Rafael Caldera durante la toma de posesión del presidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra. Quito, 1 de septiembre de 1960.

Coalición con autoridad y eficacia

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 8 de septiembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.

Regreso de los pueblos hermanos de Ecuador y Colombia con profunda emoción. El agradecimiento por los honores, atenciones y demostraciones de afecto para quienes tuvimos la alta satisfacción de representar a Venezuela en aquellas tierras tan profundamente vinculadas a la nuestra, viene acompañado por la impresión muy viva del interés con que se sigue la experiencia venezolana y de la admiración que predomina en la mayor parte de las conciencias ante los esfuerzos que aquí hacemos por poner a nuestro país en el camino definitivo de la estabilidad económica y de la reforma social.

La experiencia venezolana

Encuentra uno en aquellas tierras muchos aspectos similares a los nuestros: hay una inquietud social que no puede ocultarse; se siente hondamente la idea de que el momento actual aboca a nuestros pueblos a una modificación de sus estructuras, en proporción mayor de la que han podido ver las anteriores décadas; se experimenta una satisfacción muy alta cuando se siente que el llamado a la unión entre los pueblos de América Latina hace vibrar las fibras más sustanciales de la conciencia latinoamericana; pero, sobre todo, se llena uno de emoción cuando, al hablar a sus dirigentes populares en la solemnidad de sus Cámaras Legislativas, o al hablar a sus juventudes en el cálido ambiente de sus universidades, se palpa la alta valoración de la experiencia venezolana; y se recupera la seguridad de que lo que estamos haciendo aquí, en medio de dificultades y de obstáculos, es considerado como un hecho ejemplar por las demás naciones hermanas.

He dicho a los periodistas que en Venezuela –donde vivimos sistemáticamente una campaña de negación recíproca, donde hay el empeño de crear un complejo de inferioridad para tratar de convencer a la gente de que no estamos haciendo nada –no podemos imaginar el alto crédito que esta experiencia venezolana del 58 hacia acá ha logrado conquistar en los demás países de Latinoamérica, que miran en nuestro rumbo y en nuestra acción un ejemplo que muchas voluntades están dispuestas a seguir. Nuestra Ley de Reforma Agraria, por ejemplo, es un fenómeno de repercusión continental. Quienes en el Ecuador –en medio de la erupción de un hecho nuevo que toma un cauce peculiar pero que manifiesta latente inquietud– se sienten responsables de emprender una reforma agraria, señalan como norte la experiencia venezolana. Y en Colombia, donde el presidente Lleras Camargo acaba de designar un gran Comité para el estudio inmediato de la reforma agraria, (el cual, por cierto, sigue los lineamientos de la Comisión Nacional de Reforma Agraria que se constituyó en Venezuela, presidido por el designado a la Presidencia de Colombia, es decir, el vicepresidente Carlos Lleras Restrepo, jefe del Partido Liberal y con participación del Arzobispo y representantes de todas las corrientes políticas) es la Ley de Reforma Agraria de Venezuela, sus principios inspiradores y las normas que resultaron del estudio y del intercambio entre los distintos grupos, el documento más inmediato y cuyo análisis se considera más provechoso para emprender las jornadas que reclama impacientemente su realidad social.

Lo positivo de nuestra coalición

El ejemplo de la coalición venezolana, la circunstancia de que haya podido mantenerse en medio de sus dificultades, los sacrificios que los partidos políticos hacen para coincidir en aspectos fundamentales de la vida nacional, es otro hecho que se destaca con caracteres positivos. En relación a la hermana República de Colombia, cuyo ejemplo de unión nacional alentó, sin duda, nuestro acuerdo de unidad (ellos lo lograron unos meses antes porque el derrocamiento de la dictadura colombiana ocurrió en el curso del 57 y el nuestro a principios del 58) es considerado, sin embargo, como más realista y quizás más conveniente que aquél, porque allá se nota inquietud por el hecho de haberse convertido la unión nacional en norma constitucional, porque se incorporó a la Carta Fundamental la paridad entre los dos grandes partidos políticos, y está a punto de hacerlo la alternación durante los primeros cuatro períodos presidenciales, de los cuales está corriendo solamente el primero, mientras en Venezuela –y esto es conveniente recordarlo– la coalición es resultado de un Pacto, de un pacto cuyo cumplimiento depende de la buena fe de los pactantes, pero a través del cual no se pretende encasillar jurídicamente la voluntad del pueblo ni coaccionar la libre acción de nadie; sino que nosotros seguimos manteniendo el principio –y no tenemos ningún empacho en ratificarlo– de que las normas constitucionales rigen, de que la mayoría tiene el derecho de gobernar, y de que si estamos compartiendo responsabilidades los tres partidos políticos de la coalición, es porque todos hemos decidido hacer sacrificios, por hallarnos convencidos de que la coalición es, si no indispensable, por lo menos muy conveniente y hasta la hemos considerado necesaria para el afianzamiento de esta etapa de nuestra vida política.

La reciente crisis

Al regresar, pues, a Venezuela, impresionados por la admiración que nuestro actual ensayo provoca en los pueblos hermanos (no sólo en Colombia y en Ecuador, porque también hablamos con representantes de otros países de América, reunidos en Quito para la toma de posesión del presidente Velasco Ibarra y en Bogotá para la reunión del Comité de los 21), nos encontramos a la coalición abocada a la más grave crisis planteada desde la organización del gobierno constitucional; y sentimos la obligación de expresar nuestro criterio al respecto, ya que la coalición es fenómeno tripartito y dentro de él, a las tres fuerzas que lo integramos, nos corresponde, en proporciones iguales, la responsabilidad de sacar adelante la empresa común.

Tenemos que reconocer, en primer término, que el llamado a que el Presidente de la República dirija la vida del Gobierno, no solamente lo acogemos, sino que los hemos compartido y proclamado reiteradamente. A nuestro modo de ver, el Presidente tiene el derecho y del deber de dirigir la vida política, económica y administrativa de la Nación. Si en un gobierno cualquiera, integrado en forma más o menos homogénea, esta responsabilidad es ineludible, mucho mayor lo es en un régimen de coalición, en que la heterogeneidad de las fuerzas que se integran para constituir el Gobierno hace más necesaria la presencia de alguien que aglutine, que coordine las iniciativas y las ponga en acción de manera efectiva.

Durante el año 58 sostuvimos siempre, con una profunda convicción, en momentos en que parecíamos enfrentarnos con ello al consenso casi unánime de las otras fuerzas políticas, que debía haber un Presidente y no un Ejecutivo colegiado. Y no aceptamos el ofrecimiento que se nos hizo de integrar ese ejecutivo colegiado o formar parte de un consejo consultivo de carácter constitucional, porque creemos que, de acuerdo con la estructura política nacional, con nuestra tradición y con nuestras costumbres, la responsabilidad del gobierno y de la administración debe recaer, fundamentalmente, en el ciudadano designado por el pueblo para ejercer la primera magistratura.

Creemos que el primer responsable de lo que haga o no haga el Gobierno y por tanto, el que tiene mayor derecho de trazar la línea del Gobierno, es el Presidente de la República. Esa es la estructura de nuestro régimen constitucional y estamos dispuestos a mantenerla. Consideramos que de haber discrepancia entre el Presidente y uno de sus Ministros, el orden constitucional venezolano impone la prevalencia del criterio presidencial, aun cuando, desde luego, la línea que debe trazar el Presidente de la República no puede ser caprichosa ni arbitraria, y la misma integración del Gobierno de Coalición aconseja el que los grandes problemas se traten siempre en el seno del Gabinete Ejecutivo, para que de allí salga la orientación y el compromiso cuya ejecución directiva corresponde al Presidente. El Gabinete, en este sentido, debe ocuparse menos de pequeñas cuestiones administrativas, cuya resolución debe hacerse en la cuenta periódica de cada Ministro al Presidente, y abocarse sistemáticamente al análisis de las grandes cuestiones políticas, porque así lo reclama el sentido propio y preciso del gobierno de coalición.

Deber de todos los partidos

Hemos reclamado, por ello, el que la autoridad ejecutiva sea fortalecida. Lo hemos reclamado a todos los partidos de la coalición. Porque sería un erróneo enfoque el establecer esta línea con carácter parcial. Culpas mayores y menores ha habido en los diversos grupos en no cumplir cabalmente esta consigna; pero consideramos que es de todos el deber de respaldar la autoridad presidencial surgida del mecanismo del sufragio el 7 de diciembre del 58, y que el peligro de hacer ineficaz la voluntad del Presidente puede haberlo lo mismo en un gobierno de coalición que en un gobierno monopartidista: quizás más grave sería el caso en un gobierno monopartidista, si la voluntad del partido del Presidente prevaleciera sobre la orientación que dicho funcionario, en virtud de su elección, tiene el derecho y el deber de impartirle a la vida pública.

En este sentido consideramos, pues, que la crisis plantea la necesidad de clarificar los actos del Gobierno y darles solidez. Nosotros hemos creído siempre que al autorizar a militantes copeyanos para ejercer carteras en el Ejecutivo, nos hemos comprometido a considerarnos representados por nuestros ministros en el seno del Gobierno; y hemos criticado con sinceridad, y con el deseo de que se corrijan errores de procedimiento cometidos, el que mientras se participa en los actos del Gobierno a través de los ministros presentados para formar parte del mismo, pueda asumirse, al mismo tiempo, una actitud de oposición que se considera desvinculada de esa responsabilidad y se haga causa común con quienes tienen pleno derecho a disentir porque están fuera de la maquinaria administrativa.

Las declaraciones de Leoni

Tenemos que referirnos, sin embargo (hemos recibido muchas preguntas al respecto) a las declaraciones de un amigo muy estimado y con quien hemos cordializado sin reservas en el ejercicio de las presidencias de las Cámaras Legislativas: el doctor Raúl Leoni, presidente del Partido Acción Democrática, al respecto de la coalición. El doctor Leoni, sin duda, se hizo eco de un sentimiento general cuando pidió el reconocimiento de la autoridad y de la necesaria unidad en el Gobierno. Sin embargo, una frase suya ha suscitado perplejidades e inquietudes por la forma dilemática en que se ha entendido el planteamiento hecho por él, al decir que había que escoger entre «gobierno con autoridad o coalición sin autoridad». Hemos leído cuidadosamente las palabras del doctor Leoni y encontramos un adverbio de modo que viene a salvar esa interpretación excluyente; ya que las palabras del doctor Leoni dicen que esta cuestión es «casi» dilemática, y este «casi» toma un valor oportuno, porque permite interpretar que en el concepto de la Dirección Nacional de Acción Democrática no son únicamente dos caminos los que se abren en la actualidad, el de gobierno con autoridad, por una parte, y coalición sin autoridad, por otra, sino que con aquel «casi» se está admitiendo, por un imperativo de la realidad, el de que gobierno con autoridad puede ser gobierno de coalición con mejor título que un gobierno personal o monopartidista.

Nosotros estimamos que si la coalición tiene razón de ser, si tiene importancia dentro de la vida venezolana, es, precisamente, porque vino a robustecer la autoridad de un gobierno que habría sido más débil sin ella, en momentos en que la vida pública del país lo reclamaba y lo reclama. Nuestra posición, ante el planteamiento de Leoni, es la de que creemos posible –y necesaria– una coalición con autoridad. Si se hubiera pensado en coalición y autoridad como términos incompatibles, no habría habido justificación moral para haberla iniciado.

Coalición y eficacia

Desde el momento en que las grandes fuerzas políticas fuimos a la integración del Gobierno, lo hicimos con el convencimiento de que podíamos unirnos para realizar un gobierno con suficiente autoridad para cumplir sus deberes ante el pueblo. Y por eso tenemos que decir que no es solamente coalición con autoridad lo que reclamamos, sino coalición con eficacia. Porque lo que el pueblo está reclamando es que el gobierno cumpla sus labores de manera eficiente. Y si bien muchos de los defectos que se imputan justificadamente –y algunas veces injustificadamente– a la labor política y administrativa del Gobierno actual, pueden ser consecuencia de la forma como se ha entendido y practicado la coalición. Lo cierto es que la coalición en sí no supone necesariamente ni falta de autoridad ni falta de eficacia en la resolución de los problemas públicos.

La coalición en Venezuela ha sufrido reproches. Nosotros se los hemos hecho muchas veces. En alguna ocasión hemos dicho –y lo repetimos con toda serenidad pero con toda conciencia– que si estamos presentes en el Gobierno es porque se nos llamó, se nos pidió, casi podríamos decir, se nos rogó, para fortalecer la experiencia democrática. Entendemos que desde el punto de vista partidista, hacemos un sacrificio al formar parte de la coalición, y comprendemos perfectamente que dentro de nuestros propios cuadros y dentro de los grandes sectores periféricos que en la opinión pública siguen más o menos ligeramente el análisis de los acontecimientos, hay quienes consideran que el partido, al integrarse dentro de la coalición, pierde en su posibilidad de lucha, en su posibilidad de acción y de propaganda.

Estamos plenamente convencidos, pues, de que al participar en el Gobierno lo hemos hecho por fortalecer la estructura política del país, y creemos de buena fe que los otros partidos también están realizando y deben realizar cuantiosos sacrificios para mantener la coalición. Por lo mismo hemos dicho que en el momento en que se considere que la coalición es un estorbo para que se cumplan los deberes que el Gobierno tiene con el pueblo, nosotros estamos dispuestos, sin ninguna especie de vacilación, a recobrar nuestra plena libertad de acción, a desligarnos de responsabilidades del Gobierno y a darle a éste toda la soltura que necesita para cumplir el programa que nos hemos comprometido conjuntamente a realizar, cuya importancia es superior y de mucha mayor vigencia para nosotros que la participación efectiva en el ejercicio del Gobierno.

Por el mantenimiento de la unión

Planteada ahora una crisis en la que no estamos directamente afectados porque ha surgido entre los otros dos partidos que integran la coalición de gobierno, sentimos el deber de decir que consideramos que la coalición tiene muchos aspectos positivos y que es conveniente mantenerla para el beneficio de Venezuela; que es necesario negociar y conversar y que esta crisis debe servir de oportunidad, no para desahogar sentimientos heridos en las peripecias del ensayo, sino para deslindar zonas, para aclarar situaciones, para ponernos efectivamente de acuerdo, como el pueblo nos lo está reclamando.

La voz de Venezuela está muy cotizada en este momento en el Continente Latinoamericano. La unidad de los países de Latinoamérica es un imperativo inaplazable. Es el momento en el cual, todos juntos, podemos estimular un movimiento latinoamericano en el que las diferencias nacionales y las discrepancias derivadas de las distintas tendencias que gobiernan en los distintos pueblos pueden superarse en un impulso hacia la conquista de nuestros objetivos de raza, de nuestros objetivos de pueblos subdesarrollados empeñados en lograr una transformación inmediata.

En ese campo, la palabra de Venezuela tiene un acento de vibración extraordinaria. Pero tenemos que salvar la unidad interna, porque dudo que pudiéramos conservar la misma autoridad si al presentarnos en el concierto de los pueblos hermanos no pudiéramos responder a la pregunta de cómo no supimos superar nuestras propias contradicciones. Esta es otra razón para que deseemos vivamente la satisfactoria y positiva solución de esta crisis; y que de ahora en adelante pensemos todos los partidos que estamos jugando, no el prestigio de tal o cual organización, sino de Venezuela, y que son pírricas las victorias que pueda obtener circunstancialmente cualquiera de nuestras organizaciones en cualquiera de los incidentes de la lucha, ya que estamos librando una batalla por el prestigio institucional de los partidos políticos como instituciones al servicio del pueblo y por el bienestar del mismo pueblo venezolano.

Demos la impresión efectiva de que la coalición es un compromiso para trabajar por el pueblo venezolano, para crear fuentes de trabajo, para impulsar el desarrollo económico, para buscar oportunidades de empleo capaz de absorber a todos los venezolanos que carecen de él. Es, pues, en este sentido muy provechoso el que analicemos constructivamente la actual crisis y que su resultado sea cumplir con nuestro pueblo en la medida inmensa de nuestros compromisos.

Buenas noches.