Sin constitución no hay democracia

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 16 de junio de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.

La introducción del Proyecto de Constitución es un acto de fe, un acto de fe en la nación venezolana, en el afianzamiento y estabilidad de las instituciones democráticas, en el progreso del país hacia la resolución de sus angustiosos problemas, en el desarrollo de la vida pública dentro de cauces de juridicidad. No hay nada que pueda preocuparnos más, en esta etapa histórica que actualmente vivimos, que el que nuestra gente, nuestro pueblo, nuestra juventud, puedan perder la fe en la experiencia que se está realizando, cuando precisamente es el caudal de esa confianza en el destino venezolano el mejor factor para realizar la obra que se está emprendiendo.

No es que los problemas no existan. Yo siempre me empeño en repetir que considero este momento sumamente delicado, sumamente difícil. He venido insistiendo, en todos los tonos, desde mi programa de televisión, o en las Cámaras Legislativas, en que la recesión económica y el desempleo son motivo de la más urgente y grave preocupación nacional, reclaman atención más que palabras, exigen una decisión inmediata y activa para recuperar la convicción de que se trabaja para que todos los venezolanos que en este momento carecen de ella, obtengan oportunidad para devengar el sustento. Pero es necesario, frente a la realidad dura del problema, con todo el derecho que se tiene de hacer énfasis sobre esa situación, dar aliento, como el elemento básico para todo lo que pueda hacerse a la esperanza y no a la desesperación; empujar y canalizar hacia adelante las fuerzas sociales y tratar de conjugarlas en una aspiración común, y no fomentar la divergencia, la malicia, la incredulidad, la desconfianza, cuyo efecto negativo sería difícil superar.

Fe en la constitucionalidad.

Cuando en las Cámaras Legislativas un grupo de hombres designados por el Senado y por la Cámara de Diputados nos hemos reunido unas doscientas veces durante más de un año para discutir punto por punto los problemas que plantea el articulado de la Constitución, hemos dado con ello un profundo testimonio de fe. Y cuando llevamos esta Constitución a las Cámaras y la entregamos a la opinión pública para que se pronuncien sobre ella todos los sectores sociales, para que se hagan pedimentos, para que se le formulen observaciones y reparos, para que nos den oportunidad de aclarar aquellas cosas que a lo mejor algunos no ven, y de corregir otras que nosotros no vimos y que pueda ser razonable modificar, estamos ratificando nuestra confianza en que Venezuela ha de superar las terribles dificultades que en esta etapa supone y de las cuales hablamos, por cierto, durante la campaña electoral.

Quien recuerde nuestros discursos en la campaña electoral de 1958, deberá reconocer que nuestro tema fundamental, al lado de la defensa de la unidad y de la proclamación de la fe en el destino de Venezuela, era el señalamiento de que este período presidencial iba a ser muy difícil. Dijimos que no era deseable, por cierto, la posición de Presidente de la República en este período, que ella involucraba una terrible responsabilidad histórica y que iban a aflorar todos los problemas que creó y engendró la Dictadura, todos los problemas que contuvo y que en cierta manera también aumentó la Provisionalidad, y todos los problemas que iban a surgir cuando el pueblo viera que no se resolvían como por arte de encanto y en pocos días o en pocas horas las angustias cuyo remedio ha estado esperando y que para él son la razón fundamental de su lucha.

Pero dentro de este cuadro (un cuadro serio y grave respecto del cual, a mi modo de ver, no ganaríamos nada con tratar de ocultarlo con bonitas palabras o colchas de apariencia, sino que debemos reconocer y aceptar tal cual es) tenemos que proclamar que la mano de toda Venezuela, no de un hombre ni de un grupo, ha de empuñar el timón para que salgamos delante de esta circunstancia. Y para salir adelante y hacer obra perdurable, tenemos que darle al país un ordenamiento jurídico, el cual reposa, fundamentalmente, sobre el texto constitucional.

Sustancia de la Constitución.

La Constitución proyectada representa en sustancia un grande y positivo avance. En el aspecto orgánico se reafirman hechos y valores tradicionales que le dan fisonomía a Venezuela. Algunos de ellos podrán llamarse líricos. Sin embargo, llevar la bandera, el escudo, el himno, el idioma propio, la figura de Bolívar y el deber de recoger el legado de su obra y el llamado que planteó a las generaciones futuras al texto de la Constitución, para nosotros significa recordar que tenemos una personalidad ante nosotros mismos, como pueblo, ante nuestras hermanas naciones de América y ante el mundo entero, y que en virtud de esa personalidad estamos obligados a poner a andar hacia adelante la vida del país.

Pero, además, sustancialmente, la declaración de principios que la Constitución contiene se orienta en esta idea: es necesario reafirmar los derechos individuales y políticos del hombre, pero, al mismo tiempo, proclamar y afianzar los derechos sociales y los derechos económicos del mismo. No nos pronunciamos ni por la democracia liberal-burguesa, para la cual la simple expresión de garantías individuales (muchas de las cuales tenían que quedarse en el papel) y de derechos políticos de los ciudadanos bastaba para hacer una Constitución; ni tampoco aceptamos lo que algunos pretenden denominar «democracia popular» o «democracia revolucionaria», que es la simple expresión de derechos sociales y económicos, olvidando los derechos individuales y los derechos políticos, atributo esencial de la persona humana y fundamento de la vida democrática.

Democracia política y social

Nosotros creemos que no basta la libertad de pensar, de expresar el pensamiento; que no basta la libertad de transitar; que no basta la inviolabilidad de la vida; que no bastan todas las garantías tradicionales establecidas como atributo del hombre y el derecho al sufragio, para asegurar la existencia de una democracia en esta segunda mitad del siglo XX: que es necesario completar su proclamación, con la afirmación del derecho al trabajo, del derecho a la educación, del derecho a la familia. Pero, al mismo tiempo, proclamamos que estos derechos no pueden ni deben lograrse con mengua de aquéllos. Es cuando la ciudadanía ejerce, como conjunto orgánico, la plenitud de sus derechos políticos, cuando tiene en sus manos el instrumento necesario para lograr la realización de sus derechos sociales.

El Proyecto formula, con criterio sereno, con cuidadoso estudio y análisis y con una profunda compenetración con las necesidades y angustias que Venezuela ha sentido y siente por el abuso de poder de que fue siempre víctima, las garantías individuales y políticas. Se incorpora, por ejemplo, a la Constitución, al derecho de amparo en su expresión más amplia, no solamente como garantía de la libertad personal, que sería la consagración del habeas corpus, sino como garantía de todos los otros derechos. El postulado está en la Constitución y la Ley lo reglamentará; pero, para no dejar que un aspecto tan importante del derecho de amparo como lo es el habeas corpus tenga que esperar la elaboración de la ley para entrar en vigencia, lo incorporamos en las Disposiciones Transitorias de la Constitución, donde se establecerán sus reglas fundamentales, mientras la ley, con una proyección más ambiciosa, extiende el funcionamiento del amparo a todas las garantías individuales, sociales y políticas.

Al mismo tiempo formulamos (y no con palabras huecas, sino con una honda convicción del deber del Estado de hacer frente a estas necesidades y a estos atributos de la persona humana) los derechos sociales y económicos. Es una de las partes de la Constitución de la que creo que podemos sentirnos más orgullosos. No hay ninguna, por avanzada que ella sea, que se pueda considerar mejor en la proclamación de estos derechos: el derecho al trabajo, fundamental y básico; el derecho a la educación, cuya vigencia está en proceso de realización total en Venezuela. Cuando se siente cómo ha disminuido radicalmente, después de la liberación, el porcentaje de niños que no tenían escuela, se experimenta la más viva complacencia. Y cuando los hechos nos autoricen a decir ante el mundo, y ello será una de las fundamentales conquistas de la Revolución venezolana, que no hay un solo niño en edad escolar sin acceso a la escuela, no solamente a la escuela primaria, sino a la educación técnica y a las ramas superiores de la educación, al alcance de la vocación y aptitud, estaremos proclamando uno de los aspectos más trascendentales de la Revolución venezolana.

Cuando hablamos del derecho de la familia a la protección del Estado, no pensamos hacer una declamación sonora: pensamos en la vivienda, en el subsidio familiar, en las presentaciones que tratan de darle un contenido material a ese gran hecho espiritual, base de la vida social, que constituye la sociedad familiar.

Y cuando hablamos del derecho al trabajo, no es que pensamos que por la circunstancia de escribirlo en la Constitución va a estar proscrito el desempleo, pero sí consideramos obligación del Estado remediar la situación a costa de los mayores sacrificios, estableciendo mecanismos que no existen aún, pero que en la Constitución se proclaman y que deben lograrse: como la seguridad social, que en aquellas circunstancias cíclicas en la que el número de trabajadores disminuya, pueda darles remedio transitorio, mientras una mejor organización de la economía y un desarrollo más apropiado de la educación técnica permiten resolver fundamentalmente este problema.

Organización de los Poderes Públicos.

En el aspecto orgánico del Estado, nuestra orientación también ha sido clara. Queremos hacer del Poder Legislativo, no un escenario de declamaciones huecas, sino un centro de trabajo. El Congreso ha sido objeto de muchas consideraciones, y hasta de ataques, en los recientes días. La verdad es que este Congreso en Venezuela, a pesar que ha hablado menos que muchos otros, es de los Congresos que han trabajado más. Prácticamente desde el 19 de enero de 1959, en que nos instalamos, hasta el momento, llevamos sesiones ininterrumpidas, contra períodos legislativos que se realizaban en noventa o cien días en años anteriores. Pero, sobre todo, hay un hecho: el Congreso no puede ser una máquina de fabricar leyes o de darle visto-bueno a las leyes que vienen del Gobierno. El Congreso tiene que ser un instrumento de trabajo, a través de sus comisiones. Y de esto la opinión pública sí debe darse exacta cuenta, porque raro es el día que no se informe que un alto funcionario del Estado, un Ministro, un Director de Instituto Autónomo, u otro de cualquier clase que sea, sea cual fuere su profesión o actividad, haya tenido que ir a explicar a las comisiones del Congreso los actos del Gobierno, a discutir los programas, a escuchar las críticas que la calle produce y que trasmiten a la Administración Pública los representantes del pueblo. Queremos, pues, un Congreso que trabaje mejor a través de las comisiones y que tenga además de la función de hacer leyes, la de controlar y de ayudar a orientar la vida administrativa y gubernativa del Estado. Y en este sentido, la Constitución de 1960 significará un gran paso de avance.

En cuanto al Poder Ejecutivo, lo queremos hacer constitucionalmente más responsable. Se establecen vallas mucho más avanzadas de las que nunca han existido en Venezuela para la reelección del Presidente de la República. Cuando ha estado establecido el principio de la no reelección, se ha dicho que el Presidente no puede ser reelegido para el período inmediato, pero sí para el otro, por lo que con frecuencia, al dejar de ejercer el mando un Presidente ya se convierte automáticamente en candidato para el período venidero. En el Proyecto hemos elevado a dos períodos la no reelección, de modo que el que deje de ser Presidente tendría que esperar diez años más para volver a aspirar a la Presidencia. No puede hacer un pacto con su sucesor para que éste le arregle las cosas para el próximo período: tiene que transcurrir por lo menos un período en que no podrá considerársele aspirante, y sólo al final de otro período, si todavía tiene suficiente popularidad o vitalidad política, podrá volverse a lanzar a la calle como candidato para tener la posibilidad presidencial.

Hemos buscado, además, fortalecer el Poder Judicial en forma seria y sobria. No hemos querido escribir muchas cosas, sino unos cuantos preceptos básicos para que la ley los pueda desarrollar: reconstituir la majestad de la Corte Suprema de Justicia y escribir en la Constitución que es el más alto Tribunal de la República y que contra sus decisiones no se dará recurso alguno; pero, al mismo tiempo, establecer las bases para la carrera judicial, para la inamovilidad efectiva de los jueces y para que un Consejo de la Judicatura venga a llenar importantes funciones que en este momento están distribuidas entre los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

Queremos que cada rama del poder sea fuerte y responsable, pero que se controlen recíprocamente, que se coarten abusos de poder: que ni pueda abusar el Congreso, ni pueda abusar el Presidente de la República, ni pueda abusar el Poder Judicial, sino que los tres tengan recíprocamente que ejercer un cierto control dentro de los límites que la Constitución establece, para asegurar el cumplimiento de los fines del Estado.

Otros aspectos de la Constitución.

Se han creado o vigorizado, además, diversas instituciones. Se han establecido modificaciones efectivas en el Proyecto de Constitución. La Hacienda Pública toma bases mucho más firmes y más claras. Y el Ministerio Público, es decir, la representación de los derechos ciudadanos para que no se les atropelle, toma cuerpo con un carácter mucho más importante. Por esto se ha creado el cargo de Fiscal General de la República, con toda la competencia en el Ministerio Público que actualmente tiene el Procurador de la Nación, y se le da, entre otras, explícitamente, una atribución muy cara para todos los venezolanos: la de velar porque en ningún establecimiento donde haya ciudadanos privados de su libertad, se pueda, en forma alguna, atentar contra los derechos de la persona humana.

Mientras el Ministerio Público se fortalece, el Procurador de la República viene a ser, eficazmente, algo así como el gran abogado del Estado, como el gran representante de los derechos de la República ante los Tribunales, como el gran consultor bajo cuyo control deberán desarrollarse las actividades de las Consultorías Jurídicas de todos los Despachos.

Se han incorporado a la Constitución una serie de cosas interesantes. Una de ellas, que busca su estabilidad, es la que prevé que si dentro de dos, tres, ocho o diez años, hay necesidad de hacer un cambio de alguna institución, no sea necesario hablarle al país de una Constitución nueva. La Constitución norteamericana aparece como la más estable del mundo porque tiene doscientos años, pero ha sufrido veinte y tantas enmiendas. En cambio, la Constitución venezolana aparece como muy inestable porque en ciento cincuenta años ha habido veinte y tantas Constituciones, pero la verdad es que nuestras Constituciones pocas veces han sido Constituciones nuevas, sino simples reformas parciales. Éstas se harán en lo sucesivo por el procedimiento de enmiendas, que dejarán sin tocar la Constitución en sí misma y se irán agregando a medida que sean necesarias. Y cuando el país tenga un nuevo concepto, una nueva idea, una nueva sensibilidad política que haga necesaria una nueva Constitución, entonces sí se hará una reforma general, que irá directamente al pueblo para que la ratifique, y el referéndum popular será entonces el atributo fundamental de una nueva Carta Constitucional.

Todo esto es apenas un rápido esbozo de los aspectos más interesantes del nuevo texto de la Carta Fundamental. Por la necesidad de vigorizar el concepto de la normalidad constitucional, hemos incluido una disposición que tiene un precedente en la Constitución mexicana, según la cual, si alguien atentara por la fuerza contra el orden institucional, si alguien lograra, a través de un golpe de Estado o de cualquier mecanismo de violencia, derrocar el imperio de la Constitución, ésta quedará siempre en vigencia, y conforme a ella y a las leyes que se dicten según el espíritu de la misma Constitución, serán juzgados aquellos que hayan atentado contra la constitucionalidad. De modo que el que pretenda alguna vez alzarse por la fuerza, por cualquier mecanismo, o en cualquier forma, contra el impero de la Constitución, tendrá siempre sobre su cabeza una espada de Damocles, porque habrá una base firme para, sin violar el principio de la retroactividad de las leyes y con una fuerza que ninguno podrá desconocer, aplicar todo el rigor de las leyes que la misma Constitución haya contribuido a desarrollar.

En cuanto a las Disposiciones Transitorias, ellas no forman parte del cuerpo de la Constitución, porque son normas que deben extinguirse una vez que se apliquen, mientras que la Constitución queda y dura.

Un alma para este cuerpo.

Yo tengo fe en que dure la Constitución. Algunas veces, algunos compañeros de Cámara, con cierto sentido del humor, han hecho el chiste de que yo pienso que la Constitución va a durar veinte, cincuenta, cien años. Yo no hago profecías. No miro el término; pero sí creo que si la Constitución refleja, como verdaderamente refleja, la conciencia actual de Venezuela, los venezolanos mismos nos encargaremos de hacer de ella base y fundamento de la gran revolución que el país está cumpliendo y tiene que cumplir.

Pero esa Revolución venezolana, con una base jurídica y constitucional, será más firme que cualquier aventura que sin ella quisiera realizarse. El mismo hecho de que se esté reclamando la sanción de la Constitución, el mismo hecho de que el retardo en la elaboración del Proyecto –que dio mucho que hacer– provocase el activo reclamo de los sectores políticos más variados y aun de los más impacientes, lo he considerado como muy positivo. Se han dicho discursos en la plaza pública, en las Cámaras Legislativas, se han escrito artículos reclamando la derogatoria de la Constitución de 1953 y la entrada en vigencia de la Constitución de 1960; se ha expresado, a través de muchos telegramas dirigidos a las presidencias de las Cámaras, el anhelo popular de que la Constitución sea rápidamente sancionada. Esto indica que la elaboración del texto constitucional no es la empresa romántica de unos cuantos ilusos, sino que corresponde vivamente al verdadero anhelo popular y a las necesidades de Venezuela.

Pero la Constitución es una forma: esa forma requiere un contenido. La Constitución es un cuerpo: ese cuerpo reclama un espíritu, reclama un alma, reclama una vivencia. ¿Cuál es ese contenido, esa alma, esa vivencia? El sentimiento del pueblo. La Constitución sería obra fracasada y absurda, por perfecta que fuere, si el corazón, la conciencia y la voluntad de los venezolanos no se incorporaran a ella para hacerla de verdad el documento fundamental de esta gran etapa revolucionaria que Venezuela está cumpliendo.

Este llamamiento es a todos: a los dirigentes políticos, a los dirigentes sindicales, a los dirigentes económicos, a los maestros de escuela, a los profesores de los liceos y de las universidades. Tenemos que llenar de contenido esa forma; tenemos que darle el alma de nuestro pueblo; la voluntad y el sentimiento de los venezolanos a esa Carta Fundamental.

Algunos, recordando las trágicas coincidencias que después de cien años parecen vivirse en Venezuela, desde la Revolución de marzo de 1858 hasta la terrible hecatombe que fue la Guerra Federal y que nos condujo, desgraciadamente, al más largo y despiadado período de autocracia que hemos sufrido en Venezuela y que vino a cerrarse sólo en 1935, piensen que esta Constitución pudiera tener rasgos similares con el fracasado intento de ese magnífico espíritu venezolano que fue Fermín Toro en la Constitución de 1858. Yo no lo pienso así. Creo que tendremos mejor fortuna que él. La hemos tenido ya, porque han pasado dos años y medio y el brote de la Guerra Federal fue cuestión de meses después de la Revolución de marzo.

La conciencia de Venezuela está madura, y yo tengo fe en que la madurez de nuestro espíritu se impondrá por sobre todas las dificultades para sacar adelante esta gran experiencia que estamos realizando.

Buenas noches.