La alarma de la devaluación
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 10 de noviembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación el domingo en el diario La Esfera.
El anuncio, hecho el domingo pasado a la representación de los sectores políticos, económicos, laborales y financieros de la República, de que se había propuesto la devaluación del bolívar, corrió con rapidez de alarma. El anuncio posterior, de que el gobierno no había acogido la medida propuesta, ha constituido un verdadero triunfo para el gobierno mismo, para la opinión pública y para los intereses nacionales.
Técnicamente, hemos de reconocer que la medida propuesta no era totalmente la medida devaluatoria clásica, desde luego que se mantenía el precio de compra de las divisas provenientes de la actividad petrolera y minera. Era una devaluación en la venta de dólares, a través de la cual se aspiraba a realizar una doble finalidad: por una parte, aumentar los ingresos fiscales con un impuesto sobre la adquisición de divisas; por la otra, equilibrar la balanza de pagos, tratando, con el mayor costo, de evitar la adquisición desproporcionada de moneda extranjera para situarla en sus límites normales.
Nuestra posición categórica
Nuestra opinión fue categórica desde el principio. Consideramos que los fines propuestos no se realizarían plenamente, y que el solo anuncio, por otro lado, la sola determinación de que se proponía adoptarla, produciría consecuencias sumamente graves y peligrosas sobre toda la vida económica y hasta la vida política y social de Venezuela.
Desde el punto de vista del mercado de divisas, más que producir una tendencia al equilibrio, la devaluación podía provocar en el ánimo de la gente un sentimiento de pánico sumamente peligroso, que más que aminorar excitaría la fuga de divisas y conduciría después a una más grave situación. Desde el punto de vista del ingreso fiscal, la medida venía a recaer sustancialmente sobre las clases consumidoras, sobre las clases populares, especialmente, cuyo costo de vida se vería aumentado para algunos renglones en el 20% y para otros renglones en proporción variable, lo que provocaría un mayor malestar y agravaría los planteamientos laborales y sociales que se encuentran pendientes.
Por añadidura, a estas razones fundamentales, la medida es de aquellas que tienen carácter de irreversibilidad: por más que se la propusiera como una cosa transitoria, lo cierto es que una vez devaluada una moneda, es sumamente difícil y muy limitado el proceso de recuperación.
El gobierno, en la noche del domingo, ante los argumentos planteados, adoptó una decisión de emergencia al suspender por 48 horas la venta de divisas, y durante esas 48 horas hizo un análisis exhaustivo de la situación. El haber rechazado la propuesta de la devaluación constituye un título de honra, que es motivo de reconocimiento a la actitud gubernamental por parte de todos aquellos que en una forma o en otra han vibrado en estos días con el anuncio de la posible devaluación.
Reglamentación de la venta de divisas
Naturalmente, la sola circunstancia de haber trascendido el proyecto de adoptar la medida hacía indispensable, inaplazable, inevitable la adopción de una medida de control: control de cambios, o mejor dicho, control de divisas. Quizá tampoco técnicamente puede hablarse de un control, o a lo menos, de lo que por esto se entiende comúnmente; se trata, más bien, de una reglamentación de la venta de divisas adquiridas por el Banco Central, quien a este respecto ejerce la personería de la Nación. El cambio sigue legalmente tan libre como antes. Solo que las divisas que el gobierno adquiere, las que recibe y continuará recibiendo al mismo precio de antes, fundamentalmente de las actividades petroleras y minera, las venderá para aplicarlas a las necesidades del país, sin que se permita la continuación del terrible abuso que viene sangrando la economía nacional, no para realizar adquisiciones, sino para trasladar capitales y ahorros a otros territorios, aumentando la difícil situación económica que hemos venido atravesando.
En realidad, se trata, pues, de una reglamentación para la venta de divisas, y esta reglamentación, si se hace con eficiencia y honestidad (será una prueba muy interesante para el gobierno democrático), puede conjurar, y con carácter realmente transitorio, la situación deficitaria que en la compra y venta de dólares se ha venido observando en los últimos tiempos.
No debe haber alarma sobre la posibilidad de satisfacer las necesidades del mercado. No debe haber preocupación de que los capitales que vengan de buena fe a desarrollar la economía del país puedan cohibirse, de que no puedan obtener la libre convertibilidad de su moneda en el momento en que así lo desearen. La reglamentación es bastante clara, y en este sentido la medida no puede considerarse dañina para la economía nacional.
El déficit no es estructural
Es interesante a este respecto, observar algunas cifras. No somos muy apegados al uso de las cifras, y sabemos que ellas se prestan, como se ha observado algunas veces, a realizar con ellas maniobras; pero éstas son tan claras, tan evidentes, que es conveniente tenerlas presente, para que no se piense que desde el punto de vista de la balanza de pagos, es decir, de la entrada y salida de dólares, estamos en un momento de crisis nacional: en el primer semestre de 1960 entraron al país (en seis meses) 3.686 millones 976 mil bolívares en moneda extranjera; durante ese mismo lapso, las necesidades de importación del país llegaron a 1.910 millones 456 mil bolívares: es decir, que cubiertas todas las necesidades de importación sobraban sin embargo 1.776 millones 520 mil bolívares en divisas para cubrir las necesidades adicionales: gastos del gobierno, becas de estudio, necesidades de viaje, todo aquello que cualquier país que realice una vida holgada y de bienestar pueda necesitar.
Si hubo déficit, no se debió, por tanto, ni a exceso de dinero en los bancos (porque ya sabemos que la liquidez en los bancos ha ido bajando) ni tampoco a exceso de necesidades de dólares con relación a la disponibilidad. Se debió a una situación anormal, a un hecho de fuga, de evasión, debido, por una parte, a la falta de confianza, a ese factor psicológico que no hemos logrado recuperar plenamente; debido, por la otra, a falta de patriotismo, a la posición criminal de aquellos que, teniendo dentro de Venezuela sus disponibilidades de dinero, en vez de aplicarlas al desarrollo normal de nuestra economía prefieren colocarlas fuera para obtener un interés, durante el tiempo que les sea más adecuado y conveniente, y especular sobre una posible baja de la moneda o esperar ver qué es lo que va a ocurrir.
Hubo, pues, en el primer semestre de 1960 (es bueno que esto se recuerde), entre la entrada de divisas, que fue de 3.686 millones de bolívares y la salida normal de divisas por el concepto de importaciones, que fue de 1.910 millones, una diferencia favorable para Venezuela de 1.776 millones de bolívares. Es decir, que no había una razón de fondo, una razón estructural, para que se provocara una situación deficitaria de nuestra moneda convertida en moneda extranjera.
Tengo las cifras del año 59 y también las de 1958. En 1958, las necesidades de importación del país, con un régimen total de libre cambio, fueron de 4.783 millones de bolívares. En ese mismo año, los ingresos de divisas correspondieron a la cantidad de 1.300 millones de dólares (representan aproximadamente 4.356 millones de bolívares). Esto fue el año 58, en que la entrada fue menor, y la salida, por razones obvias, por la fuga de los capitales perezjimenistas, era plenamente explicable. Sin embargo, casi cubrió el gasto total de divisas derivado de la importación, incluyendo los productos suntuarios.
Pero, en 1959, las cifras son mucho más interesantes: la importación de materias primas y auxiliares llegó a 1.036 millones de bolívares; la de maquinarias y accesorios, etc., a 1.048; la de material de transporte a 738 millones; la de materiales de construcción a 478 millones; la de productos alimenticios a 409 millones; la de otros productos no durables de consumo a 406; la de productos durables de consumo a 283 millones; la de productos de lujo a 328 millones; lo que totaliza, en importaciones, 4.720 millones de bolívares: a esto montaron las necesidades de importación de los venezolanos en un régimen total de libertad de cambios, en 1959; y el ingreso de divisas, durante el mismo año de 1959, fue de 5.329 millones de bolívares. Es decir, una diferencia a favor de Venezuela de 609 millones de bolívares, que agregados a lo gastado en productos suntuarios, que son aquellos cuya importación podría sacrificarse en caso de emergencia o de necesidad, darían un superávit de 937 millones de bolívares. Es decir, cerca de mil millones de bolívares el año pasado.
La verdad es que esos 609 millones de bolívares (aparte los productos suntuarios) y muchos más, se consumieron a través de una fuga accidental. Pero, establecida la reglamentación de la venta de divisas, no hay temor de que queden sin satisfacer las necesidades alimenticias, ni las necesidades de materias primas que se emplean en las industrias nacionales, ni las necesidades de maquinarias requeridas para la Reforma Agraria y para el desarrollo industrial del país; sobra aún para otros gastos de importación, sobra para gastos suntuarios y para gastos del gobierno, para gastos de viaje razonablemente considerados y para gastos de beca de estudios, también razonablemente considerados, en el exterior.
Una situación privilegiada
La situación de Venezuela a este respecto (y esto no se debe olvidar) es en el fondo muy distinta de la de otros países (como, por ejemplo, Colombia, Brasil, Argentina, Chile, y desde luego, Bolivia), donde la entrada normal de dólares por los productos de exportación es aleatoria y muy inferior a las necesidades reales del país. Cuando se tiene una disponibilidad pequeña de divisas y hay que aplicarla a necesidades muy grandes, los efectos del control son terriblemente difíciles. Cuando, como en Venezuela, la entrada de divisas es ancha y firme y las necesidades (estimadas en un régimen de libre cambio) quedan cubiertas con esa cantidad, es una cuestión de conciencia y de eficacia, fácilmente solventable, la de ordenar el gasto para impedir que continúe un déficit en sacrificio de la vida nacional.
Conviene señalar esta circunstancia, porque la medida del control –que nosotros no auspiciamos pero que se hizo inevitable por las últimas circunstancias– puede ser mal interpretada, con caracteres de alarma y de pesimismo que por ningún respecto deben ocupar la mentalidad de los venezolanos. En cambio, teníamos el temor y lo expresamos francamente, de que si se adoptaba una medida de devaluación, la fuga no solamente se mantendría sino que podría aumentar: solo que su costo recaería sobre las clases populares, las cuales tendrían que pagar sus alimentos y su subsistencia (en toda la proporción, que es muy alta, en que dependen del extranjero) a un precio mayor; y, al mismo tiempo, vendría a reincidir desfavorablemente en el desarrollo industrial del país, porque las nuevas industrias se hacen con maquinaria extranjera y, en gran parte, con materias primas extranjeras, las cuales quedarían recargadas en su costo. No tenemos todavía la perspectiva de una industria de exportación, la única que podría favorecerse con una moneda más barata.
Lo cierto es que en este caso la opinión tomó caracteres de unanimidad. Tanto la Federación de Cámaras de Comercio y Producción, como la Confederación de Trabajadores de Venezuela, que representan los dos grandes sectores de la economía del país (las fuerzas económicas por una parte y las fuerzas laborales por la otra) estuvieron en desacuerdo con la medida. Y debemos considerar un triunfo de la democracia la actitud que en definitiva adoptó el gobierno. Es conveniente señalarlo, porque a veces la gente se queja de la democracia, por los inconvenientes y problemas que ella tiene: que hay luchas, que algunas veces hay manifestaciones o tumultos, que hay sectores que constantemente vociferan y que interpretan mal cualquier iniciativa, que hay inquietud, que se agudizan a veces innecesaria y perjudicialmente los conflictos, todo esto es cierto; pero también la democracia provee recursos y dispositivos para evitar hechos que pudieran ser perjudiciales a la vida del país.
En una dictadura, la medida de devaluación se habría adoptado automáticamente. En una democracia hay partidos representados en el gobierno; esos partidos expresan opiniones que se toman en cuenta y que debidamente se consideran; y hay fuerzas de opinión, fuerzas organizadas que representan a los diversos sectores sociales, a los cuales se llama, se oye y se atiende antes de adoptar una determinación. El que no se haya dictado la medida de devaluación constituye un verdadero triunfo del régimen democrático.
Un cambio de política
Los hechos ocurridos deben, sin embargo, considerarse con toda atención, porque ellos imponen la necesidad de un gran esfuerzo nacional, de un esfuerzo mancomunado por vencer las dificultades que actualmente se presentan. En el fondo, el déficit de la balanza de pagos queda fácilmente corregible sin perturbar en absoluto la vida económica del país, con la medida transitoria que ha habido que adoptar en la reglamentación de la venta de divisas. Pero quedan por delante dos problemas estrechamente relacionados y que constituyen y tienen que constituir el objetivo fundamental de la preocupación de los venezolanos en este momento: por un lado, la disminución de los ingresos fiscales para cubrir el presupuesto, y por el otro, la recesión del sector económico privado.
Los dos están estrechamente relacionados: a menor actividad en el sector privado, menores ingresos para el Fisco, mayor malestar, mayor demanda de colocación; a menores gastos del Estado, menos movimiento, menos actividad, menos posibilidades de desarrollo económico lucrativo por parte del sector privado. Las dos cosas están estrechamente relacionadas y podemos caer en un círculo vicioso. Si reducimos ilimitadamente los gastos públicos, aumentará el malestar en el sector privado. Si éste continúa decayendo, aumentará el déficit, es decir, se hará más grave la situación en relación con los gastos y las entradas del sector público.
Es el momento, pues, en que todos los venezolanos tenemos que hacer un poco de reflexión y tomar una decisión firme y solidaria. Se está exigiendo un cambio de política. Ese cambio de política lo hemos reclamado en el aspecto económico. COPEI fue categórico hace meses en plantear al Gobierno Nacional, con mucha seriedad y cordialidad, la necesidad de revisar su línea. El país está hambriento de confianza, de optimismo, de obra, del esfuerzo que es necesario realizar para revitalizar la economía en este preciso momento atravesado por el ciclo económico.
Sacrificio de todos
Es ocasión propicia para exigir sacrificio; pero este sacrificio tiene que ser de todos; teneos que hacerlo todos para evitar que el desempleo aumente, para lograr ventajas que estabilicen las disponibilidades de trabajo y que al mismo tiempo permitan la consecución de nuevas oportunidades.
Hay un fenómeno de inflación en el país. Ello es innegable. Basta revisar las cifras de los presupuestos que ha tenido Venezuela en los últimos cinco años para que se pueda tener una idea de cómo se desarrolló este proceso. Los gastos del Estado en el año de 1955 llegaron a cerca de tres mil millones de bolívares (2.983 millones); al año siguiente, habían subido a 3.349 millones; y al año 57 se habían elevado a 4.360 millones; es decir, un aumento de 1.000 millones gastados en un año (del 56 al 57), o sea, para el 56, 3.300 millones y para el 57, 4.300 millones. Si a esto se agrega que en esos dos años se contrajo para el país la deuda irregular que no estaba contabilizada pero que representaba un total de cerca de 4.500 millones de bolívares, se puede pensar cómo esa maquinaria de inflación se desarrolló y se cumplió en el país sin que se hubiera realizado un efectivo cambio de estructura, y de ahí salieron los negocios fantásticos, los enriquecidos de la noche a la mañana, las urbanizaciones a infinitos kilómetros de la ciudad, que al día siguiente de anunciarse y con el solo plano, sin haber realizado ninguna obra, estaban vendiendo terrenos a 20, 30 o 40 bolívares el metro: toda esa serie de operaciones fabulosas que crearon una economía ficticia, la cual, al entrar en reajuste, ha provocado las terribles dificultades en que nos encontramos.
El año 58, ese proceso no se detuvo. Los gastos públicos subieron en aquel año a 6.232 millones de bolívares, y el año 59 a 6.292 millones de bolívares. En este año (1960-61) un presupuesto de 5.400 millones de bolívares no se puede prácticamente cumplir, y hay dificultades, por el proceso económico planteado, en satisfacer debidamente sus ingresos.
Medidas por tomar
Nosotros somos partidarios de una reordenación de los gastos. Es tarea difícil, pero urgente. Los gastos deben derivar hacia actividades más susceptibles de generar y estimular la acción económica de los otros sectores. El momento reclama una formidable dosis de energía, reclama también una dosis formidable de comprensión. Es el momento en que el gobierno y los ciudadanos tienen que lograr una compactación de voluntades y de esfuerzos, en que los sectores económicos, los sectores laborales y el sector público tienen que armonizar el impulso que es necesario darle vigorosamente al país para sobrepasar a esta crisis.
La reglamentación en la venta de divisas no va a resolver por sí misma la situación económica y la situación fiscal del país. Es necesario completarla con otras medidas. Si no, llegaríamos a conclusiones sumamente graves y arriesgadas para el país. Pero, lo primero que tenemos que defender es el patrimonio de confianza, de optimismo y de fe.
No estamos abocados a ninguna situación de desesperación. En Venezuela tenemos factores privilegiados, que en este momento debemos aprovechar de manera debida. La renta petrolera no constituye un factor circunstancial, sino permanente, y las amenazas que se cernieron en los últimos tiempos sobre el mercado del petróleo están disipándose. Se puede ver claramente que la demanda de energía en el mundo ha de seguir subiendo, apresuradamente.
Cuando un país cualquiera, atrasado, abandonado, dejado de la mano de Dios, se recupera a su destino y trata de industrializarse y de transformarse, necesita petróleo, más petróleo. Cuando cualquier país en desarrollo quiere satisfacer sus necesidades, ha menester de más petróleo. Y es el mundo entero el que está reclamando ese aumento en el consumo de energía. No tenemos, pues, una perspectiva mala, peligrosa, fatal, por delante. Mientras conservemos la fuente primordial de nuestra vida y una audaz política de crecimiento, de robustecimiento de las fuentes derivadas de la economía petrolera, fuente básica de nuestro desarrollo futuro.
Hay otra serie de posibilidades, entre las cuales no puede dejar de mencionarse la elección del senador Kennedy para la Presidencia de los Estados Unidos. Kennedy significa, en la Presidencia de Estados Unidos, no solamente una cara nueva, sino el compromiso de una nueva política. El Presidente, personalmente, y muchos hombres que lo rodean, tienen el compromiso de entender que las relaciones entre Estados Unidos y América Latina necesitan cambiar en una forma positiva. La actitud del gobierno americano es un factor no despreciable y puede representar un aspecto también positivo en la recuperación de la confianza y de nuestro desarrollo económico.
Estamos por una política antidepresiva. Hemos apoyado al gobierno con entera lealtad. Hemos asumido la responsabilidad de medidas algunas veces duras y difíciles de entender para grandes sectores nacionales. Hemos reclamado al gobierno sus errores. Pero estamos dispuestos a hacer todo lo posible de nuestra parte para garantizar el desarrollo de la vida democrática y constitucional del país.
En nombre de esta actitud le hemos reclamado también, y le pedimos cordialmente una política audaz, enérgica, antidepresiva. Estamos dispuestos a seguir respaldándolo, tenemos la seguridad de que esta idea es bien comprendida, y de que, llevada a la realidad, puede significar para Venezuela el principio efectivo y sólido de la recuperación.
Nada de pesimismo. Debemos desarrollar en nuestro país, con energía y con decisión, un optimismo sólido, basado sobre los factores más sustanciales de nuestra realidad.
Buenas noches.