La crisis y el presupuesto

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 23 de junio de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación en el diario La Esfera.

Es oportuno hablar del Presupuesto. El miércoles terminó su discusión en la Cámara de Diputados en un largo debate y el mismo día se envió al Senado, ya con un retardo considerable. Según la Constitución, debe estar sancionado antes del 1º de julio; en caso de no ser así, entrará en vigor automáticamente (es una de las normas más curiosas de la Constitución perezjimenista) el proyecto presentado por el Ejecutivo. Dada esta circunstancia, el Congreso se ve presionado por la brevedad y no puede dedicarle a un instrumento tan fundamental todo el tiempo que sería necesario.

Comprendo que los señores senadores se quejen de los diputados porque han retenido el proyecto hasta ahora, y sólo les quedan en total ocho días para las tres discusiones reglamentarias. Debo decir, sin embargo, que los señores diputados también se quejaron de la relativa premura con que se discutió el proyecto, porque todo el tiempo transcurrido desde el 7 de mayo, en que la Comisión de Finanzas de la Cámara se comenzó a abocar al estudio de este documento, hasta el 22 de junio en que se aprobó en tercera discusión, se consumió intensamente en los trabajos de la Comisión antedicha. Solamente el hecho de modificar la tasa de rebaja de los sueldos de los empleados públicos (que según el proyecto del Gobierno comenzaba, creo, a los 1.500 bolívares, y que según decisión de la Cámara de Diputados sólo afectará a los sueldos mayores de 2.500, es decir, que los empleados que ganen hasta 2.500 bolívares no van a sufrir rebaja) ocasionaba un problema de cálculo y de reordenación de las partidas en un documento tan extenso, que el Ministerio de Hacienda se manifestó incompetente para reimprimir el proyecto con todas estas modificaciones en el tiempo que se le requería.

Los diputados tuvieron, pues, un lapso sumamente premioso para hacer el estudio en el seno de la Comisión. Esto no impidió, sin embargo, que el tiempo destinado a su debate en el Senado sea demasiado breve, con la ventaja de que algunos senadores de la Comisión de Finanzas de la Alta Cámara pudieron asistir a los trabajos y consideraciones hechos por la Comisión de Finanzas de la Cámara Baja.

¿Remedio? El remedio está ya en camino: la nueva Constitución de la República establece que el Congreso no se instalará el 19 de abril de cada año, sino el 2 de marzo, fecha aniversario de la instalación del primer Congreso de Venezuela en 1811; y si se establece una disposición transitoria que obliga a presentar el Presupuesto de inmediato, comenzará el estudio y discusión del texto mes y medio antes y se le podrá dedicar un tiempo un poco más razonable.

Por cierto que, de entrar en vigencia la Constitución el presente año, como lo esperamos, ocurrirá la instalación de las Cámaras Legislativas el 2 de marzo de 1961, es decir, a los 150 años justos de haberse reunido por primera vez el Congreso de Venezuela el 2 de marzo de 1811.

El problema económico

El Presupuesto ocasionó y tiene que ocasionar, numerosos debates; pero éstos fueron más que todo políticos. El problema de la relación entre los gastos del Estado y el desarrollo de la economía nacional, se planteó; pero en la opinión pública tengo la impresión de que sólo tuvo una repercusión secundaria. Las cuestiones más debatidas fueron el presupuesto de la Universidad, el de la Defensa, el de los servicios policiales, la rebaja de sueldos de los empleados, la cuestión de los liceos militares. Es decir, una serie de cuestiones de interés político, pero no llegó a captar la opinión pública el aspecto más delicado que este Presupuesto representa para la Nación: ser un Presupuesto reajustado, con una rebaja considerable en los gastos públicos. Y si bien es cierto que algunos expresaron sus reservas frente a lo que este monto significa, en general no tomó el primer plano de la actualidad, ni ha provocado suficiente interés este hecho que me parece definitivo.

Debo significar aquí, sin embargo, que hubo una circunstancia curiosa e interesante (que, desde el punto de vista de mi partido, no deja de ser en cierto modo satisfactoria): los presupuestos de gastos del Ministerio de Fomento y del Ministerio de Agricultura y Cría (a cargo ambos de ministros copeyanos) fueron objetados por la oposición, pero no por considerarlos demasiado grandes, sino por considerarlos demasiado pequeños. Hubo voto salvado porque el Ministerio de Fomento no tiene asignado en el Presupuesto todo el dinero que necesita para desarrollar el gran plan de fomento industrial que reclama la República. Hubo voto salvado porque al Ministerio de Agricultura y Cría no se asignó todo lo que, en opinión de quienes lo emitieron, debió recibir para adelantar más allá los planes de la Reforma Agraria. Con lo cual queda fortalecida ante la opinión pública y dentro del propio Gobierno, la posición de los ministros Fernández y Giménez, al reclamar al Ministro de Hacienda y a sus colegas de Gabinete la mayor disponibilidad posible para impulsar el desarrollo económico del país.

La circunstancia de que el Presupuesto aparezca muy rebajado en su monto y a pesar de ello se considere que quizá no es un presupuesto equilibrado, es algo que a todos nos tiene que llenar de preocupación; pero no de una preocupación meramente negativa, para decir que las cosas están mal, sino de una preocupación activa, para ver si logramos en alguna forma que las cosas mejoren, y que mejoren con urgencia, porque en este momento, más que en cualquier otro, el reclamo de la realidad nacional es palpitante, y casi me atrevería a decir, estridente.

Es también curioso el que desde sectores de oposición y aún desde los diversos sectores de la coalición de gobierno se hayan expresado dudas sobre el monto efectivo del Presupuesto de Ingresos. Como todos saben, el Presupuesto consta de dos grandes partes: la previsión de lo que va a entrar y la autorización de lo que va a salir. Pues bien, la previsión de ingresos, según criterios que se expresaron en las Cámaras y que se han sostenido ante la opinión pública, es más alta de lo que en realidad ha de entrar; lo que significa que se han previsto gastos por encima de las estimaciones del Presupuesto. Si a esto añadimos que la Partida de Rectificaciones del Presupuesto –de donde se supone han de cubrirse las eventualidades– es prácticamente inexistente (porque se redujo tanto, que para un Presupuesto de 5.000 millones de bolívares viene a ser de 10, 12 o 14 millones de bolívares, es decir, una partida casi irrisoria) y, por otra parte, que se prevén ya gastos que tendrán que hacerse en alguna forma fuera de lo presupuestado, para evitar el despido de trabajadores y para atender a ciertos reclamos de trabajadores dependientes del Estado, llegamos a la conclusión de que la situación es muy grave, pero de que lo sería mucho más si exigiéramos un rigor absoluto para que los gastos públicos se limitaran estrictamente a lo que con un criterio analítico se estime que entrará a las arcas nacionales.

Crisis o recesión

Ahora, esto ocurre precisamente en un momento en que la Nación atraviesa una situación de crisis o, si la palabra no nos gusta –para usar un vocablo técnico– por un momento de recesión; o quizá, hablando todavía más correctamente, por una alternativa del ciclo económico. Lo cierto es que la actividad económica baja, y aunque las cifras no siempre son dignas de confianza, no se necesita ser un economista ni ver demasiados números para darse cuenta de la situación.

A propósito de cifras, hubo un debate pintoresco en el Senado con motivo de la Ley de Alquileres. El Senador D’Ascoli y el Senador Uslar Pietri presentaban cifras distintas, y Uslar Pietri dijo que las estadísticas eran como las mujeres: que se debían presumir honorables mientras no constara lo contrario. A lo que alguien dijo que también los hombres, al fin y al cabo, deben presumirse honorables mientras no conste lo contrario. Pero, en verdad, viendo cómo se juega con las cifras y la falta de seguridad que hay en ellas, quizá tenemos que decir más bien que debemos desconfiar de todas mientras no se demuestre que merecen confianza.

Pero sin necesidad de meternos en los juegos de los números que a cada momento se hacen, cualquiera sabe que la situación es difícil: porque tiene un familiar que lo despidieron de su trabajo, o porque un amigo suyo que tenía un negocio ahora no vende, o porque un relacionado que compró un terreno y lo quiere vender no encuentra quién lo compre. Todos sabemos que hay mala situación. Pero da la impresión de que quisiéramos menospreciar la experiencia mundial y olvidáramos que los momentos de recesión reclaman, de acuerdo con la ciencia moderna, no una política tímida, encerrada ante las contingencias, sino una política audaz, que abra nuevos caminos e impulse nuevas actividades, hasta que la vida económica readquiera su ritmo normal.

Mucho han comentado los autores el bíblico episodio de José, el ministro del Faraón, intérprete de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas. Esto es el ciclo económico: la sucesión de períodos de abundancia y de períodos de escasez. Pero, ¿cuál debe ser la política ante el ciclo económico? Ahorrar un poco en tiempos de abundancia para aumentar el gasto en tiempos de escasez.

Política anti-cíclica

A esto lo llaman los técnicos política anti-cíclica: cuando hay mucha abundancia, precaverse para cuando no la haya, y cuando haya escasez, soltar la mano, buscar recursos que compensen el déficit con que opera la colectividad. Pues bien, en Venezuela parece que estuviéramos empeñados hace años, y que siguiéramos en ese empeño, de olvidar completamente las normas de la política anti-cíclica. Por ejemplo, hace tiempo se viene diciendo (y en ello hemos hecho empeño muchas personas) que el ritmo de las obras públicas debe armonizarse con las oscilaciones económicas. En el interior de la República hay regiones cafeteras donde para coger la cosecha hay que buscar obreros. En las regiones fronterizas de occidente hay que traer braceros colombianos para la cosecha de café, porque si no, se pierde. Pues bien, muchas veces las obras públicas coinciden con el tiempo de cosecha: se buscan obreros para las obras públicas cuando faltan peones para las actividades agro-pecuarias, y al terminarse de coger la cosecha terminan también las obras públicas. Esto que observábamos en nuestras clases sobre Derecho del Trabajo, se agravaba con la manía del régimen pasado de hacer las obras para el 2 de diciembre. Esas obras no comenzaban sino después de julio, es decir, después que entraba en vigor el nuevo Presupuesto, y terminaban con el año. La cosecha de café, por su parte, empieza más o menos entre agosto y septiembre, y termina en diciembre o enero. De modo que en la época de mayor actividad, la de escasez de brazos el gobierno buscaba también brazos para las obras públicas y éstas concluían en el preciso momento en que el obrero no tenía posibilidad de encontrar trabajo en las actividades agro-pecuarias.

Bueno, en Venezuela hacemos una política al revés desde hace mucho tiempo. Y esto es lo que nos debe preocupar en el momento actual. En la situación de auge de inflación, en que se gastaba lo indecible, el empeño era ver cuánto más se gastaba, y en el momento de recesión que estamos atravesando parece que estamos todos empeñados en comprimir y comprimir, sin darnos cuenta de que con ello la situación se hace más grave. Y esto no lo hace solamente el Estado: pasa con los particulares. Un comerciante que previendo la mala situación despide parte de su personal, no se da cuenta de que con ello contribuye a empeorar la situación, porque el personal despedido representa una disminución de la capacidad del mercado. No compra a otros, otros tampoco le compran a él. Y esa serie de despidos, esa actitud de reducir, reducir y reducir con la idea de sanear, forman una especie de cadena sin fin, o mejor dicho (para hablar con los términos físicos de actualidad) una reacción en cadena que multiplica sus efectos a medida que se va deslizando.

Frente al problema del Presupuesto –que por cierto no es para resolverlo en un mes ni en mes y medio, sino para comenzarlo a estudiar de una vez para el año que viene, en reuniones en la cima, donde se discutan muchos aspectos fundamentales de la reordenación de los gastos del Estado– esto es precisamente lo que ocurre. El problema no está en gastar menos, sino en gastar mejor, en reordenar los gastos para poder disminuir unos mientras se aumentan otros. Pero es indispensable que en alguna forma se busque la solución para insuflarle ánimo a una economía desconcertada. Si no fuera por el chorro de petróleo que sale todos los días hasta casi tres millones de barriles y que encuentra todavía sus principales mercados seguros, quién sabe hasta dónde podrían llevarnos las proporciones de la crisis actual.

Las causas de la crisis

Si uno se pone a analizarla, esta crisis tiene causas políticas y causas económicas. Y no sé si yo estaré en lo cierto (ni soy especialista, pero es cuestión de sentido común) al enfocar las causas de la crisis en estos dos aspectos. Las causas políticas, primero, todos las conocemos: alteración de un orden establecido e incertidumbre del orden nuevo que se va a crear. La propaganda, los discursos, los programas de televisión, los periódicos, los mítines, una serie de cosas que la gente no está acostumbrada a oír y que la desconciertan, causan en el hombre de negocios y en el inversionista una sensación de temor ante lo que puede ocurrir, que lo hace retraerse, y esa retracción va aumentando y se va contagiando el ejemplo y a veces llega a producir una recesión general. Esto, aumentado por medidas que repercuten sobre la organización económica en general. Y segundo, las causas económicas, que son: la de que el gasto en Venezuela subió a proporciones deficitarias, es decir, estábamos gastando a cargo de reservas petroleras vendidas y de deudas que se iban acumulando sin que constaran en una sana contabilidad, de modo que el auge llegó a tal extremo, y el ansia de especulación fue tan grande y tan amplia la facilidad de ganar dinero, que se comenzó a hacer negocios fuera de toda medida, sin cálculos razonables ningunos.

Yo recuerdo cómo todavía en 1957, cuando ya por cierto empezó a manifestarse un cierto fenómeno de recesión, se anunciaba una urbanización en cualquier zona, y la gente iba a comprar el terreno sin molestarse en caminar hasta el sitio donde estuviera la parcela, que a lo mejor no existía, sino que se limitaba a ver el plano y a oír que le decían: «allá queda su parcela», y la compraba simplemente con la idea de que pagando 25 bolívares por el metro cuadrado y dando unas doce cuotas mensuales, al cabo de un año podía vender a 40 o 50 bolívares el metro y ganarse un dineral mediante una pequeña inversión. Lo mismo ocurrió en Estados Unidos para la gran crisis de 1929. Dicen los comentaristas que hasta los mesoneros se entregaron al negocio de la especulación. Todo el mundo quería ganar dinero, ganar dinero fácil, ganar dinero rápido. Ante esa expansión poco sólida, sin base firme, del gasto económico en Venezuela, también se deformó la economía, por actividades que seguramente no eran las más convenientes, o por lo menos, proporcionadamente, no eran las más cónsonas con el desarrollo del país.

¿Cuál es el remedio ante esa situación que se plantea? Si vamos a la reducción drástica de los gastos y al reajuste de la economía para que se dejen de hacer unas cosas y se hagan otras, probablemente aumentaremos los perjuicios y llegaremos a consecuencias peores de las que tratamos de remediar. Pero si pensamos que estamos en un país de indudable crecimiento, de indudable desarrollo, de potencial demográfico y económico y que tiene que progresar, con el solo hecho de contener los gastos en el nivel que estaban y reordenarlos para que no se sufran grandes trastornos internos, el propio desarrollo económico del país llega a absorber cualquier exceso y a nivelarse y a sobrepasarlo en el camino. Ahí sí se podría decir, con el proverbio de nuestro pueblo, «en el camino se enderezan las cargas».

Esto mismo ocurre, a mi modo de ver, en la reestructuración de la vida económica. Por ejemplo, el problema de la construcción, de que tanto se habla. Que en el país no puede ser siempre la primera industria la construcción de viviendas, estamos de acuerdo. Que no puede ser que el país se nutra en su vida comercial de exagerada importación de automóviles o de mercancías extranjeras, perfectamente de acuerdo. Pero la solución no está en cerrar esa fuente de actividades en el mismo momento en que no se tienen otras fuentes que absorban la vida económica que por ese lado se cierra: es necesario ir abriendo nuevas puertas para ir cerrando progresivamente éstas hasta llegar a un equilibrio que no haga desaparecer, por ejemplo, ni mucho menos, la construcción, pero que la convierta en un factor proporcionado al desarrollo del país.

Política clara, coherente y firme

Yo no sé si nos hemos dado cuenta suficiente de esto, y tengo la impresión de que el Gobierno no ha tenido hasta ahora una política clara, coherente y firme ante esta situación. La opinión pública está reclamando con angustia dos cosas: en primer término, que la línea política se haga más clara y firme. A medida que el malestar económico aumenta, aumentan los rumores de perturbación del orden público: por un lado se repite el célebre y constante cuchicheo de los golpes; por otro lado, se habla en forma amenazadora, se hace frecuente un tema que parecía vedado, el de la llamada insurrección popular. Hay quien diga que «no responde» de lo que pueda ocurrir; y al afirmar que los sectores populares están descontentos, anuncia que puede ocasionarse un estallido (que sabemos no remediaría nada sino que haría las cosas mucho peores). Frente a todos estos rumores, el país reclama una línea política sostenida y precisa en el seno de la coalición, donde se nota una especie de inconsistencia para seguir, definida y claramente, una determinada línea.

Pero, por otra parte, desde el punto de vista económico, el país reclama una inyección urgente; no una inyección meramente paliativa, para pasar una situación momentánea, sino llena de vida efectiva, que le dé capacidad de progreso a la vida económica.

Plan de obras reproductivas

El año pasado hubo que caer en el empréstito de doscientos millones de dólares –casi setecientos millones de bolívares– para remediar un déficit presupuestario. Una pequeña parte fue invertida en determinados fines reproductivos, pero fue casi todo para solucionar el déficit. El país no podía cerrarse y había que echar adelante. Si se hubiera tenido un gran plan de obras públicas reproductivas, habríamos suscrito con alegría ese empréstito y estaríamos dispuestos a autorizar un préstamo a largo plazo para obras verdaderamente reproductivas. Que sienta el país que le van a dar impulso, que le van a dar trabajo a mucha gente que no lo tiene, oportunidad de ganar la vida a los que están sufriendo un serio atraque y, al mismo tiempo, impulso a la circulación para reestablecerla artificialmente hasta que por sus propios medios llegue el país a la normalidad.

Yo soy partidario decidido de desarrollar un gran plan de vivienda popular, urbana y campesina, y un gran plan de obras públicas reproductivas, que deben estudiarse con urgencia inmediata, y de financiar esas obras con préstamos sanos y a largo plazo, buscados con verdadera decisión y que entren al torrente circulatorio escaso que está viviendo Venezuela antes de que la situación sea demasiado grave. En estos días se lo decía a Rafael De León, nuevo Ministro de Obras Públicas. Es de verdadera necesidad el que él se haga el campeón de esta idea y que la colectividad lo apoye. No podemos seguir viendo cómo las cosas se comprimen, mientras las circunstancias, en muchos factores sociales, se tornan asfixiantes.

Es necesario que el Estado tome una política anti-cíclica. Roosevelt cometió muchos errores económicos, dicen sus críticos, pero es lo cierto que Hoover, el técnico, el sabio, con las medidas clásicas de reordenación de gastos, fracasó, política y económicamente; y que Roosevelt, con audacia, empujó la vida de los Estados Unidos en el momento en que padecía la más tremenda crisis y pudo sobrevivir de ella y hacer que el país siguiera hacia adelante.

Venezuela necesita hoy, ante esta situación, un gran empuje y estamos todos en el deber de darle aliento al gobierno para que se decida a darle un envión a la vida nacional, que tanto lo reclama en este momento de estancamiento.

Buenas noches.