Más comprensión para los militares
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 7 de julio de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación en el diario La Esfera el domingo 10.
El miércoles y el jueves asistí a dos actos de graduación en el Patio de Honor colocado entre la Escuela Militar y la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación. Se graduaron dos promociones, por rara coincidencia, las más numerosas que han egresado de una y otra escuela.
Presenciando el acto, con todo su belleza cronométrica, con su magnífico orden (ensayado, sin duda, muchas veces, y preparado para dar plena sensación de disciplina y organización), pensaba en cuántas ilusiones habrá en el espíritu de aquellos muchachos, cuántas posibilidades existen en esa juventud para el desarrollo de las instituciones venezolanas y, al mismo tiempo, cuánta necesidad de comprensión existe en la población civil del país para que sus sectores militares se incorporen de manera definitiva a sus ideales y a sus mejores ambiciones de mejoramiento colectivo.
Un hecho pedagógico
En medio de aquel acto, perfectamente enmarcado dentro de los ritos castrenses, hubo un hecho sumamente pedagógico: no estaba el Presidente de la República, por las consecuencias del atentado, y el Ministro que tenía su representación fue el encargado de entregar el sable a cada uno de los nuevos oficiales en el momento de graduarse. Y pensaba yo en el profundo significado que tiene para la vida venezolana, dentro de la necesaria comprensión del actual momento de Venezuela y de sus derivaciones futuras, el hecho de que un ciudadano, en el desempeño de una Cartera del Ejecutivo, designado por el Presidente de la República para llevar su representación, pero ni siquiera ya el mismo Presidente –que según la Constitución es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas– entregara simbólicamente a los nuevos oficiales de las Fuerzas Armadas de Venezuela, las armas con las cuales están obligados a defender la libertad y las instituciones, el decoro y la independencia de la Patria.
Venezuela necesita, en este difícil momento de su historia, de mucha meditación sobre sus principales problemas. Ya en más de una ocasión hemos hablado sobre el tema militar, y creemos necesario insistir en que se piense bien, en que se aclaren y precisen las ideas al respecto. Se está cumpliendo dentro de la vida nacional una transformación de proyecciones incalculables. Muchos no quieren verlo, quizás por impaciencia, quizás por medir las cosas con cartabones prestados de otras épocas o de otros países, pero la transformación que se está llevando a cabo dentro de la vida venezolana es de una proporción incalculable. Esta transformación abarca la Institución Armada y promete resolver uno de los problemas vitales para la estabilidad de las instituciones democráticas. Reconocemos que hay muchos prejuicios de los civiles frente a los militares, pero no debemos olvidar que existen también muchos prejuicios de los militares frente a los civiles, y que para vencer esos prejuicios se necesita un gran caudal de buena voluntad. Estamos obligados a hacer que esa buena voluntad la pongan en obra quienes en el actual momento influyamos sobre sectores de opinión y hablemos a la conciencia de nuestros compatriotas.
Viejos prejuicios
Muchos venezolanos, cuando piensan en las Fuerzas Armadas, miran en ellas la amenaza potencial más grande a la libertad y a la democracia. Muchos piensan en los militares casi en términos análogos a pensar en conspiradores. Este juicio de la población civil, en algunos casos puede explicarse como resultado de un prejuicio histórico. No se puede culpar a muchos venezolanos de pensar así, cuando se leen los discursos de Fermín Toro hace cien años, en los cuales señalaba cómo el militarismo (el militarismo cargado de glorias ganadas en las acciones de la Independencia), ese militarismo cargado de gloria pero mal encauzado, produjo tantos daños a nuestras primeras experiencias republicanas. Pero es necesario que esas ideas se aireen, se ventilen y se aclaren para poner las cosas en su punto y para llevar a cauce definitivo las nuevas experiencias, los nuevos ensayos que se están haciendo en Venezuela.
Yo creo –como todos los venezolanos– que dentro de los militares hay enemigos del orden institucional, actuales o en potencia. Quizás los enemigos en potencia pueden ser los más peligrosos, desde luego que los que actúan muestran su intento y ya descubierto se puede tener frente a ellos una acción legítima y determinada. Pero puede haber otros, incluso, que por un defecto de formación o por muchas circunstancias, tengan dentro de sí cierta propensión a creer que el orden de cosas democrático debe ser sustituido por un orden de fuerza. Entre esos, algunos pueden ser y lo son –sin duda– el instrumento de una ambición: de ambiciones propias o ajenas, de ambiciones ya desarrolladas o por desarrollarse. Otros, quizás, actúen hasta de buena fe: piensan que la situación del país es muy mala, que hay un terrible desorden, que no se resuelven los problemas y creen que éstos pueden resolverse con un simple gesto de autoridad, con un golpe de fuerza, con un tomar los controles y ponerlos en manos de gente que ellos suponen puede dar mejor resultado. Un error lamentable, pero fácil de combatir.
Pero la clave del problema no está en que exista un número mayor o menor de gente capaz de pensar de esa manera. Es el grueso de las Fuerzas Armadas, el grueso de la oficialidad lo que va a determinar la actitud de la Institución Armada, así como es el grueso de la opinión pública lo que en definitiva va a definir la situación en la vida nacional.
La mayoría de los oficiales de las Fuerzas Armadas han demostrado en general desear de buena fe el fortalecimiento, la estabilidad del régimen democrático. No es necesario recordar cómo la acción de la oficialidad fue decisiva en las jornadas del 23 de enero de 1958. Aunque quizás valdría la pena recordarlo ahora, cuando tanto se habla de la frase del Presidente, de la vuelta al espíritu unitario del 23 de enero; porque el espíritu unitario del 23 de enero fue una muestra de comprensión entre la gran masa de la población civil y los sectores de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas, los cuales actuaron, en su gran mayoría, en la convicción de que no se podía soportar más en Venezuela la vergüenza de una dictadura personal.
Argumentos de los conspiradores
Pero esa gran mayoría de las Fuerzas Armadas es la que constituye el objeto más preciado de acción de los que puedan, en una forma u otra, por una causa o por otra causa diferente, desear una perturbación del mecanismo político y el establecimiento de un sistema de fuerza. O dicho en palabras más simples: los conspiradores, por sí solos, poco valen, civiles o militares; a lo más puede buscar la senda del atentado personal, por lo general muy difícil de realizar. El del 24 de junio fue planeado y ejecutado con una rigurosidad increíble y sin embargo fracasó. La Providencia se interpuso, y como en la mayor parte de los casos, la finalidad que perseguían sus autores no se pudo cumplir. Pero, repito, los conspiradores lo que buscan es impresionar a la gran masa militar, a un conjunto de hombres venezolanos como nosotros, hermanos de venezolanos, hijos de venezolanos, novios de muchachas venezolanas, hijos de madres venezolanas, gente que tiene nuestras mismas reacciones y nuestras mismas emociones pero que se han formado con ciertos hábitos de disciplina, con ciertos conceptos fundamentales de interpretación de la vida colectiva, y llegar a impresionarlos a través de dos argumentos que saben que son los argumentos capaces de producir reacciones positivas en el seno de la oficialidad. Uno, aquel mismo argumento de que el país marcha mal, de que está desorganizado, de que no se atienden los grandes problemas nacionales, de que no hay suficiente respeto por las personas o por la ciudadanía, de que hay una serie de cosas de las cuales cualquier venezolano se puede quejar. Y el otro, el argumento de que su institución, la institución a la cual sirven con lealtad, por la cual juran realizar, al par que por la patria, el mayor sacrificio, aun el de su vida, está amenazada o mirada con ojeriza o es objeto de una persecución por parte de los demás sectores que actúan en el país. Este argumento suele impresionar mucho a gran parte de la oficialidad, y es necesario comprender este estado de cosas para orientar la acción persuasiva de los venezolanos frente a aquel doble razonamiento.
El primer argumento es fácil de combatir. Que el país marche mal, que haya problemas, no es culpa de los sectores civiles: es una herencia de los males anteriores. Pero, en todo caso, suponiendo lo peor, que el gobierno tenga la culpa de todo lo malo que suceda, la gran respuesta a este argumento es la de que un nuevo golpe de fuerza, un nuevo golpe militar no resolvería favorablemente ninguna situación. En caso de tener éxito – lo cual es muy dudoso cuando el pueblo está alerta y organizado y dispuesto a combatir– sería un éxito pasajero, que represaría las fuerzas sociales, que crearía mayores rencores, que provocaría un sentimiento de mayor disconformidad y violencia, y que al fin y al cabo harían explosión y traería males inmensamente mayores de los males que se trata de remediar.
Podemos recordar cómo Batista, después de haber sido Presidente y Dictador de Cuba en varias ocasiones, asumió el poder –en un madrugón, por cierto, por una de esas ironías de la historia, de un aniversario de José María Vargas, un 10 de marzo de 1952– para poner el orden en Cuba, porque el gobierno civil había fracasado y porque el sistema democrático no resolvía sus problemas; y al cabo de ocho años escasos Batista dejó en Cuba la peor situación que cualquier nación latinoamericana ha tenido que atravesar: arrasó con todas las fuerzas sociales y dejó un clima tal de violencia, de odios y de rencores que condujo a hechos tremendos como el de los fusilamientos, que ninguna de nuestras patrias ha vivido a pesar de las terribles coyunturas que han tenido que atravesar. De modo que aquel «salvador de la patria», que con su prestigio en el Ejército asumió el poder para evitar los males que estaba produciendo el gobierno de Prío Socarrás, lo que logró fue preparar, al cabo de años de represión, de violencia y de fuerza, un terrible desenlace que no hizo sino llevar a la superficie la situación tremenda que se estaba viviendo en la emoción del pueblo cubano.
El país necesita de sus Fuerzas Armadas
Ahora, el otro argumento, el argumento de que se está contra la Institución Militar, es necesario que los civiles lo contrarrestemos, como lo estamos haciendo diversos sectores en Venezuela en forma definitiva. El país no puede tener, no tiene ojeriza contra sus Fuerzas Armadas. El país necesita de sus Fuerzas Armadas. No creo que ningún venezolano tome la posición nihilista o absurda de pensar que Venezuela puede existir, desarrollarse y asegurar su independencia y libertad sin unas Fuerzas Armadas eficientes. Bien organizadas, técnicamente capaces de garantizar su soberanía exterior y su organización interna. Los ensayos hechos en otras partes conducen a situaciones peores: conducen, o bien al desarrollo hipertrófico de las fuerzas policiales (que vienen a llenar el papel que corresponde de por sí a las Fuerzas Armadas), o bien a la sustitución de las Fuerzas Armadas por milicias irregulares o por fuerzas personalistas, que en un determinado momento pueden llenar una función hasta patriótica o nacional, pero que, al fin y al cabo, no son la mejor solución ni el mejor factor para el afianzamiento institucional.
El hecho de que el Ejército no siga a un hombre ni a un partido, sino que se le inculque que está para servir a la Nación y respaldar las instituciones civiles porque son la expresión de la voluntad nacional, pero sin entrar a analizar el nombre de la persona o el color del partido que en cualquier momento represente esa voluntad, es una conquista fundamental para el futuro de Venezuela.
Comprendemos que dentro de los sectores civiles, dentro de los mismos sectores de opinión, puede haber gentes que tengan en el fondo ojeriza hacia lo que la institución armada representa. Porque al militar se le imbuyen ciertas virtudes, algunas de las cuales adquieren para él rango básico: la disciplina, la jerarquía, el orden, la idea del patriotismo, expresada en simbolismos que llegar a ocupar para él la mitad de su vida, si no la vida toda; simbolismos que quizá en algunos casos producen una deformación del carácter, difícil de entender para nosotros, pero que son indispensables para la función que le corresponde cumplir. El militar tiene un sentido de disciplina, que en un país cuya virtud nacional no es precisamente la de respetar la jerarquía suena como un poco inconforme con la manera de ser nacional; pero esa disciplina es indispensable y llena una función necesaria y básica en la organización venezolana.
Una oficialidad bien formada
Una oficialidad bien formada en escuelas militares donde se den principios sanos –los principios que deben inspirar la formación militar– es algo invalorable para un país. Más de una vez hemos pensado, por ejemplo, en el mérito de los constructores de los Estados Unidos, que formaron en sus escuelas militares, dentro de un país pacífico, que no estaba envuelto hasta ese momento en las guerras que padecía Europa y que solamente manejaba un contingente relativamente pequeño de soldados a través de un servicio militar transitorio, a una oficialidad que resultó capaz, de la noche a la mañana, cuando su patria se vio envuelta en un conflicto de gran magnitud, de manejar millones de hombres y conducirlos victoriosamente a frentes de batalla, gracias a la buena formación que recibieron. Y en estos momentos en que Venezuela atraviesa una situación de conflicto, que si no es para caer en histerismos, tampoco debe serlo para descuidarse, con un enemigo cercano, sin escrúpulos, acorralado por el mismo peso de sus crímenes y por el mandato inflexible de la historia y que encuentra en nuestro país el factor adverso decisivo para destruir su régimen, que es una vergüenza de América; en este momento, más que en cualquier otro, necesitamos hacer de nuestra Institución Armada digna del cariño y del respaldo de la ciudadanía.
En ese sentido, pues, debemos todos acentuar una evolución que se viene cumpliendo, y que reviste una gran importancia. Cuando muere Gómez ya hay una oficialidad joven que tiene un concepto institucional, en el sentido de que el viejo Ejército personalista, que era como una propiedad personal del Jefe del Estado, ha dejado de ser. Ya las Fuerzas Armadas representan un todo colectivo. Pérez Jiménez mismo no pudo hacer un Ejército perezjimenista, sino que se encontró con una organización en cuyo nombre trataba de actuar y de hablar, precisamente, para revestirse de la fuerza que esa institución representaba. Pero ese tránsito del viejo Ejército personalista a un Ejército institucionalizado tiene que consumarse hacia el encaje de esa institución dentro de las demás instituciones. Alguien me hablaba en estos días de que un alto jefe militar expresaba este concepto con el término «constitucionalización», vale decir, encajar definitivamente la institución armada en el conjunto de organismos que inspiran y organizan la vida del país.
Es perfectamente lógico que dentro de la misma institución militar haya generaciones y que, incluso, las nuevas generaciones tengan inquietudes que no se sienten satisfechas por las viejas. Sin embargo, la experiencia del 18 de octubre de 1945 nos dice que hubiera sido preferible esperar la consumación de una evolución normal y que las jóvenes generaciones de las Fuerzas Armadas hubieran llegado, a través de un proceso acelerado pero normal, a las altas posiciones de dirección en las Fuerzas Armadas, antes que haber roto, como se rompió entonces, el proceso normal, creándose una serie de secuelas que hasta ahora no hemos podido definitivamente remediar.
Transformación profunda
En Venezuela se está realizando una transformación muy profunda. Así como encontramos en la institución armada cómo se la hace verdaderamente un engranaje de la maquinaria democrática, así vemos también, por ejemplo, la transformación que se vive dentro del Poder Judicial. Y quiero decirlo porque he visto algunos comentarios que no interpretan lo que ocurre en la Administración de Justicia. Los jueces son jueces, se atienen a las leyes y al Derecho, pero son jueces nuevos, son jueces jóvenes, que no están dispuestos a dictar sentencias anti-obreras o a estampar, en sus fallos, principios contrarios a la vida democrática. Y es necesario tomarlo en cuenta para que, cuando se observe que las instituciones se conservan, se piense también en que el renuevo de sangre nueva y joven va entrando en ellas, dándoles un sentido propio y creador.
Es necesario conservar este camino. Así como las Fuerzas Armadas no se sustituyen, dentro de la Venezuela moderna, por milicias irregulares o por un bando personalista, así tampoco los tribunales se sustituyen ni se pueden sustituir por comisiones políticas para juzgar de acuerdo con caprichos o necesidades momentáneas. Estamos creando un Estado de Derecho, pero no el Estado de Derecho anacrónico, atrasado, al servicio de intereses oligárquicos o de intereses extranjeros: estamos creando, dentro de las fuerzas que caracterizan el Estado de Derecho, una concepción nueva y dinámica del Derecho venezolano. Están los jueces en la Venezuela de hoy para dar testimonio de que no es impotente la justicia cuando se la sabe ejercer. Y la actuación de la Policía Técnica Judicial, en la captura y en la instrucción del juicio contra los autores criminales del atentado del 24 de junio, tiene un valor excepcional en nuestra historia. Ella demostró que muchas veces las medidas tomadas de acuerdo con la ley son más eficaces que las que se toman al margen de la ley, y que cuando se marcha con el Derecho al servicio de la verdad y la justicia, el camino de un pueblo es más firme y más claro.
Yo quiero saludar la graduación de las promociones «Pedro León Torres» y «Batalla de San Mateo» –las más numerosas de estas dos Escuelas– a las que seguirá la graduación de los cadetes de Aviación Militar (y no de los cadetes navales, porque este año no habrá graduación en la Escuela Naval por el aumento de un año en sus estudios, de modo que los que iban a terminar este año tendrán que esperar hasta el año que viene); yo quiero saludar este hecho como un signo muy positivo, que el pueblo venezolano entiende y debe apreciar, y que también los nuevos oficiales, lo mismo que aquellos que actúan en los cuadros de la oficialidad superior y de la oficialidad subalterna, comprendan cómo es indispensable una gran conjunción de voluntades para lograr la grandeza de esta patria.
Buenas noches.