mecanismos simplistas de carácter físico, nuestro proceso de recuperación y de avance social; esos pudieran también estar interesados en estimular la alarma, para fomentar el desprestigio, no solamente del gobierno en sí, sino de los partidos, que están tratando de mantener la paz y el equilibrio político y social en Venezuela; alarma que pudiera empujar factores para hacer ciegamente el juego a los que quieren que en una contienda se diriman, cueste lo que cueste y derrámese la sangre que se derrame, las tesis que en este momento puedan estar haciendo el juego dialéctico en la vida venezolana.
Es necesario tomar en consideración que el radicalismo, en este momento, con su crítica a los partidos, con su crítica al sistema de coalición, con la burla constante a los pactos y a los entendimientos que las fuerzas políticas han hecho para estabilizar la actualidad venezolana, ha coincidido en más de una ocasión con el lenguaje de los grupos despechados que quisieran que Venezuela volviera a la situación de fuerza.
La crítica de unos y de otros, muchas veces constituye un solo clamor, en el que es difícil distinguir los matices; y bien pudiera ser, desde luego, que en uno y otro campo se sintiera el deseo de aumentar la intranquilidad para que derivara a situaciones de violencia.
Frente al fenómeno del terrorismo es necesario definir una actitud clara, una actitud firme y sólida por parte de los ciudadanos y por parte de las autoridades.
La ciudadanía y el Gobierno
En la ciudadanía es necesario un estado de alerta y decisión. Hay que vigorizar en la conciencia pública su determinación de no aceptar un régimen de fuerza ni de admitir en forma alguna que las soluciones violentas puedan considerarse un remedio para los problemas del país. Vigorizar en la idea, en el espíritu de los venezolanos, su adhesión al sistema democrático, a los principios cívicos que están orientando nuestra vida, es una necesidad fundamental. Y al mismo tiempo que mantener un estado de alerta y vigilancia y ratificar y fortalecer la decisión inquebrantable de los venezolanos por la defensa de sus instituciones, tenemos que evitar hacer el juego a los que pretenden crear un estado de zozobra, y reacciones serenamente: con valor, pero con el valor que se caracteriza precisamente por la medida de las actuaciones y por el análisis sereno de las circunstancias. Si la ciudadanía se dejara envolver en una ola de alarma, de inquietud e histerismo, le haríamos el juego más satisfactorio a los que están jugando la carta terrorista.
En cuanto al gobierno, su actitud tiene que coincidir con la colectividad en esto que acabo de decir: alerta, vigilante, al mismo tiempo que firme en la defensa de los principios, y serenidad para no dejarse inundar de nerviosismos. Pero la opinión reclama también de las autoridades una actitud muy firme, enérgica, eficaz, para hallar, para descubrir, para identificar de una manera clara y segura a los autores de estos hechos y para exponerlos ante la conciencia pública, a fin de que se sepa con seguridad quiénes son los responsables de estos mismos hechos, y se tenga la sensación de que va a recaer implacablemente sobre ellos el peso de la justicia.
El terrorismo es imposible evitarlo en ningún país de la tierra. Hace más o menos un año, en Estados Unidos estuvo sembrando la alarma un loco maniático que iba poniendo bombas en el subway, en los teatros, en los hoteles y que amenazaba a cada instante repetir sus hazañas; por fin pudo la policía capturarlo, pero la intranquilidad la mantuvo durante varias semanas. Esta situación, pues, reclama que al que se capture en actos de terrorismo se le aplique de una manera inflexible el rigor de la ley y se le haga sentir, además, el peso tremendo de la opinión pública.
Por otra parte, la colectividad reclama del Gobierno el que esta misma circunstancia sirva para prevenir, no solamente el terrorismo sino los hechos de delincuencia, para reforzar la autoridad policial, para reorientar la policía en el sentido de hacerla la verdadera defensora de los ciudadanos, de los hogares, de las personas y de las libertades, y gane de una vez para siempre la estimación y el respeto de la colectividad.
Ahora, la opinión pública exige que haya una especie de radioscopia del terrorismo. Preferiría decir «autopsia», pero desgraciadamente el fenómeno no está muerto sino que está apenas empezando. Hay que penetrar en su esencia, mientras se está moviendo, tratando de intranquilizar la vida venezolana. Este es el reclamo que en todos existe y la contribución más esencial que pueda hacer el Gobierno en este momento.
Dos tesis antagónicas
Ahora, frente a la posibilidad de una conjura de tipo complotista, están dos tesis antagónicas que se están presentando en Venezuela, y es necesario que la opinión se oriente frente a ellas. El Gobierno ha sostenido la tesis de que no hay un peligro serio e inmediato para la estabilidad de las instituciones democráticas. El Partido Comunista, por otra parte, ha sido el abanderado de la tesis de que acciones de masa deben desbordar la prudencia que el gobierno exige, para tratar de movilizar, en una forma o en otra, la colectividad frente a un peligro que ellos presentan como mucho más grave e inmediato del que la palabra del Presidente de la República y del Ministro del Interior han estado señalando.
Es necesario que se discutan las dos tesis para aclarar caminos: porque es más fácil inflamar a la gente en nombre de la defensa de las libertades que tanto nos han costado, que mantener una serenidad alerta. Es necesario analizar los argumentos que se presentan al respecto, que a mi modo de ver se basan en fundamentos discutibles: el argumento de que el gobierno de Gallegos cayó en 1948 por falta de acciones de masas, y el de que la revolución cubana debe servirnos de ejemplo y guía en este momento en Venezuela.
Frente al primero, creo que se confunde la reacción popular frente al golpe de fuerza, que es lo que no hubo en 1948 por una serie de causas muy complejas que será necesario algún día analizar con toda la serenidad que el hecho requiere, de lo que se llama acciones de masa como manifestaciones colectivas, en mítines u otros actos públicos. El 24 de noviembre del 48 fue precedido por dos de los actos de masas más retumbantes que hubo en esta ciudad de Caracas: el del 13 de septiembre en el Nuevo Circo, día aniversario de Acción Democrática, y el del 18 de octubre, en El Silencio, en el aniversario de la Revolución. En aquella Caracas que no tenía un millón trescientos mil habitantes como hoy, sino mucho menos, éste fue un acto masivo de inmensa trascendencia, y ello apenas un mes antes de la caída del gobierno de Gallegos.
No fue, pues, por falta de realización de actos de calle, sino por falta de la reacción organizada de los sectores colectivos, debidas, como dije, a factores de tipo muy complejo: por falta de reacción en los organismos laborales, empresariales, profesionales, políticos, es decir, por la ausencia de una malla colectiva que se hiciera presente en el momento del acto de fuerza, por lo que el golpe pudo consumarse.
Cuba y nosotros
En cuanto a la Revolución cubana, debemos decir que el caso de Cuba es diferente al de Venezuela. Creemos tener el derecho de criticar el gobierno de Castro, como tenemos el derecho de criticar nuestro propio gobierno. Pero la situación en Cuba es diferente por razones diversas: porque Cuba fue un país que vivió cien años más de Colonia de España, y en la época en que España estaba más minada por contradicciones internas, porque sufrió después la ocupación militar norteamericana, a raíz de la guerra de la Independencia, y además porque Cuba conquistó su libertad a través de una guerra civil y con una grave característica, la de que cuando Batista abandonó el territorio cubano el 1º de enero del 59 no había partidos organizados que tuvieran suficiente prestigio para orientar la opinión pública. Habían cerrado su ciclo histórico los partidos cubanos. No quedaba sino una fuerza, una esperanza en el horizonte, que era Castro, quien venía de la Sierra Maestra y pasaba ya por Santa Clara, y a quien esperaba la población para que dictara las normas de reorganización de su vida.
En la Venezuela de enero del 58, los partidos políticos tenían base popular, tenían simpatías y adhesión en el pueblo, y por eso la palabra de sus líderes fue oída por los ciudadanos y fue la base de la reestructuración de este régimen que estamos viviendo.
No debemos, pues, nosotros pretender establecer similitudes o analogías que no son propias. Venezuela tiene su propia circunstancia histórica y vivió hace cien años la Guerra Federal, fenómeno que no han vivido los otros países de América Latina.
Factores explosivos
En este momento, la situación de Venezuela presenta factores muy peligrosos y explosivos. Las fuerzas económicas están desorientadas, golpeadas, por circunstancias de la situación. El problema del desempleo sigue presente como una urgencia grave y dolorosa, a la que todavía no se ha podido dar una solución satisfactoria.
En esta situación, aumentar el grado de explosividad en el ambiente es trabajar contra la vida venezolana, contra el destino del país. Que se llegue, pues, a una situación vigilante y firme, que se ratifiquen todos los compromisos; pero que no se haga el juego a la alarma, que no se haga el juego al histerismo, y que mediten los obreros, los profesionales, los estudiantes, en la necesidad de no perder la cabeza, porque perder la cabeza es lo que quieren los enemigos de la democracia que hagamos; hacerlo sería servir a los enemigos de la libertad, a los que están en la sombra promoviendo actos criminales.
Tomemos una actitud firme, pero consciente. Al fin y al cabo, esas bochornosas y abominables explosiones no son las que pueden detener el reloj de la historia, ni las que pueden hacer retroceder la vida de Venezuela a situaciones dejadas para siempre.
Buenas noches.