La Democracia Cristiana y Venezuela y Chile
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 25 de agosto de 1966.
La reciente reunión de los presidentes de Venezuela, Colombia y Chile y representantes de los de Ecuador y Perú, no puede ser vista sino con sincera simpatía por los demócratas cristianos de Venezuela: 1º. Porque aspiramos a impulsar la integración latinoamericana, y el acercamiento personal entre Jefes de Estado constituye en este orden un factor positivo. 2º. Porque conviene unificar para futuras reuniones hemisféricas la actitud de gobiernos inspirados en ideologías diversas que se comprometan a plantear a los Estados Unidos las aspiraciones y reclamos de América Latina. 3º. Porque la vinculación entre naciones que, al fin y al cabo, proclaman el sistema democrático como insustituible, constituye en sí un respaldo a la democracia en ámbito continental. 4º. Porque la situación de países que ocupan un mismo nivel en el proceso de desarrollo les obliga a acordar planteamientos capaces de armonizar con sus legítimos intereses la integración continental.
Afirmarlo no nos coarta el derecho a requerir un más completo análisis antes de pronunciarnos sobre el contenido de la Declaración de Bogotá, ya que los sectores extra-gubernamentales, políticos o no, fueron excluidos de su preparación y redacción. Ni nos impide expresar que, en el plano político y en lo concerniente a las relaciones hemisféricas, el documento nos parece de una resaltante timidez. La verdad sea dicha sin ambages.
Pero, desde otro ángulo, la reunión de Bogotá nos ha ofrecido a los demócratas cristianos una oportunidad excepcional para dejar en claro –con claridad meridiana– la legítima y total autonomía con que nuestros partidos actúan, sin mengua de la afinidad ideológica y de la fraternal amistad que nos une. La Democracia Cristiana no es una internacional de partidos. No es una asociación de grupos obedientes a una misma voz, sujetos a los dictados de una organización. Menos aún, de un país o grupo que ejerciera funciones de hegemón.
Se equivocó, pues, algún periodista que le preguntó al presidente Frei si Chile «exportaba» su plataforma política. Como se equivocan esos voceros del gobierno venezolano que pretenden negarnos el derecho al análisis, presentándolo casi como traición a nuestra amistad con el régimen chileno. Con su habitual lucidez y precisión –no exenta de ironía– Frei respondió que Chile sólo exporta «cobre y frutas» y que las ideas son universales: cada uno las toma y aplica en su propio país de acuerdo con las circunstancias, según su libérrimo criterio y con su indelegable responsabilidad. Nosotros, desde aquí, avalamos plenamente su respuesta.
Entre los democristianos chilenos y los democristianos venezolanos existe una sólida relación humana. Ella dimana de una comunidad doctrinaria: las ideas universales de donde aquellos derivan líneas para su acción política son las mismas de donde nosotros derivamos las nuestras. Ambos estamos vinculados a la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) y a la Unión Mundial (UMDEC), que en escala regional y mundial se reúnen periódicamente para analizar cuestiones de importancia común: considerar problemas que interesan a la humanidad, atañen a la América Latina y, consecuencialmente, afectan nuestros pueblos; y examinar la común experiencia. En Caracas y en Santiago funcionan, como en otros lugares, institutos para el estudio de cuestiones doctrinarias y para la formación de dirigentes jóvenes; en ellos se busca fomentar la responsabilidad política y social, así como la vivencia de la solidaridad latinoamericana. Pero lo dicho no amengua en grado mínimo la total independencia de nuestros partidos.
El Partido Demócrata Cristiano de Chile tiene que responder ante su propio pueblo, interpretar a fondo la realidad chilena, resolver los problemas chilenos de acuerdo con la circunstancia chilena, hablarle a su gente en chileno. El Partido Demócrata Cristiano de Venezuela, COPEI, tiene a su vez que responder ante el pueblo venezolano, interpretar cabalmente la realidad venezolana, resolver los problemas venezolanos de acuerdo con la circunstancia venezolana, hablarle a la gente en venezolano.
Con frecuencia, a unos y a otros se nos pretende pedir cuenta de lo que los partidos hermanos hacen o no hacen en sus respectivas naciones. Otras veces, por el contrario, se trata de inquirir el porqué de algunas diferencias en el modo de obrar. La verdad es que nuestras patrias presentan características distintas. La integración latinoamericana es para nosotros la unidad en la diversidad: debemos respetar las condiciones específicas de cada nación como presupuesto indispensable para lograr que todas formen una fuerte y armónica unidad.
Chile tiene sus exigencias peculiares. Más habituado que Venezuela a la democracia política, de más dilatada extensión cultural, sufre flagelos económicos como el morbo terrible de la inflación, padece el enquistamiento raigal de una larga oligarquía tradicional. Lo que allá es a veces políticamente corriente, aquí constituye una audaz innovación; pero lo que allá económicamente puede considerarse ineludible, puede ser aquí desaconsejable; lo que allá socialmente puede parecer una aventura escabrosa, aquí, a lo mejor, está superado hace tiempo.
Ridículo sería el que por afinidad ideológica, por ser viejos y cordiales amigos, pretendiéramos copiar al calco lo que se haga allá. Así mismo, en materia de relaciones internacionales, sería absurdo que la política exterior de Chile –o de cualquier otro país que llegue a ser gobernado por demócratas cristianos, Venezuela, por ejemplo– se guiara en función de preocupaciones partidistas y no de los intereses nacionales y los de la gran comunidad latinoamericana. En Europa, los democristianos alemanes mantienen excelente amistad con De Gaulle, a quien hacen oposición los democristianos franceses; en Latinoamérica, los copeyanos no sólo admitimos, sino estimulamos una buena amistad entre el gobierno de Chile y el de Venezuela, aunque cada vez nos alejemos más del régimen presidido por el doctor Leoni y nos veamos en el caso de hacerle mayor oposición.
Las ideas de la Democracia Cristiana son diáfanas en cuanto al respeto recíproco entre los diferentes partidos nacionales y a la intangibilidad de su soberano poder de decisión. En ellos vamos parejos con el entusiasmo común por encontrar los caminos que traduzcan más adecuadamente en los hechos los ideales socialcristianos. Eduardo Frei Montalva, demócrata cristiano, gobierna a Chile como un patriota chileno; cuando nosotros, demócratas cristianos, gobernemos a Venezuela, lo haremos como patriotas venezolanos: unos y otros, eso sí, con la aspiración de actuar al mismo tiempo como buenos latinoamericanos, al servicio de la patria común. Y con el propósito de realizar de la mejor manera, con noble intención, al servicio de la humanidad y de cada uno de nuestros pueblos, las más generosas aspiraciones de la ideología demócrata cristiana, cuyos postulados son susceptibles de realización en cualquier meridiano y en cualquier paralelo.