No es oportuno establecer relaciones con la URSS

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 22 de septiembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.

La cuestión de si Venezuela debe establecer o no relaciones con la Unión Soviética ha estado en el primer plano de la actualidad.

El Partido Social Cristiano COPEI reunió su Consejo Directivo (integrado por los miembros del Comité Nacional, los secretarios nacionales, los consejeros nacionales y otros altos funcionarios del partido) para analizar este problema, y llegó a la conclusión de que no es oportuno ni conveniente para los intereses de Venezuela el establecimiento de relaciones diplomáticas o comerciales con la Unión Soviética en estos momentos. Para ello analizó durante varias horas el asunto, a la luz de la más serena objetividad.

No es cuestión doctrinaria

No consideramos que se trate en este caso de una cuestión doctrinaria o ideológica, aun cuando lo ideológico necesariamente se roza con un tema tan candente; pero no es, en realidad, materia de doctrina, o por lo menos no lo es en tal grado como para que se pueda considerar que mantener relaciones con la Unión Soviética por parte de un país cualquiera, signifique simpatía o inclinación por su régimen político o social, desde luego que relaciones con la Unión Soviética las tienen muchos pueblos cuyo sistema, cuya organización y cuyas tendencias ideológicas son diametralmente opuestas a las que allí existen. Es una cuestión de táctica política que cada nación debe juzgar y resolver de acuerdo con las demás naciones, pero desde el punto de vista de su propio interés nacional.

La Alemania de Adenauer, por ejemplo, mantiene y tiene que mantener relaciones con la gran potencia del Oriente. El propio Canciller Konrad Adenauer ha ido a Moscú, representando a su país, para entablar negociaciones con el gobierno que maneja aquella formidable mole, frente a la cual no es la Alemania de determinado signo ideológico, sino el propio país, como esencia y significación, el que ha andado alineado en actitud de combate a lo largo de la historia. El presidente Gronchi de Italia realizó también una visita de cortesía a la URSS, dentro de las relaciones diplomáticas que mantienen ambos países, a pesar de algunas críticas y observaciones que se hicieron, previamente a la referida visita, desde sectores ideológicos muy respetables. Mantienen relaciones diplomáticas con la Unión Soviética los Estados Unidos, alguno que otro país latinoamericano, casi todos los países de Europa y, hasta por una de esas circunstancias que existen en la vida y que derivan de razones económicas, el propio gobierno de Franco ha mantenido relaciones comerciales en más de una ocasión, porque la Unión Soviética es un gran consumidor de naranjas, y la naranja es elemento fundamental de exportación y fuente de divisas para el gobierno español.

No se trata, pues, de una cuestión ideológica, ni podemos decir que todos los países con los cuales Venezuela mantiene relaciones tienen un régimen político igual al nuestro, o por el cual mantenemos simpatía, o al que le damos nuestra absolución por el mero hecho de mantener esas relaciones diplomáticas. Para no ir más allá, bastaría recordar que llevamos relaciones con Yugoeslavia –gobernada por un partido comunista– y que nunca se han llegado a romper foralmente con Polonia, de manera que la llamada reanudación de relaciones es simplemente una regularización en el establecimiento de las misiones respectivas.

Nosotros, por tanto, no nos colocamos en la posición alarmista de decir que el establecimiento de relaciones con la Unión Soviética significaría por parte de Venezuela la adopción del comunismo o de una posición proclive al régimen bolchevique. Ni tampoco –ya lo hemos dicho muchas veces– somos de aquellos que pueden pensar que el país se hundiría definitivamente el día que mantuviera relaciones con la Unión Soviética. Al fin y al cabo, embajadores de la Unión Soviética, dotados de inmunidad parlamentaria, los tenemos ya, y hemos defendido, como una línea de criterio, derivado de nuestra situación actual, la beligerancia legal del Partido Comunista, el cual no es otra cosa, en cualquier lugar de la tierra, que un agente sistemático, continuo, activo, infatigable –y al mismo tiempo vestido con la ropa criolla del lugar–, de los intereses que representa en el plano internacional la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Inoportunidad de la medida

Pero creemos que el asunto debe analizarse desde el punto de vista del interés nacional y de la situación internacional, sin olvidar que la cuestión no es exclusivamente nuestra sino que hay intereses solidarios en las otras naciones latinoamericanas, especialmente con las que se encuentran más cerca de nosotros. Hablando en concreto, ninguno de los países bolivarianos mantiene relaciones con la Unión Soviética. Un cambio de tanta trascendencia como sería el de establecerlas, no debería en buena lógica hacerse aisladamente, por cualquiera de nuestros países. Es algo que tendría, por regla de lógica, de mutua defensa y comprensión, que conversarse previamente entre nosotros.

Yo, por de pronto, traigo de Colombia una impresión muy categórica a este respecto, con una información muy autorizada que obtuve y que es de bastante significación: cada vez que se ha hablado de que las relaciones comerciales con la Unión Soviética le convienen a Colombia porque puede encontrar allí un gran consumidor de café, el gobierno colombiano, ni corto ni perezoso, ha buscado la manera de enviar una delegación hasta Moscú para hablar de esta cuestión. La tesis colombiana es venderle café aunque sea el diablo, pues la existencia económica de Colombia, su mercado internacional depende de la colocación del aromático fruto. Pues bien, todas estas misiones han terminado en fracaso. Las propagandas, las perspectivas se han desinflado al confrontarlas con la realidad: porque la Unión Soviética compraría café a cambio de productos soviéticos, a cambio de técnicos soviéticos, a cambio de influencia soviética, cosa que los colombianos, con muy buen sentido, no han querido aceptar; pero no a cambio de lo que a Colombia le interesa por su café, que son divisas que le permitan vigorizar su mercado cambiario internacional.

Pensamos, pues, que el problema debe verse con visión de estadista, analizarse desde el punto de vista de la conveniencia del país. El día en que se nos demuestre que a Venezuela le conviene tener relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética no seríamos melindrosos, alborotosos o fanáticos para presentar la cuestión como cosa ideológica, subordinándole el interés nacional. Tenemos suficiente madurez para saber que, ante este problema, es la conveniencia de Venezuela lo que debe regir.

Los precios del petróleo

A este respecto, se dice que es necesario establecer las relaciones para hacer frente al problema de los precios del petróleo. Por supuesto, el problema de los precios del petróleo es para Venezuela esencial. Hasta ahora, desde el punto de vista económico, los partidarios perennes y circunstanciales de las relaciones con la Unión Soviética no habían podido fabricar un argumento de interés comercial. Porque, ¿qué le íbamos a vender nosotros a la Unión Soviética? Lo único que nosotros tenemos que vender para el exterior es petróleo, y la Unión Soviética es un productor de petróleo que abastece su mercado interno y se da el pequeño lujo de utilizar cierto excedente para emplearlo políticamente en el «dumping» mundial.  Por ello, hasta ahora, no nos podrían decir, como les pueden decir, por ejemplo, a los cubanos, «vendan azúcar a cambio de otros bienes», o a los colombianos «vendan café para obtener otros beneficios», o a los uruguayos «vendan lana», o a los bolivianos «vendan estaño», o a los chilenos «vendan cobre», porque nosotros lo que tenemos que vender hemos de buscar a quién vendérselo, pero no a la Unión Soviética porque no tiene interés en comprarlo; sino que, más bien, ahora surge el interés de que la Unión Soviética no meta su petróleo en nuestros mercados a precios inferiores, lo que provoca o fomenta una situación de malestar para la economía venezolana.

Es verdad que el precio del petróleo es el problema básico de nuestra economía. Reconocemos la inmensa preocupación y la labor que en esta materia está realizando y tratando de cumplir el ministro Pérez Alfonzo. Sin duda, la idea de Pérez Alfonzo es justa. Lo interesante, para salvar el mercado, para salvar los precios, es el entendimiento entre los países productores, con el objeto de evitar que los consumidores manejen el mercado a su antojo y, abasteciéndose en exceso del producto, impongan los precios que a ellos les convienen.

El entendimiento que parece lograrse entre los países árabes y Venezuela –que son los más grandes exportadores de petróleo en el mundo– significa, desde este punto de vista, una conquista para la economía nacional. Desde luego, tiene algunas dificultades que es necesario vencer. A mi modo de ver, la más importante es la de saber hasta dónde esos países árabes han logrado, en el ejercicio de su soberanía, fuerza suficiente para imponer una línea a las grandes compañías productoras. De Venezuela, ya tenemos la satisfacción de poder decir que hemos logrado suficiente concepto y desarrollo de nuestra soberanía nacional para imponerle una línea a las empresas productoras del petróleo, sea cual fuere su nacionalidad y su importancia. Afortunadamente, esto lo hemos probado en determinados momentos circunstanciales. Ahora, que en algunas regiones del Medio Oriente (no me atrevería a decir que en el Irán, aunque en el mismo Irán la situación pudiera ser difícil, pero en el Irak y sobre todo en el Kuwait y en Saudi Arabia) el Estado goce de suficiente poder para imponer a los grandes consorcios, especialmente ingleses, la línea de mantener los precios, reduciendo, si es necesario, la exportación del producto, es algo vital para el éxito de las negociaciones.

El compacto petrolero

Por otra parte, nos parece de interés para Venezuela, para los países árabes y para los mismos Estados Unidos, no olvidar que aunque los Estados Unidos son compradores de petróleo extranjero, son en mucha mayor medida productores de su propio petróleo: de, más o menos, 8 millones de barriles al día que consumen, su producción interna abastece unos siete millones. De modo que la compra de petróleo de un millón de barriles al día, más o menos, que obtienen de Venezuela, del Canadá y de otras fuentes de abastecimiento, no llega, en proporción, hasta la importancia suficiente para que en los propios Estados Unidos los intereses de un consumidor, que son los de bajar los precios, puedan sobreponerse a los de un productor, que son los de mantener los precios altos. Los Estados Unidos son productores en siete octavas partes, y en una octava parte, consumidores del producto extranjero. Por tanto, es necesario incorporarlos al compromiso de los países productores convenciéndolos de que la baja del petróleo amenazaría la estabilidad de sus explotaciones.

En este sentido, ojalá lográramos nosotros hacer comprender a los norteamericanos que sus intereses y los de la Gran Bretaña son distintos. Gran Bretaña puede tener interés en bajar el precio del petróleo, porque no lo produce y lo consume en grandes cantidades; pero los Estados Unidos, que son nuestro primer comprador, deben poner de nuestra parte el interés local y el interés nacional para tratar, junto con el compromiso de las naciones árabes y el nuestro, de mantener el precio del petróleo.

Conversaciones, sí; relaciones, no

Al compacto de precios, a la reunión de productores petroleros perfectamente puede y debe ingresar la Unión Soviética. Nosotros no vemos dificultad ninguna en que el Gobierno de Venezuela converse con la Unión Soviética acerca de este problema, que es común. El hecho de que el ministro Pérez Alfonzo y el diputado Gonzalo Barrios hayan mantenido, en la Embajada de Venezuela en México, o en la Embajada de la URSS en México, una conversación con el representante de aquel país, no significa nada. Conversaciones entre nuestro país y otros con los cuales no tiene relaciones, incluyendo la Unión Soviética, las ha habido siempre. Durante el gobierno de Pérez Jiménez, la Embajada de Venezuela ante las Naciones Unidas, en Nueva York, guardaba las más cordiales relaciones sociales con la Embajada de la URSS. No había fiesta en la Embajada Soviética donde el embajador de Pérez Jiménez no estuviera, y viceversa, no había fiesta en la Embajada de Venezuela donde no fuera invitado el embajador soviético.

El hecho de que no haya entre los países directamente una relación diplomática, no significa que no se pueda conversar. Y nosotros consideramos que en materia de petróleo es conveniente y necesario el que se desarrollen y se mantengan las conversaciones necesarias para hacerle ver a la Unión Soviética el gran peligro que significa la venta de sus supuestos excedentes de petróleo (que no montan a mucho; que se calculan en la actualidad en alrededor de unos trescientos mil barriles diarios, pero que disminuyen todos los días, porque el desarrollo técnico industrial de su propio país los consume), para convencerla de que el «dumping» en esta materia sería funesto, aun cuando bien observaba un compañero que para Rusia la cuestión de la venta del petróleo, así como la de la compra del azúcar a Cuba, no es una cuestión económica sino puramente política. Lo que hace las conversaciones más difíciles, porque el precio que se suele pedir en este campo es un precio de carácter político, a veces no compatible con la dignidad, con la soberanía e independencia de los países negociantes.

Análisis político del caso

Ahora, desde el punto de vista político, nosotros preguntamos, ¿qué ventajas y qué inconvenientes entrañaría para Venezuela en este momento el establecimiento de relaciones con la Unión Soviética? Hay quienes piensan que sería la jugada maestra del Gobierno, porque se valdría de los diplomáticos rusos para frenar la actitud de oposición del Partido Comunista. Este razonamiento se ha hecho a veces con anterioridad y ha funcionado en otras épocas; pero a mi modo de ver hay que señalar una diferencia clara: en otros tiempos, quizá el argumento tuviera alguna base seria: no la tiene en el momento actual. No hay que olvidar la diferencia tremenda entre Stalin y Khrushchev. Es una diferencia de estilo, de concepción y de puntos de vista entre el político cauteloso y nacionalista que era Stalin, cuya preocupación fundamental era el fortalecimiento de su país como potencia mundial y que estaba dispuesto en este sentido, a frenar cualquier exceso de sus partidarios en otras tierras por asegurar su propio beneficio, y la figura exuberante y de agitación internacional que representa Khrushchev.

No nos podemos equivocar. Khrushchev es un gran líder; sin duda, un líder de una gran talla y de una extraordinaria audacia. Que el jefe de aquel sistema, no solamente salga de las fronteras del país durante todo el tiempo en que lo ha hecho en los últimos años –caso insólito en relación con el encierro que mantuvo Stalin dentro de los muros del Kremlim– sino que al mismo tiempo se meta del modo en que se mete en la Isla de Manhattan, con todas las resistencias encontradas y con los antecedentes de los meses anteriores con el gobierno de los Estados Unidos, demuestra la audacia de un líder que sabe lo que tiene entre manos, y que lo que busca a través de la agitación es la revolución mundial. En todos los países del mundo se realiza en este momento intensa agitación y, por rara coincidencia, en casi todos los países se quejan los gobiernos de diplomáticos soviéticos que introducen la mano dentro de ese mecanismo de agitación.

No considera, pues, mi partido que en este momento las relaciones con la Unión Soviética servirían para frenar la oposición comunista. Más bien serviría como estímulo a la agitación, dentro de las filas específicamente comunistas y de los sectores periféricos.

Algunos dicen que establecer las relaciones con la URSS y no con China ahondaría diferencias entre los dos sistemas: el de la coexistencia pacífica y el de la subversión violenta. Se ha tratado de especular mucho acerca de esta diferencia. Nosotros consideramos, con la experiencia de otros países, que el establecimiento de las relaciones con la Unión Soviética no traería sino una demanda actualizada y más viva y constante para que se establezcan también relaciones con la China comunista. Pensar en que esa diferencia podría fortalecerse por nuestra acción, nos parece que no pasaría de ser una ilusión frustrada.

Se ha pensado que el establecimiento de las relaciones podría hacerse a base de ciertas condiciones, como la de reciprocidad en el número de miembros que integren las misiones respectivas. Es decir, que si enviáramos a Moscú sólo dos funcionarios, no estaríamos obligados a recibir sino igual número. Pero, aparte de que esta limitación parece un poco difícil de lograr, dada la tradición internacional, siempre las relaciones conducirían a otra serie de cosas inevitables: aumentarían las invitaciones, los homenajes, la especulación política con la presencia del Embajador y de los diplomáticos soviéticos en los actos públicos, con promociones de carácter popular para tratar de difundir su doctrina; lloverían las proposiciones de que se invite a una misión de parlamentarios, a una misión de científicos, a una misión de técnicos (ya, sin mantener relaciones, hemos recibido unas cuantas de estas visitas) y la negativa de los pasaportes y de las visas de entrada y de las mismas invitaciones sería bastante más difícil.

Pero, sobre todo, pensamos que cuando la Organización de Estados Americanos ha dicho (y en esto está de acuerdo el Gobierno de Venezuela): no queremos la injerencia de potencias extra-continentales y, concretamente, de la Unión Soviética y de China en los asuntos de Latinoamérica, el establecimiento de unas relaciones que no existen aparecería como un correctivo de esa definición, como una siembra de confusión, como un decir: esta no es la línea que queremos llevar. La oportunidad se hace absolutamente más adversa en este instante, en que la decisión de las repúblicas latinoamericanas, que han estado al lado de Venezuela en el asunto con Santo Domingo, ha sido categórica en el sentido de no admitir la injerencia extra-continental.

Inoportunidad total

Por estas mismas razones, cuando nos han invitado en dos ocasiones a visitar la Unión Soviética hemos declinado cortésmente la invitación. Para cualquier estudioso político, hombre de acción dedicado a cualquier actividad en el mundo actual, es un motivo de curiosidad el conocer la Unión Soviética. Sin embargo, aceptar este viaje habría sido interpretado como abrir un camino hacia el establecimiento de relaciones permanentes. Hemos declinado estas invitaciones porque consideramos, en resumen, que la situación económica del país, por una parte (con la cual no se debe jugar) y la situación política (que no deja de ser también delicada) no aconsejan en este momento el que Venezuela, en defensa de sus intereses nacionales, establezca esas relaciones. La defensa de nuestros intereses más bien pide el que esas relaciones no se establezcan en el momento actual.

Nuestra política tiene que ser –no nos cansaremos de insistir– la de fortalecer un gran bloque: el bloque latinoamericano, y darle una fisonomía diferenciada en el mundo. Para que, cuando integremos a nuestros 180 o 200 millones de habitantes en una sola comunidad de espíritu y de acción, logremos en el mundo fuerza suficiente para que no nos preocupen tanto las querellas de las grandes potencias. Ese es el camino. Y no creemos que el establecimiento de las relaciones a que nos hemos referido esta noche pudiera conducir a lograrlo. Hay que buscar, antes que todo, la compactación con los pueblos hermanos dentro de nuestro propio camino.

Buenas noches.