Objetivos de una nueva política
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 24 de noviembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.
La designación del nuevo Gabinete da más urgente actualidad a la determinación de una nueva política. No se trata –hablando de personas– propiamente de un Gabinete nuevo. El Presidente de la República había dicho en su respuesta inicial a URD que no tenía el propósito de cambiar el gobierno y procedió de acuerdo con esa manifestación. Solamente tres ministros nuevos: dos para sustituir a los urredistas que quedaban al frente de carteras ministeriales, después de ocurrida la crisis que determinó la separación de aquel partido de la coalición, y uno para reemplazar al Ministro de Hacienda, cuando la renuncia del doctor Mayobre se hizo forzosa después de negada la devaluación que propuso como medida fiscal definitiva.
Una orientación nueva
Pero, en el propio cambio del Ministro de Hacienda y en las declaraciones del nuevo ministro, que fueron inteligentes y esperanzadoras, se marca, sin duda el punto de partida de una orientación nueva. Y cada vez que ocurre un cambio de gobierno en los países democráticos, el nuevo gobierno, así lo sea sólo formalmente, queda ante la opinión pública desligado del lastre de lo que pudieron ser errores anteriores.
No hay ninguna razón para que el Gabinete ahora se sienta solidario de aquellas cosas que no condujeron a resultados positivos y cuya reforma ha venido solicitando la opinión pública, dentro de cuyas manifestaciones ha estado la comunicación que dirigió el Partido Social Cristiano COPEI al Presidente de la República hace ya más o menos un semestre.
Hay auspicios favorables para una nueva política. El pesimismo, que muchos cultivan deliberadamente, puede conjurarse invocando síntomas positivos. Uno de ellos es el de la recuperación que se va notando en los valores de la Bolsa. En la charla anterior hablé de las acciones de la Electricidad de Caracas, porque me parece un buen termómetro, ya que es una empresa que tiene su economía saneada, su círculo negocial bastante preciso y delimitado, al abrigo de las fluctuaciones de la vida económica, salvo la circunstancia de que haya o no haya dinero dispuesto a invertirse en el juego de la Bolsa. Pues bien, señalábamos en la oportunidad anterior que las acciones de la Electricidad, que habían estado, como muy rara vez en circunstancias anteriores, por debajo de la par, habían llegado a colocarse por encima de la par: se habían vendido a 102, después a 105, luego a 110. Ahora han llegado a 112, con vendedor que aspira a 120 y 125 (al cerrar la semana se presentó comprador por 115).
Este es un simple signo, pero un signo que es necesario aprovechar para demostrar que la situación puede recuperarse y que podríamos, con un impulso audaz, con la comunicación de un sentido optimista a la vida venezolana, pensar que el ciclo económico ha llegado ya a su fase inferior y es posible que nos encontremos en el comienzo de la recuperación.
Otro signo positivo ha continuado siéndolo el del mercado abierto de dólares. El problema de los dólares se hace muy delicado por una serie de circunstancias personales. Pero el mercado abierto ha traído como consecuencia la conclusión –aun cuando todavía es pronto para hacer resultados definitivos– de que nuestra moneda no se ha desvalorizado, de una manera real, sino en proporción mucho menor de la que los sabios de la economía o de los sistemas fiscales habían podido pensar. Recordemos que en mercado abierto se venden apenas unos 300.000 dólares diarios, lo que daría en cinco días de operaciones durante una semana, millón y medio de dólares semanales, es decir, alrededor de seis millones y medio de dólares por mes.
Con una ocurrencia relativamente tan limitada de moneda extranjera, con una demanda artificialmente crecida por las circunstancias (por los mismos errores de la aplicación inmediata del control de cambios), sin embargo, ha habido una tendencia a la estabilización. El dólar, que empezó a venderse a 4,70 o 4,60, luego se vendió a 4,13, se ha sostenido alrededor de 4,15 o 4,20, siguiendo fluctuaciones que derivan en gran parte de la posibilidad o imposibilidad que se ofrece para adquirir divisas por necesidad urgente en el mercado normal de cambios (al cierre de la semana bursátil, el precio firme fue en mercado abierto, Bs. 4,15 el dólar).
Pero, recordando que si el ingreso de dólares al país es de 1.500 millones de dólares por año aproximadamente, o sea, pudiendo calcular un ingreso seguro de alrededor de 130 millones de dólares por mes, que se siguen vendiendo a 3,35 por dólar, el hecho de que seis millones y medio se vendan a Bs. 4,15 o 4,10, viene a dar como resultado que el precio real del dólar es mucho más bajo del 4,05 en que inicialmente se pensó cuando se habló de la devaluación.
Estos signos, sin duda, deben aprovecharse para desarrollar en la conciencia pública una convicción de que la situación económica no es tan desesperada como algunos la pintan. Sólo que es necesario, en este momento, un esfuerzo de todos, un esfuerzo compacto, y la corrección de una serie de errores, la adopción de una táctica distinta para reanimar a la gente y para levantar nuevas actividades que pueden y deben seguramente revitalizar la economía del país.
Debe agilizarse el control
Por de pronto, el control, la medida odiosa del control, la medida peligrosa del control, la medida que nosotros nunca auspiciamos pero que se hizo inevitable después de anunciado al país el frustrado propósito de una devaluación, y de que el gobierno tuvo que abrir un paréntesis mientras se discutía el asunto de paralización de venta de divisas durante 48 horas (después de anunciada la idea o la tesis de la devaluación, no tenía otro remedio que aceptarse), se ha comenzado a emplear sin suficiente agilidad, sin suficiente comprensión del problema, sin suficientes medios instrumentales; porque la verdad es que, a pesar de que se habló mucho de esto antes, el gobierno parece que lo tomó de sorpresa y no tenía organización previa, suficientemente eficaz para ponerlo en marcha.
Así como he reclamado muchas veces del pueblo, en los sectores laborantes y en los sectores empresariales, y en todos los sectores sociales, comprensión para los problemas del país y colaboración para resolverlos, quiero decir aquí también que es necesario pedirle al gobierno, y al nuevo Ministro de Hacienda especialmente, interés inmediato para que el control se haga más ágil y más flexible, para que se sientan menos sus efectos sobre una serie de renglones que repercutirían gravemente sobre el crédito nacional.
Hay muchas importaciones de urgencia, y me consta que existe preocupación en los Despachos oficiales –especialmente el de Fomento, donde este ramo es materia propia y específica– para que no se creen dificultades en proveer de los dólares necesarios a los compradores de materias de primera necesidad. Venezuela importa, más o menos, de acuerdo con las cifras de 1959, un millón de huevos de gallina diarios; importa, más o menos también, en diversas formas de leche, ya desecada o ya tratada en alguna otra forma, alrededor de un millón de litros de leche al día. Esas cantidades tienen que movilizarse constantemente y a los comerciantes importadores hay que garantizarles de inmediato –a través, si es necesario, de un régimen de prioridad, los dólares que se requieren para que esas mercancías lleguen oportunamente y se vendan a los mismos precios anteriores en forma de poner coto rápidamente a la especulación, que puede constituir un mal de proporciones incalculables.
Facilidades al comercio y la industria
Aparte de las mercancías de primera necesidad, hay una serie de artículos indispensables para la vida del país: materias primas para industrias nacionales, maquinarias para nuestro desarrollo económico, todo esto es necesario garantizarlo. Y lo cierto es que el público muestra una determinada sensación de malestar, porque no ve que a través del control, existiendo como existe una fuente segura de divisas, estas necesidades se atiendan con toda la rapidez y con todas las facilidades que son menester.
Por otra parte, hay un comercio importador al que no se puede desconocer sus derechos; que trae artículos, no todos ellos de primera necesidad pero que el mercado reclama, sobre todo cuando las Navidades se acercan, época en que esta demanda en el mercado sube, porque la gente está acostumbrada a adquirir determinados artículos. Y ese comercio importador se queja de que encuentra trabas en las reglamentaciones establecidas para traer sus mercancías, en especial cuando lo hacen a través de créditos bancarios.
Urge, pues, que el gobierno se preocupe seriamente por agilizar estos ramos. Y si la distribución a través de los bancos no se hace con suficiente eficacia o equidad, es preciso que aquellos bancos que no interpreten cabalmente la función de distribuidores de los dólares por comisión del Banco Central, entren rápidamente en línea y no queden sospechas ni se acepten dificultades de ninguna clase para que la medida pueda resultar, en bien de todos, saludable.
Si cada Banco coopera como agente del Banco Central en la colocación de los dólares que los comerciantes, importadores e industriales necesitan, debe coadyuvar a que esos créditos no se demoren, sino que se resuelvan con toda prontitud. Existen estadísticas. En algunos ramos, el régimen de licencias permite saber exactamente quién es el que reclama una necesidad legítima y quién pretende abusar de la situación en beneficio propio.
Es urgente que el Ministro de Hacienda y los demás organismos oficiales, de acuerdo con el Banco Central, pongan a funcionar con regularidad la venta de dólares en una forma lo suficientemente amplia y positiva para que se vea la verdad de que Venezuela no está en peligro de incumplir sus compromisos con el extranjero; para que los vendedores del extranjero sepan, no con palabras sino con hechos, que el crédito del país está intacto, y que los comerciantes de aquí, relacionados suyos que de acuerdo con las circunstancias anteriores y con la vida normal del país les hacían sus pedidos, pueden continuar haciéndolos y están en la seguridad de poder responder en la misma medida que antes.
Hay además, aspectos en los cuales es aconsejable aplicar el control con sensibilidad humana. Hay personas que tienen su necesidad de viajar, sus pasajes asegurados, sus circuitos ya hechos, y que se encuentran en situación de perplejidad: sólo hallan, por un lado, la venta de divisas oficiales, limitada a las necesidades atendidas por el Banco Central y por los demás Bancos como agentes suyos; por otro lado, el mercado abierto de divisas en la Bolsa de Caracas, donde se compran giros de más de 1.000 dólares. Hay gente que necesita menos, que busca cheques de viajero para salir a alguna parte, o que tiene que enviarle a algún familiar, en circunstancias justificadas, una suma menor, y se ve en la necesidad de caer en lo que sí puede llamarse «Bolsa Negra», donde pagan precios injustos y absurdos para atender esas necesidades. Hay, pues, que contemplar el control con sentido racional, patriótico y humano, y pensar que crear descontento siempre suele ser un factor peligroso y negativo.
El costo de la vida
Por otra parte, envuelto, desde luego, con el problema del control, está el del costo de vida. La visita que hizo el Presidente de la República a uno de los mercados libres de la ciudad fue un hecho interesante. Sin duda, fue un gesto de preocupación política y social muy loable. Pero es necesario que este mismo gesto se complemente con la acción, no sólo del Estado, sino de todos los organismos interesados, para impedir que la especulación se desarrolle.
Siempre hay quienes quieren aprovechar situaciones anormales para obtener ventajas indebidas. Es necesario evitarlo, impedirlo con todos los medios al alcance del Estado y de los organismos que lo asesoran, para lograr que los precios se mantengan sin subir; y hasta cabe pensar que deben bajar muchos de ellos, porque las cosechas son extraordinarias en algunos renglones de la producción agropecuaria, y es de esperarse que esto produzca beneficios para la población.
Desde luego, la nueva política que se aspira tiene aspectos administrativos y aspectos propiamente políticos. Desde el punto de vista administrativo, cuando uno se pone a analizar llega a la conclusión de que el gobierno está haciendo; está haciendo una serie de obras en diversas partes; pero, sin embargo, la impresión pública, en muchos casos fundada, es la de que muchos programas no marchan, de que muchos proyectos encuentran infundadas demoras, de que muchas iniciativas no concuerdan, de que a veces un Despacho oficial se preocupa por determinado aspecto indispensable y reclamado por determinados sectores, y otros Despachos oficiales no coadyuvan oportunamente.
Este es un momento interesante, y la revisión a fondo que tendrá que hacer del Presupuesto, no sólo el Ministro de Hacienda con la Comisión de Ministros que lo asesore, sino el propio Presidente de la República, quien debe meterse de lleno en esta cuestión de la reordenación de los gastos del Estado, puede servir para poner en claro muchas fallas técnicas y administrativas.
No se trata de echarle la culpa a nadie. Se trata de señalar hechos que tienen causas múltiples, las cuales se combinan en un momento dado con un efecto negativo. Pero, se trata especialmente de pedir, de reclamar, de insinuar que este momento, que puede ser tan favorable para dar la sensación de que el equipo marcha, se utilice hasta el máximo; porque con el movimiento del equipo oficial viene automáticamente el movimiento de todas las demás actividades nacionales, y en ese sentido se puede lograr con paso firme una conquista hacia la recuperación.
El problema político
Hay también, desde luego, en el fondo, un gran problema político. Hay quienes tratan –y a veces parecen lograrlo con suma habilidad– de crear un abismo entre el gobierno y grandes sectores de la opinión pública; que tratan de incitar al gobierno a la represión, provocando sistemáticamente, a través de una estrategia muy bien calculada, hechos continuos de violencia que coloquen al poder público en situación de irritabilidad y lo saquen del dominio de sus actos impulsándolo hacia la represión.
Es necesario abrir los ojos ante esta situación. Hay extremistas de uno y de otro lado. Unos, que buscan provocar deliberadamente una situación de agresividad en los grupos oficiales, y otros que, desde el lado del gobierno, se sienten como invitados, estimulados por aquella actitud y pretenden empujar la maquinaria oficial hacia una situación que le daría muy malos dividendos en la opinión pública, que al fin y al cabo es el sustento de la democracia.
El gobierno no puede permitir que se lo trate de colocar como adversario sistemático de los grupos juveniles, de los grupos obreros, de los grupos campesinos. Esto es absolutamente injusto, pero a veces se tiene la impresión de que quienes buscan esa finalidad están dando pasos positivos para lograrlo. Quizás no haya ningún gobierno en América Latina y en el mundo que haya aumentado en tal número de escuelas, que haya tenido con los sectores que lo atacan, tal respeto de la autonomía de cátedra y de la autonomía de la enseñanza como el gobierno venezolano. Quizás no haya ningún gobierno en el mundo que esté haciendo una inversión tan cuantiosa –algunas veces equivocada, algunas veces lenta, desorientada, pero siempre ambiciosa– en un programa de reforma agraria. Quizás no haya ningún gobierno en el mundo del que dependa un porcentaje tan alto de la población, porque si se estima en doscientas mil personas más o menos el número de quienes trabajan para el Estado venezolano, eso representa no menos de un millón de personas que directamente dependen de él, además del gran número de las que dependen indirectamente.
Pero parece como si esto no significara nada. Se echan grupos obreros a la calle a protestar contra el Gobierno para hacerlo aparecer como un instrumento de ambiciones personales, de mezquindades y de sentimientos y maniobras anti-obreras. Se empujan estudiantes al tumulto para hacer aparecer al gobierno como el enemigo de la juventud y de los estudiantes, como si al ser joven tuviera hoy que identificarse como una posición de rebeldía ilimitada e injustificada sin otra finalidad que atacar en toda forma la estructura que gobierna al país. Se trata de presentar al gobierno como indiferente con los campesinos, como despreocupado por sus necesidades.
Es necesario que el gobierno no se deje llevar a esta posición, y sería conveniente revisar a fondo si la maquinaria de propaganda, en la cual quizá se gasta mucho en actividades estériles e infecundas, se está utilizando o no para orientar cabalmente la opinión pública sobre el inmenso esfuerzo, subestimado quizás por ser tan grande y tan desarticulado, que se realiza en Venezuela a favor de los intereses nacionales.
Es preciso fortalecer la opinión de las grandes mayorías nacionales y lograr que no pierdan el juicio. Yo tengo una gran fe en ellas, y el hecho de que terminara ayer la discusión del Proyecto de Constitución en la Cámara de Diputados en un ambiente de armonía constructiva, aun en medio de profundas discrepancias y en una situación como la actual, de tanta lucha política, me anima profundamente a pensar que en Venezuela ese espíritu se puede y se debe lograr.
La promulgación de la Constitución puede servir como un hecho nuevo para la presentación definitiva de la posición democrática de Venezuela, en la cual, si no se da cabida a posiciones extremas de uno y otro lado, se plantea una posición de avanzada, firme y neta, que marca caminos y los pueda marcar para todo el Continente.
La proximidad de las Navidades, la voluntad que se tiene que poner, el empeño que se tiene que hacer para reconquistar el optimismo, pueden y deben conducirnos a nuestra verdadera meta.
Hemos hablado de que no queríamos tanto un cambio de hombres como un cambio de política. Ese cambio de política, efectivamente, lo quiere el país. Pero el país quiere sentirlo, más que en extremismos o en doctrinas, en hechos tangibles. Quiere sentir que la libertad de que se goza es firme e indestructible, y yo lo creo así. Y cuando pienso en los peligros que naciones hermanas han atravesado y vencido, más me convenzo de que en Venezuela no existe por qué temer en el grado en que algunos temen.
Vamos a levantar el ánimo de los venezolanos. Yo le pido aquí, como venezolano, al gobierno, que no pierda esta oportunidad. Que le dé a su pueblo la sensación de que quiere y puede hacer todo lo que sea necesario en su favor. Y cuando pasen estos nubarrones, entonces el crédito que adquiera será el crédito valedero para enrumbar definitivamente hacia adelante la vida de todos los venezolanos.
Buenas noches.