Independientes y partidos
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 19 de mayo de 1966.
El hecho de que los ciudadanos independientes –es decir, no militantes en partido político alguno– constituyan un número considerable, no es exclusivo de Venezuela. Tiene carácter universal. En países como la Unión Soviética y otros sometidos a la estructura de partido único, la militancia registrada en ese partido representa un porcentaje relativamente pequeño de la población capaz de votar. Colombia, donde una reforma constitucional estableció un exclusivismo bipartidista, partiendo de la tesis de que todos los colombianos eran conservadores o liberales, ha estado arrojando en las últimas elecciones una cifra abstencionista que se eleva aproximadamente al setenta por ciento y que muestra una gran inconformidad con los partidos tradicionales.
Ser independiente significa mantener el derecho de no inscribirse en ningún partido, de no vincularse permanentemente a ninguna organización determinada, de no someterse a la temida «disciplina partidista». El independiente considera la política como una actividad a la que no quiere ligarse más allá de lo que las circunstancias de la vida nacional exijan; por otra parte, quiere conservar su libertad de pronunciarse en cada caso según lo que determine su conciencia individual y no según lo que le señale el grupo que representa una posición específica.
Pero ser independiente no significa ser indiferente. Pocos ciudadanos podrían responder «no me importa» ante los problemas relacionados con la actividad política. La política tiene relaciones con todo. De la política depende una economía en ascenso o una economía estancada o en descenso; de la política depende mucho la intensidad y rumbo de la vida cultural; de la política depende la seguridad de cada uno, la paz de la cual todos necesitamos, el bienestar y el progreso que tenemos el derecho de reclamar ante los responsables de la dirección de la vida social.
Muchos independientes tienen simpatías más o menos claras por determinadas corrientes del pensamiento político. Otros no se sienten satisfechos plenamente con ninguna posición. Hay quienes desconfían de los programas, de las promesas y de las actitudes de todos o al menos de gran parte de los políticos y de los partidos. La generalidad quiere guardar en su mano la facultad de pronunciarse en cada ocasión por aquello que le parece más conveniente o más justo.
En el reverso de la medalla, los partidos constituyen un ingrediente esencial del sistema democrático. Sin ellos no se puede llevar a los diversos estratos sociales, a las distintas áreas urbanas y rurales, en estados que ocupan centenares de miles de kilómetros cuadrados y están habitados por millones de personas, las variadas ideas, las corrientes contrapuestas, las posiciones y tendencias que pugnan por orientar la sociedad. Para esto se necesitan maquinarias extensas, con una conducción calificada; una acción continua que no se limite a las coyunturas electorales; una participación en la vida pública que reclama constancia y que en países como el nuestro ha debido pasar por la prueba de las persecuciones, de las dificultades, de los sufrimientos.
Hay en los independientes una cierta tendencia natural a recelar de los partidos; como la hay en la gente de partido a resentir de los independientes. Pero el bien público reclama superar esta antítesis absurda. Ambos factores deben no solamente complementarse sino entenderse, y, en cierta manera, observarse y corregirse, contribuir a orientarse recíprocamente. La Constitución, en un artículo que fue tomado de la Ley Fundamental de la República Federal Alemana, garantiza a todos los venezolanos aptos para el voto el derecho de asociarse en partidos políticos para contribuir por métodos democráticos en la orientación de la política nacional. Ese derecho lleva como contrapartida el derecho de los independientes a no organizarse en partidos. Cuando un grupo independiente toma una estructura formal, deja ya a un lado la independencia para entrar a tomar estado en el forcejeo partidista.
Es evidente que en el próximo proceso electoral los votos independientes van a tener una importancia decisiva. Los ciudadanos no inscritos en partidos tienen conciencia de ello, y saben, al mismo tiempo, que la solución no está en formar –con el rótulo de independientes– un partido más, porque ya hay bastantes partidos, y la fortaleza del sistema democrático reclama más bien la consolidación de las fuerzas políticas. Los independientes reconocen hoy que su papel será estimular y reforzar, entre esas fuerzas políticas, aquélla que le merezca más confianza y tenga mayor chance de convertir sus votos en una victoria democrática. Pero, además, los independientes saben que mediante las innumerables y sutiles formas de expresión del alma nacional, pueden y deben influir en la orientación de la política para llegar al cambio que se aspira y para contribuir en la dirección del gobierno que salga de las urnas, con fines de amplitud y eficiencia.