Deliberaciones en Corralito
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 12 de mayo de 1966.
El interés mostrado por la opinión pública hacia las deliberaciones del Consejo Nacional de COPEI evidencia la importancia creciente que se atribuye a la fuerza demócrata cristiana en el enrumbamiento de la democracia venezolana. Es lógica la curiosidad manifestada por los variados sectores, acerca de cuál será el rumbo que COPEI marcará al ancho sentimiento nacional que aspira a un cambio constructivo y renovador surgido de las urnas electorales de 1968. Porque, si todos los comentaristas nacionales y extranjeros señalaron, a raíz de los escrutinios de 1963, que el movimiento social cristiano se perfilaba desde entonces como la alternativa viable para reemplazar en la dirección del gobierno al partido Acción Democrática, esa creencia se afirma cada día a medida que se clarifica la línea copeyana y a medida que otros partidos importantes padecen graves sacudidas que les restan posibilidades propias para la conducción del país, sin que esto implique que no puedan desempeñar un papel de significación en el futuro de Venezuela.
A conciencia de este hecho, las recientes deliberaciones copeyanas en Corralito se caracterizaron por el análisis extenso, sereno y objetivo de las circunstancias actuales y de las perspectivas nacionales. Se tomaron en consideración investigaciones que se han realizado, y que se continúan, sobre lo que la población venezolana hoy entiende y aspira; se hizo un estudio de las posibilidades y características presentes de los distintos grupos organizados o en proceso de organización; y especialmente se tomó en cuenta el sentir de la ciudadanía independiente, inmensa fuerza, decisiva no sólo en las aritméticas electorales sino en el cotidiano influjo sobre la realidad del país. Sin la simpatía de densos sectores independientes, no sólo no podría lograrse un decisivo triunfo electoral, sino que tampoco podrían moverse los resortes íntimos de la vida venezolana para gobernar eficazmente y cumplir un programa ambicioso. Pues bien: se tomó en cuenta que los independientes han acumulado una gran experiencia en las incidencias de la vida democrática y han entendido que el privilegio de ser independientes –es decir, el mantenimiento del derecho a no enrolarse en ningún grupo y a no someterse a ninguna disciplina partidista– lleva aparejada la obligación de estimular, robustecer y contribuir a que se oriente por cauces claros aquella corriente organizada, que por sus antecedentes y ejecutorias les resulte más digna de confianza.
El reconocimiento de que el país ve en COPEI la fuerza con mayor opción para derrotar limpiamente a Acción Democrática, produjo en las deliberaciones del Consejo Nacional del Partido un sentimiento de especial responsabilidad frente a todo el país, copeyano y no copeyano. Para interpretar y canalizar el sentir mayoritario, la posición social cristiana no puede ser egoísta, exclusivista ni soberbia. Debe medir en toda su extensión la magnitud de la empresa y reconocer que lo que Venezuela desea no es el reemplazo de un sectarismo por otro sectarismo, sino la sustitución del actual sistema –basado en partidismos herméticos– por otro sistema en el que la conducción de la maquinaria oficial se traduzca en verdadera amplitud, capaz de hacer a todos los venezolanos sentirse copartícipes del deber y el derecho de construir una nueva y más justa realidad nacional.
El análisis serio de las circunstancias existentes demuestran que Acción Democrática ha perdido mensaje, ha visto disminuir su capacidad de producir grandes emociones colectivas, pero paralelamente ha aumentado su voluntad de poder, expresada en la construcción de una maquinaria poderosa, impulsada con vastos recursos y dirigida desde ahora a buscar la continuidad gubernamental. La victoria sobre esta maquinaria reclama la conjunción de dos elementos: por una parte, otra maquinaria partidista sólidamente organizada, probada en su capacidad de lucha y sacrificio; por otra parte, una gran concordancia de voluntades, una corriente clara de opinión, un concurso de variados esfuerzos, conjugados en generoso entendimiento.
Así como creemos que las mayorías populares repugnarían nuevos pactos hechos a base de componendas burocráticas y propensos a caer en equilibrio pasivo mantenido a costa de ineficacia, así también creemos que aquellas verían con señalada complacencia compactarse fuerzas alrededor de un programa orgánico, serio y ambicioso a la vez, cuya ejecución esté garantizada por la lealtad y la capacidad de los encargados de realizarlo.
Los socialcristianos sabemos que debemos poner de nuestra parte todo lo necesario para lograr ese objetivo, sin hacer dejación del deber de llevar sobre nuestros hombros la mayor carga en la campaña que es indispensable realizar. Porque se trata, en primer término, de asegurar por la vía democrática del sufragio el cambio que el país desea; e, inmediatamente, asegurar la eficiencia del nuevo gobierno. Desplazar a AD sólo por quitarla nada remediaría; es indudable que el pueblo quiere ver a los adecos entregando pacíficamente el poder, pero para que los sustituyan quienes sean capaces de poner efectivamente al servicio de las grandes necesidades nacionales los recursos que Venezuela posee.
Hay un sentimiento general en favor de un cambio: pero no un cambio cualquiera. Un cambio para lograr el desarrollo, para asegurar, con el aumento de la producción, la mejor distribución del ingreso, y para garantizar a todos la paz, la libertad y la seguridad personal y social.