Los Estados Unidos y la compra de azúcar a Trujillo

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 29 de septiembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.

La noticia de que el gobierno de Estados Unidos se propone comprar en la República Dominicana trescientas veinte mil toneladas de azúcar de cuota extraordinaria ha causado estupor y alarma y provocada una justa y unánime protesta en todos los venezolanos.

Es un hecho que no comprendemos, o mejor dicho, que demuestra que todavía no nos comprenden. Y quienes pensamos que la comprensión es necesaria e indispensable para el funcionamiento de buenas relaciones en este Hemisferio y para la defensa del destino de la humanidad, debemos manifestar seriamente nuestra preocupación por un paso que de aceptarse perjudicaría notablemente el entendimiento entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos.

El compromiso de San José

Es bueno recordar que el Tratado de Río de Janeiro, en el cual se fundó la solicitud de Venezuela de que se celebrara la Sexta Reunión de Consulta con los Ministros de Relaciones Exteriores en San José de Costa Rica, establece en su artículo 8º lo siguiente: «Para los efectos de este Tratado, las medidas que el órgano de Consulta acuerde, comprenderán una o más de las siguientes: el retiro de los Jefes de Misión; la ruptura de las relaciones diplomáticas; la ruptura de las relaciones consulares; la interrupción parcial o total de las relaciones económicas o de las comunicaciones ferroviarias, marítimas, aéreas, postales, telegráficas, telefónicas, radio-telefónicas o radio-telegráficas y el empleo de la fuerza armada». Venezuela no solicitó nunca el empleo de la fuerza armada, pero sí las otras sanciones. Y los Ministros de Relaciones Exteriores, reunidos en San José de Costa Rica, en la Sexta Reunión de Consulta, con la única abstención del voto de los Estados interesados –Venezuela y República Dominicana– acordaron, de conformidad con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, aplicar las siguientes medidas: «ruptura de relaciones diplomáticas de todos los Estados miembros con la República Dominicana; b) interrupción parcial de relaciones económicas de todos los Estados miembros con la República Dominicana, comenzando por la suspensión inmediata del comercio de armas o implementos de guerra de toda clase. El Consejo de la Organización de los Estados Americanos estudiará, según las circunstancias y con la debida consideración de las limitaciones constitucionales o legales de todos y cada uno de los Estados miembros, la posibilidad y conveniencia de extender la suspensión del comercio con la República Dominicana a otros artículos».

Algunos dicen que la posición de los Estados Unidos es correcta porque no se ha reunido todavía el Consejo de la Organización para determinar los artículos sobre los cuales deben suspenderse las relaciones comerciales. Sin embargo, de la misma letra del artículo leído, y desde luego, del espíritu de la Resolución de la VI Reunión de Consulta, se desprende de manera muy clara que lo que el Consejo debe determinar es el proceso de restricción de las relaciones económicas existentes, pero que en toda forma está excluido el aumento de esas relaciones. De modo que la compra de un tonelaje extraordinario de azúcar, con la grave circunstancia de que se trata del cupo de azúcar suspendido a Cuba con motivo del conflicto existente entre su gobierno y el de Estados Unidos, viene a constituir, en concepto de los venezolanos (y estamos seguros que será la opinión casi unánime o unánime de todos los latinoamericanos) una violación, no sólo del espíritu, sino de la letra del Acuerdo de San José. El Consejo debe reunirse para extender la suspensión del comercio con el gobierno dominicano; pero no es necesario que se reúna para lo que ya está previamente determinado: el que esas relaciones económicas por ningún respecto pueden aumentar.

Gravedad del problema

Es necesario darse cuenta de la gravedad del problema, y debemos plantearlo con la más absoluta claridad, por la misma circunstancia de que hemos sido y somos partidarios de un bueno y sano entendimiento entre los Estados Unidos de Norteamérica y las repúblicas latinoamericanas. No formamos nosotros en las filas de los grupos que por razones, ya de fidelidad a una doctrina de contenido internacional determinada, o ya de intereses circunstanciales, quieren aprovechar toda oportunidad para mal poner las relaciones de amistad que deben mantenerse entre los pueblos latinoamericanos y los Estados Unidos.

No creemos que el histerismo o la propaganda encaminada a crear una situación de tensión, de odio o de rencor, favorezca la causa del fortalecimiento y emancipación de los pueblos latinoamericanos. Pero consideramos indispensable proclamar que la posición de los venezolanos es unánime y que nuestra actitud –no de histerismo pero sí de firmeza– estamos dispuestos a sostenerla para que se rectifique la medida adoptada, se cumplan con lealtad los compromisos y se salve la seriedad de la Organización de los Estados Americanos, que de otra manera quedaría más que comprometida en el momento que pudiera cobrar el mayor prestigio en la conciencia de nuestros pueblos.

La Organización de Estados Americanos pasa por una prueba crucial, y corresponde a los Estados Unidos, por la circunstancia de ser el más fuerte y el más rico de los Estados que la integran, asumir una actitud clara y diáfana. Es indispensable demostrar el valor que tienen sus resoluciones, para que este mecanismo, de gran trascendencia, pueda salvarse y llenar un papel efectivo en la vida del Hemisferio.

La posición venezolana

No estamos de acuerdo con la tendencia de anunciar a cada paso que nos vamos a retirar de la Organización de Estados Americanos. Si se fuera a fundar una Organización paralela con los países latinoamericanos podría considerarse el caso; pero no existiendo esa organización paralela, ni siendo viable en este momento, consideramos completamente equivocado lanzar a cada instante, como consigna de lucha, ante los hechos que desconocen nuestras legítimas reclamaciones, el propósito de salirnos de la OEA. Con ello correríamos el riesgo de aislarnos, de segregarnos de la comunidad de naciones latinoamericanas. Y no nos cansaremos de insistir, de machacar, que la línea política internacional que a nuestro país y a los países hermanos corresponde es la de fortalecer un bloque latinoamericano y hacer que este bloque se haga sentir cada vez en forma más poderosa para poder lograr que las relaciones que la naturaleza misma impone y que las circunstancias exigen entre los pueblos de este Hemisferio, se lleven según las normas de justicia, no sólo individual, sino de justicia social y se atiendan los intereses fundamentales de las colectividades que los constituyen.

Debemos decirlo con franqueza: no creemos ni estamos dispuestos a servir a la idea de que el camino de Venezuela sea lanzarse por la ruta trazada por Cuba. Hemos hablado varias veces acera de nuestra posición frente a este pueblo hermano y de nuestra actitud frente a su revolución, y hemos dicho que miramos con justificada aprensión todo lo que signifique un fortalecimiento de vínculos –que nada bueno prometen– entre una nación latinoamericana y el bloque de países capitaneados por la Unión Soviética. No es éste el camino que nosotros pensamos llevar. No pensamos lanzarnos por la senda de la agresión verbal ni echarnos en brazos de otra potencia cuya protección no deseamos ni estamos dispuestos a aceptar; pero esta misma circunstancia nos obliga a buscar la fuerza que aisladamente nos faltaría, en la comunidad latinoamericana, cuya constitución en un bloque firme y sólido es la realización de las ideas que Simón Bolívar nos dejó legadas como nuestro mejor patrimonio y señalan nuestro destino. Y debo decir aquí, por lo que a algunos parece molestarles el nombre de Bolívar, y en relación a comentarios de cierta prensa de sectarismo internacionalizante, que no nos avergüenza nombrar a Bolívar, que no creemos que Bolívar sea un peso muerto sobre la historia de Venezuela, sino, más bien, la chispa fulgurante que debe dinamizar y vitalizar nuestro destino. Que no sentimos ningún rubor en que se nos llame bolivarianos por invocar el mensaje de Bolívar, por recordar su nombre, precisamente en momentos como éste.

Bolívar pensó en que frente a la Santa Alianza, que representaba la fusión de los reyes de Europa y que representaba los intereses reaccionarios del legitimismo, y frente al poder que habían cobrado los Estados Unidos en el Hemisferio, el camino era formar en el Continente, entre los pueblos latinoamericanos, un bloque sólido y firme de naciones. Él pensó en repúblicas grandes: la Gran Colombia, como una entidad que agrupara los pueblos de la parte septentrional de Sur América, quizás hasta Bolivia; el bloque meridional de naciones constituido por Argentina, Chile y los países vecinos; el Brasil, que ya de por sí es una grande unidad, y México y Centro América, que representaban otra entidad considerable. Pero todas estas naciones las quiso agrupar en el Congreso de Panamá, donde dejó planteada la idea que a nosotros nos corresponde tratar de realizar mediante el acercamiento leal y sincero de los otros pueblos latinoamericanos del Continente; la formación de una unidad de nuestro conjunto espiritual y de nuestros intereses nacionales para manifestarnos como una fuerza capaz de imponer respeto y de dejar oír su voz eficazmente.

Conciencia latinoamericana

En esta posición, pues, en que queremos hacer sentir la voz de Venezuela, nada habría más equivocado que lanzarnos en quejas destempladas, desconociendo la necesidad de que nuestro planteamiento resuene vigorosamente a través de la voz de los pueblos hermanos. Debemos crear, urgentemente, en la conciencia de los latinoamericanos, la idea de que se va a poner a prueba su propia fuerza, la fuerza de su unidad estructural. En la Sexta Reunión de Consulta, la resolución adoptada fue la que la mayoría de los países latinoamericanos impusieron, y la tesis originalmente llevada por Estados Unidos tuvo que ceder ante la actitud firme, compacta y solidaria de nuestros representantes. Pues bien, es el momento para que le hagamos sentir al gobierno norteamericano que aquella actitud que entonces se adoptó no fue circunstancial y que el futuro de nuestro entendimiento con él depende, y en gran parte está pendiente, de la claridad con que se apliquen las resoluciones arriba transcritas.

Evidentemente, hay un paso positivo que dar: la reunión del Consejo de la OEA para ratificar firme y claramente lo que está en la letra y en el espíritu de la Declaración antes referida. El Presidente de Estados Unidos tiene por la ley un plazo –que, según entiendo llega hasta el 15 de octubre– para revocar la determinación adoptada. Es indispensable que esa revocatoria se dicte. Y sería sumamente honroso para los Estados Unidos y representaría un gran capital para ellos, para el porvenir, el de que se reconociera que la revisión de una determinación mal tomada fue el resultado de la presión moral y jurídica de los países con los cuales se reúne en la Organización de Estados Americanos.

El momento en los Estados Unidos

Comprendemos que este paso adoptado –y no queremos creer que haya en él intereses mezquinos de otra naturaleza– es un síntoma de que la incomprensión todavía reina en muchos sectores de la opinión pública norteamericana; de que todavía no ha llegado a calarse bien el momento que la humanidad está viviendo y la circunstancia histórica que nuestros países atraviesan. La contienda electoral de los Estados Unidos, que pudiera haber servido de excelente oportunidad para la revisión de sistemas se está agudizando por la reacción emocional de la opinión media norteamericana, del hombre de la calle –del «common man»– ante la agresión política y económica llevada con extraordinaria habilidad y audacia por Nikita Khrushchev al frente de la Unión Soviética. La presencia agresiva de Khrushchev, dentro de la ofensiva que ha tomado en la guerra fría, provoca en el hombre de la calle de los Estados Unidos una reacción ciega contra el comunismo y una imposibilidad de distinguir entre los verdaderos problemas planteados en el fondo de la vida de la humanidad; y probablemente, los conductores políticos, apasionados por la inminencia de la contienda electoral, se preocupan más por la necesidad de captar esos votos que por la necesidad histórica y universal, fundamental, de trazar grandes rasgos de clara rectificación de los errores que se han venido cometiendo en los últimos años.

De todas maneras, este incidente puede servir para que la rectificación se adelante. Es de desear que la voz latinoamericana resuene y, por lo mismo de que su ánimo está pendiente de las elecciones de noviembre, el elector norteamericano (quien, al fin y al cabo, determina con su voto el curso de los acontecimientos) escuche y comprenda que aquí hay, en el Sur de los Estados Unidos, un conjunto de pueblos que tienen reclamos graves y serios y que no por ser anticomunistas, los que estamos contra la imposición o la influencia de la Unión Soviética en nuestros países, estamos menos dispuestos a defender y a reclamar todo aquello que nos corresponde.

El ensayo venezolano

La experiencia que se está cumpliendo en Venezuela reviste para nosotros una gran significación; pero tiene también interés especial para Latinoamérica y para todo el Continente. El fracaso del ensayo democrático que en Venezuela se realiza, la pérdida del impulso inicial de la coalición gobernante y la inestabilidad de las instituciones democráticas, la imposibilidad de cumplir nuestro destino, sería un golpe terrible para todos los países hermanos y para toda la civilización hemisférica. Por eso, quizás, se recrudecen sobre Venezuela determinadas influencias, determinados ímpetus de agitación. El lenguaje que se está usando por determinados sectores tiene la estridencia de los peores tiempos del canibalismo político; se olvidaron todas las frases según las cuales se debía buscar el entendimiento y se ataca con calificativos y ofensas, y se trata de crear a cada paso conflictos y de agravar todos los problemas y de cerrar todas las puertas de salida; y ya se está usando, una y otra vez, por labios ubicados en sectores perfectamente determinados, la consigna de que el camino ante la situación de Venezuela es lo que llaman «la insurrección popular».

Lo que están buscando es que esta situación haga crisis, que este ensayo fracase, que se hunda la experiencia democrática venezolana, porque con la experiencia democrática venezolana se hundirían muchas esperanzas y nobles ambiciones y muchas posibilidades de los demás países latinoamericanos.

Quizás, en parte, haya sectores norteamericanos que se dan cuenta de esta situación, y ello explica por qué algunas revistas y periódicos norteamericanos están destacando, alrededor de la figura del presidente Betancourt, la experiencia actualmente en realización en Venezuela. Pero de poco sirven esas publicaciones y esos comentarios si no traducen una actitud práctica de respeto y de comprensión para lo que en Venezuela se realiza.

Alguno me decía que había encontrado en países del Hemisferio gran preocupación por lo que pueda ocurrir en Venezuela; pero esa preocupación debería reflejarse en algo positivo: en la necesidad de comprender a Venezuela, de ayudarla a salir de sus dificultades, de fortalecer noblemente los esfuerzos que aquí se están cumpliendo a través del entendimiento de las toldas políticas por el afianzamiento de las instituciones democráticas.

Este es un momento definitivo, en que para el hombre sencillo, para el pueblo de América Latina, los Estados Unidos pueden y deben dar una definición categórica entre Venezuela y la República Dominicana. Cualquier debilidad o complacencia hacia un gobierno agresor como el de la República Dominicana, en el momento en que su pueblo puede conquistar su libertad, sería un error gravísimo. Así como sería un error gravísimo de nuestra parte fomentar una actitud simplemente antinorteamericana, sin recordar que en Estados Unidos hay muchos sectores que pueden influir poderosamente en que se rectifique el rumbo.

Los sindicatos venezolanos deben ejercer influencia para que los trabajadores de Estados Unidos hagan patente su respaldo a los compromisos de la OEA y a la defensa de los derechos humanos. Y los sectores progresistas que a través de organismos variados representan en los Estados Unidos el mejor principio de comprensión para las inquietudes latinoamericanas deben recibir de nuestra parte aliento para que su voz llegue a escucharse y sea capaz de imponer modalidades nuevas.

Este acontecimiento coloca nuevamente a Venezuela como piedra de toque de la situación internacional. Ojalá que el grave error cometido se rectifique. Con ello ganaría inmensamente la causa de la solidaridad hemisférica, la cual no puede asentarse sino sobre la verdad, la justicia y el respeto entre nuestras naciones.

Buenas noches.