El país grande y las cuestiones chiquitas

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 29 de septiembre de 1966. 

 

El debate sobre la manera más segura de derrotar a Acción Democrática en las próximas elecciones, aun mantenido en tono de altura, tiene el peligro de desviar la atención del país grande que tenemos el deber de construir, hacia las cuestiones chiquitas que en el fondo reflejan intereses o puntos de vista de naturaleza subalterna.

Es lógico que cada grupo, organizado o no, tienda a ver las cosas a la luz de su propia situación; pero es indispensable que se haga el esfuerzo de no dejar perder la perspectiva y se recuerde a todos –especialmente a aquellos que, por no estar directamente comprometidos  con partidos políticos o grupos de presión, pueden y deben mirar la realidad sin anteojos- que lo que está en juego no es un simple desahogo de sentimientos ni una simple satisfacción de pequeñas aspiraciones, por justificadas que sean, sino la apertura de rumbos claros y firmes para que Venezuela se entregue con firmeza a la conquista del porvenir.

Esta razón ha estado siempre presente en nosotros cuando hemos afirmado que la encrucijada del 68 no tiene ante sí el mero problema anecdótico de derrotar al candidato que postule Acción Democrática. Se trata de algo mucho más importante. La salida de Acción Democrática de Miraflores no constituiría en sí sola un objetivo digno del esfuerzo que supone, si no la sustituyera un gobierno capaz de rectificar rumbos, de renovar impulsos, de restaurar el prestigio del sistema democrático, de garantizar a los venezolanos, sin distingos, paz, seguridad, eficiencia y honestidad administrativa; y sobre todo, de restituir la mística del desarrollo, la conquista efectiva de metas revolucionarias, la incorporación de los marginados al proceso social y económico, el aumento seguro del ingreso nacional y la apertura de caminos que hagan llegar sus beneficios al mayor número de los habitantes del país.

Derrotar a Acción Democrática es una condición para que ese fenómeno se opere. Lo digo sin acrimonia, sin rencor; no soy de esos anti-adecos rabiosos que consideran a AD causa de todos los males y negación de todos los bienes. Durante los años que nos tocó compartir con un gobierno adeco las responsabilidades que un pacto solemne nos impuso, hice amistad con más de uno de sus dirigentes; pero creo evidente que Acción Democrática ha perdido el impulso para afrontar cuestiones fundamentales y que en su acción gubernativa ha ido prevaleciendo más el afán partidista de conservar una clientela electoral para mantener la hegemonía del poder, que la resolución de las grandes cuestiones nacionales.

Sin embargo, no basta la derrota adeca. Muchos electores se guiarán posiblemente por ese solo objetivo, ya que es inevitable el que sentimientos negativos tengan frecuentemente más vigor que los positivos. Pero la mayoría de los venezolanos sabe o intuye que la meta no puede ser únicamente cambiar de inquilino a La Casona, sino establecer nuevos rumbos. En cuanto a la fijación de esos rumbos, es menor la unanimidad. Si se tratara solamente de lo primero, bastaría sumar los porcentuales obtenidos en 1963 por las diversas fórmulas electorales distintas de AD, agregarle todavía una cifra adicional representativa de la opinión que AD ha seguido perdiendo en el actual período, y decir, lo que es cierto, que no menos del setenta y cinco por ciento del país –quizás, cerca del ochenta por ciento– está contra Acción Democrática. Pero la cuestión está en que la Venezuela anti-adeca (o si se quiere, la Venezuela no adeca) no constituye una masa homogénea, cuyas aspiraciones queden satisfechas con la salida del actual equipo de gobierno.

Venezuela sufre agudos problemas. Padece gran inquietud por lo que ocurriría si continuara gobernándola la irresponsabilidad, la ineficacia, el sectarismo, la carencia de rumbos claros y metas específicas que caracterizan la presente situación. Pero por esto mismo, para dar su confianza, no sólo analiza la opción que se tenga para vencer al actual hegemón, sino también exige la garantía de realizar un gobierno más serio, más justo, más constructivo, más progresista, más decidido, más capaz.

Cuando COPEI ante las preguntas de los reporteros, ante los planteamientos de los dirigentes políticos, ante las interrogaciones de los sectores no partidistas, responde que no basta un acuerdo superficial cualquiera «para salir de Acción Democrática», sino que es necesario garantizar la realización de un programa, no lo guía un egoísmo partidista. Lo preocupa el peligro de que numerosos ciudadanos imaginen la próxima contienda electoral como una especie de piñata, un «topo a todo» donde el único objetivo inmediato sea hacer morder al actual régimen el polvo de la derrota… y después «se verá». No es ese el caso. Se trata de sustituir este gobierno por otro más eficaz, más adecuado a lo que el país necesita y quiere; y eso reclama una clarificación indispensable.

Reemplazar el de hoy por un gobierno débil, sin base propia, sin cohesión, sería muy grave. Conduciría a cualquiera de muchos probables  fracasos, todos de casi irrecuperable gravedad. Estamos obligados a prevenir el mal para evitarlo.

Por ello no resulta extemporáneo el debate planteado desde ahora sobre la sucesión presidencial. Esperemos que ese debate resulte suficientemente clarificador, para que la opinión pública pueda imponer, después de madura reflexión, lo que sea la realidad más conveniente a los supremos intereses nacionales.