Proyección de la universidad
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 2 de junio de 1966.
En medio del desarrollo dinámico de la vida venezolana, la Universidad Central sigue proyectándose como un factor de enorme influencia. La vida universitaria nacional se ha hecho más compleja, pues además de las tres principales universidades nacionales, hay dos universidades estatales en avanzado proceso de formación y dos universidades privadas, de las cuales una genera en el interior del país otros viveros universitarios. Pero, entre las siete existentes, la Universidad Central de Venezuela, por su tradición, por los medios de que dispone, tiene innegable preeminencia. Su población propia equivale, en números redondos, al total de las otras seis juntas.
Si bien el desarrollo de nuestra institucionalidad democrática, el sucederse de las generaciones y el incorporarse de los renuevos –sin los traumas históricos a que nos tenía acostumbrados nuestro acontecer político- van desplazando los centros de dirección, multiplicando los grupos de poder, atrayendo las preocupaciones colectivas, una considerable suma de atención pública se dirige y debe forzosamente dirigirse a la vida universitaria; y, dentro de ella, especialmente a la Universidad Central.
Toda la preocupación que se dedique a lograr que la Universidad responda a su naturaleza institucional, a que sea un instrumento apto para orientar el proceso de desarrollo a que está abocada Venezuela; toda la angustia que se siente por sus quebrantos, por sus insuficiencias y sus contratiempos, no sólo es explicable sino justa. Al fin y al cabo, la Universidad es en gran parte producto y reflejo de lo que ocurre en Venezuela, y lo que ocurra en la Universidad repercutirá considerablemente en el acontecer nacional.
Las recientes elecciones estudiantiles en la UCV han tenido por ello rango de primerísima importancia ante la opinión pública. La primera plana de los diarios, los noticieros de la radio y la televisión, han coincidido en destacarlas. Alrededor de sus resultados se hacen análisis y conjeturas, se intentan explicaciones y se formulan diagnósticos que trascienden al país nacional.
La consolidación de los demócratas cristianos como primera fuerza ha tenido resonancia notoria. Su condición mayoritaria en el total de Facultades; su crecimiento determinante en Medicina, Ingeniería y Derecho; su acceso al Consejo de las Facultades de Humanidades y de Ciencias; su triunfo en la Escuela de Sociología, son algunos entre los numerosos síntomas de un fortalecimiento sólido. Al mismo tiempo, el dominio absoluto que las corrientes marxistas ejercen en la Escuela de Economía, paralelo sólo al que los democristianos tienen en Arquitectura, pero con un volumen de votos superior, plantea consideraciones dignas de serio estudio. Pero lo más resaltante es, por una parte, el signo ideológico que la juventud reclama para compartir posiciones, y, por la otra, el denominador común de aspiración al cambio, característico de las nuevas promociones que a vuelta de muy pocos años tendrán influencia decisiva en la dirección del proceso social.
El debate entre marxistas y demócratas cristianos, en medio de incidentes algunas veces lamentables, ha tenido, sin embargo, la virtud de buscar planos de formulación doctrinaria. Los demócratas cristianos, soportando las más de las veces situaciones difíciles frente al poder discrecionalmente ejercido por sus adversarios en la Universidad, han dado la mejor contribución para elevar el combate al plano de la discusión sobre las cuestiones fundamentales que la juventud se plantea y sobre la problemática específica de la institución. Sin quitarle el calor propio de la juventud, sin eludir las exigencias de ásperas situaciones, su presencia ha sido en la Universidad un elemento básico para el mantenimiento de la libertad de conciencia, para el rescate de la Universidad por la Universidad y para la Universidad. Quienes en función docente y con inalterable ecuanimidad concurrimos a diario a las aulas para estimular los afanes juveniles hacia la búsqueda de una verdad científica orientada al servicio del país, podemos apreciar el esfuerzo generoso y constante de los muchachos y muchachas demócratas cristianos, alentados por la adhesión creciente del estudiantado universitario.
La división ocurrida en los grupos marxistas-leninistas se presta a muchas reflexiones. La correlación de sus respectivas influencias en los resultados electorales de la semana pasada merece serio análisis. Pero, en lo inmediato, hacen lo imposible para ir juntos de nuevo para asegurarse otra vez la Presidencia de la Federación. Esto no ocurrirá si la emoción despertada por el arrollador avance de los demócratas cristianos atrae los votos adicionales necesarios para hacer frente a la suma de las dos coaliciones marxistas; si un razonable porcentaje de estudiantes que no concurrieron a la elección anterior participan en ésta; y si quienes votaron por minorías respetables, pero que no tienen ninguna posibilidad de obtener representación en la FCU, deciden dar su voto a Abdón Vivas Terán para la Presidencia, y quitar a las fuerzas comunistas aquel importante reducto.
Véase como se vea, la vida universitaria presenta dilatadas proyecciones sobre la vida nacional. Quienes tengan ojos para mirar hacia adelante, por encima de la minucia diaria, deberían escudriñar las fecundas lecciones que ofrece, para ajustar así sus estimaciones, en función de futuro. Y nadie podrá negar que el impacto producido por la victoria de la Democracia Cristiana en las elecciones universitarias del viernes pasado, constituye uno de los más formidables motivos de aliento que ha recibido el país en los últimos años.