1967: un año clave
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 30 de diciembre de 1966.
Una de las ventajas de la democracia es ofrecer periódicamente a la comunidad ocasión de revisar lo andado, hacer balance y buscar nuevas orientaciones. La alternabilidad democrática permite una máxima posibilidad de cambio dentro del menor número de inconvenientes. Ahí está el caso de la Gran Bretaña: por la vía del sufragio, ha podido pasar, después de la guerra, del gobierno de los conservadores al de los socialistas, de nuevo al de aquéllos y otra vez al de éstos. En un sistema que no fuera democrático, esos cambios no habrían sido posibles sin graves conmociones. Y no es –como algunos pretenden– que los ingleses sean mejores o distintos que los demás hombres. En su historia han ocurrido horrores y crueldades y se han vivido épocas de violencia comparables con las peores que haya sufrido la humanidad en cualquier parte; pero los ingleses aprovecharon la experiencia, decidiéndose a mantener las reglas de juego, y en ello está el secreto de su éxito.
Recordar estas cosas, por sencillas que sean, es oportuno para la clarificación del pasado reciente y del futuro inmediato de Venezuela, cuando va a comenzar un nuevo año. No todos valoran suficientemente el empeño que pusimos, a partir de 1959, en que el primer período de gobierno constitucional se cumpliera sin interrupción. Muchos sacrificios hicimos para contribuir a lograrlo. Se trataba de acostumbrar a los venezolanos a revisar cada cinco años la orientación del gobierno y no continuar dando tumbos en busca de un ideal inalcanzado. Si aquel período inicial no hubiera durado el término previsto, toda la ramazón del Estado se habría venido al suelo de nuevo.
Los ojos que ahora se ponen en el año 1968 demuestran –por encima de muchos temores y no escasos sobresaltos– la fe creciente que se va teniendo en el funcionamiento de las instituciones. Los venezolanos creemos que es la consulta electoral de 1968 la oportunidad en que debe producirse el cambio que el país reclama. Un cambio en que no sólo se trasmita la Jefatura del Estado de una persona a otra, sino en que el partido que ha ejercido la suprema responsabilidad de gobierno deponga esa función y pase, a su vez, a cumplir desde la oposición la vigilante y necesaria tarea de discutir los rumbos de quienes le sucedan.
Mirar desde ahora hacia el 68 ofrece, además, otra extraordinaria ventaja: la de estimular el oportuno análisis, la fijación de objetivos, la calificación de pretensiones. El debate público –otra de las modalidades inherentes a la práctica de la democracia– permite poner de relieve las diferentes posiciones y metas para que mediten sobre ellas los futuros electores. Hay, es cierto, el peligro de que la multiplicidad de opiniones produzca confusión, en vez de aclarar el panorama; pero, a la larga, van definiéndose las situaciones y configurándose mejor la voluntad nacional. Al país no lo mueve un mero sentimiento negativo, tanto como un anhelo positivo: el de que se abran nuevos caminos al desarrollo, a la convivencia, al progreso y al bienestar. La paz, la seguridad personal y familiar, el estímulo a las actividades creadoras, la eficacia y la honestidad administrativa, son valores ambicionados por una gran mayoría de los habitantes de Venezuela. Lo que quieren no es tanto oír una letanía de agravios contra el régimen, expuestos con mayor o menor virulencia, como ver perfilarse una alternativa, capaz de ofrecerle un gobierno honesto, capaz, enérgico, progresista, audaz al mismo tiempo que prudente, claro en sus orientaciones y leal en sus compromisos.
1967 despejará muchas incógnitas. Cuando termine, casi con seguridad ya sabremos quiénes serán el candidato del Gobierno y el de la Oposición. Sabremos cómo se alinearán las fuerzas políticas. Si numerosos sectores independientes desean un entendimiento entre las corrientes de oposición democrática, en 1967 se precisarán las bases sobre las cuales aquél será posible, sin caer en la componenda de un nuevo reparto burocrático o de una mescolanza informe.
1967 aclarará, en fin, el papel que al Partido Social Cristiano incumbirá en la próxima consulta electoral. En 1963 demostró ser el rival más calificado para discutirle a AD la dirección del Estado: de entonces acá, ésta ha continuado perdiendo simpatías, mientras COPEI ha seguido acreciéndolas. Parece axiomático que para quienes aspiren al cambio, el camino más fácil es reforzar a quien tiene la mejor opción para vencer al partido que gobierna. Para ello, es indispensable que la Democracia Cristiana confirme una postura nacional, abierta y comprensiva hacia las otras fuerzas políticas y, muy en especial, hacia los electores independientes; es también necesario que se tenga por éstos una justa comprensión del importante papel y de la grave responsabilidad que a los socialcristianos incumbe en esta hora nacional, y que no pueden deponer.
Un año clave para la política nacional va a constituir, por todo ello, el año que comienza el domingo. Con espíritu venezolanista deseamos que él sea para todos provechoso y feliz.