Responsabilidad y significación de COPEI
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 12 de enero de 1961, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión y publicada el domingo 15 en el diario La Esfera.
La circunstancia de cumplirse quince años de la fundación del llamado «Comité de Organización Política Electoral Independiente» (COPEI), en una Asamblea reunida frente a la plaza de La Candelaria, me hace obligatorio en esta circunstancia apartarme de la línea de generalización no partidista que han guiado siempre estas reflexiones de «Actualidad Política», para referirme concretamente a la responsabilidad y significación que el Partido Social Cristiano COPEI ha tenido en Venezuela en estos quince años; sobre todo, para señalar el papel que le corresponde cumplir en el actual momento histórico de Venezuela.
Un siglo de inquietud
En verdad, no nos ha tocado vivir época fácil. Nuestro siglo, a pesar de que quizás sea aquel en que la técnica ha logrado mayores conquistas, en que la humanidad ha dado pasos más trascendentales en la resolución de una serie de problemas, ha sido también una de las épocas signadas por mayor inquietud: una justa inquietud matizada algunas veces de desesperanza, pero en el fondo representativa de la idea de que el progreso logrado en el campo de la ciencia y de la técnica hay que lograrlo también en el campo de la justicia y del bienestar para los pueblos.
No es el nuestro un siglo satisfecho. Es un siglo de insatisfacción, de incomodidad, de lucha; pero una lucha de donde deben surgir fórmulas satisfactorias para regular la convivencia humana.
Ni es Venezuela sola la que ha tenido que atravesar tiempos difíciles. Nuestro país, en estos quince años –pudiéramos decir, en estos veinticinco años– de recuperación nacional, de recuperación democrática, de inquietud por buscar el mejor camino para obtener sus mayores realizaciones, ha estado viviendo en permanente angustia; esa angustia, sin embargo, es la misma de los pueblos hermanos de América, la misma angustia de otros continentes, la misma que sacude al universo entero.
Los especialistas que se encasillan en determinados aspectos de la vida social hablan de crisis en el campo que ven, sin darse cuenta de que el fenómeno que llaman «crisis» es de más dilatadas proporciones; que abarca el gran problema de adecuar los sistemas de vida, las normas jurídicas, la regulación en la distribución de los bienes y de todo aquello que significa, en alguna forma, conquista del hombre a las nuevas modalidades impuestas por la técnica. El hombre ha cambiado mucho en su forma de vida, pero todavía no ha logrado dentro de ese cambio obtener que las leyes que lo rigen correspondan satisfactoriamente a lo que su corazón desea y a lo que esa nueva realidad determina. Hay crisis en el derecho, hay crisis en la economía, hay crisis en la vida familiar: hay, en el fondo, una gran crisis espiritual, una gran crisis de conciencia, una gran crisis moral que sacude el egoísmo, que lanza unos hombres contra otros y hace algunas veces más difícil lograr la recuperación.
Dentro de esta época nos toca vivir, y tenemos que aceptar la responsabilidad de actuar en momentos de intranquilidad y de angustia; tenemos que cumplir el papel de contribuir de buena fe, cumpliendo con nuestra conciencia la parte que nos toca para hacer que se gane la gran batalla que está librando la humanidad.
Espíritu cristiano
Dentro de ese cuadro, hay movimientos que aspiran a convertir en realidad los principios fundamentales del cristianismo. No del cristianismo aparente y de ocasión; no de la fórmula externa y hueca, sino llena del sentido que Cristo, en su mensaje, le imprimió al mundo desde hace veinte siglos. Ese mensaje, ha sido desoído muchas veces, y traicionado otras, en que la maldad lo ha pervertido hasta trocar la caridad en odio o en desprecio y hasta sembrar abismos entre unos grupos humanos y otros al perder su primitivo, su genuino sentido. Hay una aspiración –no sólo aquí, sino en el mundo entero– que se manifiesta en las formas más diversas: la de lograr que el espíritu cristiano pueda imprimirle un sello de renovación y de vida a las instituciones sociales.
Una manifestación de ese espíritu renovador surge en el orden político como en los otros campos de la vida. No se trata de adoptar una posición confesional. La religión tiene canales propios y específicos para traducir el mensaje cristiano en preceptos, en normas de conducta, en manifestaciones de culto. Nosotros respetamos profundamente el hecho religioso y lo consideramos de una significación trascendental en la vida de los pueblos. Proclamamos, sin embargo, y lo hemos mantenido y lo hemos cumplido, que el hecho religioso tiene su campo específico y que el del hecho político es distinto. No pretendemos vincular ambos fenómenos hasta el punto de que puedan producirse confusiones, que no serían favorables, ni para la religión ni para la política. Lo que queremos es que, dentro de la política, dentro de las normas de la convivencia humana, pueda encontrar campo de acción y de servicio el ideal cristiano.
Por esto formamos dentro de un gran movimiento que recibe la denominación general de democracia cristiana o de corriente social-cristiana, ya se contempla la cuestión desde el punto de vista predominantemente político, ya desde el punto de vista acentuadamente social. Esa corriente, que tiene fundamentos muy viejos, corresponde a necesidades nuevas, a nuevos planteamientos; y ha surgido, de pocos años hacia acá, como un movimiento político vigoroso que se expresa y desarrolla por sí mismo en las más variadas regiones de la tierra.
Los pioneros de la democracia cristiana aparecieron en Europa en la segunda mitad del siglo pasado; sus realizaciones, muy valiosas, no pasaron, sin embargo, de ensayos. Ha sido la nueva gran crisis planteada en el mundo al fin de la segunda guerra mundial la que ha determinado que la corriente demócrata cristiana, que parecía pequeña y débil, a la que consideraban un movimiento de élites, un privilegio de minorías o a la que algunos tergiversaban considerándola como una manifestación conservadora o reaccionaria, haya hecho acto de presencia en forma vigorosa y se desarrolle como un factor que puede contribuir en manera decisiva a sacar la humanidad de los atolladeros en que quieren sumirla, y ponerla a andar hacia adelante, hasta alcanzar metas de justicia.
Democracia Cristiana en Venezuela
En todas partes ha surgido el movimiento en forma más o menos similar; en todas partes ha sido objeto de las mismas incomprensiones y de los mismos ataques iniciales. Cuando COPEI salió a la vida pública en Venezuela, se lo señalaba con el dedo, con los peores calificativos: era un movimiento «reaccionario», «instrumento de los capitalistas», «enemigo de las clases populares», «dispuesto a servir a nuevas tiranías», «simple vehículo para que la dictadura se estableciera nuevamente en Venezuela». Quince años ya son algo. En la vida de un hombre, quizá mucho, en la vida de un pueblo, quizá poco, en la vida de un movimiento significan lo suficiente como para caracterizarlo adecuadamente y como para que los ojos expectantes que lo rodean puedan irlo colocando dentro de su verdadera ubicación.
Ya en Venezuela hemos vivido suficiente número de contingencias, hemos experimentado suficientes vicisitudes como para que la significación del Partido Social Cristiano COPEI haya podido caracterizarse. Se lo consideraba sospechoso de connivencia con una dictadura militar; vino la dictadura militar y COPEI mantuvo la firmeza de sus principios. Con este mérito, con el mérito de que la dictadura nos encontró en la oposición al gobierno derribado, por tanto tenía interés en buscar amistad con nosotros; automáticamente, en el campo de la política como en cualquier aspecto de la vida humana, se dice: «el enemigo de tu enemigo, ese es tu amigo».
Cuando el golpe se dio contra el gobierno constitucional en 1948 nosotros militábamos abiertamente, decididamente, contra aquel gobierno; lo habíamos combatido y habíamos recibido ataques de la más variada y dura índole, que podrían haber justificado, con un razonamiento mezquino y torpe, el que nosotros aceptáramos engrosar la corriente que lo había derribado. Nuestro papel fue de moderación y equilibrio; de reclamo de que el hecho de fuerza no podía ni debía conducir sino al restablecimiento efectivo de las garantías constitucionales y la vida política del país. Y a medida que se fue acentuando el signo de la fuerza y el terror, se fue acentuando lo característico de nuestra posición; y tuvimos la satisfacción de soportar persecuciones, ataques, atropellos, cárceles, violencias de las más variadas, en forma distinta a como les tocara a otros, pero hasta tal extremo que fue nuestra posición un factor decisivo en la recuperación de las libertades públicas en Venezuela, lograda el 23 de enero de 1958.
Por la Justicia Social
Los mismos ataques los sufrimos dentro del campo social. Desde el principio dijimos, y hoy tenemos la satisfacción de repetirlo, con una historia de quince años por delante, que no habíamos salido a la vida política a defender injusticias, a sostener privilegios, a servir intereses injustos de nadie. Que no nos habíamos lanzado a la lucha, a aquella dura lucha donde hemos expuesto nuestra vida, nuestra reputación, nuestra tranquilidad, la seguridad de nuestros hogares, para servir privilegios de clase, o de grupo, o de secta; que sentíamos nuestro deber de servirle al pueblo, al pueblo en su integridad, en todas las clases sociales, pero especialmente en las más necesitadas, en las clases populares que son las que tienen más hambre de justicia, de cambio y de renovación social.
Consecuentes, hemos mantenido firmemente una tesis de defensa de todo aquello que contribuya a transformar la estructura económico-social existente en una estructura más justa, donde los beneficios de la producción no vayan a minorías privilegiadas, sino que alcancen efectivamente al mayor número. Siempre esgrimimos como un orgullo para los fundadores de COPEI el haber podido participar en la iniciación de una legislación del trabajo en favor de los obreros venezolanos; y en toda la historia del Partido hemos sido consecuentes a aquella idea. En los momentos en que se nos llamaba más estridentemente reaccionarios; en los momentos en que, incluso, hombres sin sensibilidad social, injustos, avarientos, miserables, se ilusionaban creyendo que COPEI podía ser defensor de sus intereses y nos desacreditaban pregonando que nos darían su apoyo, nosotros nos manteníamos firmes, en el Parlamento, en la calle, en el periódico, votando a favor de todo aquello que contribuyera a los intereses del pueblo y tomando iniciativas que significaban un camino hacia nuestra tesis (que es la tesis también de otros movimientos sociales que buscan la reforma de las instituciones) de que los ricos sean menos ricos para que los pobres sean menos pobres.
Valor sustantivo de la democracia
Dentro de ese camino se fue caracterizando nuestra fuerza como lo que debe ser: una fuerza democrática, una fuerza cristiana, una fuerza de reforma social. Democrática, con conciencia clara de la esencia del valor y de las dificultades y problemas de la democracia. Sabemos que la democracia, en todas partes, ha atravesado épocas difíciles; a nuestras mismas playas alcanzó el oleaje que desde Europa arropó el mundo entero, llevando escepticismo y duda sobre la viabilidad de las instituciones democráticas para lograr el gran cambio social de nuestra época. La experiencia, el análisis, la convicción, nos fortaleció en la tesis de que la democracia, con todas sus imperfecciones, es el sistema de gobierno que permite asegurar el mejor respeto a la dignidad de la persona humana, el contraste de las ideas y el estímulo a las iniciativas para que se realice la gran reforma social de nuestro tiempo.
Somos sinceramente demócratas, y en un país que ha vivido saltando entre etapas en que la democracia se ha considerado sarampión, estímulo a la violencia, al irrespeto, desconocimiento de todas las leyes y de todas las jerarquías, y etapas de pesimismo, en que se ha negado toda posibilidad democrática y se han ensalzado las virtudes de los tiranos en nombre de los gobiernos fuertes, nosotros hemos sostenido la tesis intermedia, la clara tesis de que la democracia no es bochinche, no es irrespeto, no es desorden, pero sí el sistema que los principios exigen y que el pueblo venezolano reclama como norma para su conducta.
Hemos tenido fe en la democracia, en una democracia constructiva, en una democracia ordenada –digamos–, en una democracia seria: alegre pero consciente del deber de conjugar esfuerzos y poner coto a aquellos que interpretando mal la democracia vienen a ser sus peores enemigos, cuando lejos de fortalecerla buscan el debilitamiento del gobierno, de las leyes y de las instituciones y no logran sino poner un escalón hacia el establecimiento de gobiernos autocráticos.
Esa democracia que defendemos es cristiana. No es simplemente un juego de mayorías y de minorías; del voto de la mitad más uno contra la mitad menos uno; de fórmulas más o menos huecas; creemos que éstas hay que llenarlas de contenido espiritual. Y cuando nos llamamos cristianos –queremos insistir en esto porque es muy importante– no pretendemos el monopolio del calificativo. Sabemos que el cristianismo es un estado de alma, un estado de conciencia que domina en el fondo de la civilización de nuestro tiempo; y que aún movimientos que han abjurado y se han apartado de los principios característicos de la vida cristiana, sin embargo no pueden renunciar a una serie de conceptos cristianos que moldean su interpretación de la vida y que deben aprovecharse y fomentarse para robustecer esta gran fuerza espiritual sin la cual el cambio constructivo que deseamos no podrá realizarse.
Creemos en la cristiandad como un hecho amplio, como un hecho generoso. No nos llamamos cristianos para decir a los demás que no lo son, sino para recordar a todos que, al fin y al cabo, lo cristiano es el modo de ser que nos dio una fisonomía especial y que nos impuso un deber especial, entre los cuales el primero es el mensaje de la paz entre los hombres de buena voluntad.
Reforma de las estructuras
Y queremos una reforma social. No hemos salido a la lucha para pedir que las cosas se mantengan indefinidamente como están. Creemos que el hombre tiene derecho a aspirar más; y el hombre humilde tiene derecho a lograr una serie de reivindicaciones que la civilización técnica de nuestro tiempo todavía no ha sido capaz de darle. Hay derechos básicos que significan el trabajo para todo brazo capaz de emplearse y para todo cerebro capaz de actuar; que significan la vivienda modesta pero suficiente para servir de centro a la familia; que significan el derecho a pensar, el derecho a hablar, el derecho a construir y a desarrollar las energías en el camino del progreso. Creemos que para ello es necesario destruir muchas estructuras caducas, y estamos dispuestos a no vacilar cada vez que la piqueta deba emplearse para romper alguna de esas estructuras que interfiere el progreso del pueblo hacia la conquista de sus verdaderos destinos.
Pero sabemos que el progreso del pueblo no lo va a lograr por el desorden, por lo general fomentado por aquellos que quieren establecer nuevas tiranías. No creemos que el progreso social deba hacerse a base de golpes y de contragolpes. Con ello no se va a soluciones definitivas. Creemos que el progreso social debe llevarse con firmeza y con firmeza estamos dispuestos a adelantar en este camino. Somos, además, profundamente nacionalistas. Creemos en la esencia de nuestro pueblo, estamos penetrados de su destino y proclamamos que las páginas de su historia no son un recordatorio para cantar cantos vacíos en las grandes celebraciones, sino un mensaje que está presente y que gravita sobre nuestro deber y sobre nuestra conciencia.
Venezuela tiene una fisonomía propia, y tiene que conquistar una mayor personalidad dentro de la vida internacional. La liberación económica es un aspecto de ese nacionalismo. Sabemos de las trabas que fuerzas económicas extrañas han impuesto al deseo propio de nuestro desarrollo. Estamos dispuestos, estamos decididos y lo hemos demostrado más de una vez, a transitar sin desmayo al camino que conduzca al fortalecimiento de nuestras propias fuentes de vida, tanto en el campo espiritual, como en el campo político, como en el campo económico. Lo que sabemos también es que la liberación económica no se va a lograr saliendo de un imperialismo para caer en manos de otro imperialismo, renunciando a un tutor para ponernos en manos de otro tutor, que por cierto no tiene una hoja de servicios muy limpia en su conducta con los pueblos pequeños.
Pensamos que la conquista de nuestra independencia nacional sólo la lograremos formando, por la unión de los débiles, una fuerza compacta. Creemos en el bloque latinoamericano, creemos que los pueblos latinoamericanos, que tenemos la misma formación y el mismo espíritu, los mismos problemas y las mismas inquietudes, podemos formar, si nos unimos, una fuerza capaz de hacernos respetar en el mundo y de caracterizarnos con fisonomía propia, sin tener por qué caer como satélites en la órbita de otras masas mayores. Si los países árabes están logrando, en medio de las imperfecciones de su régimen y de los problemas de su camino, ser independientes; si países relativamente pequeños y aislados como Yugoslavia han podido jactarse de tener una posición propia en el mundo internacional; si la India, con sus terribles problemas, con su acervo de tradiciones pero también con su fardo inmenso de dificultades, está manteniendo una línea adecuada a sus intereses, no vemos por qué doscientos millones de latinoamericanos –si nos olvidamos de que somos veinte minúsculas porciones y sentimos que somos una gran unidad– no podemos tomar en el mundo una posición nuestra, sin dejarnos llevar por el camino que nos impongan los más poderosos.
La lucha del Partido
Hemos tenido que luchar, hemos tenido que hacer frente a muchos ataques y sabemos que tendremos que hacerlo a muchos más. La incomprensión y la lucha están a los dos lados del camino: del de los que no quieren la reforma social y del de los que la quieren como un hecho precipitado, desordenado, o conforme a lo que consideran cánones ortodoxos de la única revolución que entienden.
Encontraremos en nuestro camino, la oposición de los que quieren que vuelva la dictadura y saben que la posición de COPEI frente a toda dictadura ayudará a impedir que volvamos a las andadas y que triunfen los que nos quieren llevar a la agitación permanente y quizás a la guerra civil y saben que nuestra posición es firme y sólida en el camino de hacer frente a todo especie de desorden. Pero sentimos, también, cómo nuestra posición está amparada por una gran mayoría de venezolanos que comparte, ya sea total o parcialmente, nuestros puntos de vista, y que (cada vez puede esto verse más claramente) participa de nuestro estado de alma y de nuestra comprensión del actual momento nacional.
En virtud de lo expuesto, no hemos tenido reparos en sumar nuestras fuerzas a todas las que sean capaces de comprender la posición actual de Venezuela y de transitar con vigor, con decisión y con carácter, el camino que a los venezolanos nos corresponde. Estamos, en Venezuela y en toda Latinoamérica, atravesando una coyuntura excepcional. En esa coyuntura, no es la división el remedio: es la compactación, el entendimiento y la armonía posibles para ofrecerle a la inmensa mayoría del pueblo, una fórmula amplia, equilibrada y patriótica, que la saque del estancamiento, lo lleve hacia adelante y lo proteja de los peligros que de un lado y de otro lo amenazan.
Esto es lo que entendemos hoy como la gran responsabilidad de COPEI. Hemos asumido hasta ahora esa responsabilidad poniendo el corazón en la empresa. No hemos vacilado ni nos hemos querido «tapar»ante las contingencias peligrosas; nos hemos resteado; nos hemos presentado en un movimiento, y dentro de ese movimiento sentimos que en todos los países hermanos hay fuerzas que sienten también de la misma manera y que van moviéndose –sin darle campo al pesimismo– hacia un gran objetivo de engrandecimiento y de progreso.
Con estos conceptos, con esta convicción, con estas ideas, saludo hoy al pueblo de Venezuela, y al pueblo de Venezuela le prometo de nuevo que este movimiento, que tiene conciencia de una doctrina de servicio, tiene la voluntad de continuar adelante y de luchar siempre por su bienestar, por su libertad y por la justicia.
Buenas noches.