Que el país decida

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 14 de abril de 1967.

 

La resolución unánime de la X Convención Nacional de COPEI, de presentar ante el país en forma abierta y leal mi candidatura presidencial, merecerá profunda reflexión por parte de todos los sectores; especialmente, por parte de los numerosos independientes, no comprometidos aún, en cuyas manos está en gran parte la suerte de la nación. Al asumir una posición diáfana, COPEI definió su perfil inconfundible como partido que no se doblega ante presiones, que no entiende la política como un juego menudo de combinaciones, que siente su obligación de luchar por ideales y no por prebendas. Y sobre todo, que tiene fe en el pueblo y pone en sus manos limpiamente su destino. Así lo explicará mañana en la tarde, al abrir la campaña electoral en el Nuevo Circo de Caracas.

Ante la convención copeyana se abrían dos posibilidades distintas. Una, la de maniobrar, negociar, parlamentar, pedir, conceder, renunciar. Renunciar, no a posiciones burocráticas, que a ellas ha renunciado firmemente por mantener claras actitudes, durante casi todos sus veintiún años de existencia, sino a algo que para gente de convicciones tiene un valor fundamental: al ideal de una patria más justa, más próspera, más firmemente dispuesta a lograr su desarrollo. Renunciar a la lucha por entregar a la vida nacional toda su capacidad de servicio; renunciar al derecho de pedir a los venezolanos le encomienden la responsabilidad de dirigir la marcha del Estado para darle un viraje enérgico que lo saque del marasmo en que se encuentra.

El otro camino era más áspero, pero más honesto: tomar una bandera, ofrecerle al país una salida clara para el actual panorama político. Presentarle una alternativa de cambio a base de un equipo coherente, a base de una decisión compacta, a base de una línea programática cuya ejecución se esté en condiciones efectivas de garantizar. Darle la seguridad de que salir de Acción Democrática no sería caer en una confusión mayor de la actual, no sería repartir los destinos nacionales entre una colección de apetencias carentes de grandeza. Persuadir, a todos aquellos que miran con desconfianza la política por considerarla un juego de aspiraciones subalternas, de que hay políticos capaces de levantarse por sobre la mediocridad, sacrificar el politiquerismo, poner el corazón en el combate por ideas grandes y jugárselo todo a su servicio.

Tenemos fe en nuestro pueblo. Sabemos que tiene virtudes y defectos, pero no admitimos la tesis de su supuesta y permanente inhabilidad. Abonamos, para presentarnos ante él, la credencial de una vida entera que ha dado testimonio de aquella fe. Cuando salimos por primera vez a combatir en la plenitud de la arena democrática, sabíamos que al principio sería difícil captar nuestro mensaje en toda su significación, y nos expusimos a todas las tergiversaciones, y afrontamos todas las contradicciones, en la seguridad de que se iría clarificando la imagen de nuestro ideal socialcristiano y de que la consecuencia de nuestros procederes avalaría la sinceridad de nuestros propósitos.

Hoy, cuando el país reclama un cambio inaplazable, estamos convencidos de que no se necesita sólo un cambio de personas y de que sería trágico vencer electoralmente a AD para sustituirla con una combinación amorfa, condenada por su propia integración a defraudar la esperanza de un gobierno mejor. Por esto, sin cerrar un momento las puertas a un entendimiento leal entre las fuerzas democráticas de oposición, hemos mantenido firmemente la tesis de que ningún entendimiento puede ni debe lograrse al precio de desconocer los solemnes compromisos que tenemos contraídos con Venezuela.

En cuatro palabras sintetizamos nuestra fórmula para cualquier entendimiento: que el país decida. En esas mismas cuatro palabras condensamos hoy nuestra determinación de presentar ante la faz de la nación nuestra candidatura presidencial: que el país decida. Acatamos de antemano su fallo. Sabemos que una gran mayoría reclama un cambio inaplazable. Le presentamos la única maquinaria partidista que ha venido proyectándose en continuado ascenso, puesta al servicio de un programa a la vez ambicioso y realista, respaldado por hombres que no se venden en pública almoneda. Son los votos los que van a decidir. Si afirmamos que en el momento actual, de quien a quien, podemos vencer a AD, también recordamos que hay centenares de miles de independientes no comprometidos con partido alguno, cuya inclinación daría a la fórmula triunfadora un amplio margen para gobernar.

Con ánimo sereno iniciamos esta etapa decisiva. Personalmente, como candidato a la Presidencia de la República, tengo plena conciencia de la responsabilidad que asumo. Sé lo que arriesgo. Al jugármelo todo, me satisface pensar que me lo juego en las manos limpias del pueblo. Mis compatriotas sabrán lo que más les conviene. Si quieren la continuación del régimen actual, votarán por Acción Democrática o diluirán su voto en las combinaciones que pueden ofrecerle sorpresivamente la imaginación o la elocuencia. Si quieren un cambio de verdad, para mejorar y no para empeorar, y deciden señalarme como el encargado de dirigir e impulsar ese cambio, espero con la ayuda de Dios mostrarme merecedor de su confianza.