La situación económica

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 14 de julio de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación en el diario La Esfera.

La situación económica ha venido a constituir una preocupación obsesiva para los venezolanos. Lo característico de las cuestiones económicas cuando adquieren cierta gravedad, es que llegan a poner de acuerdo, en el aspecto crítico, a los sectores más extremos. Cuando se oye a los ricos y a los pobres, a los empresarios y a los trabajadores, compartir el desagrado por una situación de la que unos y otros resultan perjudicados, es necesario comprender que el remedio de ella exige un esfuerzo especial.

Hay una depresión

Sobre esta materia hemos estado hablando en ocasiones anteriores. Y ha circulado en la prensa diaria el resumen de los planteamientos que mi partido formula ante el gobierno nacional y ante la opinión pública. Debemos señalar como una conquista positiva en el enfoque de la situación, el que se ha llegado a un acuerdo unánime sobre el diagnóstico del caso. Hay una gran depresión. Estamos atravesando una recesión, y por tanto el remedio tiene que ser inyectar energía a la economía deprimida para que se normalice y pueda incorporarse a su desarrollo normal.

El solo hecho de que esta circunstancia se admita, significa ya mucho. Pero hay otros aspectos también de una gran importancia que se señalan con claridad y precisión en el documento de COPEI, el cual constituye en este sentido el enfoque más completo hecho actualmente en el país.

Por una parte, el reconocimiento de la necesidad de una política anti-cíclica, de una política anti-depresiva, es decir, de tratar de mover una cosa que sufre de estancamiento. En segundo lugar, la urgencia de adoptar una línea fija, clara, firme en que el Gabinete y los partidos de la coalición se comprometan ante la opinión pública a seguir una determinada conducta, de modo que la fijación de esa conducta y su respaldo por las fuerzas que tienen a su cargo la dirección de la vida nacional, den el debido impulso a la recuperación de la confianza. Hay, en tercer lugar, otro aspecto que para nosotros reviste una gran importancia: recordar que la cuestión económica no incumbe a la sola responsabilidad del gobierno: nos incumbe a todos, el gobierno y a los partidos, para señalar determinada línea, pero también a los sectores privados, a las fuerzas vivas, a la dirección de las empresas, a los sectores capitalistas y, además, a los sectores laborantes y a los consumidores en general.

Otro aspecto en que insiste el comunicado copeyano es el de que la mala situación económica –que muchos quieren aprovechar como argumento contra el régimen democrático– no puede en forma alguna convertirse en instrumento contra la estabilidad democrática del país. La democracia en determinado momento ha sido para los venezolanos como un juguete nuevo. Llenos de ilusiones, pensamos que bastaba con reconquistarla para solucionar todos los problemas.

Hoy, en las manos de muchos ha venido a ser como un fetiche en ciertas colectividades indígenas. Al fetiche se le atribuye todo lo bueno y todo lo malo que sucede. El primitivo que lleva consigo una pieza cualquiera toscamente labrada y le asigna los poderes de la divinidad, le atribuye todo lo que le ocurre: si en el camino encuentra un tesoro, ese tesoro lo reparó el fetiche; pero si en el camino encuentra una trampa que lo hace caerse y lesionarse, el fetiche es el responsable de ese mal y de las consecuencias que le ocurran. Algo de eso sucede con nuestro ensayo democrático: todo lo que pasa se lo queremos atribuir. Y como ahora estamos atravesando una situación incómoda, nos dejamos llevar por la tendencia de atribuir a la democracia el malestar. El comunicado copeyano insiste en este aspecto, que es, a nuestro modo de ver, fundamental. Hay una mala situación económica, pero con ella o sin ella defenderemos y sostendremos el sistema democrático de gobierno; vamos a sostener y a defender las libertades conquistadas que, después de todo, son el único y efectivo instrumento para poder corregir los errores y remediar los males que estamos atravesando.

Urgencia de una política anti-cíclica

Yo quisiera hacer una rápida recorrida por esos diversos puntos que he señalado al comenzar estas palabras. Hay una situación depresiva. He dicho que el reconocimiento de este hecho ya constituye un progreso, porque hasta hace algunos meses no se nos hablaba sino de peligro de inflación, y de tanto decirlo teníamos la impresión de que había una gran circulación monetaria que no encontraba bienes en qué invertirse, lo que traía el alza de los precios y todas las consecuencias del mecanismo inflacionario: alza de los salarios nominales con baja de los salarios reales y todas esas demás circunstancias que ocurren en la hipótesis. Pero el remedio de la inflación –pues se trata de un mal enteramente distinto– es diferente del remedio de la depresión. La verdad es que Venezuela atravesó un proceso violento de inflación cuando entraron los recursos extraordinarios por la venta de las concesiones petroleras, por la crisis política del Canal de Suez y por el desarrollo de un programa de obras púbicas desproporcionado, a base de una deuda que iba a gravitar directamente sobre la situación actual. En ese momento hubo el proceso de inflación; las cosas subían automáticamente por la mera fuerza de la inercia y la circulación monetaria no encontraba bienes suficientes en qué invertirse; la importación de objetos de lujo creció hasta límites increíbles; los salarios nominales (en algunos sectores, porque en otros se quedaron estacionados, y esto hizo todavía mucho más grave la situación de las clases depauperadas) iban subiendo por causa del mecanismo inflacionario; o sea, experimentamos todo ese cúmulo de consecuencias que los textos más elementales –asequibles a aquellos que no somos especialistas en la materia– señalan como característicos del proceso inflacionario.

Estamos sufriendo las consecuencias de la baja del ciclo. El proceso inflacionario, mal llevado, nos condujo a una situación de reajuste, y tanto los errores de la Dictadura como los que se le añadieron en la provisionalidad y los que se le han sumado durante la constitucionalidad han ido agravando este estado de cosas, y el que se lo reconozca constituye un punto de partida serio para echar a andar hacia adelante.

Nos preocupa vivamente –ya lo hemos dicho– que haya desempleo, problema social en todas circunstancias delicado, y éstas todavía más, y que tenemos que afrontar con audacia y vigor. Sabemos que hay un descenso de circulante en poder de los bancos y en poder del público; que hay un descenso en los índices bursátiles, aunque han venido buscando su estabilidad últimamente, y que, en general, hay restricción de créditos, restricción de inversiones, paralización inmobiliaria, dificultades en la industria de la construcción y en las otras actividades industriales y comerciales.

Todo esto exige reclamar el que se realice, con decisión, con energía y con eficacia, una política anti-cíclica. Si hay una depresión, lo que conviene no es continuar reajustando el mecanismo, sino impulsarlo, para que en alguna forma se pueda solucionar la grave escasez de posibilidades que está confrontando nuestra economía.

Cambio de política

Hemos venido sosteniendo, pues, en ese sentido, la necesidad de un cambio de política. Y cuando hablamos de ello, queremos que se entienda bien lo que entendemos por ese cambio: no es nuestra idea la crítica aislada de tal o cual medida –que, a lo mejor, unas fueron acertadas desde determinado punto de vista, y otras, erradas– ; lo que estamos tratando es de que se cambie el signo de la política; que en vez de continuar una política de reajuste y restricción, surja una política nueva de impulso y vigorización del desarrollo de la vida económica del país.

Al respecto, debemos recordar el problema que plantea el presupuesto: en cualquier parte, éste no sólo es un instrumento financiero, sino económico en el sentido de su repercusión en la economía nacional. En Venezuela, mucho más: el Estado es el más rico de todos los factores que intervienen en el juego económico. Por tanto, el volumen del presupuesto y la ordenación de los gastos tienen repercusión inmediata y sensible en todas las actividades económicas. Entendemos que la reducción del presupuesto es inevitable. Para poder mantener la estabilidad de nuestra moneda (por la cual estamos dispuestos a luchar y en cuya defensa estamos dispuestos a comprometer formalmente la posición de los sectores de la coalición) es necesario un presupuesto equilibrado. Pero para que el presupuesto equilibrado no envuelva aumento de la recesión, sino que sea compatible con la política de fomento y desarrollo de una actividad anti-cíclica, hay que apelar a un recurso, que no puede ser otro que el del crédito externo. Sabemos cuán delicado es este punto. Es un terreno sumamente escabroso. Cuando se aprobó la adopción del empréstito destinado a remediar el déficit fiscal del pasado ejercicio presupuestario, todos los venezolanos manifestamos nuestras preocupaciones y dijimos que no estaríamos dispuestos a aceptar el recurso del crédito exterior sino para obras reproductivas, autofinanciables y a través de préstamos obtenidos en favorables condiciones y a largo plazo.

Por tanto, para compensar la política financiera de un presupuesto más o menos equilibrado (es decir, un presupuesto que de casi 7.000 millones de bolívares baja a 5.200 millones, o quizá unos centenares de millones más) con la necesidad de una política contra la depresión, hay que recurrir al crédito externo en las solas condiciones en que los venezolanos estamos dispuestos a aceptarlo: para inversiones capaces de recuperarse por sí mismas, en plazos razonables y en condiciones favorables para el país.

Consideramos urgente realizar un gran plan de obras públicas, efectivamente reproductivas, que representen una inversión y no un gasto y que contribuyan al enriquecimiento positivo del país.

Comprendemos que también se debe acometer un gran plan de vivienda, aunque la vivienda en sí no es obra reproductiva, sí es autofinanciable y, además, absorbe mucha ocupación y tiende a resolver uno de los problemas sociales más grave que enfrenta, no sólo nuestra población, sino la de cualquiera de los países latinoamericanos y aún del mundo entero.

Pero, al mismo tiempo, conviene utilizar ese crédito externo en el plan crediticio de la Corporación Venezolana de Fomento: para la industria, para los avales a la construcción y para la pequeña industria y el artesanado; lo mismo que para los planes de fomento agro-pecuario y para la colocación de cédulas del Banco Hipotecario, de modo que éste pueda, a través de operaciones sanas, bien analizadas y bien filtradas, absorber una serie de créditos hipotecarios no ejecutados, que están en manos de los bancos comerciales, para que éstos puedan liberar cantidades de dinero para aplicarlas a sus actividades propias.

Creemos que el impulso de la vida económica puede y debe repercutir también en el mercado monetario para que el crédito se facilite y baje la rata de interés. Al mismo tiempo, la facilitación del redescuento en el Banco Central ofrecerá a quien se dedique a la actividad económica aliento y estímulo, en lugar de trabas e inconvenientes en sus iniciativas.

Todo esto supone, además, una serie de medidas complementarias: proseguir el camino andado en la reducción del costo de la vida, que en algunos renglones ha dado resultados muy satisfactorios; fomentar el espíritu de compra a la producción venezolana (el «compre venezolano» convertido en sistema de vida) a través de una gran campaña en que todos los sectores estén comprometidos, y aumentar la capacidad del consumo de las grandes masas a través de diversas medidas, entre las cuales no podemos dejar de recordar nuestro Proyecto de Ley de Prestaciones Familiares, introducido a las Cámaras Legislativas a principios de las sesiones del año pasado y al cual le falta poco en el Senado; el cual, si bien requerirá después una tramitación administrativa, sería una realidad cercana que constituiría un gran paso de justicia social, de redistribución de los ingresos en que mediante las grandes capas de población aumentaría la potencialidad del mercado.

Debo señalar a este respecto y es interesante, porque se han hecho críticas a la Ley de Prestaciones Familiares, que un hombre de empresa, un hombre de negocios con criterio claro, Enrique Sánchez, en un estudio comentado recientemente en la prensa, hace hincapié en el gran efecto que tendría esta medida en el aumento de la capacidad de compra de los grandes sectores laborales.

Junto con todo esto, es necesario que la eficacia administrativa se sienta. En este sentido estamos reclamando también una mejor política de divulgación de una serie de signos optimistas que han ido pasando por debajo de la mesa y sobre los cuales no se ha insistido suficientemente para la recuperación de la confianza.

Definición de línea

Pero, no basta solamente el desarrollo de esta política. Nosotros hemos pedido, y reclamamos, y consideramos de una gran importancia, el que se adopte un documento claro, concreto, formulado por el Gabinete Ejecutivo, con el respaldo categórico y solemne de los partidos de la coalición, en que se tracen líneas fijas de política económica. Este documento iniciaría la plena recuperación de la confianza. En él se debe, desde luego, insertar el compromiso de mantener la estabilidad y la libre convertibilidad del bolívar, que constituye uno de los principios fundamentales que rigen nuestra vida económica. En él se deben establecer normas fijas para que los sectores económicos no estén inquietos por la posibilidad de que se tomen medidas tributarias un poco a la ligera, lo que produce incertidumbre. En él se deben señalar líneas precisas sobre la inversión de capitales nacionales y extranjeros y, posiblemente, una revisión de la política inmigratoria, en el sentido de incorporar de manera efectiva a la vida del país el caudal inmigratorio, moderado y cónsono con nuestras necesidades, que no se convierta en parasitario, sino en creador de nuevas fuentes de ocupación y de riqueza.

Pero, por otra parte, tenemos que insistir –y esto es conveniente y necesario que lo hagamos– en que no basta una política oficial para la recuperación de la confianza y de la vida económica. La confianza la crean quizá más los propios sectores económicos que el Gobierno. El compromiso tiene que surgir de ambas partes. Y si declaraciones imprudentes o medidas apresuradas por parte de los sectores oficiales repercuten gravemente en la vida económica y crean desconfianza y malestar, también lo crean declaraciones apresuradas o medidas inconsultas de los sectores económicos privados.

Hay que pedir a los capitalistas, a los empresarios, a los banqueros, a la gente de negocios, que ayuden a la recuperación de la confianza. Una persona muy calificada me decía en días pasados que un inversionista norteamericano encontró en Nueva York más confianza sobre Venezuela que en Caracas. Es decir, que había venido con cierto panorama más optimista, y al reunirse aquí (no sé con quiénes) le habían pintado un panorama tétrico que le hizo desistir de su inversión.

Hay que pedir a los sectores de la economía privada, comenzando por las empresas petroleras, que tienen tanta influencia en la vida económica del país, que mediten mucho antes de realizar nuevos despidos; que así como al Gobierno se le puede y se le debe exigir sacrificios para sostener empresas que se encuentren en difícil situación, así también el Gobierno, o mejor dicho, la Nación tiene el derecho de exigirles que no agraven los males de la vida económica echando trabajadores a la calle, cuchillo para su garganta, boomerang peligroso que aumenta el malestar, hace más difícil el mercado y pone obstáculos a la recuperación económica.

Nosotros creemos que esta idea, de que la economía exige el concurso del Estado, los hombres de empresas, los trabajadores y los consumidores en responsabilidad solidaria, es una idea que precisa reiterar y atender.

En unas declaraciones atribuidas al Ministro Pérez Alfonzo se dice, más o menos, que el Gobierno ha hecho todo lo necesario y que ahora lo deben hacer los demás. Nosotros no creemos que el Gobierno haya hecho todo lo necesario: ha tomado medidas, algunas veces equivocadas, siempre de buena fe, pero podría y puede, y debe hacer mucho más; y estoy seguro de que el propio declarante así lo piensa. Ahora, estamos de acuerdo con él en que la acción del Gobierno por sí sola no representa nada, si no está complementada y acordada con una respuesta integral de todos los sectores de la población: los más responsables, los que tienen más influencia en la vida económica; también los trabajadores, que en el fondo son comprensivos y que estoy seguro de que se hallarían dispuestos a encontrar fórmulas para el avenimiento siempre que se les diera la sensación de asegurarles la estabilidad en el empleo.

El fantasma que tienen por delante los trabajadores en este momento es el de los despidos. Si se pudiera ganar la batalla de la confianza en cuanto  la estabilidad de los trabajadores, se podría esperar y exigir de ellos una actitud comprensiva. Naturalmente, se deben contemplar reajustes en las ocupaciones en que las injusticias sociales han sido más graves; pero se puede tener fe en su comprensión de que a los trabajadores interesa, solidariamente, lo mismo que a los patronos y al Gobierno, la defensa de la situación económica y de las instituciones democráticas. A los trabajadores se les puede exigir una mayor productividad, siempre que sepan que el resultado de esa productividad no se va a repartir en forma injusta, sino que ellos van a tener una participación lógica en el aumento del producto; a ellos se les puede exigir también una hermosa campaña para el consumo de los productos nacionales, que puede tener repercusión extraordinaria.

Esta idea fundamental, en la que yo quiero insistir, es la de que el compromiso es de todos; y de que frente a la campaña pesimista que en todos los tonos se hace, no basta la palabra del Gobierno, ni un discurso del Presidente, ni las declaraciones de un Ministro: tiene que mostrarse la voluntad común. El Ministro Mayobre está hoy en Europa pidiendo desde Ginebra la venida de capitales a Venezuela. La palabra de un representante del Gobierno vale poco si no está acompañada de un ambiente, y la creación de ese ambiente nos corresponde a todos: a los dirigentes políticos, a los periodistas, a los hombres de empresa, a los trabajadores.

Un gran ejemplo podemos señalar: el del convenio colectivo petrolero, celebrado a fines del año pasado, por una duración de tres años, y en el cual se garantizó la estabilidad de la principal industria, que es a su vez la principal fuente económica del país. Los trabajadores dieron un ejemplo que, desgraciadamente, las compañías no han medido cabalmente. A nuestro modo de ver, a su conveniencia de hacer despidos, han debido oponer intereses urgentes de esta hora venezolana. Pero aquel ejemplo indica cómo una política llevada con clara visión por el Gobierno puede ser un gran factor de confianza.

Y sobre todo, debemos terminar estas palabras con la misma afirmación que contiene el documento de COPEI a que nos veníamos refiriendo: cualesquiera que sean las dificultades, no hay razón para ser pesimistas. La economía venezolana tiene vigor propio. Lo ha dicho en declaraciones muy concretas el Presidente del Banco Interamericano de Fomento: no tenemos razones para desesperar del porvenir. Hay dificultades, pero pueden y deben vencerse. El camino de Venezuela es hacia adelante, y a los venezolanos nos corresponde impulsar el país plenamente a su destino.

Buenas noches.