Actualidad y tregua

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 5 de mayo de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.

El fracasado golpe del Cuartel Bolívar de San Cristóbal, resultó un hecho muy positivo para la confianza en la estabilidad de las instituciones democráticas de Venezuela, porque se venía diciendo, desde la propia instauración del régimen constitucional, que este gobierno estaba predestinado a ser víctima, en una cosa de pocos meses, de un golpe militar. Estalló el golpe, lo encabezó la figura que había desempeñado el Ministerio de la Defensa en los días inmediatos al 23 de enero de 1958, contó con el Comando de un Agrupamiento de los más importantes de la República, se comunicó con todas las Guarniciones, y el fracaso fue casi inmediato: veinticuatro horas para la liquidación, con el mínimo costo para el país, de una aventura que se venía profetizando como definitiva para la ruina del ensayo del sistema constitucional.

Esto revela que lo que se ha venido diciendo sobre la solidez de las libertades conquistadas por el pueblo de Venezuela no era simple expresión verbal. Y si el general Castro León tuvo comprometidos en otras partes, esos comprometidos, o no creyeron en el éxito, o no se atrevieron a actuar, o no existieron, y en cualquiera de estas hipótesis, la conclusión que debemos sacar es que la decisión de los venezolanos de defender las instituciones democráticas fue un hecho tan patente que no hubo quien secundara aquella aventura, que tuvo un desenlace hasta cierto punto pintoresco, pero, sobre todo pedagógico, en las manos venezolanas del campesino Parada y de sus compañeros.

El fracaso de la sublevación, por otra parte, fue un golpe para el gobierno de la República Dominicana, que al ver contados sus días, está tratando desesperadamente de fomentar insurrecciones de este tipo en todos los países de Latinoamérica, y especialmente en el nuestro. El Generalísimo Trujillo se ha llevado algunos chascos… Este es, sin duda, uno de bastante monta. Y el otro ha sido el rompimiento de relaciones diplomáticas por parte del Gobierno de Colombia, hecho muy significativo dentro del panorama internacional.

La intranquilidad subsiguiente

Al peligro de la rebelión militar, sofocada con la derrota y captura del general Castro León y de sus cómplices, siguió en el país un estado de intranquilidad no exento de verdadera alarma. Y es necesario señalar  también con mucha claridad, síntomas de una propaganda que trata de crear en la conciencia nacional la idea de que el gobierno democrático subsistirá mientras no se realice lo que han dado en llamar una «insurrección popular». Es preciso hacer frente a esta tesis. Consideramos indispensable, y más en un momento como éste, robustecer la conciencia cívica de los venezolanos, y en especial de las nuevas generaciones, que suelen ser por su acometividad y por su inclinación emocional, más aptas para hacerse eco de determinada propaganda.

En reciente debate en la Cámara de Diputados, Gonzalo Barrios señaló que en la Plaza de El Silencio una consigna bastante destacada anunciaba que éste sería el año de la insurrección y que debíamos prepararnos para ella. Ante esta afirmación del diputado Barrios, basada en documentos fotográficos de prensa, ha habido aclaratorias, pero que no han acabado de aclarar el caso.

Se ha expresado –suposición que daría idea de una organización extraordinaria por parte de los perezjimenistas– que perezjimenistas infiltrados en la manifestación del 1º de mayo colocaron aquella consigna, pero la fotografía revela que se trataba de una tira de muchos metros de largo y estaba colocada en el balcón principal del Bloque No. 1 de El Silencio, en el sitio prominente de la manifestación, de manera que no pudo ser llevada allí por sorpresa. La opinión pública tiene el derecho de saber quién colocó allí aquella tela de propaganda, así como tiene derecho a saber a qué partido pertenecían o qué consigna estaban cumpliendo los grupos que se infiltraron dentro de la manifestación de trabajadores, que tomaron una actitud irrespetuosa con el Presidente de la República y vocearon consignas que nada tenían que ver con la fiesta de los trabajadores, sino con consignas de pura política controversial, de tipo interno, pero eminentemente político.

La tesis de la insurrección popular

Sobre todo, nos ha preocupado oír de labios de gente que hasta por su propia formación tiene el deber de alentar la conciencia jurídica del pueblo, que no se habla de insurrección popular «porque no existen aún las condiciones para que esa insurrección se produzca». Es como si se dijera que es cuestión de preparar el terreno, y cuando esté preparado, entonces queda perfectamente justificado el que se realice eso que llaman la insurrección popular.

El diputado Barrios decía que quizá podría suceder con esto como con lo del «paredón», que venga luego la explicación de que se trata de algo meramente simbólico y que cuando se habla de insurrección popular, simplemente se quiere hablar de aspiraciones de tipo general en la mejora de las masas.

Pero es necesario señalar lo importante de que a nuestras juventudes y a nuestras masas, a la opinión en general, se le aclare perfectamente la idea de que sólo el fortalecimiento de una conciencia jurídica sobre el régimen democrático les ofrecerá base segura y firme para la honda transformación que dentro de este proceso, el cual puede legítimamente llamarse la Revolución venezolana, se está efectuando y tiene que efectuarse de una manera constructiva y verdaderamente definitiva.

Porque también en épocas pasadas hubo llamados a la guerra civil en nombre de la insurrección popular; también nuestro pueblo vivió la propaganda de los demagogos que encendió los ánimos hasta encontrar que la única manera de solventar sus diferencias de opinión era matarse en los campos de la guerra civil. Y la historia no se ha equivocado. Nunca, a través de esos movimientos, se obtuvo un resultado efectivo, una organización sólida que diera al pueblo de Venezuela realizaciones de bienestar y de justicia. Hubo, sí, la obra destructiva de las guerras civiles, que tuvieron apenas algún aspecto positivo: cinco años de Guerra Federal, destruyendo y matando, acabaron con las diferencias de clase social, pero no constituyeron sino el peldaño de la autocracia guzmancista, tras de la cual vinieron en cadena, como si no hubiera podido impedírselo, con brevísimos interregnos civiles, la autocracia de Crespo, formado en los propios campos de batalla de la Federación, la autocracia de Castro, la autocracia de Gómez.

De modo que el lema, el motivo que se pretende generalizar, es necesario que se analice a fondo. Y es indispensable que los muchachos y que la gente en general forme la idea, de que sólo la conquista de una estructura sólida a base de principios, de normas jurídicas, pueden servir de verdadero fundamento para una gran revolución, para una gran transformación como la que Venezuela necesita.

Esta idea tenemos que afirmarla tanto más cuanto que es en virtud de ella como hemos podido lograr la convivencia, el acercamiento de los partidos y la formación de una conciencia institucional en el Ejército. ¡Bonito argumento el que tendríamos para los militares diciéndoles que ellos no tienen derecho a alzarse contra el orden establecido por el pueblo porque los principios jurídicos lo impiden y al mismo tiempo les dijéramos que el día que otros grupos que obran o pretenden obrar en nombre del pueblo se sientan lo suficientemente fuertes, ese día sí tienen derecho para atropellar los principios, para desconocer la Constitución y las leyes, para derrocar los gobiernos establecidos por la voluntad popular a través del sufragio y para gobernar en forma omnímoda de acuerdo con su voluntad. No, ese no es el sistema. El sistema verdaderamente eficaz para lograr las conquistas que los venezolanos hemos estado esperando durante tanto tiempo, es el de mantener la idea de que hay valles de tipo jurídico, de que hay cauces por los cuales es necesario transitar. Y de que, para defender esos cauces está la voluntad de todos los venezolanos, dispuesta a fundirse por encima de todas las diferencias. Es necesario, pues, afirmar esas instituciones para que podamos llegar a realizar una labor de construcción como la que la República nos está reclamando.

Interpretación de la tregua

Se está hablando en estos días de tregua, y desde luego, no seremos nosotros, defensores siempre del respeto, la convivencia, de la decencia en la lucha política, quienes podamos oponernos a esta tregua. Pero quisiéramos que se explicara mejor, porque tregua significa algo así como suspensión de hostilidades por un determinado tiempo en las fuerzas contendientes. Ahora, convenir una tregua implica el ordenamiento de la vida dentro de determinados cauces, el cese de los insultos, de la difamación que a menudo se utilizan como armas de la lucha política, el establecimiento del respeto a las instituciones ya establecidas, el encauzamiento de la vida nacional a través de sus canales normales,

No se puede concebir que se hable de tregua al mismo tiempo que se trata de desconocer, de difamar, de establecer surcos entre los venezolanos, de levantar consignas divisionistas y excluyentes. No se puede lograr que haya sinceridad en la tregua propuesta, si no se da el ejemplo de aconsejar a los sectores sobre los cuales cada una de las fuerzas políticas organizadas ejerce influencia, para que mantenga el respeto debido en la lucha leal de las ideas y de los sistemas frente a sus contendores.

Estamos observando, por ejemplo, como se está realizando una tarea de exacerbación en las mentes juveniles. Yo fui joven y en mi juventud luché y luché ardorosamente, y creo que la juventud tiene el deber de luchar, y respeto profundamente la pasión de un joven por sus ideas y por sus principios. Considero que la devoción de un muchacho por las ideas que cree mejores, por la organización a la cual ha dado su nombre o su respaldo, es algo hermoso dentro de la vida venezolana. Yo me he pronunciado siempre en favor del voto de los muchachos de dieciocho años, porque creo que ellos aportan a la vida colectiva un gran elemento de sinceridad. Considero inevitable el que aún en la misma edad del Liceo, las ideas políticas se presenten y se confronten y se luche por ellas con ardor; pero creo indispensable establecer claramente las reglas del juego. No hay derecho a abusar de la buena fe, de la pasión, y un muchacho de liceo para lanzarlo a vocear por la calle consignas de negación a los otros grupos políticos, de ataque canibalista (para usar la palabra que es tan grata en determinados ambientes) contra los adversarios, de irrespeto a las instituciones, al gobierno establecido, a las normas que el pueblo venezolano se ha dado. Que esos muchachos tengan inconformidad, que reclamen mejoras, que estén en desacuerdo con muchas cosas que no entienden, o que entienden pero con las cuales no pueden hallarse en armonía, eso es perfectamente lícito, perfectamente lógico. Pero tenemos que hablar al estudiantado liceísta y universitario de Venezuela, y especialmente a los que actúan sobre ese estudiantado desde diversos sectores, para que admitan que esa prédica de ideas, ese adoctrinamiento y esa organización tienen que tener límites, tienen que encontrar sendas de construcción.

Las nuevas generaciones

Tenemos necesidad de que estas generaciones nuevas que van a sucedernos, se formen para la gran tarea que tienen que cumplir en Venezuela. No podemos hacer de ellas la generación de las «bombas molotov», docta en el conocimiento de las granadas de mano y de las armas automáticas y desapegadas de la preocupación por los grandes problemas del país. Yo no sé si nos damos cuenta de que Venezuela es un país en crecimiento, en dinámico crecimiento, que va a necesitar, pero en gran escala, de técnicos, de hombres formados, de hombres capaces; no de técnicos fríos e indiferentes ante las cuestiones políticas, sino de técnicos que sientan el dolor humano, de técnicos que sientan las angustias de su país, pero que se preparen debidamente, que sepan hacer números, que sepan resolver situaciones sin lo cual el país, predestinado a un formidable crecimiento, se encontraría estancado o en peligro de graves retrocesos.

En esa lucha política, menuda pequeña, que se está despertando, en esa eclosión de pasiones, en esa presencia de negaciones recíprocas, como que se nos olvida que es el momento de imbuirle a Venezuela una gran voluntad de creación. Tenemos que desarrollar planes ambiciosos. Tenemos que acometer obras que sean capaces de dejar una proyección para el mañana. Y me preocupa esto extraordinariamente, porque mientras nos estamos peleando no nos damos cuenta de que muchos recursos nacionales se están perdiendo, de que muchas posibilidades de trabajo y de creación se están menospreciando y de que hay situaciones que tenemos que ver con mucha seriedad y que no tenemos tiempo de verlas porque se nos va nuestra energía y nuestra atención en toda esta serie de discrepancias, que al fin y al cabo palidecen cuando se piensa en la obra común por hacer.

Miremos el Proyecto de Presupuesto para el año 60-61 presentado a las Cámaras Legislativas por el Ministerio de Hacienda. El año pasado se gastaron siete mil millones de bolívares. Este año, el Presupuesto, para ser equilibrado y correcto, tiene que mantenerse en cinco mil quinientos millones de bolívares. Mil quinientos millones de bolívares menos  en gastos, en un país en crecimiento y que en estos momentos está sufriendo cierta contracción económica, puede tener repercusiones funestas, muy graves, dentro de la vida económica de Venezuela. Si eso no se compensa con la planificación y el estudio de obras que se comiencen ya y que den desahogo y actividad y posibilidad de acción, y al mismo tiempo estímulo a los sectores económicos que en una forma o en otra tienen que colaborar en la gran empresa de construir un país, la situación se puede hacer muy grave. La fuerza de los hechos puede darle una carcajada trágica a las discusiones de los fanatismos que se busca despertar en este momento en grandes cuadros de la población venezolana.

Hemos venido hablando durante dos años y medio de unidad, de entendimiento entre los venezolanos. Tengo la impresión de que nunca ha sido más urgente y más necesaria que en este momento, precisamente porque el ritmo económico y el desarrollo del país exigen un esfuerzo que grupos aislados, con actitud divergente o posiciones más o menos estériles, no podrían afrontar.

Esta circunstancia debe ser  más bien propicia para que los que quieran encender en la muchachada y en el pueblo el ánimo de las grandes acciones, se lo enciendan pero en un sentido constructivo. Sería una lástima tomar a nuestros muchachos de los liceos y de las universidades y convertirlos en arietes de destrucción y negación para lapidar a quienes no comulguen con determinadas corrientes. Esa fuerza es un potencial grande que hay que dinamizar, que hay que galvanizar, pero poniéndole hacia adelante como una fuerza constructiva. Vamos a ver si creamos en esos muchachos la mística de la Patria que se nos presenta por delante y la convicción de tener entre sus manos, como una blanda arcilla, el propio destino de Venezuela.

No son frases hechas, no son lugares comunes: es una realidad que nos está llamando, que nos increpa de una manera angustiosa y a la cual todos los venezolanos de esta hora tenemos el deber de atender.

Buenas noches.